Identidad cultural cubana post- revolucionaria

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Identidad cultural cubana postrevolucionaria: la poética de Nicolás
Guillén y el ideal del hombre nuevo
Cuban post-revolutionary cultural identity: the
Nicholas Guillén´s poetry and the new man ideal
Vivian Romeu*
Resumen
La obra poética de Nicolás Guillén, poeta nacional de Cuba, reúne valores transculturales como el antirracismo y el antiimperialismo que convergen con el ideal
del hombre nuevo alusivo al ideal ético-político del hombre que demandó la Revolución cubana en sus primeros tiempos. En ese sentido, el contenido de los
poemas de Guillén anima gran parte del imaginario político, ético y social de la
identidad cultural cubana del período post-Revolución. En este trabajo evidenciamos estas conexiones.
Palabras Clave: poesía, Guillén, valor transcultural, identidad, cultura cubana
Abstract
The poetic work of Nicholas Guillén, national poet of Cuba, reunites transcultural values like the anti-racism and the anti-imperialism that converge with
the ideal of the allusive new man to the ethical-political ideal of the man who
demanded the Cuban Revolution in his first times. In that sense, the content of
Guillén´s poems animates great part of the politician, ethical and social imaginary of the Cuban cultural identity of the post-Revolution period. In this work
we demonstrated these connections.
Keywords: poetry, Guillén, transcultural value, identity, Cuban culture.
Introducción
Nicolás Guillén, poeta nacional de Cuba, cuya obra resulta representativa de
un ideario nacionalista ha sido escogida en este trabajo para referirnos a la relación arte-política ya que pretendemos evidenciar a través de la reflexión crítica cómo dos de los valores que hemos llamado “transculturales” en la obra
poética de Nicolás Guillén convergen con el ideal del hombre nuevo alusivo al
ideal ético-político del hombre que demandó la Revolución cubana en sus primeros tiempos, y conformaron lo que se conoció en Cuba como el ideal sociopolítico revolucionario.
Hay que señalar que de ningún modo los hallazgos que este trabajo suscite
en los términos anteriores permitiría afirmar la existencia de algún tipo de compromiso político de Guillén con el gobierno de Cuba ni el empleo o uso tácito de
la obra de Guillén por parte del gobierno cubano para trazar una política ideológica que le permitiera a su vez construir el ideal revolucionario como parte
* Universidad Autónoma de la Ciudad de México
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del imaginario político colectivo después del triunfo de la Revolución cubana
en 1959 y conformar a partir de él lo que hemos denominado “identidad cultural cubana post-revolucionaria”. De hecho, la obra de Guillén es una entre algunas otras que pudieron haber sido escogidas para llevar a cabo este trabajo,
aunque no se puede soslayar el hecho de que en su elección ha pesado el título
que ostenta Nicolás Guillén como poeta nacional.
1. Del término transcultural y los objetivos de este ensayo
El término transculturalidad tiene su origen en la antropología y su concepción
totalista o de atravesamiento que excluye el estudio comparado entre culturas;
sin embargo, como la antropología justamente se centra en el conocimiento de
las comunidades humanas a partir de métodos comparativos, la transculturalidad forma parte de una reflexión propia de las antropologías filosóficas más
que de las antropologías físicas. Esto es lo que hace que el término transcultural, impreciso y opaco desde su propio surgimiento, sea adoptado por la estética, específicamente por aquella corriente de la estética con matiz antropológico
con Schaeffer y Van Damme a la cabeza.
Sin embargo, debido a que en este trabajo no nos interesa la transculturalidad como fenómeno, sino como ideal, nuestro punto de partida no se centrará
ni en una ni en la otra, por lo que entenderemos la transculturalidad como “lo
que trasciende las culturas”. Así definida, la transculturalidad es lo que apunta a la mezcla intercolectiva porque como plantea San Nicolás (2002) denota
intercambio, trasvase, ir y venir de un sistema cultural a otro. Esta fusión que
propone el autor indica un proceso de impacto en la cultura, de donde resultan
cambios en los patrones de la cultura original de uno de los grupos o ambos.
Como se puede apreciar, esta idea parte de entender el proceso de transculturalidad como un proceso de intercambio, de hibridación, que es el sentido que nosotros le estamos otorgando en este trabajo. Es en ese sentido en el
que afirmamos que la obra poética de Nicolás Guillén, poeta nacional de Cuba,
reúne valores transculturales que permiten dar cuenta de la formación de lo
que denominamos ideal transcultural, mismo que definimos como aquel ideal
que expresa de forma condensada el valor simbólico contenido en la expresión
sincrética de una cultura.
Como uno de los máximos representantes de la poesía afroantillana, en algún tiempo llamada también poesía negra, Guillén (1902-1989) se inscribe como
poeta al interior de lo que él mismo consideró “cultura mulata”. Son ejemplo
de ello sus poemarios Motivo de son (1930), Sóngoro consongo y Poemas Mulatos
(1931). No obstante, su poesía siempre estuvo también vinculada a las temáticas
de preocupación política y social tanto a nivel nacional como a nivel continental, por ejemplo West Indies Ltd (1934), El son entero (1947) y La paloma de vuelo popular (1958) son poemas y poemarios que expresan claramente lo anterior.
