HABLA SEÑOR QUE TE ESCUCHO Introducción. Una de las preguntas más frecuentes que me suelen hacer respecto a la fe, a Dios, a nuestra forma de relacionarnos con Él es la de: ¿Cómo sé cuál es la voluntad de Dios sobre mi vida? Y otra que también escucho mucho es sobre la oración ¿Cómo diferenciar la voz de Dios y lo que me digo a mi mismo? ¿Cómo saber cuándo es Dios quien me responde o soy yo mismo? Y es bien cierto que son dos cuestiones importantes de nuestra vida de fe, y que no siempre es fácil responder. La escucha de Dios es un proceso pedagógico que vamos aprendiendo a lo largo de una vida. No es lo mismo escuchar a Dios al inicio de nuestra experiencia de fe, donde todo está cargado de sorpresa, de emoción, de sentimiento, que cuando uno lleva ya mucho tiempo a su servicio, a su escucha atenta, y se vuelve cada vez más sensible y más detallista. Los inicios suelen ser muy sensitivos, muy emotivos, muy a flor de piel. Semejante al enamoramiento, que es una etapa de la relación donde todo es fácil, espontáneo, fascinante. No se ve nada negativo ni difícil. El paso del tiempo nos devuelve a la realidad. Aparecen las diferencias, los defectos del otro, los límites y las negatividades y ahí se pide un nuevo paso de confianza y de crecimiento en el amor. Pues con Dios pasa lo mismo. Después de un abrazo misericordioso en una confesión, después de unos días de oración, o de retiro, uno experimenta la salvación, la compañía de Dios, su amor, su protección. Pero cuando salimos de esos ambientes privilegiados de fe, y volvemos a nuestra normalidad. De ritmos exigentes, de prisas, de gente que no tiene fe, ahí se deja de percibir la bondad de Dios con la misma nitidez. Mucha gente se siente decepcionada y abandona el seguimiento de Cristo, por no entender los cambios forman parte del camino, y que se nos invita a dar pasos nuevos de amistad, de relación, de confianza. Lo que Dios nos dice. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, soy yo quien os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca". Jn 15,13-16. Somos sus amigos si nos fiamos de Él. Lo que nos manda es que acojamos y amemos la realidad que tenemos frente a nosotros. La voluntad de Dios no se nos va a manifestar evadiéndonos de la realidad personal y circunstancial que nos acompaña. Pidiéndonos cambios bruscos, radicales, sin sentido común, que rompan nuestras vidas o la de las personas que nos rodean. Dios nos invita a transformar las realidades dolorosas, injustas, donde falta la vida y el amor. Pero no de forma mágica o automática. Respeta los procesos humanos, nuestros plazos, nuestros ritmos. "Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante". Jn 10,8-10. Reconocemos a Dios en la consolación que nos produce escuchar su palabra, en la alegría de entender de forma clara el mensaje del evangelio. Pero ese proceso es dinámico, progresivo, y nos tiene que llevar a pasar la experiencia de la mente al corazón y sobre todo a las fuerzas, a nuestra forma de actuar, a nuestra inversión del tiempo. La palabra de Dios es la clave para discernir qué voz escucho. Frente a cualquier cuestión sabré si quien responde es Dios o soy yo mismo, con mis intereses, con mis gustos. Si la respuesta a mi pregunta es evangélica, nos invita a poner amor, generosidad, entrega, perdón, está claro que es Dios quien la inspira. Si la respuesta es contraria al mensaje del Evangelio, seguro que no es Jesús quien la pronuncia. La voz de Dios la tenemos que aprender a distinguir entre muchas voces humanas y entre la nuestra propia. "Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió: Aquí estoy. Corrió adonde estaba Elí y dijo: Aquí estoy, porque me has llamado. Respondió: No te he llamado. Vuelve a acostarte. Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo: Aquí estoy, porque me has llamado. Respondió: No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte. Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo: Aquí estoy, porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel: Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo di: Habla Señor, que tu siervo escucha. Samuel fue a acostarse en su sitio". 1ª Sam 3,4-9. Cómo podemos vivirlo. Le pasa a Samuel lo que muchas veces nos pasa a nosotros, que es Dios quién nos llama, nos sugiere iniciativas, nos inquieta y nos activa para que no nos instalemos en la comodidad, pero nosotros no sabemos distinguir su voz, y buscamos en las personas la respuesta. Hay mucha voz de Dios en lo que deseamos, en lo que toca nuestra sensibilidad. Hay voz de Dios en nuestras rabias frente a la injusticia, frente al dolor y al sufrimiento de los demás. Hay mucha voluntad de Dios cuando nuestra vida se abre a los demás, cuando nuestro cariño lo repartimos a manos llenas. Cuando la inquietud nos lleva más allá de nuestro cálculos y seguridades. Cuando bogamos mar adentro, cuando caminamos por terrenos no conocidos, cuando la vida nos hace extender los brazos y dejar que sea otro quien nos lleva. Y al amor que nos lleva no hay que preguntarle a dónde va. (Vicente Esplugues, Misionero de la Fraternidad Misionera Verbum Dei).