Doce normas para debatir Arturo Merayo Ejercicio en grupos. Se divide la clase en grupos de cuatro personas. Cada miembro del grupo recibe tres normas para debatir del libro de Arturo Merayo Curso práctico de técnicas de comunicación oral. Debe leer, subrayar y adaptar a su propia experiencia cada una de ellas y prepararlas para exponérselas, como si fuera el profesor, a los otros tres miembros de su grupo. Se le pide a cada alumno que utilice sus propias palabras y un breve guión y que invente un ejemplo que aclare cada norma. Una vez que cada alumno haya ensayado la exposición se saca al azar a cuatro alumnos que expongan las normas que han ensayado a toda la clase. Regla 1. No hay que persuadir al adversario. No pretenda convertir a su adversario. En cualquier confrontación ideológica seria, la posibilidad de conseguirlo es tan remota que ha de ser desechada pues difícilmente puede constituirse en objetivo razonable. Regla 2. Atención al orden del día. Preste mucha atención al orden del día pues quien define los temas y determina las prioridades está ya en camino de vencer. Por ejemplo, si usted pretende criticar el aborto, el debate debe girar en torno al derecho a la vida y no sobre la situación que pudiera padecer la madre, por más injusta o penosa que ésta resultara; en cualquier caso, conculcar el derecho a la vida de un ser que no puede defenderse es aún más injusto e inhumano. Trasladar el debate a la situación de las gestantes es cambiar el orden del día puesto que, en ese caso, la polémica ya no versaría sobre el aborto sino acerca de la asistencia médica, psicológica o económica que deberían de recibir las madres, cuestión en la que probablemente apenas existan excesivas discrepancias. Esta regla exige a menudo que, antes de comenzar el debate, haya una discusión previa con los organizadores, así como con el propio adversario. Es igualmente importante, por las mismas razones, evitar que el oponente imponga su lenguaje y sus conceptos en el debate. Una equivocada tolerancia a la hora de responder a una agresión semántica pueden conducir a entregar sin lucha al contrario el control sobre los términos de la discusión. Así ha ocurrido muchas veces al aceptar el término socialista para calificar a los Estados totalitarios comunistas; tampoco el régimen de Franco fue una democracia orgánica; ni la extorsión económica de ETA puede calificarse como impuesto revolucionario. Regla 3. Predicar al convencido. Predicar al convencido, lejos de ser una actividad superflua, es algo vital. El fortalecimiento del compromiso, de la convicción y de la moral de los que ya están de nuestra parte es una tarea esencial, tanto para vincularles más estrechamente con la causa como para enseñarles a exponerla mejor. Persuadir al convencido es una táctica que emplean también constantemente innumerables firmas comerciales por medio de sus campañas publicitarias; todos los españoles conocemos El Corte Inglés: sabemos dónde está, qué se puede comprar y la calidad de su servicio; y a pesar de ello se nos intenta persuadir una y otra vez mediante estrategias de publicidad de recuerdo. Regla 4. No se olvide de la mayoría de indecisos. No olvide nunca a los neutrales: de modo casi invariable, constituyen la inmensa mayoría. Esto quizás parezca obvio, pero ocurre a menudo que en el fragor de la batalla los neutrales son olvidados. La confrontación llega a hacerse un fin en sí misma más que un medio para influir en la opinión pública, y de este modo las mejores armas para tambalear al enemigo –ingenio, originalidad y combatividad– tienen muchas veces efectos contraproducentes en los neutrales e indecisos, que suelen ser, por cierto, más fácilmente convencidos a través del buen sentido, la amabilidad y la mesura. Aquí se aplica el conocido consejo para la autopromoción: siempre que se le ocurra algo que le haría aparecer como particularmente brillante, considere al menos la conveniencia de sustituirlo por algo que le haga adquirir una imagen de seriedad moral e intelectual y de honradez. Regla 5. Determine su audiencia. Tenga en cuenta que, al menos potencialmente, se está dirigiendo a públicos muy diversos. Determine si en cada ocasión concreta es mejor apelar a muchas audiencias distintas –lo que generalmente exige una postura de escaso compromiso y una exposición comedida–, o concentrarse solamente en una audiencia particular, aun a riesgo de dejar fuera otras. Esto lo saben muy bien los políticos que, por lo general, sacrifican el impacto sobre un grupo reducido en aras de un alcance más amplio. Por eso no es extraño que las declaraciones de los políticos les parezcan con tanta frecuencia anodinas a aquellos que las juzgan con criterios exclusivamente intelectuales. No obstante, a veces el efecto en un grupo pequeño es decisivo. Si, por ejemplo, un ministro de Economía anuncia, pensando sólo en el gran público, una drástica reducción de las tarifas telefónicas, es posible que el mensaje sea recogido también por los accionistas de la compañía y que su valor en bolsa caiga inmediatamente con estrépito. Regla 6. No se canse de repetir. Esté dispuesto a repetir las mismas cosas muchas veces. Cuando tenga un buen argumento, no se canse de repetirlo. El éxito en los debates ideológicos es en gran parte una cuestión de constancia, pues hay que librar las mismas batallas