Algunas reflexiones sobre secuestros y toma de rehenes

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Algunas reflexiones sobre secuestros
y toma de rehenes
Silvia Elena Tendlarz
Miembro de la EOL y de LATIGO
Buenos Aires - Argentina
El mundo contemporáneo es testigo de distintas formas de privación ilegítima de la
libertad: secuestros, toma de rehenes, arrestos, desapariciones y hasta asesinatos. El
terror, la incertidumbre, el profundo desamparo, forman parte de las múltiples
maneras de atravesar una situación en la que se desconoce su salida.
Franqueado el umbral de no disponer ya de la propia libertad, las personas quedan a
merced del capricho del Otro. Pero no todos atraviesan de la misma manera una
situación extrema. No existe una respuesta-tipo. Con los llamados síndromes se busca
construir instrumentos de decodificación de un real imposible de inscribir
completamente en lo simbólico. Se hurtan así las diferencias, aquello que vuelve
único a un individuo. La confrontación imprevista con la muerte deja su rastro, y sin
lugar a dudas es una exigencia que va más allá de lo estipulado en el acuerdo
comunitario.
Con la creación del cuadro de "Estados de Stress Pos-Traumáticos" en 1976, incluido
en el DSM III, se contó con un instrumento de nominación de situaciones que
atraviesan los sujetos en nuestras guerras contemporáneas, que exceden los
enfrentamientos bélicos y se vuelven distintas formas de guerra civil. La violencia
actual, la destructividad que Freud distinguía de la agresividad, forma parte de nuestra
vida cotidiana. Las publicaciones de las últimas décadas dan cuenta de la vorágine
que conlleva a un doble movimiento: universalizar el horror en cuadros homogéneos,
en vistas de una pseudo-ciencia, pero, al mismo tiempo, desde otra perspectiva
radicalmente diferente, agujerear el todo en busca de lo particular en cada sujeto.
Los psiquiatras americanos han estudiado los secuestros ya sean por motivaciones
políticas, por delincuentes tomados por sorpresa, o incluso extorsivos. En los años 70
surgió un nuevo síndrome, el de "Estocolmo", caracterizado por una empatía
paradójica de los rehenes hacia sus secuestradores, explicado como una identificación
producto del estado de abandono absoluto. El acento fue puesto entonces en la
posición que toman los rehenes en relación a sus secuestradores mas que en sus
experiencias subjetivas y desde una perspectiva de identificación yoica propias del
psicoanálisis americano de la época.
Guy Briole, en una conferencia dictada en Bogotá sobre la toma de rehenes, subraya
que no se trata tanto de que el rehén tome partido por el secuestrador, como se plantea
en el Sindrome de Estocolmo, sino por su propia vida, por lo peligroso que también
resulta para él el momento de la liberación. Muchas veces prefieren que se responda a
lo que se les pide más que sean salvados a cualquier costo, incluso al precio de las
vidas de los rehenes como ha ocurrido en distintos lugares del mundo. Acentúa
entonces el respeto con el que debe escucharse el relato de las víctimas sin considerar
que cada vez que no se condena a los secuestradores se trata del Sindrome de
Estocolmo.
Señala a continuación la aparente paradoja de que el rehén pueda sentir que el riesgo
es menor cuando percibe que el otro está decidido a llegar hasta el final. Esto sucede
cuando, como en el caso de unos rehenes del Líbano que Guy Briole entrevistó,
prefieren morir antes de continuar en esa situación. No pueden dejar de pensar su vida
como abreviada y a veces se sienten incluso culpables.
Uno de los casos ilustrativos del Sindrome de Estocolmo es el siguiente. En diciembre
de 1975 siete terroristas del grupo Free South Moluccan Youth Mouvment capturaron
un tren en Amsterdam con 72 rehenes, que luego se redujeron a 23. Durante el
transcurso de las negociaciones dos rehenes fueron asesinados. El periodista Gerard
Vaders, el tercer rehén elegido para ser ejecutado, antes de la puesta en acto de la
ejecución programada, le pidió a otro rehén que transmitiera un mensaje a su familia,
dadas las dificultades que vivía junto a su esposa en esa época. Después de escuchar
esa declaración decidieron no matarlo, argumentando que podían matar a otros, y a
partir de ese momento ya no lo aislaron de los otros rehenes. Durante sus entrevistas
ulteriores dio cuenta de su sentimiento de culpabilidad en relación a la guerra y a los
riesgos que pasó su hermana en el campo de concentración de Dachau, en Alemania.
Al ser elegido como la tercera víctima se resignó ante la inminencia de la muerte y
comenzó a hacer un balance de su vida. Cuando finalmente no lo mataron, se sintió
culpable y, a pesar de que sabía que eran unos asesinos, sintió compasión por esos
hombres que llegaron como dioses y que al final se sentían desesperados, con la
impotente impresión de que todo eso fue en vano. Este sentimiento, junto a la
redacción de algunos artículos de crítica contra el gobierno, lo llevaron a ilustrar el
Sindrome de Estocolomo. No obstante, su culpa, su franqueamiento frente a la
muerte, no logra ser absorbida por ningún sindrome. Sin duda, se trata de la culpa del
inocente frente a la culpabilidad de sus secuestradores, retomada en la particularidad
de su historia.
Durante la reciente entrevista a Samuel Doria Medina, publicada en Látigazo Nº 31, él
da cuenta de su experiencia subjetiva durante su secuestro. Durante 45 días estuvo
secuestrado por el Movimiento Tupac Katari de Liberación en el año 1995, tiempo de
profunda incertidumbre para él mismo y para su familia acerca de su destino. "A los
pocos minutos que me secuestraron, dice, asumí que iba a morir, hice un balance de
mi vida y acepté la muerte. En lugar de amargarme me liberó". Compara luego su
experiencia personal con la relatada por el escritor García Marquez en su texto
Noticia de un secuestro, en el que una mujer se reconcilia con la muerte al ser
secuestrada y a partir de ese momento se siente mejor ante el tiempo adicional de vida
que experimenta que puede tener.
Al salir, Samuel Doria Medina se reencuentra con su familia y con el irremediable
efecto sobre sus padres. Pero señala algo más que casi se podría pensar aleatorio,
secundario, pero que se vuelven el colofón de su experiencia subjetiva. Al salir queda
impactado por los colores fuertes de la naturaleza puesto que su vida de encierro
transcurrió en color sepia al pasar su tiempo prácticamente a oscuras.
Los colores de la vida cambian de acuerdo a cada sujeto. El impacto del secuestro, la
perentoriedad de la muerte, lleva a que algunos, no todos, se reconcilien o se
entreguen a ella. Pero sin lugar a dudas el verdadero desafío comienza cuando deben
intentar apropiarse del acontecimiento que han atravesado, establecer un vínculo con
su historia, subjetivar aquello que se inscribe como un trauma.
Recuperar la libertad es también poder recuperar cómo decir la propia historia.
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1
Boletín Latigazo Nº 3 http://www.latigolacaniano.com/español.html
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