MÉTODO DE ORAR BASADO EN LA PALABRA En una espiritualidad profundamente cordimariana como la nuestra, la Palabra ocupa un lugar preeminente. Esa fue la actitud obediencial vivida por María (“Hágase en mí según tu Palabra”) y la que ella propuso a los seguidores del Señor (“Haced lo que Él os diga”). Este documento pretende profundizar en la centralidad de la Palabra en nuestra vida de oración, sabiendo que hemos sido llamadas a orar y vivir en medio del mundo. 1. INICIACIÓN A LA ORACIÓN La oración no ha de ser un montaje espiritual. Es el ejercicio de personalización más importante del creyente, donde se encuentra con su mundo interior, el consciente y el subconsciente. Y donde Dios responde lo mismo a las necesidades más elementales que tenemos todas las personas (dar un sentido a la vida, ser aceptadas y reconocidas, confiar...) que al amor más grande de libre donación de sí. En la oración se realiza una lectura profunda de la propia historia personal y se le da un sentido. Dios es el amor personal. Nada realiza tanto humana y divinamente como la experiencia del amor de Dios. Lo que sigue está dicho para quienes no acaban de tener una experiencia continuada de oración personalizada. No tiene, por supuesto, ninguna pretensión sistemática. Más bien son un conjunto de pistas prácticas para movernos por casa y ayudar al crecimiento. La oración es una de esas experiencias que se aprende practicándola, como toda relación viva de encuentro interpersonal. 2. LO PREVIO Busca para la oración no un tiempo de relleno, el hueco que te queda en tus quehaceres, sino el mejor momento del día, el más propicio, el menos tenso. Y conviértelo en costumbre a base de repetición. Busca un lugar tranquilo, con el menor ruido posible, sin excesiva luz. Más vale darle continuidad con 30 minutos al día que hacerla a salto de mata cuando va bien o se sientan ganas. Normalmente tiende a mantener un ritmo de una hora diaria de oración personal como mínimo. Hay quienes dan una importación capital a la postura corporal. A mi juicio, hay que aprender a relajarse; pero basta que adoptes una postura ni tensa ni cómoda. Seguro que ya tienes una postura oracional propia. El cuerpo es expresión y realización del encuentro con Dios. Sentada, disponibilidad... Postrada, adoración... En pie, alabanza, camino… La oración necesita cierta disciplina interior, un mínimo de autocontrol de necesidad. ("Oración y regalo no se compadecen", decía Santa Teresa). No hay que esperar condiciones perfectas para orar. No reduzcas la oración a un momento del día. Hay tantas formas de oración. Un recuerdo, una mirada, hacer un minuto de silencio... Salpica tu jornada de gestos orantes. La oración exige determinación. O sea la decisión clara de vivir intensamente ese rato, con todas las energías vitales, afectivas y espirituales. Pero sin empeño voluntarista. La voluntad no es crispación, sino actitud y entrega. 1 3. PRIMADO DEL CORAZÓN No se cree en la oración, sino en Dios. Para perseverar en la oración hay que vivirla como don del Señor, que nos llama a su presencia. La oración es un encuentro. Y por ello, presencia de Dios en acto de fe y amor, relación única. Implica mediaciones: aprender a oír la Palabra, afectividad que se abre, ejercicio de comunicación con Alguien a quien no vemos; pero la relación en cuanto tal es experiencia inmediata, percepción espiritual del Tú viviente. Por ello nunca puede ser reducida a una cuestión psicológica. Unas veces se le siente. Otras no. Pero ÉL ES. Procura vivir este encuentro desde tu verdad y proceso, no desde lo que te gustaría que fuese. La oración trabaja a largo plazo. Notarás que poco a poco va cambiando tu centro personal y el modo de ver personas y cosas. Habrá un momento en que ya no te preocupes de controlar la oración. Saber que El te sale al encuentro y te dice: "Si conocieras el don de Dios..." (Jn 4) Importa orar con todo el ser: desde la necesidad al deseo, desde la pasión a la desnudez de la fe. El orante es un hombre de corazón. Algo tan simple como llamarle a Dios "papá"; pero esto no puede hacerse sino con el discernimiento del Espíritu Santo (Cf. Rom 8) Dar primado al corazón significa buscar en la oración no gratificaciones, sino obediencia de amor. Sin darnos cuenta, caemos en al trampa de controlar la oración como un quehacer. Preferimos técnica a espíritu; hacer de la oración un programa antes que encontrarnos con el Dios vivo. El método no es un fin sino una ayuda. Nace de la necesidad de cierta disciplina. Según vayas descubriendo la libertad del corazón, preferirás unos minutos de corazón a corazón, cara a cara, aunque te distraigas, que largo tiempo de concentración e interioridad narcisista (en la que uno sólo está pensando en sí mismo) Se puede estar en la superficie (atención mental, emotividad…) y en el fondo (actitud, apertura del ser...) También esto es secreto del corazón, que sabe vivir la presencia del Señor a distintos niveles. 