EL HONOR COMIENZA EN EL HOgAR una novelización por randy alcorn basada en el guión por alex KendricK & Stephen KendricK Tyndale House Publishers, Inc., Carol Stream, Illinois, EE. UU. Visite Tyndale en Internet: www.tyndaleespanol.com y www.BibliaNTV.com. Para más información acerca de Reto de valientes, visite www.retodevalientes.com. TYNDALE y el logotipo de la pluma son marcas registradas de Tyndale House Publishers, Inc. TYNDALE and Tyndale’s quill logo are registered trademarks of Tyndale House Publishers, Inc. Reto de valientes: Una novela © 2011 por Kendrick Bros., LLC. Todos los derechos reservados. Originalmente publicado en inglés en 2011 como Courageous por Tyndale House Publishers, Inc., con ISBN 978-1-4143-5846-8. Fotografía de la portada © 2011 por Sherwood Pictures, un ministerio de Sherwood Baptist Church de Albany, Georgia, EE. UU. Todos los derechos reservados. Fotografías en el interior tomadas por Todd Stone. © 2011 por Sherwood Pictures, un ministerio de Sherwood Baptist Church de Albany, Georgia, EE. UU. Todos los derechos reservados. Diseño: Dean H. Renninger Maquetación: Febe Solá Edición del inglés: Caleb Sjogren Traducción al español: Matilde Pérez García Edición del español: Noa Alarcón El texto bíblico ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son productos de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia. Cualquier semejanza con actuales situaciones, lugares, organizaciones o personas vivientes o fallecidas es accidental y fuera de la intención del autor o de la casa editorial. ISBN 978-1-4143-6724-8 Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America 18 171615141312 7654321 CAPÍTULO UNO Un Ford F-150 SuperCrew rojo circulaba por las calles de Albany, Georgia. El conductor de la furgoneta rebosaba optimismo, tanto que era incapaz de prever las batallas que estaban a punto de golpear su ciudad natal. La vida va a ir bien aquí, se decía a sí mismo Nathan Hayes, de treinta y siete años. Tras pasar ocho años en Atlanta, Nathan había llegado a Albany, en dirección sur a tres horas de distancia, con su esposa y sus tres hijos. Un trabajo nuevo. Una casa nueva. Un nuevo comienzo. Incluso una furgoneta nueva. Con las mangas subidas y las ventanillas bajadas, Nathan disfrutaba del sol del sur de Georgia. Entró en una estación de servicio al oeste de Albany, una versión remodelada de la misma gasolinera en la que él había parado veinte años atrás después de sacarse la licencia de conducir. Había estado nervioso. No era su zona de la ciudad: blancos en su mayoría, y en aquella época no conocía a muchos. Pero la gasolina había sido barata y el trayecto encantador. Nathan se permitió un desperezo prolongado y lento. Introdujo su tarjeta de crédito y repostó gasolina tarareando satisfecho. Albany era la cuna de Ray Charles, Georgia on My Mind, y de la mejor cocina casera de la galaxia. Albany, con un tercio de población blanca, dos tercios 1 RETO DE VALIENTES negra, un cuarto por debajo del nivel de pobreza, había sobrevivido a varias inundaciones del río Flint y a una historia cargada de tensión racial. Pero, con sus virtudes y sus defectos, Albany era su hogar. Nathan llenó el depósito, se metió en la furgoneta y giró la llave de contacto antes de acordarse de la masacre. Media docena de enormes y torpes insectos de junio se habían dejado la vida por imprimir su huella en el parabrisas. Salió y sumergió el limpiacristales dentro de un cubo de agua que resultó estar totalmente seco. Mientras buscaba otro cubo, Nathan se percató de la mezcla de gente que había en la estación de servicio: un ciudadano mayor demasiado cauto arrastrando su Buick sigilosamente hasta Newton Road, una mujer de mediana edad enviando un mensaje de móvil en el asiento del conductor, un chico con un pañuelo en la cabeza apoyado en un reluciente Denalti plateado. Nathan dejó la furgoneta en marcha y la puerta abierta; se dio la vuelta solo unos segundos… o eso le pareció. Cuando la puerta se cerró de un portazo, ¡se giró al tiempo que