A partir de su regreso a Cuba tras el triunfo revolucionario de 1959, Guillén escribe el poema “Tengo” (1964), y los poemarios La rueda dentada (1972)
y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel. Poemas para niños y mayores de
edad (1977), alternando su vocación de escritor con la de funcionario ya que
desde 1962, presidió hasta su muerte la Unión de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC). Sus obras completas se publicaron en 1972 bajo el título Obra poética (1920-1972). Además de ser considerado el poeta nacional de Cuba, Nicolás
Guillén es galardonado con la Orden José Martí en 1983 (máxima distinción
del estado cubano) y en ese mismo año obtiene el Premio Nacional de Litera-
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tura. Además de sus múltiples reconocimientos nacionales e internacionales,
Guillén es reconocido como periodista y su obra periodística está recogida en
el libro Prosa de prisa (1975-1976).
En la poesía de Guillén creemos observar la presencia de al menos dos de
los valores identitarios de la cultura cubana actual que podemos llamar valores transculturales, estos son: su antirracismo y su antimperialismo. Ambos temas han constituido el motivo literario de este poeta desde sus inicios hasta su
muerte, lo que significa que no son temas que surjan a propósito del discurso
ideológico revolucionario, sino más bien, podemos decir, que comulgan con él.
No obstante lo anterior, es preciso señalar que los valores ético-morales de la
poesía de Guillén embonan con los valores que el gobierno revolucionario pretendió instaurar como valores ético-políticos en la sociedad cubana revolucionaria. En ese sentido, el contenido de sus poemas guarda estrecha relación con
el ideal del hombre nuevo acuñado por el Che durante el período revolucionario y cuya esencia anima gran parte del imaginario político y social de la identidad cultural cubana del período post-revolución.
Por todo lo anterior, a partir de un somero abordaje de los valores transculturales en la poesía de Guillén, en este trabajo pretendemos demostrar que dichos valores cohabitan sin esfuerzo, al interior del discurso político y ético de
la Revolución Cubana, con los valores ideológicos preconizados por ésta a partir de las radicales transformaciones que llevó a cabo durante los tres primeros
años de vida. En ese sentido es que consideramos que dicha cohabitación posibilita el desplazamiento del ideal transcultural amparado por la poesía de Guillén hacia posiciones en las que dicho ideal se instala como ideal revolucionario.
2. Los valores transculturales en la obra poética de Nicolás Guillén
Si bien tanto el tema del antimperialismo como el racial son motivos que acompañan la poesía de Guillén desde antes del triunfo revolucionario, no hay dudas que tienen un impacto en la conformación de la identidad social y cultural
cubana después del triunfo de la Revolución. Su poesía conduce a pensar la
identidad cubana como una identidad nueva que, paradójicamente en su novedad está soportada en la historia.
Si bien signada por los nuevos actores sociales de la Cuba Revolucionaria
(pueblo: obreros y campesinos, y “barbudos”, que también son el pueblo), la
identidad cubana postrevolucionaria hace emerger el tema racial —tan controvertido en la sociedad isleña— desde el punto de vista de la justicia social y la
igualdad ciudadana, pero Guillén lo hace emerger desde la historia misma, es
decir, desde la huella física y concreta que dejan plasmados los hechos.
El antimperialismo, en cambio, no corre la misma suerte. Si bien en Cuba
el sentimiento antimperialista fue por períodos un sentimiento genuino; el antimperialismo es más bien un discurso propio de la era revolucionaria y postrevolucionaria.
Durante las guerras de independencia (1868-1878 y 1895-1898) y antes, el
movimiento liberal cubano en más de una ocasión planteó la posibilidad de la
anexión de Cuba a los Estados Unidos. También, se pidió la intervención de los
Estados Unidos en la guerra de independencia contra España y quizá eso explique el motivo por el cual la naciente República de Cuba, en 1902, consiente
la aprobación de la Enmienda Platt. Posteriormente, ya en épocas republicanas,
la dependencia con los Estados Unidos se acentúa, y más allá de algunos brotes
realmente antimperialistas, no se puede afirmar que en Cuba hubiera una con-
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ciencia política antimperialista hasta la llegada de la Revolución Cubana con
Fidel Castro al poder. El mismo Fidel, en algunas ocasiones, solicita ayuda al
gobierno norteamericano en su lucha contra Batista.
A continuación intentaremos demostrar la manera en que estos temas clave en la poesía de Guillén han sido tratados por el poeta como parte de los valores modélicos de la identidad cultural cubana.
2.1 El ideal antirracista
Debido a la temática negra que maneja, la obra poética de Nicolás Guillén es
considerada como la más representativa de la poesía afroantillana. Son ejemplo de ello los poemas “Un son para niños antillanos”, “La muralla”, “Balada
de los dos abuelos”, entre otros. Por ejemplo en “La muralla”, Guillén comienza diciendo:
Para hacer una muralla / tráiganme todas las manos:/ los negros sus manos negras,
/ los blancos sus blancas manos. / Ay, una muralla que vaya / desde la playa hasta
el monte, / desde el monte hasta la playa, / allá sobre el horizonte.
Como se puede observar, para el concurso de hacer una muralla que, es justo decir, se trata de una muralla que separa la amistad de la enemistad, el amor
del odio, la paz de la guerra, Guillén señala que es necesario hacerla con todas
las manos, y con ese absolutismo se refiere inclusivamente a todos los hombres
y mujeres, blancos y negros que conforman la población cubana (los elementos
“playa” y “monte” enfatizan el contexto cubano), sugiriendo con ello que en
Cuba solamente puede haber blancos y negros, pues los mestizos —unos más
blancos, otros más negros— pertenecen a una raza o a la otra, pero no son diferentes, es decir, son parte de la hibridez racial que caracteriza al cubano. Este
tema es expresado también en el poema “El abuelo”, del poemario Motivos de
son que dice en sus últimos versos:
¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas; / boga en el agua viva / que allí dentro te fluye; / y ve pasando lirios, nelumbos, lotos, rosas; / que ya verás, inquieto,
junto a la fresca orilla, / la dulce sombra oscura del abuelo que huye:/ el que rizó
por siempre tu cabeza amarilla.
