CRÓNICAS CACOEUETÉREAS El cuaderno de Sheherazada y las

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CRÓNICAS CACOEUETÉREAS
El cuaderno de Sheherazada y las vaquitas de Anchorena
22 de agosto de 2009
El fin de semana pasado anduve andando por la Docta. El congreso fue de los realmente
buenos – al margen, claro, de las infaltables chantadas de siempre -; pero me emociona
recordar, como me emocionó presenciar, algo tan bueno, hecho tan bien, a puro pulmón
en un país que hace rato que no ayuda. Iba a escribir mi sempiterna crónica, que se me ha
terminado amontonando con otras dos que debo, de los sendos fines de semana en Tandil
y Gualeguaychú, pero sería casi un insulto. Como lo sería darle más vueltas que esta que le
doy ahora al muchacho sin brazos y casi sin piernas, erguido, todo cabeza (una cabeza
calva e inteligente, como las que se ven, sin ir más lejos en las aulas de cualquier
universidad), plantado, más que parado, sobre los pies que le asomaban debajo del
vientre, como un pingüino intelectual. La figura era terrible, pero no grotesca, porque el
muchacho (treinta años le doy, acaso menos) estaba ahí, inmóvil, como una muñeca rusa,
con una camisa limpia y una riñonera ciñéndole el vientre, como si no supiese o no le
importara su aspecto de Humpty Dumpty. Tal vez pedía limosna (¿qué otra cosa podría
estar haciendo ahí, en la peatonal, aquel sábado al mediodía, entre los tendidos de
mercachifles de artesanías o DVD truchos?). No quise detenerme a averiguarlo. Y hasta
este momento no había vuelto a acordarme de él. La evocación se me vino colada con esta
otra, de hará, si acaso, veinte minutos y dos horas.
Salí de casa camino de la de mi gran gomía Jaime Botana, hijo de Helvio (cuyo “Tras los
dientes del perro” debiera ser lectura obligatoria de todo triste), y nieto de Natalio, el de
Crítica, que vive en un departamento que le presta algún bacanazo de aquellos, en la
esquina de Basabilbaso y Libertador. El humo de la pipa me llevó primero por Arenales,
luego por Libertad y finalmente por Juncal. En la plazoleta donde confluye el tránsito que
viene de lo más rancio del Barrio Norte, Embajada de Francia al fondo (ex palacio de los
Ortiz Basualdo, donde se alojó en 1916 el todavía Príncipe de Gales, a quien tanto le gustó
la suite que le concedieron los anfitriones que, no bien regresó su pago, mientras sus
compatriotas de a pie caían como moscas en Gallipoli o las trincheras de Francia, se hizo
reformar el ala que le tocaba del Palacio de Windsor en perfecta imitación del modelo
porteño). Donde confluye, había empezado a decir, el tránsito que viene de la Plaza Carlos
Pellegrini con el que acaba de atravesar la villa 31, a lo Sheherazada, sobre una alfombra
rasposa en uno de cuyos ángulos dormía un osito de peluche ya casi sin peluche, rodeada
de un pequeño caos de bultos de donde asomaba un termo sin tapa y una botella de
gaseosa, una mujer – bien aindiada, desde luego - de tal vez ni treinta, con un bebé sobre
el regazo aferrado a la teta lánguida, sostenido por el brazo izquierdo de su madre, y una
mocosita de digo yo que siete u ocho, de cabello renegrido y moño malva, y ojos azabache
intenso y encendido.
En la mano libre, la mujer tiene abierto un cuaderno rojo. En las páginas que atisbo, casi
palotes, letras y sílabas en lápiz. La niña mira con concentración absoluta: está
aprendiendo a leer. Ahí, sobre la alfombra del millón y otro millón de noches, entre las 4x4
y los BMW y los taxis, el osito de peluche ya casi sin peluche esperando pacientemente su
turno. Ahí están las tres, tan parecidas a Alguienita y Valeria y Xóchitl, sentadas en el
estudio, en frente del cuarto de juegos.
Casi me da vergüenza la limosna que le doy sin que me la haya pedido. Me agradece con
una sonrisa. La purretita me mira como invitándome a que me quede a leer o jugar con
ella.
El semáforo providencial (siempre hay que creer en alguna Providencia que ayude en
tamaños trances) me abre el paso y sigo. Atravieso Esmeralda, con la hermosa fuente en la
esquina; bordeo esa maravilla de Edificio Estrogamou, que para dar algo que mirar a los
porteños que entonces tenían auto, tiene al fondo de la entrada de vehículos la otra
reproducción en bronce, tamaño natural, de la Victoria de Samotracia (la primera es “La
degollada” del hipódromo de Montevideo; parece que las fundieron en yunta y las trajeron
en el mismo vapor), giro a la izquierda en Basabilbaso y subo al entrepiso B. Pinto (tardé
mucho en enterarme del “Jaime”, está organizando un portal hebdomadario sobre los
espectáculos musicales de la Argentina, pero para mañana tiene que terminar su crítica del
concierto que la Filarmónica de Israel dio el jueves en el Gran Rex). Me ha llamado – anda
con dificultad para desplazarse sin ayuda - para devolverme unos discos y hacerme un
regalo de cumpleaños anticipado: el DVD de El Caballero de la Rosa dirigido por Kleiber,
Carlos, (que tuvo que dejarse de llamar Karl porque en aquella época en la Argentina
estaban prohibidos los nombres exóticos).
Desando lo andado y vuelvo a atravesar la Nueve de Julio. En la plazoleta, Sheherazada ha
dejado de contar a su Valeria el hermoso cuento del abecedario y ahora está aplicada a
despiojarla, con la tierna minuciosidad de un chimpancé.
Y yo, que no puedo con la guerra de lo que siento y lo que pienso, me acordé no solo del
hombre-bolo de la Docta, sino de un tal Mario Llambías profanando nuestra memoria con
un homenaje a Martínez de Hoz (no al ungido por los genocidas, que tan decisivamente
contribuyó a tejer la alfombra de mi Sheherazada, sino al primero, el que se hizo
estanciero con los miles y miles de hectáreas que le regalo mi general Julio Argentino – es
un decir – Roca, regadas con la sangre de los indios diezmados) y un tal Hugo Biolcatti, que
desde el predio ahora parece que medio trucho de la Sociedad Rural tuvo el descaro de
hacerse gárgaras con la pobreza.
¿Cuánta sangre el día que el cielo se enrolle como un libro que se abre y el Ángel de la
Justicia nos aturda con su implacable trompeta? Yo, que siempre he soñado con “la”
Revolución como quien entrevé el banquete alborozado de los que no han tenido qué
comer, casi me alegro de no llegar a vivir para verla.
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