4. SOBRE EL MÉTODO DE ORACIÓN a. Una opción metodológica. Presentamos un método desde una opción clara por lo que la tradición llama la LECTIVO DIVINA que en resumidas cuentas es la oración afectiva apoyada en la Palabra de Dios (Cister, S. Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Antonio M0 Claret). Los pasos de oración los reducimos a estos cuatro: Invocación Lectura atenta Meditación Oración b. La relación. El método deber cuidar mucho la relación interpersonal (la afectividad, capacidad de percibir y entrar en contacto con el Tú de Dios). Varia a medida que la presencia, percibida en acto de fe y de amor, sea más inmediata, más vinculante... y se vaya prescindiendo de los apoyos (ejercicio de relajación, lecturas,...) para centrarse de forma inmediata en la sensación de presencia. c. La relajación. Conviene incorporar cuanto se refiere a la relajación y a la concentración. Sobre todo al principio porque vivimos en una cultura ruidosa y superficial que machaca la interioridad. Pero con una condición: 2 Que la interioridad (relajarse y concentrarse) sea vivida como algo previo al acto de fe, que supone salir de mí y abrirme al Tú, percibir su presencia. 5. LECTIO DIVINA Se realiza diariamente durante no menos de 60 minutos (de cronómetro). Conviene disponer de aquellos textos bíblicos que constituyan el material de lectura. En principio, nos centramos en la Palabra de Dios que se proclama en la liturgia de cada día, para ir a una con la Iglesia. Esta lectura se centra en las resonancias, es decir, en lo que resuena y llama la atención, en lo que afecta, a nivel de luz (entendimiento, ideas nuevas, comprensión mayor...) o de amor (afectos, sentimientos que surgen desde dentro...). La estructura de esta lectura sería esta: a. Primer momento de relajación (Dos procedimientos sencillos) 1) DE RESPIRACIÓN: Comienza a respirar pausadamente. Siente el flujo y reflujo del aire por la nariz, pulmones, diafragma... Concéntrate en las sensaciones corporales; mejor, déjate llevar. Haz unas diez respiraciones o bien cuatro más cuatro. Cuando te sientas tranquilo, comienza la oración poniéndote en la presencia de Dios por la fe. 2) DE ACEPTACIÓN: Cierra los ojos. Haz presencia de ti. Mira tu realidad actual, preocupaciones, historia, sentimientos... Dios te acoge. Entrégale tu realidad Descansa en tu pobreza y en su aceptación incondicional. Este segundo método tiene la ventaja de relajar indirectamente pero más profundamente. b. Primer acto de fe La oración comienza con el acto de fe, al ponerte en presencia del Señor. Di una frase: "Señor Jesús", o bien, "Creo en Ti",... O simplemente con una mirada espiritual. No pretendas sentir la presencia. Percibes en la fe que estás delante de El. Basta esa inmediatez del Tú. Le conoces, es el viviente. Te ama. Estás a su lado, a sus pies... )lejana? Eres tu quien le alejas semiinconscientemente, quizás porque te rechazas a ti misma, o porque huyes de su presencia. )Cercana? Siempre; pero distante, libre, inmanipulable. Puedes confiar, comunicarte, ser tú misma delante de El; pero no lo hagas objeto de tus necesidades inmediatas. Escucha su Palabra. Toma la Biblia, ponla ante ti con reverencia, porque es el cuerpo de Cristo, haz la epíclesis, es decir, la invocación del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien presidió la generación de la Palabra, es él quien la hizo palabra hablada o palabra escrita- a través de los profetas, los sabios, Jesús, los evangelistas, es él quien la dio a la Iglesia y la ha hecho llegar intacta hasta ti. c. Leer la Palabra Abre la Biblia y lee el texto. No escojas al azar, porque la Palabra de Dios no se desperdicia. Obedece al leccionario litúrgico y acepta este texto que la Iglesia te ofrece hoy, o bien lee un libro de la Biblia desde el comienzo hasta el final. Obediencia al leccionario u obediencia al libro son esenciales para una obediencia diaria, para una continuidad en la lectio, para