Le toca jugar con negras. En go, las negras comienzan la partida y tienen una cierta ventaja que se compensa con el komi, un extra de puntos que se le otorga al jugador de blancas. Decide sorprender a la máquina con una apertura inesperada. Pero la máquina responde con solidez. Recuerda en su estilo a otro gran jugador, que fue precisamente el maestro de Lee Sedol. Con todo, el humano consigue cierta ventaja, pero sigue arriesgando. Tiene la victoria al alcance de la mano, pero se la juega a obtener un resultado contundente. Y sale mal. Apostar contra la capacidad de cálculo de una granja de servidores de Google no suele ser la mejor opción. Pierde. El golpe simbólico es brutal. En la segunda partida lleva blancas. Jugar con blancas es muy distinto a partir de cierto nivel de juego. AlphaGo parece aún más sólido con negras, pero en ciertos momentos comete errores sorprendentes. Ni Lee Sedol ni los comentaristas parecen entenderlos ni aprovecharlos. En realidad, la máquina está haciendo algo difícil de entender: es capaz de hacer errores con tal de no perder el dominio global del juego. Esto queda claro en la tercera partida, la que decide si el torneo sigue abierto o no. AlphaGo, con blancas, vuelve a ganar. A fuerza de capacidad de cálculo, hace suyo el Santo Grial del go de la postguerra: el dominio global del tablero. Realmente ha «aprendido» qué era lo que buscaban todos en esas miles de partidas profesionales que almacena en su memoria. Un consenso pesimista emerge entre los profesionales: AlphaGo es imbatible. Pero Lee Sedol está hecho de la pasta de los grandes maestros. Le da igual que el torneo esté ya perdido. Quiere «hackear» a la máquina con su juego. No puede dejar las cosas así. Y si AlphaGo es imbatible jugando por el control global del tablero, ha de probar, al menos, si sabría resistir frente a otro tipo de meta: el territorio. El control en go es el resultado de un equilibrio entre territorio –las libertades que aseguras en la periferia del tablero– e influencia –las oportunidades de futuras jugadas que te permiten las formaciones y piedras que se aventuran hacia el centro. Así que Lee Sedol opta por salir del consenso y jugar casi exclusivamente a territorio. AlphaGo responde consolidándose en el centro del tablero. Lee Sedol esperaba poder golpear después en el centro lo suficiente como para aprovechar además la ventaja del komi que le corresponde por llevar blancas. No solo lo consiguió, lo hizo con uno de esos movimientos míticos que en el juego se conocen como «jugadas de Dios» y que pasan a la historia. Era el movimiento 78. En realidad era un ataque simultáneo 3 4 zazpika a dos grandes formaciones negras que, analizado localmente, parecía simplemente un error, una locura suicida. Pero era una jugada genial: al desarrollarla blanco, negro tendría que optar por defender uno de sus dos bloques. La situación se agravó para AlphaGo porque lo dejó pasar y «no se dio cuenta» de lo que suponía hasta ocho turnos más tarde. La máquina no sabe jugar a la zaga. En ese momento se evidenció una sorprendente debilidad del software: AlphaGo no sabe jugar a la zaga. Cuando va perdiendo, comete más errores y pareciera que jugara, al modo de los principiantes apurados, «a ver si cae» el contrario en jugadas bastante inocentes. Una estrategia que nunca sale bien. Menos con Lee Sedol delante. Resultado: primera victoria humana sobre AlphaGo. Victoria con blancas, en teoría ligeramente más difícil. O eso dicen las estadísticas, un terreno que nunca veremos con los mismos ojos. Por eso, en la rueda de prensa tras la partida, Lee Sedol declara: «Estoy contento por haber ganado con blancas a AlphaGo, pero me gustaría también ganar con negras, es más valioso». Es más valioso porque ya sabemos cómo ganar con blancas. Es un hacker, sabe que basta abrir un camino, demostrar que hay una manera de vencer a la máquina para que todas sus estadísticas caigan como castillo de naipes. Falta abrir un camino más, ganar con negras, para que AlphaGo sea conjurada y derrotada la apuesta que la secunda. En la quinta y última partida, con negras, Lee Sedol casi lo consigue. Nadie duda ya de que si Google permite más partidas, ocurrirá. Por eso, el balance de este torneo no es 4-1, sino 50% a 50%. Lo que nos ha demostrado es que frente a los sistemas de control, por sofisticados y potentes que sean, el ingenio humano tiene al menos una forma de ganar. En realidad, esos sistemas solo predicen el pasado. Si sabemos librarnos de lo que el poder cibernético puede parametrizar como nuestra «forma de ser», si sabemos distinguir y superar esos consensos intocables que damos por hechos y aprender a pensar de cero a partir del rival que tenemos delante como si fuera la primera vez que llegáramos al tablero, podemos ganar. Y es que lo que nos jugamos con el go no queda en el tablero. Lee Sedol, nuestro John Connor, nos ha enseñado algo más importante que ganar con las blancas, nos ha mostrado que, frente a un poder omnipresente que «tiene todos los datos», podemos –si nos despojamos de miedos y prejuicios, si sabemos superar consensos caducos– defender con éxito nuestras libertades en el tablero… y en la vida.