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¿Qué hay detrás de la campaña mediática contra el Papa?
Massimo Introvigne
Avvenire, 18/03/2010
Vuelve a hablarse de sacerdotes pedófilos, con voces acusatorias que se
refieren insistentemente a Alemania y tentativas de involucrar a personas
cercanas al Papa. Creo que la sociología tiene mucho que decir al respecto
y no debería callarse por miedo de crear algún descontento. La actual
polémica sobre los sacerdotes pedófilos –considerada desde el punto de
vista del sociólogo– representa un ejemplo típico de «pánico moral». Este
concepto nació en los años Setenta para explicar cómo algunos problemas
son objeto de una «hiperconstrucción social».
Más precisamente los
«pánicos morales» han sido definidos como problemas socialmente
construidos y caracterizados por una amplificación sistemática de los
datos reales, sea en la representación mediática que en la discusión
política. Se ha mencionado otras dos características como típicas de los
«pánicos morales». En primer lugar, problemas sociales que existen desde
hace décadas son reconstruidos en las narrativas mediáticas y políticas
como si fueran «nuevos», o como objeto de un presunto y dramático
incremento recientemente. En segundo lugar, su incidencia es exagerada
por estadísticas folklóricas que, aunque no están confirmadas por estudios
serios, son repetidas de un medio desde comunicación a otro, pudiendo así
inspirar campañas mediáticas persistentes.
Philip Jenkins ha subrayado
el papel que, en la creación y gestión de estos pánicos, desempeñan los
«empresarios morales», cuyos propósitos no siempre están claros. Los
«pánicos morales» no hacen bien a nadie. Distorsionan la percepción de los
problemas y comprometen la eficacia de las medidas que deberían
resolverlos. A un mal análisis no puede sino seguir una mala intervención.
Hablemos claro: los «pánicos morales» tienen en sus inicios condiciones
objetivas y peligros reales. No inventan la existencia de un problema, pero
exageran sus dimensiones estadísticas. En una serie de valiosos estudios
el mismo Jenkins ha mostrado cómo la cuestión de los sacerdotes
pedófilos es quizás ejemplo más típico de un «pánico moral». En él se
hallan presentes, en efecto, los dos elementos característicos: un dato real
como punto de partida y una exageración de este dato por obra de
ambiguos «empresarios morales».
Comencemos por el dato real. Existen
sacerdotes pedófilo, Algunos casos son al mismo tiempo estremecedores y
repugnantes, y han llevado a la condena definitiva de sus autores, que en
ningún momento se han declarado inocentes. Estos casos –en los Estados
Unidos, Irlanda, Australia– explican las severas palabras del Papa y su
pedido de perdón a las víctimas. Aun cuando los casos fueran sólo dos –
por desgracia son muchos más– serían siempre demasiados. Pero desde el
momento que pedir perdón –aunque sea cosa noble y oportuna– no basta,
sino que es necesario evitar que los casos se repitan, no es indiferente
saber si éstos son dos, doscientos o veinte mil. Y tampoco es irrelevante
saber si el número de casos es mayor o menor entre sacerdotes y religiosos
católicos que en otras categorías de personas. Los sociólogos a menudo
son acusados de trabajar fríamente sobre cifras, pero no se olvide que en
este asunto detrás de cada número hay un caso humano.
Las cifras,
aunque no sean suficientes, son necesarias. Son el presupuesto de todo
análisis adecuado. Para entender cómo de un dato trágicamente real se ha
pasado a un «pánico moral» es, pues, necesario preguntarse cuántos son
los sacerdotes pedófilos. Los datos más completos han sido recogidos en
los Estados Unidos, donde en el año 2004 la Conferencia Episcopal
encargó un estudio independiente al John Jay College of Criminal Justice
de la City University de Nueva York, che no es una universidad católica y
es reconocida unánimemente como la más autorizada institución
académica de los Estados Unidos en materia de criminología.
Este
estudio nos dice que, entre 1950 y 2002, 4.392 sacerdotes
estadounidenses (sobre más de 109.000) fueron acusados de relaciones
sexuales con menores. De éstos poco más de un centenar fueron
condenados por tribunales civiles. El bajo número de condenas por parte
del Estado depende de diferentes factores. En algunos casos las
verdaderas o presuntas víctimas habían denunciado a sacerdotes ya
difuntos, o se habían agotado los plazos de prescripción. En otros, a la
acusación y la condena canónica no correspondía la violación de la ley
civil: es el caso, por ejemplo, en varios Estados norteamericanos, de un
sacerdote que hubiera mantenido una relación consentida con una o
también con un menor de más de 16 años.
