1 JOSÉ (III): CUANDO HACEMOS UN ÍDOLO DEL AMOR FAMILIAR

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JOSÉ (III): CUANDO HACEMOS UN ÍDOLO DEL AMOR FAMILIAR
(Gen. 29:16-20; 37:3-4; 43:11-14)
INTRODUCCIÓN.Cuando no percibimos a Dios como de quien recibimos todo en esta vida, y por tanto es a Él a quien
adoramos, amamos y servimos, terminamos haciendo un ídolo de cualquier cosa. Como dijera
Chesterton: ‘Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa’.
Algo tan bueno como el amor entre hombre y mujer, o entre padres a hijos, también puede llegar a
ser transformado en un ídolo que terminará causándonos mucho dolor. Esto es lo que le ocurrió a
Jacob. Primero el amor a Raquel, y muerta ésta, el amor a sus hijos José y Benjamín llegó a ocupar el
lugar de ídolos en su vida.
Pero es también lo que ocurre con millones de personas en nuestra sociedad actual. Las letras de
muchas canciones populares y el cine, nos llevan a ver el romance y el amor como lo que dará
satisfacción a todas las profundas necesidades de sentido y de trascendencia que hay en nuestro
corazón. Y nos alimenta la idea de que si hallamos nuestra alma gemela, todo lo que está mal en
nuestra vida estará entonces bien. Pero cuando nuestra expectativa en el amor es esa, estamos
haciendo de la otra persona un dios. No hay ser humano alguno que pueda cumplir los requisitos
para desempeñar ese papel. Y el resultado será inevitablemente una amarga desilusión.
Y esto también puede pasar en el amor de padres a hijos. Conocí hace ya bastante tiempo a una
familia cuyos padres reaccionaban con violencia verbal ante cualquier comentario mínimamente
crítico a sus hijos. Aquellos hijos eran los mejores del mundo y cualquier problema que los implicara
era, según los padres, siempre culpa de los otros, nunca sus hijos tenían la más mínima
responsabilidad.
El proceso para ir descubriendo cualquiera de estas formas de idolatría, siempre será doloroso para
nosotros. Pero Dios está interesado en que le reconozcamos a Él como el Señor de todo, por lo tanto
va a ser perseverante en ir acabando con los ídolos en nuestra vida.
Espero que no se me malentienda pensando que debemos tener una actitud negativa en cuanto al
amor o al sexo. Ni mucho menos. En la Biblia hay muchos lugares donde se nos habla de la bendición
que supone el amor y el sexo. Y bendición significa profunda satisfacción. Por ejemplo: “¡Goza con la
esposa de tu juventud!... ¡Que su amor te cautive todo el tiempo!... ¡Que sus pechos te satisfagan
siempre!...” (¿Ah, pero dice también eso en la Biblia?) Pues sí dice eso y más. (Prov. 5:18,19) Así que
no se trata de ninguna actitud negativa hacia el amor, sino de que ocupe el lugar que debe ocupar y
no el lugar funcional de Dios. Dios quiere que amemos a nuestros cónyuges e hijos, pero que no se
vuelvan ídolos para nosotros.
Pero entremos en el caso de Jacob.
I.- EL AMOR DE JACOB POR RAQUEL.“Labán tenía dos hijas. La mayor se llamaba Lea, y la menor, Raquel. Lea tenía ojos apagados,
mientras que Raquel era una mujer muy hermosa. Como Jacob se había enamorado de Raquel, le dijo
a su tío: —Me ofrezco a trabajar para ti siete años, a cambio de Raquel, tu hija menor. Labán le
contestó: —Es mejor que te la entregue a ti, y no a un extraño. Quédate conmigo. Así que Jacob
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trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero como estaba muy enamorado de ella le
pareció poco tiempo”. (Gen. 29:16-20)
En el texto hebreo se nos dice que Raquel no solo era bella sino que también tenía un cuerpo
hermoso. Y Jacob es evidente que estaba perdidamente enamorado de ella. Según Robert Alter,
reconocido erudito de historia hebrea, aparecen en el texto varias señales que nos muestran lo
enamorado y apasionado que Jacob estaba con Raquel. La principal señal es que ofreció siete años
de trabajo como pago para casarse con ella. Y en el sistema económico de aquel tiempo eso era un
precio altísimo. Algunos hablan de que suponía cuatro veces el precio que habitualmente se pagaba
por una novia. Y aún así ‘como estaba muy enamorado de ella le pareció poco tiempo’. (v. 20)
El texto nos deja la idea de Jacob como un hombre abrumado y obsesionado, a causa de su anhelo
por ella. Y, ¿por qué se sentía así? La razón es que la vida de Jacob estaba vacía. Para su padre nunca
había significado gran cosa, ya que prefería a su otro hermano Esaú. Además había perdido el amor
de su madre, que sí le amaba mucho, al huir de la tierra de Canaán. Y desde luego en ese tiempo no
tenía un conocimiento personal del amor y cuidado de Dios.
