LA MUERTE DE OSAMA BIN LADEN: De Al Qaeda al Al Qaedismo Por Andrés Molano-Rojas (*) La eliminación de Osama bin Laden constituye un éxito en la Guerra Global contra el Terrorismo impulsada por los EE.UU. Pero la amenaza continúa latente. Al Qaeda ya no es una simple organización terrorista, sino un imaginario insurgente global: el Al Qaedismo. Un éxito, ¿según quién? La muerte de Osama bin Laden constituye, sin duda alguna, un éxito en la Guerra Global contra el Terrorismo, lanzada luego de aquellos atentados por George W. Bush y continuada —a pesar de algunos cambios retóricos— por Barack Obama. A fin de cuentas, en qué consiste el éxito de una guerra depende de la forma en que lo definan los estrategas y los políticos. Y el presidente Bush estableció en su momento, como uno de los indicadores de éxito de la Guerra Global contra el Terrorismo, la localización, la neutralización y la eliminación de Osama bin Laden; algo que luego vino a confirmar el su sucesor al declarar que el líder terrorista sería buscado hasta el final, vivo o muerto. Ello explica el tono triunfalista con que la noticia fue divulgada por la Casa Blanca: el mundo es ahora un lugar mejor, un lugar más seguro. La euforia suscitada en las calles, en la gente del común, es la respuesta apenas natural a ese mensaje de triunfo: una muestra de orgullo patriótico y de reivindicación histórica. Pero también es reflejo de un generalizado sentimiento de alivio y de compensación emocional, necesaria quizá para acabar el duelo y cerrar la herida abierta con el colapso de las Torres Gemelas. Pero más allá del enorme impacto simbólico y los réditos que acaso pueda obtener del episodio Obama para catapultar su reelección en 2012 (algo que, por otro lado, no está asegurado en absoluto), ¿qué efecto tendrá la muerte de Osama bin Laden en Al Qaeda, y más ampliamente, en las dinámicas del terrorismo global?. ¿Cómo acaban los grupos terroristas? “El terrorismo, como la guerra, no desaparecerá; sin embargo, las campañas terroristas y los grupos que las llevan a cabo, tarde o temprano, sí”, escribía en 2006 la profesora Audrey Cronin, tratando de encontrar una respuesta a la pregunta sobre cómo acabar con Al Qaeda. A partir de una revisión de la historia del terrorismo, sugería entonces que existen al menos 7 explicaciones principales al declive y extinción de las organizaciones terroristas: (1) la captura o la eliminación de su líder, (2) una fallida transición generacional, con la consecuente incapacidad de mantener una masa crítica de cuadros y militantes de base, (3) el éxito del grupo (la secesión o la toma del poder, por ejemplo), (4) su transición a la política no violenta como resultado de una negociación, (5) la pérdida significativa del apoyo popular del que depende para operar, (6) la represión efectiva que las obliga a la disolución o al sometimiento, y (7) el paso del terrorismo a otras formas de violencia (la criminalidad o la insurgencia a gran escala). Los grupos terroristas fuertemente jerarquizados y verticales, centralizados y territorializados —las organizaciones terroristas clásicas— suelen ser muy vulnerables a la eliminación de sus líderes. Tal es el caso de Sendero Luminoso, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, o la secta japonesa Aum Shinrikyo. Ese sería también el de Al Qaeda en sus orígenes, cuando apareció en el escenario del terrorismo internacional en 1988. El legado de Bin Laden Pero la Al Qaeda de hoy es diferente. Los grupos terroristas aprenden, se adaptan, y se transforman, y esa capacidad camaleónica explica en muchos casos su longevidad. Al mismo tiempo, el propio fenómeno terrorista evoluciona. Los distintos ciclos globales de terrorismo se han caracterizado por variaciones específicas en cuanto a la forma de organización de los grupos terroristas, su modus operandi recurrente, la amplitud y cobertura de sus actividades y demandas, y el tipo de causa predominante que les sirve de inspiración y justificación. Así, Al Qaeda es hoy por hoy una red multidimensional y flexible que opera a través de células conectadas entre sí sobre todo a través del intercambio de información y la unidad de propósitos. Muchas de ellas están enquistadas en las sociedades enemigas, algunas durmientes pero en condiciones de activarse frente a estímulos oportunamente provocados. Y son por definición altamente redundantes (es decir, capaces de compensarse recíprocamente en caso de fallo), sumamente autónomas (tanto en el terreno financiero como en el de la táctica y la estrategia inmediata), y por lo tanto, sorprendentemente resilientes (o sea, dotadas de una gran capacidad para sobrellevar situaciones difíciles y adversas). Inmerso en esta tupida red está lo que podría llamarse el “núcleo duro” de Al Qaeda: el heredero directo de la organización creada hace casi un cuarto de siglo por Bin Laden, y al cual pertenecen sus eventuales sucesores. Pero sería un error sobreestimar el grado en que ese núcleo duro administra, controla, planifica y orienta la actividad de Al Qaeda a escala global. Su protagonismo, su rol histórico, la figuración mediática de quienes lo integran y la mitificación de algunos de ellos le dan cierta prevalencia en medio de un amplio universo, en el cual se comporta, sin embargo, como un mero primus inter pares. De ahí que el mayor y más importante legado de Bin Laden sea, más bien, el mensaje que ha logrado transmitir y poner a circular: el Al Qaedismo. Un imaginario insurgente global surgido de las entrañas de la organización originaria a medida que ésta se iba transformando y acondicionando a las condiciones peculiares de su lucha. Ese imaginario es el que conecta y sincroniza las distintas facciones de Al Qaeda dispersas por el mundo, el que cautiva militantes que pueden operar sin dependencia directa de algún liderazgo específico o de una estructura formal de apoyo logístico, y a despecho incluso de su condición marginal y minoritaria dentro de las comunidades de referencia en cuyo nombre actúan. Ese legado sobrevivirá todavía algún tiempo a la muerte de Bin Laden, y con él, la amenaza que el terrorismo yihadista encarna; aunque bajo formas más difusas, y más difíciles de contener y enfrentar, como el terrorismo solitario y la resistencia sin líderes. +++ (*) Profesor de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario y de la Academia Diplomática de San Carlos. Asesor del Centro de Estudios Estratégicos sobre Seguridad y Defensa Nacionales de la Escuela Superior de Guerra.