Río Gallegos, 23 de mayo de 2010 Queridos hermanos todos: Estamos en la fiesta del Espíritu Santo. Toda vida tiene sentido sólo por su presencia. Nuestra oración, incluso la más mínima, es gracias a su inspiración. Su soplo es el que guía cualquiera de nuestros discernimientos. El Espíritu Santo es la manifestación más sutil, respetuosa y poderosa que podamos imaginar o suponer. “Dejarse guiar por el Espíritu es la verdadera “vida espiritual”. Es aceptar que Pentecostés no fue un hecho aislado sino que es el tiempo del Espíritu, tiempo presente y futuro para todos los que presten oído a su susurro. El Padre y el Hijo se manifiestan en la presencia y en el constante soplo del Espíritu, nunca dejan de impulsar a su Iglesia y a cada uno de sus hijos.” (José Luis Gereiro). Nosotros tenemos que aprender a abandonarnos, a entregarnos gratuitamente a su fuego. “La vida se recrea allí donde hay hombres que son dóciles a la gracia y firmes ante los hombres, que saben arrodillarse ante Dios y permanecer de pie ante los hermanos.” (Idem) La gracia de este tiempo es poder ser protagonistas del Jubileo Diocesano. Es la historia de salvación que se está viviendo entre nosotros. Y para esto, nos hemos venido preparando. El primer año, centramos nuestra atención en la Palabra de Dios y juntos hemos recorrido un largo camino en el que hemos gustado de ella y hemos afirmado con las mismas palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn. 6,68) Hasta esta fecha, sin dejar de lado lo anterior, la Eucaristía marcó el sendero de cada uno de nuestros días. Nuestro desafío y esfuerzo fue buscar y encontrar a Jesús presente en medio nuestro, en la misma experiencia de los discípulos de Emaús que: “Lo reconocieron al partir el pan.” (Lc. 24,35). En esta fiesta de Pentecostés, iniciamos el último eslabón: un año dedicado a la opción preferencial por los pobres. En primer lugar: una opción preferencial. La opción por los pobres ha surgido en América Latina, continente mayoritariamente pobre y cristiano. Desde el Documento de Medellín, “que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por los pobres”, (Md 1134) hasta Aparecida, se consagra la expresión “opción preferencial por los pobres” en el contexto de la misión evangelizadora de la Iglesia. Con esa opción se quiere indicar tanto el destinatario como el contenido de la evangelización. La opción preferencial por los pobres tiene como objetivo el anuncio de Cristo salvador que nos llevará a la comunión con el Padre y los hermanos, mediante la vivencia de la pobreza evangélica. (Md 1153) “Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (Hb 2,11-12). Ella, sin embargo, no es ni exclusiva, ni excluyente.” (AP 392) La fundamentación de la opción está en la evangelización del mismo Jesús (Md 1141) y en la defensa y amor de Dios hacia los pobres (Md 1142). “Nuestra fe proclama que “Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre” (EAm 67). Por eso “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.” (DI 3) En segundo lugar: nuestra conversión y pobreza evangélica. Hacia una iglesia pobre. En Aparecida, los obispos afirman: “La opción preferencial por los pobres es uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña. De hecho, Juan Pablo II, dirigiéndose a nuestro continente, sostuvo que “convertirse al Evangelio para el pueblo cristiano que vive en América, significa revisar todos los ambientes y dimensiones de su vida, especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común.” (EAm 27). “Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos.” (AP 396) El testimonio de una Iglesia pobre evangeliza a los que tienen su corazón apegado a las riquezas, convirtiéndolos y liberándolos de esta esclavitud y de su egoísmo. (1156) De esta manera, favoreceremos actitudes evangélicas de desprendimiento de los bienes terrenales, dejando de lado todo aquello que signifique privilegios, honores o distinciones que no respondan a la vida cercana y sencilla de una iglesia que quiere ser pobre. Participaremos con espíritu emprendedor en la misión de la Iglesia y en su esfuerzo por la justicia y la paz social, en todo lo que haga referencia a la justa distribución de las riquezas y en dar valor humano y cristiano al trabajo, defendiendo la dignidad del trabajador. (AP 395) Ayudará nuestro testimonio de comunión de bienes, a la luz de la primera comunidad cristiana (Hch 4,32). Nos ayudaremos a vencer el instinto de posesión egoísta y abrir al sentido cristiano del compartir. Administraremos los bienes materiales de tal modo que su finalidad de servicio sea evidente a todos. En tercer lugar: nuestra relación y trato con los pobres. Nosotros estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”. (SD 178) “A la luz del Evangelio reconocemos su inmensa dignidad y su valor sagrado a los ojos de Cristo, pobre y excluido como ellos.” (AP 389) Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron.” (Mt 25,40). Nuestro esfuerzo será estar a su lado y aliviar su indigencia, haciendo nuestras las legítimas aspiraciones de una sociedad más humana, “evitando toda actitud paternalista” (AP 397) . “De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluídos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación.” (AP 394) “Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación. “No podemos olvidar que el mismo Jesús lo propuso con su modo de actuar y con sus palabras: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos.” (Lc 14,13). (AP 397) “Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe… Día a día, los pobres se hacen sujetos de la evangelización y de la promoción humana integral: educan a sus hijos en la fe, viven una constante solidaridad entre parientes y vecinos, buscan constantemente a Dios y dan vida al peregrinar de la Iglesia.” (AP 398) Finalmente, los invito a aceptar este desafío de tener una mirada especial por esta opción como un camino seguro y concreto de preparación a los 50 años de vida de la Diócesis. La Palabra de Dios y la Eucaristía nos alimentan y dan sentido a este proceso de conversión. Que la Virgen María, la mujer “llena de gracia”, llena del Espíritu Santo, nos tome de su mano y nos acompañe en este peregrinar por las tierras patagónicas de nuestra Diócesis. Los bendigo de corazón. Recen por mí. Rezo por ustedes. + Juan Carlos Padre Obispo