una y otra vez. Siempre habrá alguien que no le haya oído antes y, entre los que ya le han escuchado, la mayoría solamente asimilan las cosas cuando les han sido expuestas varias veces. Harían bien en atender al comentario de Wellington durante la batalla de Waterloo: «Duro golpe éste, caballeros; veamos quién es el que golpea por más tiempo.» Un importante corolario de esta regla, y que enlaza con la siguiente, es éste: no complique en exceso su argumentación. Concéntrese en unos pocos puntos básicos. Regla 7. Saber decir y saber callar. Saber qué es lo que se debe decir y qué puede uno permitirse el lujo de omitir es una de las grandes virtudes del polemista. Es verdaderamente sorprendente comprobar cómo polemistas experimentados y de buena reputación desperdician tiempo y energías defendiendo cosas irrelevantes o marginales. El principio de economía aplicado a la polémica tiene una utilidad múltiple. Delimita el terreno que hay que defender y proporciona más tiempo o espacio para concentrarse en lo que es realmente esencial. La liberalidad para conceder o ignorar lo que es accesorio hará que a los demás les sea difícil etiquetarnos de dogmáticos y facilitará que causemos una buena impresión a ]os neutrales. Y quizás tenga el efecto desconcertante para nuestro contrario de una llave de judo, cuando el oponente descubra que estamos dispuestos a ceder en lo que él creía que nos sentiríamos obligados a rebatir. Regla 8. Los ejemplos pueden traicionar. Tenga cuidado al emplear ejemplos históricos y analogías. Muchas veces su valor ilustrativo resulta anulado por su efecto de distracción. El público tenderá a concentrarse en el contenido anecdótico del episodio relatado, en si era pertinente citarlo o en el valor de la analogía en general, y a ignorar la función que originalmente tenía. Antes de que nos demos cuenta, nos habremos salido del camino. No quiero decir con esto que no se deban emplear en absoluto los ejemplos y analogías. Por el contrario, a menudo son una eficaz manera de encauzar el debate, sobre todo cuando la analogía enlaza la materia discutida con la experiencia personal de la audiencia. Pero, en general, hay que ser comedido con las comparaciones, escogerlas cuidadosamente y estar bien preparado para exponer y defender las que se han escogido. Regla 9. Citas sorprendentes. Al invocar una cita de autoridad, hemos de dar preferencia, siempre que sea posible, a fuentes que no se identifiquen con nuestra postura. Intentaremos citar a alguien al que nuestros oponentes consideren impecable y omnisciente. Eso no les convencerá, pero les confundirá, y, de paso, impresionará a los neutrales. Por tanto, si quiere usted criticar los nacionalismos y hacer ver que en ellos subyacen posiciones racistas, no recurra a citas de conocidos centralistas. Argumente, por ejemplo, con el padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana. Regla 10. Razones y motivos del contrario. Evite enzarzarse en una discusión sobre las intenciones del oponente en lugar de rebatir sus argumentos. Los motivos pueden explicar el error, al distorsión y la falsedad pero no pueden demostrarlos. Además, las intenciones son en cualquier caso difíciles de demostrar de manera convincente. Todo esto significa que la discusión sobre las intenciones está fuera de lugar en una polémica. Y, en todo caso, su sitio no se encuentra al principio sino al final, cuando los hechos han sido probados y el error ha quedado al descubierto. Además, es mucho mejor llevar suavemente a la audiencia para que sea ella quien obtenga por sí misma sus conclusiones acerca de las intenciones. Por eso es preferible pedir al público que considere qué motivos son más consistentes y dan mejor cuenta de una determinada línea de conducta que ser excesivamente insistente y machacón. Regla 11. Un dato oportuno. Imite al iceberg. Hay que evitar sobrecargar la exposición con datos, pues la capacidad de asimilación media de la gente es muy limitada. No obstante, los datos empleados con mesura pueden resultar muy efectivos para conseguir credibilidad, proporcionar una imagen de autoridad y poner al oponente a la defensiva. Regla 12. Conocer al adversario. Ponga particular empeño en comprender la postura de su adversario, y en entenderla no en una simple versión caricaturesca o superficial, sino en su versión más profunda, pues, mientras no haya rebatido la otra postura en su forma más sólida, no habrá rebatido en absoluto. No es casualidad que muchos de los más eficaces anticatólicos hayan estado antes dentro o muy cerca de la religión católica. Conociendo a su adversario, podrá prever sus líneas de ataque y considerar el mejor modo de hacerlas frente. También le permitirá criticar la posición contraria, tanto desde dentro como desde fuera. El uso de la clásica táctica jesuítica de aceptar las premisas del adversario para volverlas después contra él, es muy eficaz y particularmente divertido. Corolario: que sea verdad. Antes de emplear estas y otras estratagemas en un debate, asegúrese de que la postura que ha decidido defender es intelectual, moral y políticamente merecedora de sus esfuerzos. Estar del lado del bien y de la verdad no garantiza el éxito, pero permaneciendo iguales las demás circunstancias ciertamente ayuda. Texto adaptado de Arturo Merayo: Curso práctico de técnicas de comunicación oral.