ANALFABETISMO TRINITARIO Dr. Arturo Bravo En nuestros tiempos dominados por la informática e Internet ha surgido la expresión “analfabetismo digital” para referirse a quienes desconocen las destrezas básicas que permiten moverse en este ámbito. Ésta me parece una excelente imagen para ilustrar el desconocimiento que existe entre nosotros, los creyentes, sobre algo tan esencial a nuestra fe como es la Trinidad. Lo más propio y característico de la fe cristiana es creer en un Dios que es Tres Personas. Esto es lo que nos distingue del judaísmo, por ejemplo, y de todas las demás religiones. Nuestra fe la podemos describir como un monoteísmo trinitario. Lamentablemente, en la práctica nuestra conciencia creyente no es trinitaria. La Trinidad no tiene resonancia en nuestra vida de fe. En la conciencia de gran parte de los fieles de la Iglesia predomina un monoteísmo sin la Trinidad más que una conciencia trinitaria de Dios. Con frecuencia, incluso varias veces al día, nos persignamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero no sabemos qué pueda significar esto. Se sigue repitiendo que la “Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo… Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina” (Catecismo de la Iglesia Católica, artículo 234), pero no es la verdad principal en la convicción de la mayor parte de los creyentes: esto es lo que he llamado “analfabetismo trinitario”. El clasificar a los seres humanos en ateos y creyentes es una pobre clasificación, pues hay varias maneras de no creer y muchas de creer. Para el cristiano no es suficiente acoger la existencia de Dios, sino que debe preguntarse cómo vive Dios, cómo es. Y aquí se inserta el fundamento de nuestra fe: creemos en un Dios único que no es soledad sino comunión de Personas Divinas. Creer en la Trinidad significa que en la raíz de todo lo que existe hay un movimiento de amor porque la Trinidad es una dinámica constante y eterna de comunión en el amor de los divinos Tres. Cada uno de ellos está completamente volcado en los otros: cada persona divina sale de sí misma y se entrega completamente a las otras dos sin dejar de ser ella misma, es decir, está completamente presente en las otras dos sin perder su propia identidad. Esto es Dios en sí mismo. Pero así como cada persona divina sale de sí, la Trinidad en su conjunto también sale de sí dando origen a la creación. La dinámica perfecta y eterna de comunión en el amor se desborda, se derrama, surgiendo la creación como producto de ese desborde. Nuestro origen se encuentra en la sobreabundancia del amor trinitario. Y nuestro destino es participar eternamente de esa vida divina: “El fin último de toda la economía divina (plan divino) es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad” (Catec. Ig. Cat., artículo 260). A esto es lo que se le llama “salvación”. Para terminar, algunas consecuencias prácticas para nuestra vida: a) si somos hechos a imagen y semejanza de un Dios Trino significa que por naturaleza somos seres sociales, comunitarios, referidos a los demás; b) la Trinidad nos muestra la riqueza de la diversidad, por una parte, y la unidad en el amor, por otra. Unidad no es uniformidad, le pese a quien le pese, sino comunión en la diversidad; c) la Trinidad es el modelo a seguir para cualquier tipo de comunidad humana (familia, sociedad, congregación religiosa, iglesia, etc.) especialmente por esa característica de conformar una unidad sin anular las propias identidades. El conocimiento de la Trinidad es indispensable para la profundización y maduración de la fe cristiana. Y ese conocimiento consiste en la progresiva apropiación y comprensión del saludo con que se inicia prácticamente cada misa: “La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes” (2Co 13,13).