Pero existen también
muchos casos clamorosos de sacerdotes inocentes acusados. Estos casos
incluso se multiplicaron en los años Noventa, cuando algunos bufetes
legales descubrieron que podían arrancar compensaciones millonarias en
base hasta de simples sospechas. Los llamados a la «tolerancia cero» están
justificados, pero tampoco debería haber ninguna tolerancia para los que
calumnian a sacerdotes inocentes. Añado que para los Estados Unidos las
cifras no cambiarían significativamente en el período 2002-2010, pues ya
el estudio del John Jay College señalaba el «declive notabilísimo» de los
casos a comienzos de los años 2000.
Ha habido pocas acusaciones
nuevas y poquísimas condenas a causa de las medidas rigurosas
introducidas tanto por los obispos estadounidenses como por la Santa
Sede. ¿Afirma acaso el estudio del John Jay College, come a menudo se
lee, que el 4% de los sacerdotes norteamericanos son «pedófilos»? De
ningún modo. De acuerdo con esa investigación el 78,2% de las
acusaciones se refiere a menores que han alcanzado la pubertad. Tener
relaciones sexuales con una chica de diecisiete años no es ciertamente
algo encomiable, mucho menos para un sacerdote, pero no es pedofilia.
Por lo tanto, los sacerdotes acusados de verdadera pedofilia en los Estados
Unidos son 958 en 52 años, unos 18 al año.
Las condenas fueron 54,
prácticamente una al año. El número de condenas penales de sacerdotes y
religiosos en otros países es similar al de los Estados Unidos, aunque para
ninguno de ellos se dispone de un estudio completo como el del John Jay
College. Frecuentemente se citan una serie de informes gubernamentales
en Irlanda, que definen como «endémica» la presencia de abusos en los
colegios y en los orfanatos (masculinos) gestionados por algunas diócesis y
órdenes religiosas. No hay dudas de que en tales instituciones haya habido
casos –incluso muy graves– de abusos sexuales sobre menores en ese país.
El examen sistemático de esos informes muestra, en cualquier caso, que
muchas de las acusaciones se refieren al uso de medios de corrección
excesivos o violentos. El llamado Informe Ryan de 2009 –que emplea un
lenguaje muy duro respecto a la Iglesia Católica– reporta, sobre 25.000
alumnos de colegios, reformatorios y orfanatos durante el período que
examina, 253 acusaciones de abusos sexuales sobre chicos y 128 sobre
chicas, no todos atribuidos a sacerdotes, religiosos o religiosas, de
diferente naturaleza y gravedad, raramente referidos a niños prepúberes.
Dichas acusaciones raramente han desembocado en condenas.
Las
polémicas de estas últimas semanas que tienen que ver con situaciones
surgidas en Alemania y Austria muestran una característica típica de los
«pánicos morales»: se presentan como «nuevos» hechos que se remontan a
hace muchos años, en algunos casos hasta de más de treinta años, y en
parte ya conocidos. El hecho de que –con particular insistencia en lo que
toca al área geográfica bávara, de la que es natural el Papa– sean
presentados en la primera plana de los diarios acontecimientos de los años
Ochenta como si hubieran tenido lugar ayer mismo, y nazcan de ellos
capciosas polémicas en forma de ataque concéntrico, que cada día anuncia
en estilo sensacionalista nuevos «descubrimientos», muestra bien cómo el
«pánico moral» es promovido por «empresarios morales» de manera
organizada y sistemática.
El caso que –como han titulado algunos
periódicos– «involucra al Papa» es, a su manera, de libro. Se refiere a un
episodio en el que un sacerdote de Essen, culpable de abusos, fue acogido
en la Archidiócesis de Münich y Frisinga, de la cual fue ordinario el actual
Pontífice, remontándose el asunto a 1980. El caso salió a la luz en 1985 y
fue juzgado por un tribunal alemán en 1986, llegándose a establecer que
la decisión de acoger en la Archidiócesis al sacerdote en cuestión no había
sido tomada por el cardenal Ratzinger, que ni siquiera sabía de ella, lo cual
no
es
extraño
en
una
gran
diócesis
con
una
compleja
burocracia.