Otro clásico de su temática negra es “Balada de los dos abuelos”, un poema hermoso e instructivo que da cuenta justamente de la mezcla de razas en
la que se soporta la conformación misma del pueblo cubano. Dice el poema en
algunos versos:
Sombras que sólo yo veo, / me escoltan mis dos abuelos. / Lanza con punta de hueso, / tambor de cuero y madera: / mi abuelo negro. / Gorguera en el cuello ancho,
/ cuello alechugado (plegado – rizado) / gris armadura guerrera: / mi abuelo blanco. / Pie desnudo, torso pétreo de piedra los de mi negro; / pupilas de vidrio antártico / las de mi blanco!
Este poema mantiene latente la alternancia entre las características del abuelo negro y las del abuelo blanco, características todas que ha dado al nieto la
posibilidad de reunirlos en su persona. La reunión, tal y como expresan los siguientes versos, es gozosa y bienvenida, pero también es dolorosa y sublime
porque significa el reconocimiento de una historia de oprobios y esclavitud, el
reconocimiento del racismo y la separación que le es inherente. Dice Guillén
al respecto:
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¡Qué de barcos, qué de barcos! / ¡Qué de negros, qué de negros! / ¡Qué largo fulgor
de cañas! / Resplandor, brillo / ¡Qué látigo el del negrero! / Piedra de llanto y de
sangre, / venas y ojos entreabiertos, / y madrugadas vacías, / y atardeceres de ingenio, / y una gran voz, fuerte voz, / despedazando el silencio. / ¡Qué de barcos, qué
de barcos, / qué de negros!
En el poema “Un son para niños antillanos”, también se puede observar la
presencia del tema racial desde un punto de vista histórico, tal y como lo trata
en “Balada de los dos Abuelos”. En “Balada…” por ejemplo, cuando se habla
de barcos y barcos se habla de la trata de negros del sistema esclavista; también alude a la esclavitud el verso “y atardeceres de ingenio” o “el látigo del
negrero”. En cambio, en “Un son para niños antillanos”, Guillén se refiere a la
historia de las Antillas, llenas de negros esclavos, pero también llenas de blancos colonizadores. La historia de la mezcla racial de las Antillas no es diferente a la de Cuba (Cuba es la isla mayor de las Antillas). Así lo dice el poeta: De
La Habana a Portobelo, / de Jamaica a Trinidad, / anda y anda el barco barco / sin capitán./ Una negra va en la popa, / va en la proa un español: / Anda y anda el barco barco, / con ellos dos.
Por otra parte, en su poema “Son 16”, Guillén enfatiza la nueva identidad
cultural cubana. Para él, esta identidad es fundamentalmente yoruba, negra,
sufrida, pero alegre y valiente, híbrida porque el yoruba cubano ya no procede de África, sino de América, es decir, del encuentro desigual entre culturas y
razas que es el lugar de donde proviene su identidad cubana:
Yoruba soy, soy lucumí, / mandinga, congo, carabalí. / Atiendan, amigos, mi son,
que sigue así: / Estamos juntos desde muy lejos, / jóvenes, viejos, / negros y blancos, todo mezclado; / uno mandando y otro mandado, / todo mezclado; / San Berenito y otro mandado, / todo mezclado; / negros y blancos desde muy lejos, / todo
mezclado; / Santa María y uno mandado, / todo mezclado.
El énfasis en lo mezclado se hace evidente en este poema en el que, como
dice el poeta, lo mío es tuyo / lo tuyo es mío; / toda la sangre / formando un río. Vuelve aquí Guillén a reafirmar la hibridez como rasgo racial, social y cultural, lo
que constituye a nuestro juicio, un modo acertado de definir al cubano identitariamente.
2.2 El ideal antimperialista
Como comentamos al inicio de este apartado, otra temática muy fuerte en la
poesía de Guillén es la que constituye su antimperialismo. En ésta, el poeta oscila entre la crítica burlesca al imperio neocolonial norteamericano y europeo,
y la exaltación nacionalista y americanista. Hay que decir que para Guillén el
antimperialismo es, ante todo una cuestión de soberanía nacional, pero no se
trata —como algunos sostienen— de una defensa política de la soberanía, sino,
de una defensa de la identidad cultural híbrida que nos caracteriza. La soberanía es para Guillén materia de identidad. Así lo expresa en su poema “Problemas del subdesarrollo”:
Monsieur Dupont te llama inculto, / porque ignoras cuál era el nieto
preferido de Victor Hugo. / Herr Müller se ha puesto a gritar, / porque no sabes el día
(exacto) en que murió Bismark. / Tu amigo Mr. Smith, inglés o yanqui, yo no lo sé,
/ se subleva uando escribes shell./ (Parece que ahorras una ele, / y que además pronuncias chel.) / Bueno ¿y qué?/ Cuando te toque a ti,/mándales decir cacarajícara /y
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que donde está el Aconcagua,/ y que quién era Sucre, / y que en qué lugar de este
planeta murió Martí. / Un favor: que te hablen siempre en español.
