El fraude del Diseño Inteligente

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El fraude del Diseño Inteligente
Daniel Dennett 26/03/2006
Bush anunció este mes que estaba a favor de la enseñanza del diseño inteligente en las escuelas y
dijo: “pienso que una parte de la educación consiste en poner a las personas en contacto con
diferentes escuelas de pensamiento .” Un par de semanas atrás, Bill Frist, el Senador de Tennesse
y líder de los Republicanos, expresó el mismo punto de vista: enseñar tanto el diseño inteligente
como la evolución “es un modo de no imponer a nadie una teoría particular. Creo que es la manera
más equitativa de enfrentarse, de cara al futuro, con la educación y el entrenamiento de las personas
en una sociedad pluralista.”
¿Es el diseño inteligente una escuela legítima de pensamiento científico? ¿Hay algo de eso, o es
que estas personas han sido embaucadas por uno de los engaños más ingeniosos de la historia de
la ciencia? ¿No es, acaso, imposible un engaño de tal dimensión?. No. Y les contaré cómo ha sido
urdido.
Por lo pronto, imaginemos una banda de opositores dispuestos a socavar la confianza mundial en la
física cuántica –“¡qué extraña es!”—, o el crédito que merece la relatividad einsteiniana. A pesar de
que los físicos llevan un siglo enseñándolas y popularizándolas, siempre fueron pocas las personas
que entendieron cabalmente los conceptos involucrados en ellas. La gran mayoría, finalmente,
justifica de manera improvisada su adhesión a las pruebas que ofrecen los expertos: “Bueno, tienen
un acuerdo aceptable entre ellos, y alegan que el haber comprendido estos extraños asuntos les
permitió aprovechar la energía atómica, fabricar transistores y lásers que, ciertamente, funcionan....”
Los físicos son afortunados, porque no hay una motivación poderosa para que se formen en su
contra partidas de intrigantes banderizos. No necesitan emplear demasiado tiempo tratando de
persuadir a la gente de que la física cuántica o la relatividad de Einstein están realmente
establecidas más allá de toda duda razonable.
Sin embargo, con la evolución pasa algo distinto. La idea científica fundamental de la evolución por
selección natural no sólo es mentalmente abrumadora; la selección natural, que ejecuta las
tradicionales tareas divinas de diseño y creación de todas las criaturas, grandes y pequeñas, parece
desmentir una de las mejores razones que podríamos tener para creer en Dios. De modo que hay
sobrados motivos para resistir las garantías que ofrecen los biólogos. Nadie es inmune al wishfull
thinking, a pensar llevados del deseo. Se requiere disciplina científica para protegernos de nuestra
propia credulidad, pero también hemos encontrado esforzados caminos ingeniosos para engañarnos
y engañar a los demás. Algunos de los métodos usados para explotar esos impulsos son fácilmente
analizables; otros requieren un poco más de esfuerzo.
Hace algunos años me enviaron un panfleto creacionista con una página divertida, ofrecida a modo
de simple cuestionario:
Test Dos:
¿Conoce Ud. alguna construcción que no tenga un constructor? [Si] [No]
¿Conoce Ud. una pintura que no tenga un pintor? [SI] [NO]
¿Conoce Ud. un auto que no tenga un fabricante? [SI] [NO]
Si responde SI a algunas de las preguntas anteriores, aporte detalles.
¡Toma ya, darwinista! La posible turbación del entrevistado enfrentado con esta tarea expresa a la
perfección la incredulidad que sienten muchas personas cuando se topan con la gran idea de
Darwin. Es aparentemente obvio que no puede haber diseños sin diseñadores, ni creaciones de ese
cariz sin un creador. ¿O no?
Pues sí, pero sólo hasta que se tiene en cuenta algo que la biología contemporánea ha demostrado
más allá de toda duda razonable: la selección natural. Ese proceso en el que las entidades
reproductoras deben competir por recursos finitos entrando en un torneo ciego de ensayo y error, a
partir del cual emergen automáticamente las mejoras. Un proceso capaz de generar imponentes
diseños ingeniosos.
Analicemos el desarrollo del ojo, que siempre fue una de los objeciones favoritas de los
creacionistas. ¿A quién se le puede ocurrir –preguntan— que esa maravilla ingenieril sea el producto
de una serie de pequeños pasos no planificados? Sólo un diseñador inteligente puede haber sido
capaz de crear la brillante disposición adaptativa del cristalino, la apertura variable del iris y un tejido
sensible a la luz de una exquisita sensibilidad, todo eso ubicado, encima, en una esfera capaz de
cambiar de objetivo en una centésima de segundo y de enviar megabites de información a la corteza
visual cada segundo, de manera continua y durante años.
