El cortejo y las figuras del petimetre y el majo en algunos textos

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El cortejo y las figuras del petimetre y el majo
en algunos textos literarios y obras pictóricas
del siglo XVIII
Noelia Gómez Jarque
Universidad de Valencia
ngomez159r@cv.gva.es
Resumen: La presente reseña tratará de señalar el reflejo de estas figuras
sociales del siglo XVIII estudiadas por Carmen Martín Gaite en Usos
amorosos del dieciocho en España en las siguientes obras literarias:
1. Cartas marruecas, José CADALSO, carta VII (Del mismo al mismo). 2.
Manolo, sainete de Ramón de la CRUZ. 3. Sátira Segunda a Arnesto de
JOVELLANOS
(1787).
Además, establecerá relaciones entre los usos amorosos a los que nos
referimos y algunos grabados y cuadros realizados por Goya que muestran
que esos usos se plasmaron en todas las artes, dando fe así de las
costumbres
de
la
época.
En primer lugar, trataremos de definir, siguiendo a Martín Gaite, estas
figuras fundamentales no sólo en el panorama social sino también en la
literatura del siglo XVIII. Nuestra conclusión final es que la moda del
cortejo tuvo en España un seguimiento mucho mayor de lo que
habitualmente
se
ha
afirmado.
Palabras clave: Cortejo, petimetre, majo, Goya, Cadalso
Carmen Martín Gaite, en Usos amorosos del dieciocho en España, se refiere a una
moda que, si bien ha sido menospreciada a menudo por los estudiosos, que no le han
concedido la relevancia que tuvo en su época, impregnó no sólo la vida de la
sociedad de nuestro país sino también la literatura y las artes pictóricas: el cortejo.
Esta moda provocó la aparición en el entramado social de nuevos tipos humanos: el
petimetre y, como reacción ante la aparición del anterior, el majo.
El cortejo, moda importada de Europa (Italia y Francia fundamentalmente),
consistió en España en la posibilidad de que una mujer casada tuviera un
acompañante cuando su esposo estuviera atendiendo sus negocios o los actos sociales
a los que acudía solo. Este acompañante en ausencia del marido era un hombre
enamorado de la dama que asumía, en cuanto que cortejo, ciertos deberes para con
ella como era el de asistirla en su arreglo personal; regalarle objetos de moda
primorosos (por tanto muy costosos) que el marido no podía costear; asesorarla en
cuestión de modas (para lo que debía ocuparse de estar bien informado); acompañarla
a eventos, actos sociales y paseos; comer con ella para que no estuviese sola;
mantener conversaciones con ella para ampliar su horizonte de conocimientos… El
cortejo tenía acceso a la casa de la dama, puesto que había obtenido la aprobación del
marido, que le daba así permiso para que asumiera todas esas funciones con la
condición implícita de que su relación fuera meramente espiritual. Esto se daba por
seguro, ya que la dama que recibía cortejo pertenecía a la aristocracia y la virtud era
una cualidad que se consideraba (desde la Edad Media) asociada incuestionablemente
a esta clase social. En efecto, esta moda del cortejo había florecido en ciertas
naciones de Europa amparada por la clase nobiliaria.
La moda del cortejo llegó a adquir un importante prestigio. Tener cortejo era para
una dama (y por lo tanto, por extensión, para su esposo) una señal de su posición
social elevada. El cortejo era un adorno más de la dama.
Las clases medias (la burguesía) no tardaron en tratar de emular a sus superiores y,
en busca del logro de este objetivo, adoptaron como costumbre el cortejo. Sin
embargo, no las amparaba esa nobleza espiritual adjudicada por tradición a la
aristocracia. Este es uno de los motivos por los que el cortejo degeneró hasta
convertirse en diana en la que se clavaban las críticas de los moralistas y de muchos
gobernantes ilustrados. Además, la aristocracia empezó a ser víctima de
cuestionamientos económicos (se criticaba negativamente que tuviera privilegios),
morales (se veía con malos ojos sus costumbres amorosas) y sociales (sus
comportamientos amorosos alegres favorecían la crisis de la institución del
matrimonio, imprescindible para la sociedad, puesto que era el origen de la
natalidad). El linaje dejó de considerarse por sí mismo signo de nobleza moral o
espiritual.
La pérdida de prestigio social del cortejo se debió a su conversión, con el paso de
los años (sobre todo a partir de 1750), en infidelidad y adulterio. Ya no se
consideraba que la relación entre el cortejo y la dama fuera platónica. Las mujeres
habían dejado de preocuparse por demostrar o aparentar que lo era. Se ridiculizaba a
los maridos celosos acusándolos de inciviles, por lo que, para no ser incivil, el marido
debía hacer oídos sordos y fingir que no conocía la verdadera relación que se estaba
desarrollando, en su propia casa en ocasiones, entre su esposa y su cortejo. Si una
dama era recatada se la ridiculizaba igualmente, tildándola de beata.
