Domingo I de Cuaresma

Anuncio
PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
CICLO LITÚRGICO A
COMENTARIO BÍBLICO DE LA LITURGIA DE LA PALABRA
En Cuaresma, las lecturas de la Palabra de Dios nos proponen un repaso de la Historia de la
Salvación. Una historia que comienza con Adán y encuentra su plenitud en Cristo. Esa historia se
prolonga en la comunidad, en la Iglesia, en cada uno de nosotros.
La 1º lectura, del Génesis, no pretende mostrar cómo ha surgido el ser humano en el planeta, sino
que describe teológicamente y con rasgos poéticos, cómo es el ser humano. Nos creemos muy
poderosos, ilimitados, imparables y con capacidad para hacer cualquier cosa. Pero, en realidad,
somos débiles, somos pequeños, somos frágiles. Tan frágiles que nos cuesta superar celos,
envidias, vicios. Nos cuesta olvidar ofensas. De perdonar, ¡ni hablemos! Nos cuesta superar
inmadureces, temores. Dios sabe que somos así. Él nos ha hecho así. ¡Y así nos quiere! Sabe
que somos de barro, del polvo de la tierra.
Del polvo de la tierra brota la vida. La Ceniza nos recordaba, precisamente, “la fragilidad de
nuestro pueblo” (expresión acuñada por Monseñor Jorge Mario Bergoglio). Dios confía tanto en su
Creación, que otorga plena libertad. Resalto PLENA para responder a quienes piensan que la
Iglesia se dedica a cargar culpas y a truncar sueños. La aventura de Dios es dejar al ser humano
que se mueva con total libertad. Incluso libertad para elegir el mal y hasta para rechazar la vida.
En realidad la violencia que nos asusta, el aborto que nos preocupa, la desorientación que nos
alarma son expresiones de la plena libertad del ser humano. Habrá quienes culpen a Dios de los
males, pero la responsabilidad es nuestra. Totalmente nuestra.
La respuesta del ser humano a esta libertad aparece reflejada, teológica y poéticamente, en la
desobediencia. Lo que está prohibido nos resulta más apetitoso, más deseable. Eso expresa el
relato de la caída de Adán y Eva. Lo que no podemos, lo que no debemos, ¡eso nos atrae! Otro
ejemplo de nuestra fragilidad humana. La falta, el pecado ha sido la desobediencia a la Palabra de
Dios. Lo que nos pasa a nosotros, eso queda reflejado en la escena de la caída de Adán y Eva. El
Génesis relata cómo somos los seres humanos. Nos describe con exquisita claridad.
En la 2º lectura, San Pablo, en su carta a los romanos, afirma que así como la muerte ha entrado
en el ser humano por uno sólo (Adán), así también por uno sólo (Cristo), la Salvación ha triunfado.
La gracia es mayor que el pecado. La Vida es mayor que la muerte. Es decir que la continuidad de
la historia de la Salvación se da ente nosotros, en los seguidores, en la descendencia de la
Comunidad de la Iglesia.
De todas maneras, aunque ya haya triunfado la vida y la gracia sobre el pecado y la muerte, los
cristianos estamos sometidos a las inseguridades, a las tentaciones y a los conflictos de la propia
existencia.
Es la experiencia que ha vivido Jesús al ser conducido al desierto para sufrir las tentaciones.
Así como el pueblo hebreo atravesó el mar con prodigios de Dios, así Jesús atravesó el Jordán en
el bautismo también con prodigios de Dios.
Así como el pueblo elegido tuvo que superar las tentaciones del desierto, así Jesús tuvo que
hacer lo mismo. Con esta comparación se observa claramente que la teología del Antiguo
Testamento está muy presente en el Nuevo, y hace que se puedan comprender mutuamente. Así
queda presentado Dios.
El Desierto, lugar despoblado, solitario, silencioso, es el contexto ideal para la reflexión, para el
examen de conciencia, para estar a solas con uno mismo. Por eso es lugar peligroso, porque
asaltan los temores, inseguridades, fragilidades, debilidades y limitaciones. Esas son las
tentaciones propias del ser humano. Pero el mismo contexto de desierto también es lugar
privilegiado para el encuentro con Dios. En la soledad, en el silencio, en la total y plena humildad y
desprotección el creyente se enfrenta cara a cara con Dios, desnudo, sin caretas ni disfraces.
El ayuno de Jesús en el desierto, así como nuestro ayuno en Cuaresma, no es una privación
estéril, autodestructiva, sino que puede generar efectos muy positivos:
Por un lado, es una práctica, una ejercitación, un entrenamiento de nosotros mismos sobre
nuestras necesidades, o sobre aquello que nos parece imprescindible. Así combatimos la cantidad
de falsas necesidades que nos impone el consumismo.
Por otro lado, el ayuno suscita solidaridad generosa, ya que lo que podemos ahorrar con las
privaciones del ayuno cuaresmal, puede destinarse a una ayuda hacia aquéllos para los que el
ayuno no es opción religiosa, sino una imposición por la injusticia, la falta de oportunidades, la
falta de justicia y de respeto.
Superadas las tentaciones del tener, del poder y del placer, Jesús es asistido y así comienza su
“ministerio público”. La Iglesia, siguiendo los pasos de su Maestro, se lanza a la aventura de
seguir sus pasos hasta el calvario, hasta la muerte. Esa es la Cuaresma.
Las tentaciones están siempre en nuestra vida. La oración del Padrenuestro nos hace pedir a Dios
ante tantas tentaciones que están siempre sobre nosotros, que no nos deje caer en ellas. Eso
depende de nosotros, de nuestras fuerzas. Y como flaqueamos, necesitamos que Él nos ayude y
no nos deje caer. La experiencia de desierto y las tentaciones se nos vienen encima a cada
momento. Pero al mismo tiempo, las oportunidades para reencontrarnos con Dios, purificar
nuestros corazones, reorientar nuestras conductas y renovar el compromiso con nuestros ideales,
nuestros principios, nuestra fe. Así vivimos la Cuaresma.
P. Mariano Rojas, crl
Salta
Descargar