Pero, a medida que aprendemos mucho más sobre la historia de los genes involucrados y el modo
en que trabajan –todo el camino de regreso hasta sus genes predecesores en la bacteria ciega, a
partir de la cual empezaron a evolucionar los animales multicelulares hace más de quinientos
millones de años–, podemos también comenzar a narrar la historia del modo en que los puntos
fotosensibles se convirtieron en fosas fotosensibles capaces de detectar la dirección aproximada de
la luz, adquirieron gradualmente sus lentes y mejoraron continuamente su capacidad de recolectar
información
Todavía no estamos en condiciones de decir cuáles fueron los detalles de ese proceso, pero es
posible encontrar ojos reales representativos de todos los estadios intermedios, cuya existencia está
registrada en el entero el reino animal; y contamos con detallados modelos computacionales para
demostrar que el proceso creativo trabaja exactamente como dice la teoría.
Lo único que se necesita es un raro accidente que aporte una mutación a un animal afortunado,
mutación, ésta, que incrementa su capacidad visual en relación con la de sus hermanos; y si esto lo
ayuda para tener más éxito que sus rivales, entonces suministra a la evolución una oportunidad para
sortear el obstáculo y avanzar en el diseño del ojo mediante un paso no inteligente. Y puesto que
esas afortunadas mejoras se acumulan –tal fue la intuición de Darwin—, los ojos pueden mejorar y
mejorar indefinidamente, sin necesidad de diseñador inteligente.
Así como es de brillante el diseño del ojo, muestra en su origen una engañosa imperfección: la retina
no está en su sitio ideal. Las fibras nerviosas que transportan las señales desde los conos y los
bastones de los ojos (que perciben sensorialmente la luz y el color) están dispuestas en la parte
superior del ojo, y tienen que zambullirse por un largo agujero de la retina para llegar al cerebro,
originándose así un punto ciego. Ningún diseñador inteligente habría creado una cámara de video
mediante un plan tan chapucero, y éste es sólo uno de los cientos de accidentes congelados en la
historia evolucionaria que confirman la ausencia de inteligencia en el proceso histórico.
Si Ud. aún considera que el Test Dos es convincente, un tipo de ilusión cognitiva que es capaz de
sentir aunque decida ignorarla, no es muy diferente de todo el mundo; la idea de que la selección
natural tiene el poder de generar diseños tan sofisticados es profundamente contraintuitiva. Francis
Crick, uno de los descubridores del ADN, en una oportunidad le atribuyó jocosamente a su colega
Leslie Orgel la “Segunda Ley de Orgel”: “La evolución es más astuta que usted”. Los biólogos
evolucionarios con frecuencia se asombran del poder que muestra la selección natural para
‘descubrir’ soluciones ‘ingeniosas’ ante un problema de diseño simulado en un laboratorio.
Esta observación nos permite ocuparnos de una versión más sofisticada de la ilusión cognitiva
presente en el Test Dos. Cuando los evolucionistas como Crick se maravillan por la inteligencia del
proceso de selección natural, no están reconociendo el diseño inteligente. Los diseños que se
encuentran en la naturaleza son simplemente brillantes, pero el proceso de diseño que los ha
generado carece completamente en sí mismo de inteligencia.
Sin embargo, los partidarios del diseño inteligente explotan la ambigüedad entre proceso y producto
contenida en la palabra “diseño”. Consideran que la presencia de un producto acabado (un ojo
totalmente evolucionado, por ejemplo) es una evidencia de un proceso de diseño inteligente. Pero
esta atractiva conclusión es justamente lo que la biología evolucionaria ha arrinconado como yerro.
Sí, los ojos son para ver, pero éste y todos los demás propósitos del mundo natural pueden haber
sido generados por procesos que no tienen propósitos ni inteligencia. Es difícil de entender, pero
también lo es la idea de que los objetos coloreados del mundo están compuestos por átomos que en
sí mismos no son coloreados, y que el calor no está compuesto de pequeños trozos de cosas
calientes
Paradójicamente, atender exclusivamente al diseño inteligente también ha logrado ocultar algo más:
la existencia de las abundantes y genuinas controversias científicas sobre la evolución. En casi todos
los campos hay objeciones a una u a otra de las teorías establecidas. La manera aceptada de
provocar esas tormentas es presentarse con una teoría alternativa capaz de realizar una predicción
que la teoría reinante niega de manera decidida, y que, a la postre, resulta ser verdadera, o explica
algo que era incomprensible para los defensores del status quo, o unifica dos teorías distantes a
costa de algún elemento de la teoría aceptada vigente.