Este estado de cosas en la vida social provocó que decreciera el índice de
matrimonios, puesto que resultaba más barato a un hombre cortejar a una dama que
casarse con ella, y otorgaba además las mismas ventajas. Las jóvenes en edad de
contraer matrimonio tenían, así pues, un duro competidor: las mujeres casadas; de
manera que empezó a aumentar alarmantemente el número de mujeres que se
quedaban solteras.
Los matrimonios se resintieron: los cónyuges empezaron a tener enfrentamientos,
lo cual según los gobiernos ilustrados ponía en peligro el índice de natalidad de la
nación.
En este contexto, resultaron de vital importancia dos figuras cuyo estudio es
fundamental para comprender la sociedad y los usos amorosos del siglo XVIII: el
petimetre (y, por extensión, la petimetra) y el majo.
El petimetre, llamado así por la castellanización del término del francés petit
maître, era el hombre que cortejaba a una dama y que debía cumplir los siguientes
requisitos:
1. Tener dinero suficiente para poder cumplir con los caprichos de la dama, que
resultaban en esta época de lujo desenfrenado especialmente caros.
2. Haber viajado en su juventud a París y haber conocido allí, de primera mano,
las modas (en cuanto al vestido, el tocado, el maquillaje, la decoración del
hogar, la cocina, los bailes y las costumbres sociales… es decir, aspectos
superficiales) de Francia, faro que guiaba al resto de países europeos durante
este siglo.
3. Chapurrear francés y conocer algunos términos de moda en Francia.
4. Mantener en todo momento un aspecto exterior cuidado y refinado y llevar
signos externos y extravagantes de su modernidad: relojes, cadenas,
pañuelos…
5. Tener un carácter civilizado, afable, alegre y desenvuelto, es decir, poseer
cualidades que le permitieran triunfar en sociedad, ocupar un puesto
destacado dentro de su clase social. Un petimetre debía ser un hombre que
llamara la atención.
6. Saber bailar las danzas de moda (contradanza, minué).
7. Despreciar el estudio, que no sólo no le ayudaría en su afán de triunfo social
sino que además le haría perder un tiempo que debe dedicar a visitas de
sociedad, paseos por el Prado, conocimiento de la moda, asistencia al teatro y
los bailes...
8. Tratar duramente a los criados, como indicador de su posición social superior.
Por extensión, este término se aplicó también a las damas que tenían cortejo y
cumplían asimismo estas condiciones: preocuparse por su aspecto por encima de todo
y rodearse de lujos, ser desenvueltas (es decir, tratar a los hombres como a iguales,
sin falso pudor), saber bailar danzas de moda, asistir a todos los eventos sociales,
despreciar el estudio, sentir un gran afán por llamar la atención, maltratar a los
criados… Eran las petimetras.
Como reacción, de las capas populares surgió una figura contrapuesta a la de ese
petimetre cuya virilidad empezó a ser cuestionada debido a sus modales refinados un
tanto femeninos: el majo. Los majos acentuaban su aspecto desaliñado y viril, eran
más directos con las mujeres en los usos amorosos (no ocultaban que buscaban una
relación sexual ni fingían esforzarse por conseguir a la mujer), alardeaban de sus
conquistas sexuales sin tapujos y empleaban un lenguaje voluntariamente descarado
con términos del registro vulgar, por oposición a los galicismos de los petimetres.
Eran a menudo violentos y desafiantes y en muchas ocasiones provocaban peleas y
duelos para demostrar su masculinidad, que se oponía a la civilidad del petimetre.
Por extensión, se llamó majas a las mujeres del pueblo llano que se relacionaban
con los majos y adoptaban su estética y sus formas.
Estos usos sociales se reflejan claramente en tres textos que vamos a comentar:
1. Cartas marruecas, José CADALSO, carta VII (Del mismo al
mismo).
El narrador cuenta una anécdota que le contó un hombre (Nuño): un encuentro con
un joven petimetre. A primera vista percibe Nuño que el individuo posee un rasgo
distintivo muy acusado: el esmerado cuidado de su aspecto físico (un caballerete de
hasta 22 años, de buen porte y presencia). En la descripción que nos hace del joven
observamos esta preocupación por el atuendo y este gasto económico en el vestir:
Llevaba un arrogante caballo, sus dos pistolas primorosas, calzón u
ajustador de ante con muchas docenas de botones de plata, el pelo dentro
de una redecilla blanca, capa de verano caída sobre el anca del caballo,
sombrero blanco finísimo y pañuelo de seda morado al cuello.
Otros rasgos característicos del petimetre que hallamos son su habilidad para
desenvolverse en sociedad y su rechazo hacia el estudio y hacia la violencia física:
…mostraba en él todos los requisitos naturales de un perfecto orador;
pero de los artificiales, esto es, de los que enseña el arte por medio del
estudio, no se hallaba uno siquiera.
El joven comunica a Nuño sin ningún tapujo su desconocimiento de todos los
ámbitos del conocimiento que no le sirvan para triunfar en sociedad. Las narraciones
de su tío el comendador y de su primo el cadete de Guardias le cansan, ya que no le
interesa ningún tema de conversación relacionado con la guerra.
¿Qué se yo de eso?