La defensa del idioma y de las raíces históricas de América por una parte, y la discrepancia con el sentido de lo culto-occidental por la otra, conduce a
pensar en la rebelión de Guillén ante el pensamiento colonialista y la dominación hegemónica del saber en términos generales. Su rebelión muestra un profundo sentimiento de rechazo ante la pretensión neocolonial e imperialista de
ver disminuido o asimilado a cualquier pueblo latinoamericano por culturas
impuestas y lejanas como la norteamericana y la europea.
Es por ello que consideramos el tema de la soberanía en la poesía de Guillén como parte de un proceso de toma de conciencia ideológica de cara a la
cancelación de la dependencia lingüístico-cultural de América Latina hacia los
Estados Unidos y Europa, lo que, como es claro entrever, está asociado más a
la defensa de la identidad que a la defensa de una soberanía política y/o territorial, aunque no las excluya.
En otra vertiente temática del valor antimperialista de su poesía, en el poema “Caña” expresa el profundo sentimiento de pérdida e impotencia hacia la
tierra y sus productos. Sin embargo, no debemos pensar que el poema de Guillén es sólo denuncia, es también a nuestro juicio la sutil y dolorosa comprensión de que la historia de la dependencia económica y el oprobioso régimen
colonial y neocolonial en Cuba no ha cesado, sino sólo cambiado de dueño: El
negro junto al cañaveral. / El yanqui sobre el cañaveral. / La tierra bajo el cañaveral.
/ ¡Sangre que se nos va!
“Caña” es un buen ejemplo de cómo ante un conflicto de soberanía económica, Guillén responde con un conflicto de supervivencia identitaria, y apela,
como en el poema “No sé por qué piensas tú”, a la esencia de clase de la identidad cultural y social cubana:
No sé por qué piensas tú, / soldado, que te odio yo, / si somos la misma cosa / yo,
/ tú. / Tú eres pobre, lo soy yo; / soy de abajo, lo eres tú;/ ¿de dónde has sacado tú,
/ soldado, que te odio yo?/ Me duele que a veces tú / te olvides de quién soy yo; /
caramba, si yo soy tú, / lo mismo que tú eres yo.
Como se puede observar, la apuesta del poeta es apelar a lo real, es decir,
a lo que se vive en la realidad cotidiana. En el poema anterior, el soldado al
que se alude es un soldado del ejército del dictador Batista, que es quien bajo
sus órdenes, encarcela, pega, mata. Guillén le habla como gente de pueblo, le
habla en el mismo lenguaje que los caracteriza a ambos, es más, le habla como
si el soldado estuviera hablándose a sí mismo. El llamado a su conciencia, no
se traduce sólo en un llamado a su conciencia de clase, sino también a su conciencia como cubano; se trata de un llamado de alerta, de un llamado de amor.
Para el poeta no puede haber odio entre hermanos, y eso son, para él, todos los
cubanos: hermanos. “No sé por qué piensas tú”, es un poema que incita a la
rebelión reflexiva, es decir, a rebelarse contra un pensamiento separatista, divisor de cubanos.
Para resumir, es notable la capacidad que muestran los valores transculturales de la obra poética de Nicolás Guillén para transmutarse en ideales puesto
que el contenido temático de los poemas que hemos abordado, así como el tratamiento ideológico de los mismos permiten su desplazamiento a la categoría
de ideal en tanto se muestran, como ya hemos mencionado, como valores mo-
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délicos de la identidad cultural cubana, valores que en nuestra opinión encajan
perfectamente en el ideal revolucionario que guía la construcción y consolidación de los nuevos actores sociales de la Cuba post-revolucionaria, precisamente a partir del triunfo de la Revolución cubana y la efervescencia popular que
en los primeros años de la revolución este hecho genera en el pueblo cubano, e
incluso en otros países de América, África, Europa y Asia.
Para contextualizar la efervescencia revolucionaria de aquellos primeros
años del triunfo de la Revolución cubana, en el siguiente apartado ofreceremos
un breve y sintético panorama de los hechos ocurridos en aquellos momentos
que contribuya a explicar las condiciones generales que posibilitaron la habilitación de un cuerpo simbólico favorable para la construcción del ideal revolucionario en Cuba después del 59.
3. El ideal revolucionario: de la Cuba antes del 59 a la Cuba después del 59
El ascenso de las clases populares al poder, traducidas en el triunfo del Ejército Rebelde en Cuba, conduce a la destrucción de los medios de producción y
modos de vida de la alta burguesía, y al consecuente aniquilamiento del capitalismo en Cuba. El Ejército revolucionario, nutrido mayormente de la gente
de pueblo (aunque también se podían encontrar en sus filas personas pertenecientes a la pequeña y mediana burguesía empresarial, hijos de pequeños comerciantes, dueños de negocios, etc.), dio su apoyo participativo en este nuevo
panorama. Para estos nuevos actores sociales, en su mayoría obreros y campesinos a quienes el Estado revolucionario cubano ofreció más que un cambio
político, una verdadera transformación económico-social de alto impacto ideológico, la llegada del Ejército Rebelde al poder con Fidel Castro al frente, significó la modificación real de sus condiciones de vida: dejaron de ser analfabetos
ellos y sus hijos, fueron dueños de sus propias tierras y casas, dejaron de padecer la impotencia de ver morir a los suyos por no tener dinero para atender su
salud, dejaron de pasar hambre.
