Artículo de opinión de Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional El dolor: una plataforma para el cambio Público MDE 15/088/2002/s Mayo del 2002 En el campo de refugiados de Yenín, una anciana está sentada junto al montón de piedras que había sido su casa antes de la incursión israelí. Me muestra el documento de identidad de su hijo Jamal, que era minusválido y se desplazaba en una silla de ruedas. Me cuenta que cuando la Fuerza de Defensa Israelí comenzó a demoler la casa, las mujeres trataron de sacar a Jamal, pero las paredes se derrumbaron y todos salieron corriendo. Jamal quedó sepultado, vivo, bajo los escombros. Cerca, un anciano me cuenta que los soldados israelíes le dijeron a su hijo que le entregara a su esposa el bebé de cuatro meses que llevaba en brazos. Entonces, dice, se los llevaron a él, a su hijo y al hijo de su vecino a un callejón situado detrás de la casa. Les dijeron que se levantaran las camisas y los acribillaron a balazos. El anciano, que sobrevivió gracias a que el cuerpo de su hijo había caído sobre el suyo, se fingió muerto hasta que los soldados se fueron y pudo arrastrarse hasta un lugar seguro. En el patio del hospital de Yenín se ven dos ambulancias destrozadas por los tanques del ejército. El director de servicios médicos me dice que durante diez días tanques y francotiradores israelíes bloquearon la entrada al hospital. Durante varios días no le permitieron recoger a los muertos y heridos. El 10 de abril, cuando el ejército finalmente lo autorizó a conducir una ambulancia al campo de refugiados, la evacuación de una persona gravemente herida llevó once horas de negociaciones. Más tarde, miro el periódico Ha’aretz. En primera plana, una foto de un osito de peluche cubierto de sangre. Pertenecía a una niña israelí de cinco años, muerta la noche anterior durante un ataque lanzado por hombres armados palestinos contra un asentamiento israelí cerca de Hebrón. Al día siguiente me entrevisto con un israelí que habla con orgullo de su padre, dedicado durante toda su vida a la causa de la amistad entre israelíes y palestinos y muerto como consecuencia de un atentado suicida con bomba perpetrado en un café de Haifa el 31 de marzo de 2002. Una mujer de 25 años, internada en el Centro de Rehabilitación Sheba, en Tel Hashomer, relata cómo el 27 de marzo de 2002, en su primer día de trabajo en el Hotel Park, una bomba de un comando suicida palestino hizo explosión a unos metros de donde se encontraba. Quedó paralizada de la cintura para abajo. Las experiencias vividas por estas personas con las que hablé durante mi visita de la semana pasada a Israel y los Territorios Ocupados demuestran que nada puede justificar los ataques contra la población civil, la destrucción de vidas y medios de sustento y los graves abusos contra los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, ya tengan lugar en Haifa o Hebrón, en Yenín o Jerusalén. Mientras sigue librándose un encarnizado debate político sobre la seguridad de Israel y la liberación de Palestina, la realidad es que en ambos la gente está pagando un elevado precio por la escalada de la violencia. Todos los días hay más niños mutilados y vidas destrozadas impunemente. Solamente un enfoque imparcial, basado en los principios objetivos de las normas internacionales de derechos humanos y del derecho internacional humanitario, podrá romper el círculo vicioso de la violencia en Oriente Próximo. A fin de que se haga justicia para todas las víctimas de esta tragedia, el primer paso es establecer los hechos. Es por ello que me causa una profunda decepción que las iniciativas de la ONU, incluida la encaminada a determinar lo ocurrido en Yenín, parecen haber sido abandonadas en aras de la conveniencia política. Amnistía Internacional ha pedido que se lleve a cabo una investigación exhaustiva e independiente, de ámbito internacional, de todos los abusos contra los derechos humanos y el derecho internacional humanitario. Hay indicios creíbles de que las fuerzas israelíes cometieron graves violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos en Yenín. Permitir que esto quede sin investigar es un insulto para las víctimas, quienes se merecen que se haga justicia. Debe realizarse una investigación, no sólo en Yenín sino también en Nablús y en Hebrón. De la misma manera, se debe determinar la responsabilidad de la Autoridad Palestina y de los grupos armados palestinos. Los ataques deliberados contra la población civil israelí violan el derecho a la vida. Todo aquel que haya sido responsable de un atentado suicida con bomba, y todo aquel que haya ayudado a la comisión de estos actos atroces, debe rendir cuentas de sus actos y responder ante la justicia. Muchos palestinos están cargados de ira y quieren vengarse. Pero también hay palestinos, entre ellos la gente a la que conocí en Jerusalén y Gaza, que condenan el asesinato de civiles israelíes. Al mismo tiempo, muchos israelíes temen por su vida y creen que la única solución es una respuesta militar, pero hay otros que no piensan de esa manera. Un hombre cuya hija adolescente Smadar perdió la vida como consecuencia de un atentado suicida con bomba ocurrido en septiembre de 1997 me dijo: «Podría haber convertido mi dolor en un instrumento de odio, pero he decidido transformarlo en una plataforma para el cambio». Ariel Sharon, Yasir Arafat y George Bush deben escuchar el clamor de las víctimas y decidir de una vez por todas que los derechos humanos y el derecho humanitario tienen que ser el centro de las negociaciones políticas. Irene Khan Secretaria general Amnistía Internacional