¿Hacia dónde cabalga el Islam? “El choque de civilizaciones dominará la política a escala mundial; las líneas divisorias entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro.” La tajante afirmación de Huntington –en 1993– originó un debate internacional sin precedentes, sobre el papel de las civilizaciones en los albores de este siglo nuevo y los posibles conflictos que surgirían. Tras el salvaje atentado del 11/S todas las miradas recayeron sobre Al Quaida y, por ende, sobre el Islam. No obstante, Edward Said, orientalista norteamericano, se lanzó a la crítica de los que insisten “con imprudencia en la personificación de unas entidades inmensas llamada ‘Occidente’ e ‘Islam” ya que “no hay un solo Islam; hay varios Islam, igual que hay varios Estados Unidos.” Pero, ¿de qué estamos hablando exactamente? Una retahíla de organizaciones terroristas islámicas (Al Quaida, Hermanos Musulmanes, Jihad Islámica, Jamás, Hezbollah, Abu Sayaf, Jemaah Islamiyah…) esparcidas por todo el mundo y respaldadas por sectores de población, siembran frutos de muerte y conflicto a lo largo y ancho del planeta: Chechenia, donde el pasado 9 de mayo fue asesinado su presidente Kadírov; Cachemira, una de las zonas más “calientes” del planeta por el añadido del potencial nuclear de India y Pakistán; Argelia, que, desde 1992 (año en que algunos de esos “dictadores de la democracia” expulsaron del gobierno y disolvieron al democráticamente elegido, por amplia mayoría, partido del Frente Islámico de Salvación, y encarcelaron a sus miembros) vive en estado de semi-guerra civil, contándose los muertos por millares; Marruecos, que sufrió en el 2003 cinco atentados suicida mortales; Indonesia, sacudida en el 2002 por el atentado de Bali, que causó más de 180 muertos; Timor Oriental, Filipinas, Sri Lanka, Tailandia… y, por encima de todo, Palestina. Sin embargo la política expansionista de Bush II, Rumsfeld y R. Kagan no logra más que atizar el conflicto. ¿Alguien cree aún en las buenas intenciones de la administración americana? La guerra no genera más que barbarie e inhumanidad, venga del lado que venga; los “desastres de la guerra” goyescos se repiten indefectiblemente y, como siempre, salen perjudicados los más inocentes.¿Muerte, –gritaba S. Pablo– dónde está tu victoria? Con la caída del Imperio Otomano, el tratado de Balfour (1917) y el posterior retorno de los judíos a Oriente Medio, el territorio vino a ser como la jarra de Pandora. Paulatinamente el estado Palestino –no reconocido aún pot la ONU– ha visto reducidos sus territorios hasta lo grotesco, erigiéndose un muro kilométrico (“valla” lo llama Sharon) que disocia y segrega, recordando acaso el muro berlinés que separaba el mundo libre de la “Europa secuestrada.” Mahmud Darwish se pregunta: “¿No recordáis un poco de poesía para detener la masacre? ¿No habéis mamado, como nosotros, la leche de la nostalgia?” Y es que, aunque Israel tiene todo el derecho a poseer un Estado, también lo tiene Palestina, de quién no debe hablarse como la “causa” o el “problema” palestino, sino de la “tragedia del pueblo palestino”, todavía hoy sin terreno, sin recursos, sin Estado, carente de todo hasta de casa. Doce millones de musulmanes residen ya en Europa, y su número no hace más que aumentar d o a la creciente inmigración y la alta tasa de natalidad que mantienen. Oriana Fallaci –reputada feminista italiana– ha hablado de “Eurabia” y son muchas las voces temerosas de una posible Europa islamizada. No obstante, ¿chocan inevitablemente el Islam y Occidente en Europa? Es evidente que no es compatible la aplicación integral de la sharīca con las leyes actuales europeas… ni puede serlo nunca. La ley islámica –que, no nos engañemos, no se aplica enteramente en casi ningún estado del mundo– reconoce la inferioridad de la mujer respecto al hombre, la superioridad del musulmán frente al no-musulmán y niega, por ejemplo, el derecho a la libertad religiosa. Realidades que se proyectan en el mundo concreto: recordemos la condena muerte de Jomeini a S. Rushdie en 1989 por sus versos satánicos, o el enorme debate sobre el velo islámico. Y sin embargo, pese a las diferencias, median puntos de unión entre Islam y Cristianismo, exponente esencial de la sabia europea. No hay que olvidar la cercanía entre S. Tomás de Aquino y Averroes, S. Juan de la Cruz e Ibn Al-‘Arabi o el increíble papel conciliador de Ramón Llull. Tampoco el remanso de paz –corto pero intenso – de la Escuela de Traductores de Toledo. Los territorios que han vivido el “orientalismo fronterizo” (El imperio Austro-Húngaro, España y las Molucas…) atesoran una larga experiencia sobre el contacto inter-cultural y las formas de llevarlo a buen puerto. España posee ya 400 mezquitas, y residen medio millón de musulmanes en ella. El principal peligro ( la mayoría son lugares de culto y análisis político-social, respetables y pacíficas), es el discurso wahhābí (la doctrina oficial en Arabia Saudita, radical y muy extendida, pues este país gestiona y paga bastantes mezquitas) y el salafismo (de origen argelino y también integrista.) Por otra parte, como dice L. Napoleoni en su documentado libro Yihad. Cómo se financia el terrorismo… Bin Laden es un avieso político y economista, no un religioso. El verdadero motor del terrorismo islámico no es la religión –aunque se ampare en ella–, es la economía; la diferencia entre Bin Laden y Jomeini es precisamente esa. Concluyendo: El Islam –que no es monolítico– debe tender puentes desde la tradición hasta la modernidad, que son compatibles; pero, ¿tiene un referente en la laicista y loca Europa? Tenemos que demostrar que son hermanables –el Papa lo afirma en la Fides et Ratio – la fe y la razón, los ideales altos con la modernidad. Huyendo tanto del meaculpismo multiculturalista del país de las mil maravillas –estilo Fòrum de las Fisuras–, como de la xenofobia ta y miedosa, la intolerancia, debemos integrar a la sólida tradición europea las nuevas culturas como se prepara el all-i-oli, enriqueciendo nuestra identidad progresivamente, sin prisas, manteniendo el núcleo compacto, evitando caer en el posible “corte” de las culturas. Uno de los principales intelectuales del s.XX y de este que comienza, K. Wojtyla –que tanto ha contribuido al diálogo ecuménico e interreligioso, al entendimiento entre culturas– apuntó en Asís que orar “no significa evadirse de la historia y de los problemas que ésta presenta. Al contrario, es optar por hacer frente a la realidad no solos, sino con la fuerza que viene de lo Alto, la fuerza de la verdad y del amor cuya última fuente está en Dios.” Enrique Sánchez Costa, Revista Novadiagonal.