Un breve panorama de las condiciones económicas y sociales de Cuba antes
del 59, nos indica que, según fuentes oficiales, casi la sexta parte de la población cubana era analfabeta, y de ellos la mitad se concentraba en las zonas rurales (Rodríguez, 2008). En Cuba sólo el 1.1.% de la población se graduaba del
nivel universitario (Dueñas, 2008) y de ellos la gran mayoría eran blancos ya
que los negros estaban confinados a la esfera de los servicios domésticos y personales, ajenos casi por completo a labores vinculadas con el comercio, funcionarios públicos, banqueros, propietarios e incluso clérigos (García Dally, 2003).
Por otra parte, como lo señala Rodríguez (2008), hacia fines de los años cincuenta el 80 % de las exportaciones cubanas se hacían a los Estados Unidos y
eran derivadas del cultivo del azúcar, lo que ofrece una idea del carácter predominantemente agrícola de la economía y su naturaleza monoproductora y monoexportadora. Además, según la autora, del área total de la tierra destinada
a la industria azucarera, un poco menos de la mitad eran propiedad de 13 latifundios norteamericanos, lo que aseguraba aún más la dependencia de Cuba
hacia los Estados Unidos en el rubro económico. Otro ejemplo importante de
la dependencia, esta vez política, lo constituye la no abolición de la Enmienda
Platt, que fue una enmienda anexada a la constitución de la República, apenas
fundada en 1902, que condenaba a la isla a ser durante cien años una especie de
protectorado norteamericano (esta famosa enmienda echó por tierra los logros
independentistas. Fue firmada por el primer presidente cubano José Estrada
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Palma en 1902 con el apoyo de no pocos jefes de las guerras de independencia). Si a eso añadimos el control de la mafia norteamericana en Cuba desde la
década de los años treinta, que convirtió a Cuba, en palabras de Enrique Cirules “en uno de los más importantes centros de la delincuencia internacional”
(Cirules, citado en Sánchez, 2008), se puede apreciar que los años cincuenta representaron para Cuba sólo la brillante apariencia de un esplendor de pocos.
Cimbrada por el truhanismo, la corrupción política y económica, la isla era
la viva estampa de una nación fragmentada por el racismo, el clasismo, la pobreza y espíritu nacional venido a menos. Por eso, el triunfo revolucionario de
Fidel Castro no sólo hizo recuperar la esperanza social en la reconducción radical de una sociedad más justa, sino que vino a ofrecer los insumos para reconstruir la dispersa y fracturada identidad nacional mediante la promoción
de un ideal hasta el momento nuevo, el de fomentar el bien común por encima
del bienestar individual.
Es así que los nuevos actores sociales del régimen revolucionario (el pueblo) sacrificaron con gusto sus intereses individuales en pos de los intereses de
la colectividad en tanto tal acción significaba a fin de cuentas, la satisfacción
de sus propias necesidades (ellos mismos eran los protagonistas y beneficiarios
de aquella gesta sin precedentes). De esa manera, los obreros y los campesinos
pasaron de ser espectadores de una realidad que los vilipendiaba a ser agentes
de cambio, participativos. En aquellos iniciales años de euforia y efervescencia
popular, los “señores” cedieron lugar a los “compañeros”, a los “camaradas”;
las jerarquías militares conformadas por los revolucionarios (también llamados
“barbudos”) miembros del aclamado Ejército Rebelde, inspiraban respeto no temor; eran ellos, los rebeldes, la misma gente de pueblo que dirigía el país; eran
ellos, los rebeldes, los que habían ganado el triunfo del 59 para todos los cubanos; eran ellos quienes habían sacrificado su bienestar personal por el bienestar común; eran ellos en suma quienes daban el ejemplo.
Dadas esas condiciones no es difícil prever el apoyo incondicional que suscitó la Revolución Cubana en la gran mayoría de la población urbana y rural de
la Isla, apoyo que se traduce tanto en respaldo moral al rumbo (primero nacionalista, y posteriormente socialista) que irá tomando la Revolución desde sus
primeros años, como en caldo de cultivo para generar cambios en la conciencia
social y política del pueblo cubano.
De las primeras medidas que el gobierno de Fidel Castro implementó en
el país, la erradicación del analfabetismo fue quizá una de las más populares.
La campaña de alfabetización, como se le conoció en la Isla, se implementó en
1961, y para 1962, según cifras oficiales, el analfabetismo había disminuido de
23.6 % a 1.9 %. Se pasó de tener una universidad en todo el país, a tener cuarenta y cinco centros universitarios e institutos de educación media superior;
además se duplicaron las escuelas de educación primaria.
También en el año 1961, se nacionalizó la enseñanza, es decir, se declaró la
potestad del estado sobre la educación, lo que trajo como consecuencia el establecimiento de la gratuidad educativa a todos los niveles en Cuba, la creación de
escuelas para adultos, para niños pequeños menores de seis años y para niños
con discapacidad; se extendió, mediante la planificación del sistema educativo la
educación a las zonas rurales que eran las zonas más marginadas y analfabetas,
y se legisló en favor de hacer obligatorias la educación primaria y secundaria.
Desde los inicios de la Revolución hasta 2007, el presupuesto para educación fue
incrementado aproximadamente en cien veces (González y Reyes, 2009).