su furgoneta se alejaba del surtidor! La adrenalina se disparó. Corrió hacia el lado del conductor mientras su furgoneta se dirigía chirriando hacia la calle. —¡Eh! ¡Para! ¡No! —Las habilidades que Nathan había adquirido en el equipo de fútbol americano de Dougherty Hill hicieron su aparición. Se lanzó, metió el brazo derecho por la ventanilla abierta y agarró el volante, corriendo junto a la furgoneta en movimiento. —¡Para el coche! —gritó Nathan—. ¡Para el coche! El ladrón, TJ, más duro que el acero, tenía veintiocho años y era el líder indiscutible de la Gangster Nation, una de las mayores bandas criminales de Albany. —¿Estás loco, tío? —TJ podía levantar 200 kilos y pesaba treinta más que aquel tipo. No tenía la menor intención de devolver ese coche. 2 RANDY ALCORN Aceleró hasta la calle principal, pero Nathan no se soltó. TJ golpeó una y otra vez su cara con potentes derechazos y después le aporreó los dedos para que se soltara. —Vas a morir, tío; vas a morir. Los dedos de los pies de Nathan le gritaban, sus zapatillas de correr Mizuno no eran para el asfalto. De vez en cuando, el pie derecho daba con el estribo y conseguía un pequeño respiro, pero lo perdía de nuevo cuando su cabeza recibía otro golpe. Con una mano agarrada al volante, Nathan arañó al ladrón. La furgoneta dio bandazos de derecha a izquierda. Al echarse hacia atrás para evitar los puñetazos, Nathan vio el tráfico que se aproximaba en dirección contraria. TJ también lo vio, y se dirigió hacia él con la esperanza de que los coches le quitaran de encima a aquel estúpido. Primero pasó como una bala un Toyota plateado, después un Chevy blanco; los dos se apartaron para esquivar a la furgoneta que iba dando volantazos. Nathan Hayes se balanceaba como un especialista de Hollywood. —¡Suéltate, imbécil! Por fin, Nathan consiguió un buen punto de apoyo en el estribo y empleó cada pizca de fuerza que le quedaba para tirar del volante. La furgoneta perdió en control y se salió a toda velocidad de la carretera. Nathan rodó sobre gravilla y maleza. TJ se estrelló contra un árbol y el airbag le estalló en la cara, que quedó enrojecida con sangre. El pandillero salió dando traspiés de la furgoneta, aturdido, sangrando e intentando encontrarse las piernas. TJ quería vengarse de aquel tipo que se había atrevido a desafiarle, pero apenas podía dar unos cuantos pasos sin tambalearse. El Denalti plateado de la estación de servicio paró en seco con un chirrido a tan solo unos metros de TJ. —Date prisa, tío —gritó el conductor—. No merece la pena, hermano. Sube. ¡Vamos! 3 RETO DE VALIENTES TJ subió tambaleándose al Denalti, que se alejó a toda velocidad. Aturdido, Nathan se arrastró hasta su vehículo. Tenía la cara roja y arañada, y la camisa de cuadros azul manchada. Sus vaqueros estaban rasgados, el zapato derecho roto y el calcetín ensangrentado. Una mujer con el pelo caoba, vestida para ir al gimnasio con pantalones de yoga negros, salió de un salto del lado del acompañante de un Acadia blanco. Corrió hasta Nathan. —¿Se encuentra bien? Nathan la ignoró y siguió arrastrándose hacia su camioneta. La conductora del todoterreno, una mujer rubia, estaba indicando su situación al operador del 911. —Señor —dijo la mujer de pelo caoba—, tiene que quedarse quieto. Nathan siguió arrastrándose, desorientado pero decidido. —¡No se preocupe por el coche! Nathan, que seguía moviéndose, dijo: —No estoy preocupado por el coche. Utilizó el neumático para levantarse lo suficiente como para abrir la puerta trasera de la furgoneta. Un llanto ensordecedor salió del asiento del coche. El pequeño dio rienda suelta a la conmoción contenida al ver a su papá de rodillas, sudoroso y sangrando. Nathan se acercó para tranquilizarlo. Mientras las sirenas se aproximaban, la mujer de pelo caoba observó a Nathan con su pequeño, que llevaba un diminuto peto vaquero. Aquel desconocido no estaba ciegamente obcecado por una posesión material. No estaba loco. Era un héroe, un padre que había arriesgado su vida por rescatar a su hijo. 4