information the time of cotton texto por a ndr és puch La evolución de la industria del algodón, de su cultivo, transformación y comercialización es un paradigmático ejemplo de la ambigüedad que rodea la evolución humana, de las grandezas y las miserias que jalonan inseparables las páginas de su memoria. E l “Gossypium”, en sus diferentes variedades, se expandió en el mundo gracias a la industrialización, una mezcla de aportaciones individuales y esfuerzo colectivo que se nutre tanto de los avances de la técnica y el conocimiento de hombres singulares, como los inventores Arkwright, Miller o Watt, como del esfuerzo anónimo de los millones de hombres que lo cultivaron durante generaciones en los campos de Georgia o las planicies del subcontinente indio. El control del algodón generó conflictos bélicos, guerras comerciales, la expansión de la esclavitud y el sacrificio de grandes espacios naturales, pero también permitió vestirse y protegerse de las inclemencias del tiempo a todas las capas sociales, ofreció trabajo a millones de hombres y sobre todo mujeres, que por primera vez se incorporaron masivamente al mundo laboral con lo que eso significaba, e incentivó la investigación y el desarrollo técnico que no se limitó exclusivamente al sector textil sino por “efecto arrastre” se extendió a la siderurgia, la industria química, los transportes y todas aquellas actividades que participan en el ciclo del algodón desde que las semillas caen en los surcos de la plantación hasta que un cliente adquiere una camisa en una elegante tienda de cualquier capital europea. La sabia de la industria inglesa Aunque el algodón es un cultivo antiguo, conocido desde épocas remotas por los pueblos andinos y por los hindúes, fue a lo largo de la revolución industrial inglesa, a mediados del siglo XVIII, cuando se convirtió en la materia prima, en la sabia que nutrió las maquinas, que junto al carbón y el hierro transformaron los fundamentos de la economía, la sociedad y la cultura. Tradicionalmente la industria textil se había basado en la lana, sin embargo su hilo no era lo suficientemente fuerte para admitir la mecanización y por tanto la producción seguía supeditada a los límites que imponían los sistemas tradicionales. El algodón, que además era más barato, si que se adaptaba 46 • SPEND IN a las exigencias de los nuevos ingenios técnicos, tanto por su calidad como por su resistencia, que en una carrera imparable no dejaban de reducir costes y multiplicar la productividad de los talleres. En un tiempo record, que va desde la “lanzadora volante” de Key, la “Spening Jenny” de Hargreaves o la “Mule Jenny” de Cropton hasta los telares mecánicos de Cartwriht y de Roberts, se consigue que el trabajo que realizaban cientos de hombres lo realice una sola maquina. El catálogo de prendas se multiplica al compás del crecimiento de una demanda insaciable. Los tiempos avanzaban a la velocidad del vapor. La flota mercante británica pasa de unos 8.000 barcos a más de 24.000 en un lustro. Los convoyes llegan desde la India, y sobre todo desde Norteamérica cargados de toneladas de algodón hasta Bristol y Liverpool para alimentar las fabricas del Lancaster y el Yorkshire. Las antiguas colonias británicas en el Nuevo Mundo, que forman tras la independencia los Estados Unidos, se convertirán a lo largo de la primera mitad del siglo XIX en el gran productor de algodón mundial. Tradicionalmente la industria textil se había basado en la lana, sin embargo su hilo no era lo suficientemente fuerte para admitir la mecanización La fiebre del oro blanco. El algodón no existía en Norteamérica donde había sido introducido con escaso éxito por los españoles en el siglo XVI. Sin embargo en el siglo XVIII los británicos habían conseguido cultivarlo en los territorios sureños de Georgia, las “carolinas” o Virginia. El espectacular crecimiento de la demanda provocado por la industria británica, el avance de los conocimientos técnicos y científicos del cultivo, así como unas condiciones pro- www.spend-in.com information El algodón siguió brotando pese a todas las crisis y la “pírrica” victoria comercial británica que no pudo frenar el ascenso de la industria norteamericana tras la guerra picias provocaron que la franja sur del país, desde el atlántico al este de Texas, se cubriese de un manto blanco en un par de décadas. La “fiebre” impulsó a cultivar todas las tierras disponibles; se formaron las grandes plantaciones del Sur y la esclavitud, fundamental en el sistema de producción ya que permitía mantener los precios bajos frente a la competencia del algodón egipcio o el indio, se expandió hasta convertirse en un problema político. El resultado de este proceso fue un incremento de la producción exponencial, pasando la cosecha de 1.000 toneladas de algodón en 1791 a 180.000 en 1829. Grandes fortunas se formaron en el Sur y en el Norte una incipiente industria textil luchaba por ganar cuota de mercado copiando los procedimientos de las fábricas británicas, cuya tecnología es introducida clandestinamente, por emprendedores como Samuel Slater que llegó a “la tierra de las oportunidades” disfrazado de campesino. Los gobiernos de Londres prohibían tanto la exportación de maquinaria como la emigración de técnicos o ingenieros. La incipiente industria del Norte, no sólo tuvo que superar a la falta de conocimientos, también tuvo que enfrentarse a una sorda guerra comercial con los británicos, que no estaban dispuestos a tolerar ninguna competencia, recurriendo al “dumping” y otras tácticas que arruinaron las fabricas de Nueva Inglaterra. El cierre de los telares norteamericanos arrastro a los estados del sur algodonero ya que hundieron la demanda en un momento en que la producción seguía creciendo por lo que se hundieron los precios. La victoria comercial británica llevo al gobierno de Washington a aprobar leyes proteccionistas para proteger con severos aranceles su industria. El sur, protestó y presionó para volver al librecambismo que había favorecido las exportaciones de algodón, pieza angular de su economía y de su forma de vida. Al problema de la esclavitud se le unía la divergencia de intereses económicos. Un cóctel explosivo que desembocó en la guerra de secesión en 1860 que asoló durante seis años los Estados Unidos. El algodón siguió brotando pese a todas las crisis y la “pírrica” victoria comercial británica que no pudo frenar el ascenso de la industria norteamericana tras la guerra. Una vez pacificado el país, con la fuerza renovada de la unión, las fábricas estadounidenses terminaron a finales del siglo XIX con el liderazgo británico convirtiéndose en la formidable maquinaria económica que dominó el siglo XX. Un poder que nació en las raíces de esta delicada planta. www.spend-in.com SPEND IN • 47