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En el sector de la salud, tal y como sucedió en la educación, la Revolución
también ofreció soluciones inmediatas. En los años cincuenta, el 63.2 % de los
médicos radicaba en la capital, con lo que las zonas rurales se veían tremendamente afectadas por la ausencia de estos profesionales. Debido a la instauración de clínicas y hospitales, sobre todo en las zonas montañosas, este aspecto
fue prontamente revertido. A esto coadyuvó también el establecimiento en 1961
del Sistema Nacional de Salud que además de establecer la gratuidad del servicio médico, adoptó a la salud como otra de las responsabilidades prioritarias
del Estado. En ese sentido, se nacionalizaron clínicas y hospitales privados, se
construyeron clínicas por barrio, se priorizó la formación de médicos y personal
de enfermería a nivel profesional, se erradicaron absolutamente enfermedades
mortales como la difteria, la gastroenteritis y la tuberculosis y se dio atención
esmerada a la pediatría y la obstetricia. Para dimensionar el impacto de estas
medidas, el gobierno revolucionario de Cuba, por ejemplo, redujo la mortalidad infantil de 40 niños por cada mil nacidos vivos en los años cincuenta a 118
niños por cada diez mil nacidos vivos en los noventa. De hecho, antes de 1959,
había 79 hospitales en todo el país, y para 1982 ya existían 326.
Por otra parte, las llamadas “nacionalizaciones” fueron otras de las medidas
populares. Dicho período se concentró entre junio y octubre de 1960, y durante
ese lapso fueron nacionalizadas, y en algunos casos, expropiadas, empresas y
bienes de personas físicas o jurídicas norteamericanas; posteriormente, se expropiaron también aquellas de la burguesía industrial cubana. La incautación
de los bienes privados desde las grandes hasta las pequeñas empresas, la nacionalización en 1961 de la industria azucarera, así como la banca extranjera y
el retiro del capital foráneo de la banca nacional y otros negocios gubernamentales, revelaron un alto y favorable impacto entre la población cubana. Otras
medidas, tal y como lo señala el Dr. Cruz Capote (s/f), vinieron a redondear
el éxito revolucionario y el apoyo popular en el primer año de la Revolución,
entre ellas estaban: la rebaja de las tarifas telefónicas y eléctricas; la reducción
de los alquileres de las viviendas; la rebaja de los precios de las medicinas; la
regulación estatal de los precios de compra y venta de los artículos de primera necesidad para la población; el aumento de los salarios nominales y reales;
la financiación estatal de los servicios sociales básicos como la salud, la educación, la seguridad, la asistencia social y la construcción de viviendas, etc.; el
uso social y público de las playas privadas; la eliminación de los juegos de azar
en todo el país y la erradicación de la Lotería Nacional; la rebaja de los precios
de los libros de textos para la enseñanza primaria, secundaria y profesional, en
un 25 % y en un 35 %, entre otras.
A estas medidas se sumaron también las leyes de Reforma Agraria (1959),
por medio de la cual se le otorgaba en propiedad la tierra a los campesinos y
se prohibía el latifundio, y la de la Reforma Urbana (1960) que también otorgaba propiedad o rentas fijas a quienes vivían las casas en el momento de la aplicación de la ley. Ambas leyes, aunadas a la modificación del sistema de salud,
la nacionalización de la enseñanza, la campaña de alfabetización y el traspaso
a manos del estado de las grandes compañías nacionales y extranjeras, tuvieron un impacto económico notable en los primeros años de la Revolución, lo
que permitió dar un giro radical al panorama económico y financiero del país.
El poema “Tengo”, de Nicolás Guillén (al final de este trabajo) es una muestra
fiel de la transformación del escenario social, político y económico de Cuba a
partir de 1959.
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Todo lo anterior creó, en nuestra opinión, lo que consideramos el efecto
más efectivo y duradero de todos, que fue concretamente lo que en la práctica
supuso la abolición de las clases que contribuyó a construir un nuevo imaginario social en el pueblo cubano. Este imaginario tuvo, a nuestro juicio, dos vertientes base: una política y otra económica. La vertiente política se constituyó a
partir de una simbiosis político-ideológica que contemplaba, por una parte, al
ideal nacionalista como ideal antimperialista (este último debido a la manera
en que se manejó en la esfera pública gubernamental el fracaso de la invasión
a Bahía de Cochinos, también conocido como la victoria de Playa Girón) y por
otra, al valor de la crítica, la autocrítica, el esfuerzo y el sacrificio basados en la
construcción del hombre nuevo.
La económica, por su parte, se sostuvo en el ideal económico-social basado en el igualitarismo, la solidaridad y el trabajo colectivo, sendos preceptos
estrechamente vinculados al ideal socialista, es decir, al ideal de una sociedad
más justa, menos enajenante y, por supuesto, sin clases.
En “Tengo”, escrito en 1964, el famoso poema dedicado a la Revolución,
Guillén ofrece un claro panorama de esos cambios que más que cambios o transformaciones sociales, como ya hemos comentado, se instauran en el imaginario
social como los logros de justicia y equidad largamente esperados:
Cuando me veo y toco / yo, Juan sin Nada no más ayer, / y hoy Juan con Todo, / y
hoy con todo, / vuelvo los ojos, miro, / me veo y toco / y me pregunto cómo ha podido ser. / Tengo, vamos a ver, / tengo el gusto de andar por mi país, / dueño de
cuanto hay en él, / mirando bien de cerca lo que antes / no tuve ni podía tener. /
Zafra puedo decir, / monte puedo decir, / ciudad puedo decir, / ejército decir, / ya
míos para siempre y tuyos, nuestros, / y un ancho resplandor / de rayo, estrella,
flor. / Tengo, vamos a ver, / tengo el gusto de ir / yo, campesino, obrero, gente simple, / tengo el gusto de ir / (es un ejemplo) a un banco y hablar con el administrador, / no en inglés, / no en señor, / sino decirle compañero como se dice en español.
