Giulio Cesare en París Escena de Giulio Cesare en París Ópera en Francia L por Jorge Binaghi Foto: Agathe Poupeney a capital francesa a veces apabulla. No basta con que simultáneamente se den en la Opéra de Paris Giulio Cesare (Garnier) y Francesca da Rimini (Bastille), sino que además de conciertos y recitales en otras salas, en el anfiteatro de la Bastille, para dar a conocer mejor la época y el espíritu de Riccardo Zandonai y Gabriele D’Annunzio (autores de música y texto de la Francesca en cuestión), hubo varios conciertos instrumentales más uno, el primero, destinado a las composiciones vocales sobre textos del autor o afines, de Respighi y Tosti, con un excelente cuarteto vienés (Aron), el pianista Donal Sulzen y… nada menos que Anna Caterina Antonacci (quien poco después cantaría en Pleyel, acompañada por la orquesta de Francia bajo dirección de John Eliot Gardiner, una sensacional ‘Muerte de Cleopatra’ de Hector Berlioz). Y por si fuera poco, también el Museo de Orsay, en el marco de las actividades de introducción a la próxima exposición sobre los prerrafaelitas, ofreció en su magnífico auditorio un concierto de autores ingleses y americanos más o menos contemporáneos del movimiento a cargo de Simon Keenlyside y Malcolm Martineau en una velada inolvidable que atesoraré por años. En el caso de las óperas, las puestas en escena fueron mal recibidas por la crítica y parte del público. Laurent Pelly en Julio César no hizo nada distinto de aquello por lo que hasta ahora se lo aclamaba, mayo-junio 2011 aunque tal vez haya cierto cansancio y rebuscamiento en este museo egipcio donde conviven momias faraónicas y el siglo XVIII. En cuanto a Giancarlo Del Monaco, que ubicó la tragedia en la casa y la época de D’Annunzio, cosa que el texto no sólo permite sino casi exige, sólo se entiende por algunos nostálgicos de la era de Gérard Mortier, entre los que no me cuento), el resultado fue alto y/o interesante. Natalie Dessay presentó una Cleopatra sensacional aunque es cierto que el timbre tiene poco brillo y hay algún que otro resentimiento en la emisión, pero su capacidad estilística y su magnetismo escénico arrasan con todo. Muy bien también Christophe Dumaux en su hermano Tolomeo. Lawrence Zazzo estuvo un poco menos en forma que otras veces en el protagonista, siendo siempre un excelente elemento. La aclamada Isabel Leonard (Sesto) me pareció interesante pero con defectos en la emisión del agudo y en la precisión de las agilidades. En cambio, fue extraordinaria la impresión causada por la contralto de origen armenio Varduhi Abrahamyan como la triste Cornelia. Flojos, por distintos motivos, Nathan Berg y Dominique Visse (Achilla y Nireno). La orquesta del Concert d’Astrée, con instrumentos de época, sonó bien, pero la dirección de Emmanuelle Haïm me resultó pobre, monótona, antidramática y sólo a partir del final del segundo acto pareció despertar. Francesca da Rimini es una obra difícil de escuchar y de ver, y sólo hay que agradecerle a la Opéra el haberla repuesto. Lástima que la protagonista de Svetla Vassileva, correcta, diste de lo ideal en el canto y en la dicción. Fue muy buena la dirección de Daniel Oren y extraordinario el Paolo de Roberto Alagna, en un papel pro ópera Foto: Mirco Magliocca que parece a su medida. George Gagnidze fue un adecuadamente brutal Giovanni lo Sciancato, de gran volumen, pero el segundo tenor, William Joyner, rayó a gran altura en su gran composición vocal y escénica del perverso tercer hermano, Malatestino. Entre los numerosos comprimarios destacaron el Ostasio de Wojtek Smilek, la Biancofiore de Grazia Lee, el Juglar de Yuri Kissin y Smaragdi o “la esclava” de la mezzo Cornelia Oncioiu. En cambio, en el importante aunque breve rol de Samaritana, la hermana de la protagonista, defraudó Louise Callinan, de Svetla Vassileva y Roberto Alagna en Francesca da Rimini agudo forzado. o Concierto en Bruselas U na sala expectante y con banderas y vivas peruanos esperaba a Juan Diego Flórez en su primer concierto con orquesta en Bruselas (no en Bélgica) y en su presentación en el Palais des Beaux Arts (hace unos años debutó en La Monnaie en un recital con piano). Lo más flojo estuvo en la labor de la Orquesta Nacional de Bélgica y su ocasional director, Alessandro Vitiello, y no pareció hacer mucho por inspirarla. En cuanto a Flórez, descomunal simplemente, aunque sea cada vez más evidente que se identifica con Rossini (simplemente ideal), Donizetti (en los bises los nueve dos de La fille du régiment en una versión abreviada de la famosa aria), Boieldieu (Una versión ejemplar de ‘Viens, gentille dame’) y el Verdi de Un giorno di regno. Si el aria de Roméo de la obra de Gounod fue magistral, es cierto que el resto del rol no parece para él y nuevamente se comprobó que no es en Rigoletto donde más va a brillar: cantó las tres arias (la segunda sin la cabaletta, por cierto) muy bien, con gran clase, técnica y estilo, pero ni el color ni la amplitud, ni el brillo ni el fraseo resultan ideales para el Duque. Claro que la variedad tienta, pero ¿por qué empeñarse en lograr un resultado sólo notable cuando se puede ser el número uno y con mención? por Jorge Binaghi pro ópera mayo-junio 2011