Conferencia General Octubre 1987 "LOS QUE ANUNCIAN BUENAS NUEVAS" por el presidente Thomas S. Monson Segundo Consejero de la Primera Presidencia "El trabajo es duro y el impacto eterno, pero los soldados del ejército del Señor no pueden darse el lujo de perder el tiempo." Es muy inspirador ver este histórico Tabernáculo repleto y pensar que las capillas y edificios en todo el mundo están igualmente llenos de poseedores del sacerdocio de Dios. Ruego que la inspiración del cielo esté conmigo y dirija mis palabras. Mi memoria se remonta a una sesión general del sacerdocio que tuvimos en 1956. En esa época yo servía en la presidencia de la Estaca Temple View, aquí en Salt Lake City. Percy Fetzer, John Burt y yo, la presidencia, habíamos venido temprano al Tabernáculo con la esperanza de encontrar un buen sitio. Habíamos estado entre los primeros para entrar, y teníamos dos horas de espera antes de que empezara la sesión. El presidente Fetzer nos contó al presidente Burt y a mi una experiencia de sus días de misionero en Alemania. Nos habló de una noche lluviosa en que el y su compañero iban a presentar el mensaje del evangelio a un grupo de personas reunidas en una escuela. Un enemigo había publicado falsedades sobre la Iglesia y una cantidad de personas amenazaban atacar a los misioneros. En un momento critico, una mujer viuda se puso entre los élderes y los del grupo hostil y les dijo: "Estos jóvenes son mis huéspedes y van a acompañarme a mi casa ahora. Hagan el favor de dejarnos pasar". Los agresores se separaron y los misioneros fueron caminando bajo la lluvia con su benefactora, llegando al cabo de largo rato a la modesta casa de la mujer. Ella colgó sus abrigos mojados en las sillas de la cocina y los invitó a sentarse mientras preparaba la cena. Después de comer, los élderes presentaron el mensaje a la bondadosa señora. Estaba allí también un joven, hijo de ella, al que invitaron, pero rehusó acercarse a la mesa, quedándose apartado en un rincón más tibio cerca de la estufa. El presidente Fetzer terminó su relato, diciendo: "Aunque no sé si aquella señora se convirtió a la Iglesia, siempre le estaré agradecido por su bondad en esa noche de lluvia de hace treinta y dos años". Los hermanos que estaban delante de nosotros también habían empezado a conversar entre sí. Al cabo de un momento, estabamos escuchando su conversación. Uno de ellos le preguntó al que estaba sentado a su lado: "¿Y cómo se convirtió usted a la Iglesia?" El hermano le contestó: "Una noche de lluvia en Alemania, mi madre llevó a nuestra casa a dos misioneros empapados que había rescatado de un populacho: les dio de comer y ellos le presentaron un mensaje sobre la obra del Señor. Me invitaron a participar, pero yo era tímido y preferí quedarme sentado donde estaba, detrás de Conferencia General Octubre 1987 la estufa. Después, cuando volví a oír hablar de la religión años mas tarde, recordé el valor y la fe de aquellos misioneros, así como su mensaje, y eso me llevó a convertirme. Supongo que jamas los volveré a ver en esta tierra, pero les estaré eternamente agradecido. Ni sé de dónde eran. Creo que uno se llamaba Fetzer". En ese momento, el presidente Burt y yo miramos al presidente Fetzer y vimos que le corrían las lágrimas por las mejillas. Sin decirnos una palabra, él tocó en el hombro al que estaba sentado adelante y acababa de contar la experiencia de su conversión, y le dijo: "Yo soy el hermano Fetzer. Soy uno de los misioneros que estuvo en su casa aquella noche. Siento gratitud de poder conocer al muchacho que estaba sentado detrás de la estufa. . . escuchando y aprendiendo". No recuerdo los mensajes que recibimos en la sesión del sacerdocio esa noche, pero nunca olvidare la emotiva conversación que tuvo lugar antes de que empezara la reunión. Estas palabras del Señor eran muy apropiadas entonces, y también lo son ahora: "Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!". (D. y C 18:15). Somos un pueblo misionero; tenemos el divino mandato de proclamar el mensaje de la Restauración. Vosotros, los jóvenes que estáis aquí, ya os halláis en el umbral de la misión. Alma, aquel dinámico misionero del Libro de Mormón, nos da un plan de conducta misional: "Esta es mi gloria, que quizás pueda ser un instrumento en las manos de Dios para conducir a algún alma al arrepentimiento; y este es mi gozo" (Alma 29:9). Agrego mi testimonio: Nuestros misioneros