Entonces cuando vio aquella joven tan hermosa debe haberse dicho para sí: ‘Si tuviera a esta mujer
mi vida por fin estaría completa. He tenido muchas complicaciones en la vida, pero si la tuviera a ella
todo estaría bien’. Y entonces, todos los deseos de su corazón por tener sentido y seguridad en su
vida quedaron aferrados sobre Raquel.
Así que Raquel no era sólo su esposa, era su ‘salvadora’. Quería y necesitaba a Raquel de una forma
tan profunda que sólo oía y veía las cosas que quería oír y ver. Por eso fue fácilmente engañado por
Labán su suegro, dándole primero a Lea como esposa y teniendo que trabajar siete años más por su
idolatrada Raquel. Más tarde, Jacob adoraría y favorecería a los hijos que tuvo con Raquel (José y
Benjamín). Su amor idolátrico hacia esos dos hijos ayudó a crear un clima familiar envenenado, que
terminaría con la venta de José por sus hermanos.
Cuando alguien o algo llega a ocupar así el lugar de Dios, terminamos siendo esclavos de ello.
Siempre temerosos de poder perderlo. Ese es uno de los efectos de la idolatría en cualquier vida.
II.- EL AMOR DE JACOB POR JOSÉ Y BENJAMÍN.El primer día que empezamos a hablar sobre la historia de José ya estuvimos comentando
ampliamente este amor tan especial que Jacob tenía para con José. El segundo texto que hemos
leído al principio nos lo dice así: “Israel amaba a José más que a sus otros hijos, porque lo había
tenido en su vejez. Por eso mandó que le confeccionaran una túnica especial de mangas largas.
Viendo sus hermanos que su padre amaba más a José que a ellos, comenzaron a odiarlo y ni siquiera
lo saludaban”. (Génesis 37: 3-4)
El dolor profundo de Jacob por la desaparición de José, expresado con aquella frase cuando le
trataban de consolar es significativo: “No. Guardaré luto hasta que descienda al sepulcro para
reunirme con mi hijo” (Gen. 37:35). Y esta manera de reaccionar, va más allá de lo que sería un amor
saludable de Jacob hacia su hijo. Ese hijo se ha llegado a convertir en el rey de su corazón. Y la
desaparición de José, le hizo llevar un luto que duró hasta que supo que José vivía, es decir, unos 23
años más tarde.
Otra vez más espero que nadie me malentienda. El amor por los hijos es extraordinario, bueno y
santo. Pero cuando es de ahí que obtenemos el sentido y significado de nuestra vida, entonces le
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hemos dado el lugar que sólo le pertenece a Dios, hemos hecho un ídolo. Y la idolatría dañará
profundamente nuestra existencia.
Las cosas por las que recuerdo haber sufrido más en esta vida, han sido aquellas que han supuesto la
caída, el derribo, de valores que para mí ocupaban el lugar funcional de Dios. Y no me refiero a
intereses mundanos y perversos, sino aquellas cosas buenas que habían llegado a tomar ese lugar de
casi dioses. Y eso es también lo que se ve en la historia de Jacob.
III.- EL PROCESO DEL FIN DE UNA IDOLATRÍA.El fin de la idolatría no suele ser algo instantáneo, sino que conlleva un proceso. Y solo irá
desapareciendo cuando realmente Dios se convierte en el objeto de nuestra satisfacción, de nuestro
descanso, de nuestra confianza, amor y adoración. Y eso no ocurre sin la obra del Espíritu en nuestra
vida.
