FIESTA DE SAN CAYETANO 7 de agosto de 2008 Queridos hermanos y hermanas: Una vez más nos hemos reunido en la casa de Dios, en este querido santuario, para celebrar el don de la vida y el amor y para seguir recogiendo del testimonio de San Cayetano el trabajo incansable por los más pobres y enfermos y pedir a Dios por nuestras familias, para que tengamos siempre pan, paz y trabajo. El lema que hoy con convoca nos invita a prestar atención a la Palabra que se ha proclamado. “Tu Palabra, Señor, es la verdad y la luz de mis ojos” (Salmo 18). Y realmente las lecturas del día de hoy son muy hermosas, son verdad y son luz para nuestro peregrinar. Nos ayudan a descubrir el rostro misericordioso de Dios, en estos años de preparación al jubileo diocesano. En el libro del Eclesiástico Dios se nos presenta como el Padre “compasivo, que perdona nuestros pecados y nos salva en el momento de la aflicción.” (2,11) Muchas veces la vida nos pone a prueba y nos plantea momentos difíciles y delicados, donde nos parece que Dios está lejano o que mira hacia otra parte... El pueblo de Israel también vivió esta misma experiencia, pero desde su fe supo encontrar la caricia suave de Dios, el aliento profundo, la mano tendida, la esperanza segura de saber que todo tiene valor y sentido en el proyecto providencial de salvación. Dios nunca deja de estar presente, en las buenas y en las malas. Dios siempre “salva en los momentos de dolor”. Parece fácil decirlo, pero es una constante que recorre toda la Sagrada Escritura que nos garantiza esta presencia siempre nueva y cercana del Dios de la Vida. San Cayetano vivió seguro y apoyado en esta firme convicción. En medio del dolor de sus enfermos incurables encontraba el espacio sagrado donde Dios se le manifestaba en cada rostro sufriente. Solía decir Cayetano: “en el hospital lo encontramos personalmente, lo vemos a Dios cara a cara”. La lectura de los Hechos de los Apóstoles pone de relieve los rasgos propios de la comunidad cristiana que aparece como signo de la nueva humanidad nacida de la resurrección de Jesús. “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma... Ninguno padecía necesidad.” (4, 32.34) Es el desafío a soñar y construir la utopía cristiana del amor fraterno. Es un planteo sincero de parte de Dios hacia nosotros para que cada una de nuestras comunidades vivan el mandamiento nuevo del amor llevado hasta las últimas consecuencias. Este mensaje es para hoy y es para nosotros. La fe en Jesús resucitado, vivida a fondo, nos lleva a la comunión total en la caridad solidaria y comprometida, que se traduce en unanimidad, en una justa distribución de los bienes y en una ayuda mutua ante toda necesidad. Ese es el ideal que se nos propone: la propuesta exigente de un amor sin fronteras. Este es el testimonio que la comunidad cristiana, como lo fue la primera, debe aportar a nuestra ciudad de Río Gallegos, que así nos reconocerá como discípulos de Jesús precisamente por el amor y por la unidad. Urgidos y preocupados por los momentos que estamos viviendo, se hace necesario acrecentar nuestros reflejos de solidaridad, que sostengan la confianza de quienes menos tienen. Hay lugares de nuestra ciudad que parecen ya formar parte del cotidiano vivir y no nos permiten descubrir tantos hogares que no tienen lo mínimo para una vida digna. Conocemos espacios que, usurpados por la necesidad o por el engaño de ideologías intolerantes, albergan familias en situaciones indignas, en terrenos reciclados que hacen imposible poder vivir dignamente. No podemos olvidar lo que nos decía el Papa Pablo VI, comprometiendo nuestra fraternidad: “todo hombre es mi hermano”. Este es el fundamento moral que tiene que mover el corazón de cada uno de nosotros. La solidaridad, como virtud que sostiene y da fortaleza a una comunidad de fe, debe expresarse en términos de equidad, de justicia, y de caridad, rechazando todo lo que divide, humilla, hiere y difama. La fraternidad y la solidaridad reclaman necesariamente de toda la sociedad, comportamientos de honestidad, de austeridad y de sensibilidad social. Debemos ser idóneos y creativos para gestar propuestas generosas que posibiliten la solución rápida a situaciones que, a veces, ya son extremas. La falta de trabajo estable y de una vivienda digna se convierten en la mayor pobreza del hombre, de nuestras familias, de nuestra ciudad. En el Evangelio, Jesús nos dice: “No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. (...) Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.” (Lc 12, 32-34). El Reino de Dios ya está entre nosotros. Es la presencia maravillosa y transformante de Jesús en medio nuestro, vivo y resucitado para siempre. Es el regalo que Dios, nuestro Padre, nos hace momento a momento. Es El quien nos libra de todos los males y nos quiere a todos por igual. En el corazón de Dios no hay distinciones de edades, de género, de razas o naciones. Nacidos y criados, migrantes e inmigrantes, todos somos sus hijos. Y, como a hijos amados, nos quiere sanos, felices, con trabajo, con techo, con educación, con salud, con hogares y familias llenos de vida. “Vendan sus bienes y denlos como limosna”. Desde esta dimensión de fe, nos ayudamos todos a ejercer con responsabilidad y protagonismo social, poniendo la vida en actitud de servicio, ofreciendo nuestro tiempo o privándonos con esfuerzo de algo (un proyecto, una idea, un alimento, un vestido, dinero, tiempo libre) para compartir con los que menos tienen. Esto implica desprendimiento y sacrificio. Pero sabemos también que este acto de amor sana y purifica nuestro corazón enfermo de egoísmo. La fuerza de la oración y la práctica de la caridad son los pilares de la renovación personal y social en la vida de cada uno, en la vida de cada comunidad. La fe es la que hoy, en la fiesta de San Cayetano, nos lleva a una oración sincera y confiada, para que Dios nos haga más hermanos, más amigos, capaces de imitar el testimonio de la vida de este santo que supo “gastar todas sus riquezas en obras de misericordia” enseñándonos a vivir con coherencia lo que hoy Jesús nos dice: “allí donde tenga su tesoro, tendrán también su corazón.” La fe es la que hoy, en la fiesta de San Cayetano, nos pide comprender las circunstancias que viven quienes no tienen trabajo, nos pide que se generen fuentes de trabajo genuinos, nos pide insistir para que los jóvenes accedan a la necesaria experiencia laboral, nos pide que nos comprometamos en la reconstrucción de la cultura del trabajo y en la defensa clara de la dignidad de los trabajadores. Que la Santísima Virgen María nos ayude a seguir llamando a Dios, “Padre” y a pedirle con esperanza solidaria “que venga su Reino” y que “no nos falte el pan nuestro de cada día”. Que así sea. + Juan Carlos Padre Obispo de Río Gallegos