/ Tengo, vamos a ver, / que siendo un negro / nadie me puede detener / a la puerta
de un dancing o de un bar. / O bien en la carpeta de un hotel / gritarme que no hay
pieza, / una mínima pieza y no una pieza colosal, / una pequeña pieza donde yo
pueda descansar. / Tengo, vamos a ver, / que no hay guardia rural / que me agarre
y me encierre en un cuartel,/ ni me arranque y me arroje de mi tierra / al medio del
camino real. / Tengo que como tengo la tierra tengo el mar, / no country, / no jailáif,
/ no tennis y no yatch, / sino de playa en playa y ola en ola, / gigante azul abierto
democrático: / en fin, el mar. / Tengo, vamos a ver, / que ya aprendí a leer, / a contar, / tengo que ya aprendí a escribir / y a pensar / y a reír. / Tengo que ya tengo /
donde trabajar / y ganar lo que me tengo que comer. / Tengo, vamos a ver, / tengo
lo que tenía que tener.
Con “Tengo”, Guillén sintetiza el anhelo popular. La frase “tengo lo que
tenía que tener” grita sin tapujos que la Revolución Cubana es, ante todo, un
hecho de justicia y dignidad social, incluso antes que un hecho militar y político (lo que evidentemente también es). Tengo es una genuina alabanza a la
Revolución. Sin embargo, a pesar de lo dicho, en muestra opinión, la fuerza y
autenticidad del poema para con la Revolución no estriba en su mera alabanza, sino en la capacidad que Guillén ha tenido para dar espacio al sentir popular pues lo que el poeta escribe es lo que la gente, el pueblo, justamente piensa.
4. Guillén, el ideal del hombre nuevo y la nueva identidad
cultural cubana
Fue el Ché, quien acuñó la necesidad de educar al individuo común en los principios de justicia y dignidad social que preconizó la Revolución. La Revolución,
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según el Ché, no podría circunscribirse solamente a la transformación de las estructuras sociales a través de la transformación de sus instituciones, sino que
debía también transformar al hombre, es decir, sus valores, su conciencia, y con
ello sus relaciones al interior de la sociedad. “El hombre debe transformarse al
mismo tiempo que la producción progresa; no realizaríamos una tarea adecuada si fuéramos tan sólo productores de artículos, de materias primas y no fuéramos al mismo tiempo productores de hombres” (Guevara, 1964).
La influencia de la dialéctica marxista en el pensamiento guevarista dotó
a la filosofía del hombre nuevo (como se le conoció a este grupo de ideas expresadas sobre el Ché sobre el valor de la solidaridad, el trabajo, la justicia y la
igualdad) de la tarea apremiante de fundar al hombre del siglo xxi. Se trataría
de un hombre que a pesar de sus conflictos destacaría por el sentido heroico
de sus actos y por el amor leal a sus ideales, lo que, en generaciones, permitiría
asistir al nacimiento de seres humanos verdaderamente revolucionarios, verdaderamente dispuestos a cambiar el mundo, ofreciéndoles la plena esperanza de su posibilidad.
El ideal del hombre nuevo contenía así no sólo los preceptos de un modo
de vida y acción revolucionaria, sino concretamente, y de forma muy importante, los gérmenes de una ética que traspasaba los mismos límites de la Revolución; este ideal transpiraba una especie de moral socialista que abarcaba
consecuentemente la idea de evitar que los actos cotidianos pudieran retrasar
u obstaculizar la concreción del socialismo en las sociedades. El hombre nuevo debía poseer un profundo sentido del sacrificio, de conciencia colectiva y de
desprendimiento individual; de ahí que se inaugurara como la punta de lanza
de la nueva política educativa que, guiada por el Estado revolucionario cubano, aseguraría la transformación de los cubanos a la par que la transformación
política y social de Cuba. El Che decía al respecto:
Hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad […] El individualismo en cuanto tal, como acción aislada de
una persona en el ambiente social, debe desaparecer de Cuba. El individualismo
debe ser, mañana, la realización completa de las capacidades de todo un individuo
en beneficio absoluto de una colectividad. Uno de los objetivos fundamentales del
marxismo es eliminar el interés, el factor “interés individual” y el lucro de las motivaciones psicológicas. (Guevara, 1964).
A propósito de lo anterior es que nos permitimos afirmar que la obra de Nicolás Guillén posee estrechos vínculos con el ideal del hombre nuevo. Su poema “Palabras Fundamentales” es digno ejemplo de ello y recuerda al intelectual
orgánico de Gramsci, que involucrados en la tarea práctica de construir la sociedad, deben abonar a su oficio intelectual la necesidad imperiosa de acrecentar la conciencia crítica:
Haz que tu vida sea / campana que repique / o surco en que florezca y fructifique
/ el árbol luminoso de la idea. / Alza tu voz sobre la voz sin nombre / de todos los
demás, y haz que se vea / junto al poeta, el hombre. / Llena todo tu espíritu de lumbre; / busca el empinamiento de la cumbre, / y si el sostén nudoso de tu báculo /
encuentra algún obstáculo a tu intento, / ¡sacude el ala del atrevimiento / ante el
atrevimiento del obstáculo!
Para Guillén, como para Gramsci en su época, el hacer revolucionario del
poeta es justamente “alzar la voz sobre la voz sin nombre de todos los demás”.
Se trata, como bien manifestó años después, del hombre de pueblo, del hom-
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bre cotidiano que con su hacer hace cultura, y hace, también, no está de más
decir, Revolución.