Hasta ahora, los partidarios del diseño inteligente no han producido nada parecido. Ni experimentos
con resultados que desafíen algún supuesto biológico establecido. Ni observaciones en los registros
fósiles, en la genómica, en la biogeografía o en la anatomía comparada que sean capaces de
desafiar al pensamiento evolucionario normal.
En vez de eso, los partidarios del diseño inteligente usan una táctica que funciona aproximadamente
del siguiente modo. En primer lugar, hacen un mal uso y una mala descripción de algún trabajo
científico. Se procede a continuación a una violenta refutación del mismo. Entonces, en lugar de
lidiar francamente con las objeciones, citan las refutaciones y las usan como prueba evidente de
que existe una “controversia” digna de ser enseñada.
Obsérvese que el truco es independiente del contenido. Se puede usar con cualquier tema.
Partiendo de una interpretación falsa del trabajo de Pérez, Usted dice: “El trabajo de geología de
Pérez apoya mi argumento de que la tierra es plana.” Cuando Pérez le responde y denuncia el mal
uso de su trabajo, Ud. replica diciendo algo así como: “¿No ven que hay controversia? El Profesor
Pérez y yo estamos inmersos en un debate científico titánico. Deberíamos enseñar la controversia
en las aulas.” Y aquí viene la parte más sabrosa: con frecuencia es posible explotar en provecho
propio el carácter muy técnico de los problemas, descontando que la mayoría de nosotros nos
perderemos por el camino de los intrincados detalles.
William Dembski, uno de los partidarios más ruidosos del diseño inteligente, concede haber
provocado al biólogo Thomas Schneider para que diera una respuesta que el mismo Dr. Dembski
caracteriza como “tan alambicada, que simplemente habrá de resultar ridícula para el observador
externo.” Aquello que para los científicos parece –y es— una objeción mortal del Dr. Schneider,
aparece ante la gran mayoría como ridículamente alambicada.
En suma, no hay ciencia. Realmente nunca ha sido siquiera arriesgada una hipótesis del diseño
inteligente como explicación rival de algún fenómeno biológico. Esto puede resultar sorprendente
para las personas que piensan que el diseño inteligente compite directamente con las hipótesis de
un diseño no- inteligente, por selección natural. Pero decir, como hacen los defensores del diseño
inteligente: “Ustedes aún no han explicado todo,” no es una hipótesis rival. Ciertamente, la biología
evolucionaria no ha explicado todo lo que asombra a los biólogos. Pero el diseño inteligente ni tan
siquiera ha intentado explicar nada.
Para formular una hipótesis alternativa es necesario bajar a las trincheras y ofrecer detalles que
tengan implicaciones comprobables. Hasta el momento, los partidarios del diseño inteligente han
esquivado convenientemente este requisito, argumentando que no tienen en mente específicamente
quién o qué podría ser el diseñador inteligente.
A fin de observar con nitidez este defecto, consideremos una hipótesis imaginaria de un diseño
inteligente que estuviera en condiciones de explicar la aparición de los seres humanos en el planeta:
Hace cerca de seis millones de años, ingenieros genéticos inteligentes procedentes de otra galaxia
visitaron la tierra y decidieron que el planeta sería más interesante si hubiera una especie capaz de
usar el lenguaje y de generar religiones. Ello es que secuestraron a unos cuantos primates y los
rediseñaron con ingeniera genética, dotándoles de un instinto lingüístico y agrandando sus lóbulos
frontales para que fueran capaces de planificar y reflexionar. Y funcionó.
Si alguna versión de esta hipótesis fuera verdadera, podría explicar cómo y por qué los seres
humanos difieren de sus parientes cercanos, y estaría en condiciones de echar por tierra las
hipótesis evolucionarias rivales.
Aún tenemos el problema de averiguar cómo llegaron a existir los ingenieros genéticos inteligentes
en su propio planeta, pero felizmente podemos ignorar esa complicación por el momento, en vista de
que no hay ni el más ligero indicio empírico a favor de esa hipótesis.