Debería preguntarse uno por qué en estos momentos un
diario alemán decide exhumar el caso y llevarlo a primara plana 24 años
después de la sentencia. Una pregunta desagradable –porque simplemente
el plantearla parece que es como ponerse a la defensiva y no consuela a las
víctimas– pero importante consiste en si ser sacerdote católico es una
condición que comporta un riesgo de convertirse en pedófilo o de abusar
sexualmente de menores –ambas cosas que, como se ha visto, no
coinciden, ya que quien abusa de una persona de dieciséis años no es un
pedófilo– más elevado respecto al resto de la población.
Responder a
esta pregunta es fundamental para descubrir las causas del fenómeno y,
por lo tanto, poder prevenirlo. De acuerdo con los estudios de Jenkins, si
se compara la Iglesia Católica de los Estados Unidos con las principales
denominaciones protestantes se descubre que la presencia de pedófilos es
–según las denominaciones– de dos a diez veces más alta entre los
pastores protestantes respecto a los sacerdotes católicos. La cuestión es
importante porque muestra que el problema no es el celibato: los pastores
protestantes, en su mayor parte, son casados. En el mismo período en el
que un centenar de sacerdotes norteamericanos era condenado por abusos
sexuales a menores, el número de profesores de gimnasia y entrenadores
de equipos deportivos juveniles –también éstos casados en su gran
mayoría– juzgado culpable del mismo delito por los tribunales
estadounidenses rozaba los seis mil.
Los ejemplos podrían continuar, y
no sólo en los Estados Unidos. Sobre todo, ateniéndonos a los informes
periódicos del gobierno norteamericano, cerca de dos tercios de las
molestias sexuales a menores no provienen de extraños o de educadores –
incluyendo sacerdotes y pastores– sino de familiares: padrastros, tíos,
primos, hermanos y, desgraciadamente, también padres. Datos semejantes
existen para muchos otros países. Aunque sea políticamente incorrecto
decirlo, hay un dato que es bastante más significativo: más del 80% de los
pedófilos son homosexuales, es decir, varones que abusan de otros
varones. Y –citando una vez más a Jenkins– más del 90% de los sacerdotes
católicos condenados por abusos sexuales a menores y pedofilia es
homosexual. Si en la Iglesia Católica puede haber habido efectivamente un
problema, éste no tiene nada que ver con el celibato sino con una cierta
tolerancia de la homosexualidad, en especial en los seminarios en los años
Setenta, cuando fue ordenada la gran mayoría de sacerdotes más tarde
condenados por tales abusos. Es un problema que Benedicto XVI está
corrigiendo enérgicamente.
En términos más generales, el retorno a la
moral, a la disciplina ascética, a la meditación sobre la verdadera y gran
naturaleza del sacerdocio, constituyen el antídoto último a la auténtica
tragedia que es la pedofilia. También para esto debe servir al Año
Sacerdotal. Respecto a 2006 –cuando la BBC emitió el documental-basura
sobre el parlamentario irlandés y activista homosexual Colm O’Gorman– y
a 2007 –cuando Santoro propuso la versión italiana en el programa
Annozero de Raidue– non hay, en realidad, nada nuevo, excepto la
creciente severidad y vigilancia de la Iglesia.
Los casos dolorosos de los
que más se habla en estas semanas no son siempre inventados, pero se
remontan a veinte o incluso a treinta años hace. Tal vez sí hay alguna
novedad. ¿Para qué exhumar en 2010 casos antiguos o muy a menudo ya
conocidos al ritmo de uno por día, atacando cada vez más directamente al
Papa –ataque, por lo demás, paradójico si se considera la enorme
severidad del cardenal Ratzinger antes y de Benedicto XVI después sobre
este tema? Los «empresarios morales» que organizan el pánico tienen una
agenda que se da a conocer cada vez más claramente y que no está
realmente centrada en la protección de los niños. La lectura de ciertos
artículos nos muestra cómo lobbies muy poderosos pretenden descalificar
preventivamente la voz de la Iglesia con la acusación más infamante y hoy,
por desgracia, también más fácil: la de favorecer o tolerar la pedofilia.
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