no caer en el subjetivismo de la elección de un texto que agrada o del que uno cree tener necesidad. Trata de ser fiel a este principio. Puedes elegir un libro indicado por la tradición de la Iglesia para los diferentes tiempos litúrgicos, o una de las lecturas del leccionario ferial. No multipliques los textos: un pasaje, una perícopa, unos versículos son más que suficientes. Y si haces tu lectio siguiendo los textos del domingo, recuerda que la lectura primera 3 (Antiguo Testamento) y la tercera (Evangelio) son paralelas y que se te invita a orar con esos dos textos. El leccionario de las fiestas es un gran regalo, escogido con mucha sabiduría espiritual. El leccionario semanal es más discontinuo; si te causa dificultades, es mejor hacer una lectura continua de un libro escogido. No leas el texto una sola vez, sino varias, e incluso en voz alta. Si te sabes un pasaje casi de memoria y te ves tentado a leerlo con rapidez, no tengas reparo en recurrir a medios que te impidan esa lectura rápida y superficial: escribe el texto y vuelve a copiarlo. No leas sólo con los ojos, antes presta mucha atención a procurar imprimir el texto en tu corazón. Lee también los pasajes paralelos, o busca las referencias puestas al margen, que son de gran ayuda. Amplía el pasaje, complétalo, aborda otros pasajes que están en relación con el del día, porque la Palabra se interpreta por sí misma. «La Escritura se interpreta por sí misma» es el gran criterio rabínico y patrístico de la lectio. Que tu lectura sea escucha (audire) y que la escucha pase a ser obediencia (oboedire). No tengas prisas. Se necesita una «lectura relajada», porque la lectura se hace por medio de la escucha. ¡La Palabra ha de ser escuchada! Al comienzo era la Palabra, no el libro como en el Islam. Es Dios el que habla y la lectio no es más que un medio para llegar a la escucha. «Escucha, Israel» es siempre la llamada de Dios que tiene que provenir del texto hasta ti. d. Meditar ¿Qué quiere decir «meditar»? No es fácil de explicar. Significa, por de pronto, «profundizar en el mensaje que has leído y que Dios quiere comunicarte». Esto requiere esfuerzo, fatiga, porque la lectura tiene que llegar a ser reflexión atenta y profunda. Cierto, en los tiempos en que se aprendía de memoria la Escritura el cristiano se veía ayudado en esta reflexión porque podía repetir en su corazón, con extrema facilidad, la palabra escuchada o leída. Y sin embargo, todavía hoy, tienes que consagrarte a esta reflexión, según tu cultura, tus capacidades y según los medios intelectuales que posees... Los medios exegéticos, patrísticos, espirituales, son sin duda útiles para la meditación y el aumento de la comprensión; con todo, lo importante en la lectio divina es el esfuerzo personal, lo que no quiere decir «privado». Incluso hay que decir que a menudo da más frutos cuando esta escucha se vive en una experiencia comunitaria, de fraternidad o de grupo, que son los verdaderos lugares de la escucha de la Palabra. Este esfuerzo personal ha de tender a buscar la «punta espiritual» del texto: no la frase más llamativa, sino el mensaje central, el que más se refiere al acontecimiento de la muerte-resurrección del Señor. Recoge, pues, el sentido espiritual, da continuidad y unidad entre exégesis, aportaciones patrísticas y lectura de la Biblia por medio de la Biblia y busca lo que te dice el Señor. No pienses hallar lo que ya sabes: eso es presunción; no lo que más necesitas: eso es consumismo; ni lo que te gustaría encontrar para tu situación: eso sería el reino de la subjetividad, el reino del «yo me siento». El texto no siempre es comprensible por entero y de buenas a primeras. Ten a veces la humildad de reconocer que has comprendido poco, nada incluso. Lo comprenderás más tarde. También esto es obediencia, y si todavía necesitas leche, no puedes aspirar a un alimento sólido (Cf. 1 Cor 3,2; Heb 5,12). Llegado a este punto, si ha habido cierta comprensión, rumia las palabras 4 en tu corazón (la «rumia» de Casiano) y luego aplícatelas a ti, a tu situación, sin perderte en el psicologismo, en la introspección y sin acabar haciendo el examen de conciencia. Es Dios quien te habla, contémplalo, por ti mismo. No te dejes paralizar por un escrupuloso análisis de tus límites y de tus deficiencias ante las exigencias divinas que la Palabra te hace descubrir. Ciertamente, la Palabra es también maravilla, escruta tu corazón, te convence de pecado, pero