Pero hay algo que la comunidad del diseño inteligente se niega a discutir: no hay ninguna otra
hipótesis del diseño inteligente que tenga algo más para ofrecer. De hecho, la hipótesis que acabo
de fingir tiene la ventaja de ser, en principio, comprobable: podríamos comparar los genomas de los
humanos y de los chimpancés, buscando signos inconfundibles de la interferencia de esos
ingenieros genéticos procedentes de otra galaxia. Encontrar una suerte de manual de uso
elegantemente encastrado en el “ADN-basura” aparentemente disfuncional que compone el grueso
del genoma humano, convertiría a esta banda de partidarios del diseño inteligente en serios
candidatos a obtener el premio Nóbel. Busquen lo que busquen, si algo buscan, lo cierto es que,
hasta ahora, la banda no ha encontrado nada que pueda transmitirse.
Vale la pena observar que hay una miríada de controversias científicas en biología que aún no
figuran en los manuales o en las aulas. Los científicos involucrados en esos argumentos intentan ser
aceptados por las comunidades de expertos relevantes, publicando en revistas académicas
sometidas al arbitraje de pares; y los escritores y editores de libros de texto se aferran a criterios que
establecen qué nuevos descubrimientos tienen un nivel de aceptación –aún no, de verdad— que los
haga dignos de ser considerados por los estudiantes de grado y los universitarios.
Así que, diseñadores inteligentes, pónganse en línea. Alinéense tras la hipótesis de que la vida
comenzó en Marte y la depositó aquí un impacto cósmico. Alinéense tras la hipótesis del mono
acuático, de la hipótesis del origen gestual del lenguaje o de la teoría de que el canto precede al
lenguaje, para mencionar algunas de las seductoras hipótesis que se defienden de manera activa,
pero que aún están insuficientemente confirmadas por hechos brutos.
El “Discovery Institute,” la organización conservadora que ayuda a poner el diseño inteligente en el
mapa, se queja de que sus miembros son hostigados en las revistas científicas institucionalmente
aceptadas. Pero la hostilidad institucional no es un obstáculo real para el diseño inteligente. Si el
diseño inteligente fuera una idea científica cuyo momento ha llegado, los científicos jóvenes se
lanzarían sobre sus laboratorios compitiendo por ganar los Premios Nóbel que, con toda seguridad,
están a la espera de cualquiera que sea capaz de echar abajo algún enunciado significativo de la
biología evolucionaria contemporánea.
¿Recuerdan la fusión fría?. El establishment fue increíblemente hostil a la hipótesis, pero los
científicos de todo el mundo se precipitaron a los laboratorios para explorar la idea, con la esperanza
de compartir la gloria en caso de que resultara verdadera.
En lugar de gastar anualmente más de 1 millón de dólares en la publicación de libros y artículos para
un público no científico y para otros esfuerzos en relaciones públicas, el Discovery Institute debería
financiar su propia revista electrónica con un arbitraje por pares. De este modo sería coherente con
la imagen que ellos mismos pretenden de sí: los denodados defensores de valientes iconoclastas
desenmascaradores de las instituciones establecidas
Por ahora, sin embargo, la teoría propuesta es exactamente lo que George Gilder –un veterano del
Discovery Institute— ha dicho que es: “El diseño inteligente en sí mismo no tiene ningún contenido.”
Dado que no hay contenido, no hay “controversia” para enseñar en las clases de biología. Pero hay
algo en los acontecimientos y en la política de estos últimos años que sí merecería ser objeto de
estudio en alguna facultad universitaria: ¿Es el diseño inteligente un fraude? Y en tal caso, ¿cómo
se ha consumado?
Daniel Dennett, profesor de filosofía en el Centro de Estudios Cognitivos de la Tufts University, es
uno de los grandes filósofos vivos. Ha hecho contribuciones decisivas a la filosofía de la mente y a la
filosofía de la biología, e interesantes e internacionalmente apreciadas incursiones en la metafísica y
aun en la teoría moral. Son muy recomendables, en este contexto, dos de sus últimos libros:
Darwin’s Dangerous Idea
(1993) y Freedom Evolves (2003). Hay traducción castellana de ambos.
Traducción para www.sinpermiso.info: María Julia Bertomeu
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Fuente:
New York Times, 29 agosto 2005
URL de origen (Obtenido en 19/11/2016 - 15:53):
http://www.sinpermiso.info/textos/el-fraude-del-diseo-inteligente
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