no son comerciantes que quieren vender su mercancía, sino que son siervos del Dios Altísimo que quieren expresar su testimonio, enseñar verdades y salvar almas. Todo misionero que sale en respuesta a un llamamiento sagrado se convierte en un siervo del Señor, cuya obra ésta es. No temáis, jóvenes, porque Él estará con vosotros. El nunca nos falla. y nos ha prometido: "Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros'' (D. y C. 84:88). "Y saldréis por el poder de mi Espíritu, de dos en dos, predicando mi evangelio en mi nombre, alzando vuestras voces como si fuera con el son de trompeta, declarando mi palabra cual ángeles de Dios'' (D. y C. 42:6). Padres, obispos, asesores de quórumes, tenéis la responsabilidad de preparar a esta generación de misioneros, de despertar en el corazón de estos diáconos, maestros y presbíteros no sólo un sentido de su deber de servir, sino también una visión de las oportunidades y bendiciones que les esperan en el llamamiento misional. El trabajo es duro y el impacto eterno, pero los soldados del ejercito del Señor no pueden darse el lujo de perder el tiempo. Conferencia General Octubre 1987 Las recomendaciones para misioneros que llegan diariamente a las Oficinas Generales presentan toda la gama de la preparación. Quiero relataros uno o dos casos de la época en que trabajé en el Comité Misional. En un formulario de recomendación de un futuro misionero, el obispo había escrito lo siguiente: Este joven esta muy unido a su madre. Ella desea saber si seria posible que se le enviara a una misión cercana a su casa. a fin de que pudiese hablarle por teléfono todas las semanas y visitarlo algunas veces''. Al leer estas palabras al presidente Kimball, que era quien hacia las asignaciones entonces. pense en cual seria su reacción. ¿Lo enviaría a California o a Washington para que estuviese cerca de su casa, que era en Oregón? Sin levantar los ojos de lo que hacia el presidente Kimball dijo: "Asignémoslo a la Misión de Africa del Sur-Johanesburgo''. Otra recomendación tenia este comentario del presidente de estaca: "Este joven ha sido la mayor influencia para que su padrastro se convirtiera a la Iglesia hace un año. El hombre me dijo que el verlo levantarse todos los domingos de mañana para ir a la iglesia le había hecho pensar en que clase de Iglesia seria esa, que podía influir tanto en un muchacho''. En muchos respectos, una misión es un llamamiento para toda la familia. Las cartas de un misionero a sus padres están llenas de poder espiritual; están llenas de fe, fe duradera. Siempre he afirmado que esas cartas parece que han pasado por un correo celestial antes de llegar a la familia. La madre saborea cada palabra; el padre se llena de orgullo. Las cartas se leen una y otra vez, y jamás se desechan. Espero que los padres recuerden que las que le escriben ellos a su hija o hijo misionero le llevan el calor de hogar y motivan una renovación de su compromiso con su sagrado llamamiento. Dios os inspirara al disponeros a escribir para expresar a ese ser querido los sentimientos que tenéis por él. En el funeral de la madre del élder Marion G. Romney, que se realizó en Provo, Utah, su yerno, el hermano John Edmunds, hizo el siguiente relato: "Al principio de su matrimonio, los hermanos Romney vivían en Mexico. El hermanos Romney [igual que el padre del presidente Benson] fue llamado a una misión Aunque no contaban con los medios, él fue y su esposa lo mantenía Un día ella estaba muy triste porque quería escribirle, pero no tenía con que comprar una estampilla para la carta. Después de orar, salió a caminar por el bosque y con el pie desparramaba distraída las hojas secas mientras pensaba en su esposo. De pronto, notó un objeto brillante en el suelo, y al levantarlo vio que era una moneda. . . exactamente lo que necesitaba para comprar varias estampillas". Ella había escrito la carta y. con la intervención del Señor, pudo enviarla. Hermanos, pensad en las bendiciones que recibieron para sus respectivas familias los Romney y los Benson después de haber hecho un compromiso en la obra misional. Conferencia General Octubre 1987 Recuerdo a mi propio abuelo, Nels Monson, que esperó siete años para que su novia se convirtiera en su esposa. Lo primero que escribió en su diario de misionero expresaba con elocuencia su gratitud. y decía: Hoy, en el Templo de Salt Lake, tomé a María Mace por esposa para la eternidad''. Lo