42-43 LEGUINA_42-43 LEGUINA.qxd 26/03/13 13:06 Página 42 LA TRINCHERA DE PAPEL Por Joaquín Leguina Literatura y arbitrariedad S e cuenta –aunque el autor nunca ha querido aclararlo del todo–que Gabriel García Márquez envió el manuscrito de Cien años de soledad a la editorial española Seix Barral y le fue rechazado. Cuesta creerlo, pero los editores catalanes cometieron un monstruoso desliz con una novela que atrapa al lector desde la primera línea. »Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su 42 1–7 de abril de 2013. nº 1012 padre lo llevó a conocer el hielo… El hecho de que Cien años de soledad no la publicara Seix Barral en España, sino que se publicara en Argentina en la Editorial Suramericana señala con el dedo a los editores barceloneses, que disfrutaban entonces de un gran prestigio. Me pregunto quién fue el necio (o los necios) que echaron a la papelera el manuscrito de una de las novelas más hermosas que se hayan escrito en castellano. Y me lo pregunto sin ánimo de venganza, simplemente para que se pueda explicar a los cha- Quién sería el necio que echó a la papelera el manuscrito de ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez, una de las novelas más hermosas en castellano vales en las escuelas hasta dónde puede llegar la estupidez humana en lo tocante a gustos literarios. Más doloroso fue el caso de El Gatopardo, cuyo manuscrito envió su autor, Giussepe Tomasi di Lampedusa, a varias prestigiosas editoriales italianas. En mayo de 1956 Lampedusa había enviado el texto a la editorial milanesa Mondadori y el 10 de diciembre de ese año el autor recibió una carta de la editorial rechazando la novela. El crítico y novelista siciliano Elio Vittorini, consejero de EUROPA PRESS 42-43 LEGUINA_42-43 LEGUINA.qxd 26/03/13 13:07 Página 43 Mondadori, influyó mucho en los juicios negativos de los tres lectores a los que la editorial Mondadori asignó la lectura de la novela. El Gatopardo volvió a caer en manos de Vittorini en su calidad de director de Einaudi (al mismo tiempo seguía siendo consejero de Mondadori) y el 2 de julio de 1957, unas semanas antes de morir, Lampedusa recibió una carta de Vittorini rechazando la novela, esta vez en representación de Einaudi. Lampedusa hizo llegar una tercera copia a la agente literaria Elena Croce, hija de Benedetto Croce, pero el texto pasó largos meses en la portería del Partido Republicano en Roma, en el que militaba Elena. El 23 de julio de 1957 Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió a la edad de sesenta años, convencido de que su novela nunca se publicaría y amargado por ello. Por suerte, Elena Croce se acordó del manuscrito guardado durante mucho tiempo en un cajón y se lo envió a Giorgio Bassani –que había sido contratado hacía poco tiempo por el editor Feltrinelli para dirigir una colección de autores contemporáneos–, diciéndole que la novela provenía de una “aristocrática señoría palermitana”. Algunos meses después, en marzo de 1958, Giorgio Bassani decidió que El Gatopardo se publicara en Feltrinelli Editori. La mayoría de los intelectuales italianos de izquierda desconfiaron de la obra de Lampedusa por la “ideología reaccionaria que de ella emanaba”. Pese a ello, “El gatopardo” se convirtió en un éxito rotundo: obtu- El 23 de julio de 1957 Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió a la edad de sesenta años, convencido de que su novela ‘El Gatopardo’ nunca se publicaría y amargado por ello vo el prestigioso Premio Strega en julio de 1959 y en menos de dos años llevaba cincuenta y dos ediciones en italiano. En el transcurso de las dos décadas posteriores se realizaron 121 reimpresiones y se tradujo a 23 idiomas. David Gilmour ha denunciado lo absurdo de aquel desencuentro literario con estas palabras: “La mayor parte de las críticas más duras y más asombrosas contra El Gatopardo vinieron de la intelligentsia radical italiana, que había logrado prácticamente el monopolio de la producción literaria del país después de la Segunda Guerra Mundial”. “En este clima reinante no es nada sorprendente que El gatopardo tuviese detractores. Una novela que era fácil de leer, con personajes bien definidos y una sintaxis pulcra, escrita por alguien que no adjudicaba ningún papel al realismo socialista o al experimentalismo de vanguardia estaba destinada a convertirse en anatema para muchos intelectuales, que la vieron como un libro reaccionario”. Pero no estamos ante una cuestión de gustos literarios o de mal criterio a la hora de leer un manuscrito, sino ante un desastre editorial y ante los destrozos que es capaz de provocar el sectarismo doctrinario y el amiguismo aplicados a la literatura. De hecho, Elio Vittorini y sus palmeros (prácticamente todos ellos miembros o compañeros de viaje del Partido Comunista Italiano) pastorearon durante muchos años la literatura italiana dictando bondades y censurando maldades sólo con criterios políticos, y todo ello envuelto en un discurso sedicentemente crítico que giraba en torno a las delicias (y exigencias) del realismo. Cuando un escritor de aquella cuerda como lo era Italo Calvino, harto de las ataduras de aquel estricto realismo, publicó El vizconde demediado, Vittorini, el gran papa y eficaz inquisidor, para defender a su amigo y protegido no tuvo más remedio que inventarse un nuevo concepto: “Realismo con carga fabuladora”. Que Feltrinelli publicara Doctor Zhivago, la magnífica novela de Pasternak, un año antes que El gatopardo, tampoco debió de agradar a los estrictos guardianes de la nueva ortodoxia literaria (que ellos habían construido, seguramente para bien de la clase obrera). Lo cual no me impide proclamar que muchos de los de aquella cuadra, empezando por Calvino y siguiendo con Pratolini, Moravia o Elsa Morante, produjeron una gran literatura que perdurará. l nº 1012. 1–7 de abril de 2013 43