En Jacob vemos ese proceso en el descubrimiento y la desaparición de sus ídolos. Hay varios textos
que nos hablan de ese proceso. En primer lugar el que leímos al principio: “Entonces Israel, su padre,
les dijo: —Ya que no hay más remedio, haced lo siguiente: Echad en vuestros costales los mejores
productos de esta región, y llevádselos de regalo a ese hombre: un poco de bálsamo, un poco de miel,
perfumes, mirra, nueces, almendras. Llevad también el doble del dinero, pues debéis devolver el que
estaba en vuestras bolsas, ya que seguramente fue un error. Id con vuestro hermano menor y
presentaos ante ese hombre. ¡Que el Dios Todopoderoso permita que ese hombre os tenga
compasión y deje libre a vuestro otro hermano, y además volváis con Benjamín! En cuanto a mí, si he
de perder a mis hijos, ¡qué le voy a hacer! ¡Los perderé!” (Gen. 43: 11-14)
Jacob todavía no sabe que ‘ese hombre’ es su amado José, que como tipo del verdadero salvador
anhela recibir a su familia. Y piensa que es probable que pueda perder incluso a su otro amado hijo
Benjamín. Con todo, las circunstancias movidas por una Poderosa y Soberana Mano le fuerzan a
tener que dejar ir a su hijo menor. Y hay dos cosas que sobresalen en el texto:
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Una: Su mirada vuelve al Dios Todopoderoso (v. 14). Este fue quien le apareció en Luz (Betel)
para darle aquella extraordinaria promesa de gracia: Primero le extendió a él la promesa del
pacto hecha a Abraham e Isaac. Y después le dijo: “Yo estoy contigo. Te protegeré por donde
quiera que vayas, y te traeré de vuelta a esta tierra. No te abandonaré hasta cumplir con
todo lo que te he prometido”. (Gen. 28:15) Ahora empieza, poco a poco, a confiar de verdad
en esas tremendas promesas. Empieza a creer que Dios es Todopoderoso, y por tanto capaz
de hacer que, aún ese extraño y poderoso hombre egipcio, se compadezca y deje libres a sus
hijos.
Dos: Ese amor idolátrico a Benjamín empieza a ceder. Ahora le importa más el bien general,
el de la supervivencia del pueblo del pacto. Empieza a estar más en consonancia con las
promesas y el plan general de Dios, que prometía traer la salvación a través de su simiente. Y
está dispuesto a sufrir si tiene que sufrir: ‘En cuanto a mí, si he de perder a mis hijos, ¡qué le
voy a hacer! ¡Los perderé!
Hay dos o tres pistas más que nos hablan de este proceso de liberación de la idolatría del amor
familiar en la vida de Jacob. Esa liberación va unida a la toma de conciencia de una vida guiada por la
gracia y conectada con los planes de Dios. Veremos solamente una de estas pistas, porque para
captar las demás necesitaríamos demasiada explicación.
La hallamos, al ver lo que él piensa ahora de Dios. Cuando se dispone a bendecir a los hijos de José
dice lo siguiente: “Que el Dios en cuya presencia caminaron mis padres, Abraham e Isaac, el Dios que
me ha guiado desde el día que nací hasta hoy, el ángel que me ha rescatado de todo mal…” (Gen.
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48:15-16a) Aquí vemos quien era realmente Dios para Jacob ahora. Es interesante que de sus padres
mencione que caminaron en la presencia de Señor, pero en cuanto así mismo habla del Dios que ‘me
ha guiado desde el día que nací hasta hoy’ y del Dios ‘que me ha rescatado de todo mal’ Su
conciencia de la gracia, guía y protección de Dios en su vida es ahora extraordinaria. Esa percepción
de la gracia de Dios es la que nos libera de nuestros ídolos.
CONCLUSIÓN.No es lo malo, sino lo bueno, lo que puede convertirse en un ídolo. Y eso es lo que hace difícil su
descubrimiento. Como vemos en Jacob, el amor de pareja y el amor a nuestros hijos podrían llegar a
ser uno de estos ídolos. Ninguna persona, ni siquiera la mejor de todas, nos podrá dar lo que necesita
nuestra alma. Sólo la conciencia de la gracia de Dios, y su amor satisfaciéndonos en todo tiempo, nos
librará de esos ídolos.
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