DENOMINACIÓN DE ORIGEN En mi más tierna infancia me eduqué (me educaron) en un colegio regentado por los padres carmelitas que intentaron inculcarme todas aquellas nociones que dan fundamento a la religión católica. Todas eran bastante asequibles y por tanto asimilables excepto una, la de la Santísima Trinidad, ya saben, aquello de tres personas distintas y un sólo Dios verdadero. Reconozco que aquello me provocaba más de un quebradero de cabeza porque era difícilmente concebible, y más para un niño de mi edad, que tres personas distintas pudieran formar una unidad. Cuando esto lo comentaba con mis tutores me daba la impresión que tampoco lo tenían muy claro y siempre terminaban su exposición didáctica recurriendo a una solución inapelable: donde no llega la razón debe llegar la fe. Es decir, la cosa era tan sencilla como lo siguiente, si no lo entendías simplemente te lo creías y te convertías en un buen cristiano. Tan poderosa es la fe que ya sabemos aquello de que mueve montañas. Poco podía yo sospechar por entonces que iba a tardar tantos años en encontrar una solución a tan arduo problema y menos aún que esa explicación tuviera algo que ver con la profesión que elegí para ganarme la vida. Efectivamente, yo pensé al terminar el bachillerato que la mejor carrera que podría escoger para desarrollarme profesionalmente, de acuerdo a mis aptitudes, era la de Aparejador, cosa que no pude conseguir ya que antes de concluir mis estudios cambiaron la denominación de la carrera por la de Arquitecto Técnico, nombre muy sonoro que hizo las delicias de los estudiantes de la época. Podría parecer que la cosa iba a quedarse ahí, sin embargo la evolución de los tiempos y de los planes de estudio han conllevado la aparición de un nuevo título: Ingeniero de la Edificación. Gracias a eso, y a Dios, he conseguido por fin desentrañar el más oscuro de los misterios de la fe cristiana, el de la Santísima Trinidad: tres títulos distintos y una sola carrera verdadera. Con paciencia todo se consigue. Hemos conseguido así batir un record que bien pudiera ser objeto de un Guinness si se presentara en tiempo y forma ante el organismo que corresponda porque no creo que ninguna otra titulación haya llegado a ostentar tres denominaciones distintas simultáneamente. La cosa tiene sus ventajas, por ejemplo: imaginemos que uno quiere ligar con algún hermoso ejemplar del sexo contrario, o del propio (tal como están las cosas), y le deja caer que uno tiene tres títulos. Está claro que si esa persona se mueve por el interés, cosa frecuente, pensará que con ese derroche titular uno debe nadar en la abundancia y por tanto es merecedor de algún tipo de atención o agasajo amoroso. Como precisamente en la abundancia no nos movemos en este momento, el plazo para recibir ese tipo de atenciones quedará muy limitado en el tiempo, justo el que tarde en enterarse de cómo está el ambiente profesional en estos momentos. Sería por tanto necesario estudiar las ventajas y los inconvenientes de cada una de las tres denominaciones para comprobar sus ventajas y sus inconvenientes y de esa manera poder en un futuro decantarnos por la más favorable. Empecemos por la de Aparejador. Cuando yo acabé la carrera como Arquitecto Técnico, pocas personas, o sencillamente nadie, sabía en la calle la diferencia entre un título y otro, por lo que todo el mundo me decía que yo era el aparejador, cosa que en buena medida siguió ocurriendo mucho tiempo después. Como en aquellos inicios profesionales estuve trabajando en dos poblaciones distintas como Aparejador Municipal, resultó que en aquellos ambientes rurales en cuanto el informe que emitía como técnico no coincidía con las aspiraciones del solicitante de cada una de las obras que tramitaba, el individuo en cuestión montaba en cólera llegando a la descalificación personal y al insulto. Huelga decir que el insulto tenía mucho que ver con la gran similitud que existe entre el nombre de Aparejador y el de los arreos que por aquel entonces se ponían a las acémilas, asnos y otros cuadrúpedos utilizados para el transporte. Queda claro entonces que esa similitud semántica se presta al chiste fácil y es un pequeño sambenito para el técnico que lo ostenta que puede verse menoscabado de manera tan ingrata. O sea, incómodo Sigamos con la de Arquitecto Técnico. Recordemos que por la época en la que nace este título la excusa que se utilizó para el cambio de denominación fue la de integración en Europa donde el título de Aparejador era un ente extraño. El cambio, tal como el tiempo ha demostrado, no sirvió para nada o, mejor dicho, sólo sirvió para provocar un gran desasosiego en las entrepiernas de nuestros amigos los arquitectos (digo entrepiernas porque evidentemente hay arquitectos de ambos sexos), que desde entonces, y antes también, nos la tienen jurada. O sea, problemático. Y llegamos a la de Ingeniero de la Edificación, nombre pomposo donde los haya. Sabemos que su implantación tiene que ver con los nuevos planes de estudios y que los arquitectos estuvieron encantados cuando se les preguntó si ellos se opondrían a que nosotros accediéramos a ese título. Lo que no se nos ocurrió pensar es que abríamos un nuevo (y quizá mayor) campo de batalla al enfrentarnos directamente con todas las ramas de las distintas ingenierías, tanto técnicas como superiores, lo que nos hace acreedores de ese record que citaba anteriormente al haber conseguido realizar tocamientos impúdicos a casi todas las profesiones que orbitan alrededor del mundo de la construcción. O sea, belicoso. Llegamos así a la conclusión de que las tres denominaciones tienen sus problemas, sin que aparezcan claras ventajas en ninguna de ellas, estando la tercera ya muy seriamente tocada por los tribunales. Sería por tanto el caso de pensar en una nueva y reconozco que le he dado más de una vuelta al asunto. Podríamos pensar por ejemplo en Licenciado en Construcción o algo parecido, con el grave inconveniente de que entonces no tendríamos a nadie a quien molestar, lo que sentaría un precedente extraño en nuestra historia profesional después de la trayectoria que llevamos, por lo que ya directamente me he decantado por proponer un título: Maestro Mayor. Sin duda la palabra maestro es una de las más hermosas de las que aparecen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua y representa a la persona que tiene una gran destreza o profundos conocimientos sobre una materia, así como al que enseña una ciencia, arte u oficio, por lo que coloca al que la ostenta en un grado de superioridad respecto a los que le rodean en un oficio cualquiera como puede ser el de la construcción, siempre y cuando esa maestría esté basada en sólidos conocimientos porque en la obra todos conocemos a demasiados supuestos maestros que nos hacen recordar aquel dicho del Maestro Ciruela, que no sabe leer y pone escuela. Por otra parte si leemos los antecedentes de nuestra profesión veremos que en la época de Felipe II siempre se hace mención del Maestro Mayor o Aparejador como títulos equivalentes, con lo cual devolveríamos la solera que merece a una profesión como la nuestra con tantos siglos de historia y cuyo uso tendría además la particularidad de resultar mucho más entretenido al conseguir alterar las gónadas del único sector de la construcción que nos falta por molestar, el de los Maestros de Obras. Concluye aquí esta pequeña disertación cuyo único objetivo era el de comentar en clave de humor la evolución de nuestra denominación de origen que, como en el caso de los buenos vinos, debe servir antes para proporcionar una buena sonrisa en los labios que una perforación de estómago. Manolo Beltrán Arquitecto Técnico