que escribió tres días después tenia un tono más triste: Esta noche vino el obispo a visitarnos. He sido llamado para cumplir una misión de dos años en Escandinavia. Mi amada esposa se quedara en casa y me mantendrá''. ¡Cuánto agradezco esa fe y esa devoción! Aplaudo a los muchos matrimonios que salen a servir. Dejando atrás las comodidades del hogar y el calor de la familia, van tomados de la mano como compañeros eternos, pero también tomado de la mano de Dios como Sus representantes en un mundo sediento de fe. A los muchos que contribuyen al fondo misional, les agradezco en nombre de la Iglesia y en mi propio nombre. Quizás reciban pronto la gratitud de Dios, o quizás la reciban como el hermano Fetzer, después de treinta años. Pero sé que la recibirán, los bendecirá, los consolará los santificará. El mes pasado los diarios de Salt Lake daban la noticia de la muerte de Fred Sudbury. En ella aparecían los nombres de su esposa. Perla. y su hijo. Craig. y se mencionaba el hecho de que era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y que su matrimonio se había sellado en el Templo de Salt Lake. Lo que la noticia no podía comunicar era el inspirador drama humano que había precedido su muerte. Hace años, Craig Sudbury fue con su madre a mi oficina, antes de partir para la Misión de Australia-Melbourne. Fred Sudbury, su padre, no estaba con ellos. Veinticinco años atrás la madre de Craig se había casado con Fred, que no compartía el amor que ella sentía por la Iglesia y, por supuesto, no era miembro. Craig me habló del amor profundo que sentía por sus padres y me confió su esperanza de que algún día, no sabía él como, el Espíritu tocara a su padre y él abriera su corazón al evangelio de Jesucristo. Oré pidiendo inspiración para saber cómo podría concedérsele su deseo. Recibí la inspiración que pedía y le dije a Craig: "Sirve al Señor con todo tu corazón. Sé obediente a tu sagrado llamamiento. Escríbeles a tus padres todas las semanas, y, de vez en cuando. Envíale una carta sólo a tu papa diciéndole que lo quieres y lo agradecido que estas de que él sea tu padre". Me agradeció, y él y su madre se fueron. No volví a ver a la madre de Craig hasta mis de dieciocho meses después. Un día fue a mi oficina y, con palabras entrecortadas por las lágrimas, me dijo que ya hacía casi dos años que su hijo se había ido a la misión. "Jamas dejó pasar una semana sin escribir a casa", me dijo. "Hace poco, mi esposo, Fred, se puso de pie por primera vez en una reunión de testimonios y dijo: ´Todos saben que no soy miembro de la lglesia pero algo me ha pasado desde que Craig salió en la misión. Sus cartas me han conmovido. Quiero leerles una: Conferencia General Octubre 1987 Querido papá: Hoy enseñé a una familia especial el plan de salvación y las bendiciones de la exaltación en el reino celestial. Pero para mí no sería un reino celestial si tu no estuvieras allí. Estoy agradecido de que seas mi padre, papá, y te quiero mucho. Tu hijo misionero. "Después de veintiséis años de matrimonio he decidido hacerme miembro de la Iglesia, porque se que el mensaje del evangelio es la palabra de Dios. La misión de mi hijo me ha movido a la acción y he hecho arreglos para que mi esposa y yo vayamos a encontrarnos con Craig al finalizar su misión. El mío será su ultimo bautismo de misionero regular del Señor. Había oído el mensaje, había visto la luz, había abrazado la verdad. Un joven misionero, con fe inquebrantable, había participado con Dios en un milagro de los últimos días. Su dificultad para comunicarse con el ser querido se había agrandado con la barrera de una distancia de miles de kilómetros entre él y su hogar. Pero el espíritu de amor atravesó la vastedad del océano, y se estableció un diálogo de corazón a corazón. No había otro misionero más orgulloso que Craig Sudbury el día en que, en la lejana Australia, ayudó a su padre a entrar en el agua y, levantando su brazo derecho en escuadra, dijo las sagradas palabras: "Fred Sudbury, habiendo sido comisionado por Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (véase D. y C. 20:73). La oración de una madre, la fe de un padre, el servicio de un hijo, lograron un milagro de Dios. "¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!" (Romanos 10:15.) Que el Señor nos bendiga, mis hermanos, con memorias misionales de un servicio valiente en la causa de Cristo, lo pido en Su santo nombre. Amén.