recuerda que Dios es más grande que tu propio corazón (Cf. 1 Jn 3,20) y que esta herida en tu corazón, que te viene de Dios, la hace siempre con verdad y misericordia. Maravíllate más bien del que habla a tu corazón, del alimento que te ofrece, más o menos abundante, pero siempre saludable. Asómbrate de que la Palabra quede así depositada en tu corazón, sin que tengas que acudir en su busca al cielo o más allá de los mares (Cf. Deut 30,11-14). Déjate atraer por la Palabra, que te transforma en imagen del Hijo de Dios sin que sepas cómo. La Palabra que has recibido es para ti vida, alegría, paz, salvación. Dios te habla, tienes que escucharlo, asombrado, como los Hebreos del Éxodo que la veían obrar maravillas, como María, que cantaba: «El Señor ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo» (Lc 1,49). Dios se te revela. Acoge su nombre inefable, su rostro de Amante. Permanece en el espacio de la fe. Dios te enseña: modela tu vida en conformidad con la de su Hijo. Dios se te da, se entrega en su Palabra: acógelo como un niño que entra en comunión con él. Dios te besa con un santo beso: son las bodas del Amado y el Amante. Celebra, pues, en tu corazón su amor más fuerte que la muerte, más fuerte que el sheol, más fuerte que tus pecados. Dios te engendra como «logos», verbo-palabra, como hijo: acepta ser engendrado para llegar a ser el Hijo mismo de Dios. La meditación, la rumia tienen que conducirte a esto: ser la Morada del Padre, del Hijo y del Espíritu. Tu corazón es un lugar litúrgico: toda tu persona es templo, es realidad humano-divina, teándrica. e. Orar... Habla ahora a Dios, respóndele, responde a sus invitaciones, a sus llamadas, a sus inspiraciones, a sus demandas, a sus mensajes, dirigidos a través de la Palabra comprendida en el Espíritu Santo. ¿No ves que se te ha acogido en el seno de la Trinidad, en el inefable coloquio entre el Padre, el Hijo y el Espíritu? No te detengas ya en reflexionar demasiado, entra en diálogo y habla como un amigo habla a su amigo (Deut 34,10). No intentes ya conformar tus pensamientos con los suyos, antes búscalo a él. La meditación tenía por fin la oración. Éste es el momento. Sin embargo, no seas charlatán, háblale con confianza y sin temor, lejos de toda mirada sobre ti mismo, arrobado por su rostro que ha emergido del texto en Cristo el Señor. Da libre curso a tus capacidades creativas de sensibilidad, de emoción, de evocación, y ponlas al servicio del Señor. No te puedo dar muchas indicaciones porque cada cual sabe reconocer el encuentro con su Dios, pero no puede enseñárselo a los otros ni describirlo en sí. ¿Qué se puede decir del fuego, cuando se está sumergido dentro? ¿Qué se puede decir de la oración-contemplación al término de la lectio divina, sino que es la zarza ardiente en que el fuego abrasa? Como arte inefable que es de la experiencia de la presencia divina, la lectio divina quiere conducirte allí donde, como el Amado, contemplas, repites las palabras del Amante, con alegría, con estupor, olvidado de todo. No pienses que este camino es siempre fácil, lineal, y que siempre se puede recorrer hasta la meta. Temor y amor apasionado, acción de gracias y sequedad espiritual, entusiasmo y atonía corporal, palabra que habla y palabra muda, tu silencio y el silencio de Dios están presentes y se interfieren en tu lectio divina día tras día. Lo importante es ser fiel a este encuentro: poco a poco la Palabra hace su camino en nuestro corazón, superando los obstáculos, los que siempre se presentan en un camino de fe y de oración. Sólo el que es asiduo a la Palabra sabe que Dios es siempre fiel y que no deja de hacerse el encontradizo y de hablar al 5 corazón, sabe que hay tiempos en los que la Palabra de Dios se hace rara (1 Sam 3,1), y a los que sin embargo siguen tiempos de epifanía de la Palabra, sabe que estos tiempos de dificultades, de desánimo, de aridez espiritual son una gracia que nos recuerda qué lejos está todavía nuestro pleno conocimiento de Dios. Abbá Juan el Exiguo preguntaba un día a Abba Juan el Antiguo: «¿Cuál es la fatiga más grande y la obra más difícil del monje?». El anciano respondió con los ojos arrasados en lágrimas de alegría y de dolor: «Es la lectio divina». Da gracias a Dios por la Palabra que te ha dado, por los que te la han anunciado y que te la explican, intercede por todos los hermanos que el texto ha podido traerte a la memoria con sus virtudes y con sus caídas, procura unir