5. A modo de conclusión, algunas reflexiones
Como se puede notar, el ideal revolucionario traducido en términos del ideal
del hombre nuevo encuentra en la poesía de Guillén las simientes necesarias
para cosechar los frutos de un imaginario político y social nuevo. En ese sentido, la comprensión del tipo de transformación social, económica y política que
hubo en Cuba a partir de 1959 resulta clave para pensar el modo diferente en
que se asume el ideal revolucionario como parte de un imaginario social nuevo que emerge anclado en una historia, es decir, en una tradición que da continuidad al presente. Esa tradición es lo que aporta, entre otros muchos hechos
literarios, sociales y culturales, la obra de Nicolás Guillén, quien en su poética reafirma por medio de una especie de poética cotidiana de la exaltación, la raíz
histórica de los procesos de hibridación racial y cultural en la isla.
En este sentido, también podemos mencionar en primerísimo lugar la obra
prosística y poética de José Martí, y un poco atrás en el tiempo la obra de Félix
Varela, ilustre pensador cubano, o la poesía de José María Heredia. En la época
revolucionaria, poetas como José Armando Fernández o Luis Rogelio Nogueras, Eliseo Diego entre otros, tienen una obra en la que pudiera hallarse también
valores transculturales que sirvieron de anclaje cultural al ideal revolucionario.
Como pudimos ver, en la poesía de Guillén el tema racial está enfocado en
resaltar que la mezcla de las razas en Cuba debe ser explicada a través de la
historia económica y social de la Isla desde los tiempos de la Colonia. El pueblo cubano es hoy el resultado de esa mezcla interracial que deja efectos en la
cultura. Una y otra vez, mediante su poesía, Guillén enfatiza nuestro origen
híbrido debido al tronco común de donde provienen nuestros ancestros, y ese
origen común es lo que hemos considerado en este trabajo como valor transcultural, es decir, como aquel que permite afirmar el valor de la hibridez racial y
cultural entre la cultura española y la africana. Dicha hibridez gesta sin dudas,
una cultura nueva, que más allá de las culturas originarias fundantes, construye una identidad mestiza y criolla.
El valor antimperialista de su obra, en cambio, se enfoca más en la denuncia
de los hechos sociales, económicos, políticos y culturales que dejan ver la dependencia de Cuba con respecto de los Estados Unidos, a lo largo de un poco más
de cincuenta años. En ese sentido, definimos el valor antimperialista de la obra
de Guillén como valor transcultural porque participa, al igual que el antirracismo, de la construcción de una nueva conciencia colectiva en la sociedad cubana.
Lo anterior conduce a reflexionar cómo la participación de ambos valores
se da en la medida en que se gestan las condiciones para su instauración como
ideales transculturales, o sea, en la medida en que ocurre su desplazamiento
de valor a ideal. En nuestra opinión, por la misma manera en que surgen estos
ideales, es decir, por la forma en que los valores éticos presentes en la poesía de
Guillén se transforman en ideales ético-políticos ad hoc a los hechos que resultan del cúmulo de transformaciones revolucionarias en los tres primeros años
de la Revolución, dichos ideales nacen de la fusión de lo social con lo político,
y de la mezcla de dicha fusión con lo cultural-nacional. En ese sentido, el ideal
transcultural que resulta de la conversión de los valores ético-poéticos de la literatura y las artes en general, y de la poética de Nicolás Guillén en lo particular,
en la Cuba pre y post-revolucionaria, no emerge en la época de la Revolución
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Cubana como un ideal meramente identitario ya que debido a su politización se
gesta como un ideal de distinción y pertenencia a un país temporalmente situado, pero sobre todo como distinción y pertenencia a una ideología claramente
delimitada a través de coordenadas espacio-temporales muy bien definidas, es
decir, las de la Cuba posterior al triunfo revolucionario de 1959.
Como se pudo demostrar, la poética de Guillén materializa y encarna valores éticos que lograron realizar con éxito su transición de valor a ideal, ya
que contenía esos dos aspectos esencialmente sensibles para la realidad cubana de los años sesenta (años en los que se operan los cambios más radicales en la estructura social, económica y política de Cuba) que eran el racismo
y la dependencia de los Estados Unidos. Ambos aspectos, en su dimensión de
valor simbólico positivo (antirracismo y antimperialismo) resumen la posibilidad de transformar la conciencia política y social de los cubanos que, enfrascados como estaban en aquellos tiempos en la construcción del hombre nuevo,
incorporan dichos valores como rasgos sobresalientes en la conformación de
su identidad colectiva.
Por ello, la definición identitaria del cubano en la era post-revolucionaria
se hace legitimar en términos históricos al tomar la forma de ideal, y en términos de sentido al ser preparada para su transmisión generacional como parte
del conjunto de símbolos que otorgan coherencia al pensamiento y la acción
cotidiana.
Es así como creemos que el valor transcultural concebido por Guillén como
ideal de exaltación de la hibridez racial entre blancos y negros, o el ideal de rechazo en torno a la dependencia económica, política y cultural de Cuba hacia
los Estados Unidos, es asimilado por la política ideológica del gobierno cubano como una especie de trampolín para la construcción de un ideal revolucionario, ya no transcultural, sino anclado (soportado) sobre el valor patriótico del
ideal transcultural presente en la poesía de Guillén; en ese sentido, a partir de
la relación que establecen los valores antirracistas y antimperialistas en la literatura de Guillén con la realidad histórica conocida colectivamente, el imaginario social en la Cuba revolucionaria se construye, a partir de la formación de
sus nuevos actores sociales, en función del despliegue de un ideal revolucionario (propio de la Revolución Cubana) que es, en consecuencia, lo que llamamos un verdadero ideal de nación.
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