el pan de la Palabra y el de la Eucaristía. Conserva lo que has visto, oído, saboreado en la lectio, consérvalo en tu corazón y en tu memoria, y vete a acompañar a los hombres, ponte en medio de ellos, y dales humildemente la paz y la bendición que has recibido. Tendrás también fuerza para actuar con ellos a fin de realizar en la historia la Palabra de Dios, mediante tu acción ministerial. ábrete a la relación personal con el Señor. Deja que alguna frase se te haga oración. Subraya en tu Biblia personal lo que te haya impresionado. Que vaya resonándote durante todo el día. Si no te ha resonado nada, pregúntate por qué. f. La terminación de la oración Termina siempre la oración con una actitud de entrega a su voluntad. Es el fin propio de la oración: el amor de obediencia. Es el momento de empalmar la oración con la vida. Piensa en situaciones y tareas que el Señor quiere, especialmente si tienen que ver con lo orado. Dios te necesita como instrumento en el mundo para hacer «unos cielos nuevos y una tierra nueva». Te aguarda otro día, un día en el que, viendo a Dios cara a cara a través de la muerte, te mostrará lo que has sido, una «carta viviente» grabada por Cristo, una «lectio divina» para tus hermanos, el Hijo mismo de Dios. Lee despacio los textos bíblicos señalados. No es un texto de ideas ni de información. Ni siquiera pretendas sentir lo que lees. Deja que resuene, sin racionalizar, sin pretender utilidad. Usa la metodología –que ya conoces- de la Lectio Divina. Y deja que resuene la Palabra. Y según la resonancia, 6 PARA PROFUNDIZAR EN EL TEXTO Objetivo Clarificar, ahondar y asumir el sentido de la oración con la Palabra, llegando a ofrecer una metodología práctica y adaptada de oración personal basada en lo que en la Iglesia se entiende por Lectio Divina. Trabajo personal por escrito 1. No se ha presentado un método nuevo de oración. Incluso es posible que lleves muchos años aplicándolo en tu vida personal. Lo que se intenta no es vencer ni convencer, sino ahondar. Por ello, una vez leido el documento trata de hacer una lista de los grandes valores que encuentras en este método de oración. 2. ¿Cómo articular este método con la vida ordinaria, en la que normalmente estamos sumidos en ajetreos, ritmos, trabajos, estilos,… que complican y dificultan el ritmo orante? 3. Señala tus dificultades personas ante la lectura y acogida de la Palabra. ¿Cuáles son? ¿A qué se deben? ¿Cuándo aparecen? ¿Es una costumbre para ti la lectura de la Palabra en la oración? 4. Prepara sobre este tema tu encuentro personal de acompañamiento para reforzar los cambios que entiendas que debas hacer en tu oración. Experiencia aconsejable Personalmente, o con alguien, acércate a una comunidad o a un grupo cristiano que practique la Lectio divina y compártela con sus miembros. 7 LECTIO DIVINA EN COMÚN (Reunión de Grupo) La reunión de hoy consiste en realizar juntas una Lectio divina comunitaria. Todas deben llevar su propia Biblia. No se hablará de oración sino que se orará así: PRIMER PASO: INVITAMOS AL SEÑOR. La animadora pide a alguien del grupo que haga una oración invitando al Señor y a su Espíritu. Las demás pueden completar esta oración añadiendo algo. SEGUNDO PASO: LEEMOS EL TEXTO. La animadora pide a alguien del grupo que lea el texto bíblico sobre el que vamos a orar en voz alta. Al acabar la lectura, todos permanecen un rato en silencio. TERCER PASO: NOS DETENEMOS EN EL TEXTO. De forma espontánea se van leyendo una palabra o frase del texto que resulte importante, o llame su atención. Se puede repetir interiormente dos o tres veces cada palabra que se pronuncia para que se grabe bien. Así hasta las palabras más corrientes ganan relieve. Una vez que todas han leído sus palabras –pueden ser varias-, alguien vuelve a leer todo el texto de nuevo y sin prisas. Con solemnidad CUARTO PASO: GUARDAMOS SILENCIO. Después la animadora invita a todas a permanecer en silencio e indica el tiempo que durará (cinco, diez… minutos). Durante ese silencio cada cual se pregunta qué le dicen a ella misma esas palabras de la Escritura. QUINTO PASO: COMPARTIMOS LO QUE NOS HA AFECTADO. Después comparten espontáneamente los que les dice la Palabra al corazón. Conviene evitar el típico sermoncito dirigido a las demás. Nos dirigimos a Dios SÉXTO PASO: ORAMOS JUNTAS. La animadora invita a todas a orar. Cada cual va desgranando plegarias espontáneas a partir del texto. Se puede terminar con un canto. 8