- ¡Historia! -dijo-. Me alegrara que estuviera aquí mi hermano el
canónigo de Sevilla; yo no la he aprendido, porque Dios me ha dado en
él una biblioteca viva...
Sorprendido al comprobar la ignorancia del joven con respecto a cualquier materia,
Nuño le pregunta quién le educó, a lo que el petimetre responde que su madre y su
abuelo, que lo malcriaba. La ausencia de la figura paterna (su padre murió siendo él
muy niño) ha marcado la educación del muchacho, permitiendo a la madre educarlo
(o maleducarlo) en los modos femeninos más superficiales: la moda, el canto, la vida
social...
Cuando Nuño le pregunta qué ha estudiado, el joven responde: ya sabía yo leer un
romance y tocar unas seguidillas, ¿para qué necesita más un caballero?
El joven muestra otra característica de la figura del petimetre: su desprecio hacia
los individuos de clase social inferior, sobre todo los criados, esto es, su conciencia
de clase exacerbada. Cuenta a Nuño que dio un varazo a su ayo y le abrió la cabeza
porque se negaba a que acudiera a un encierro con sus amigos. Estos amigos,
petimetres también, alabaron su acción con vítores.
Un último rasgo destacable que hallamos es la afición del joven por las
celebraciones de la vida social, más concretamente por la fiesta nocturna. Nuño
afirma que se dedicaron a cantar y bailar con mujeres y casi al final de la carta
asegura: no me dejaron pegar los ojos en toda la noche.
Nuño se marcha del lugar lamentando que la juventud esté recibiendo en su época
esa educación superficial y un hombre que le oye le da la razón con lágrimas en los
ojos.
2. Manolo, sainete de Ramón de la CRUZ
En esta parodia de los usos sociales del siglo de Oro y de la Ilustración hallamos
una ridiculización de las costumbres de la nobleza y la burguesía y de la figura del
petimetre en boca del Tío Matute, que se refiere al ambiente de su taberna de este
modo (Escena II):
¿Se
ha
de
decir
que
hurtaron
cuatro
reales
en
una
que
es
acaso
la
primera
tertulia
de
la
corte,
donde
acuden
sujetos
de
naciones
tan
diversas
y
tantos
petimetres
con
vestidos
de
mil
colores
y
galón
de
seda?
(…)
Aquí,
donde
compiten
los
talentos
dempués
de
deletreada
la
Gaceta,
y
de
cada
cuartillo
se
producen
diluvios
de
conceptos
y
de
lenguas.
Aquí,
donde
las
honras
mientras
yo
mido,
los
de
suerte
que,
a
no
ser
por
muchas cosas quizá no se supieran.
de
las
criados
mí
y
por
casas,
pesan,
ellos,
Mediodiente le responde con una actitud característica del majo, al cual vemos
representado en la obra por éste y por Manolo:
Matute,
¿qué
apostáis
y os parto por en medio la mollera?
c´agarro
un
canto
Es la violencia esgrimida por los majos por oposición a la feminidad de los
petimetres. Observamos asimismo su empleo del lenguaje vulgar.
Además de esta figura del majo, observamos una crítica que ridiculiza la ideología
ilustrada (Escena VI):
Ya
sabes
que
entre
es la razón de estado quien gobierna.
gentes
conocidas
La aplicación por parte de Ramón de la Cruz de estos valores que en en siglo
XVIII defendieron las clases sociales superiores al mundo de los bajos fondos
provoca la risa del espectador.
Hay una parodia evidente de los usos sociales del siglo de Oro reflejados en las
comedias de Lope, Calderón, Tirso de Molina… La escena IV concluye con una
exclamación de Mediodiente y la Remilgada (ridiculizando así a los amantes de las
comedias barrocas) que podría salir perfectamente de la boca de personajes de Lope o
Calderón: ¡Cielos, dadme favor o resistencia!
La escena VI concluye con una exclamación semejante, en esta ocasión
pronunciada por Manolo: ¡Cielos, dadme templanza y fortaleza!
En la escena VIII Manolo, considerado por los demás personajes un héroe popular
debido a su hombría, animado por Sebastián, expone sus aventuras en la cárcel y en
África (donde ha permanecido condenado a trabajos forzados por sus delitos)
parodiando al Don Juan de Zorrilla (recordemos su diálogo en la taberna con Don
Luis para comprobar quién ha ganado la apuesta y quién es, por tanto, más hombre):
Fue,
señores,
en
fin,
de
esta
manera.
No
refiero
los
méritos
antiguos
que
me
adquirieron
en
mi
edad
primera
la
común
opinión;
paso
en
silencio
las
pedradas
que
di,
las
faldriqueras
que
asalté
y
los
pañuelos
de
tabaco
con
que
llené
mi
casa
de
banderas,
y
voy,
sin
reparar
en
accidentes,
a
la
sustancia
de
la
dependencia.
Dempués
que
del
Palacio
de
Providencia
en
público
salí
con
la
cadena,
rodeado
del
ejército
de
pillos,
a ocupar de los moros las fronteras…
Ramón de la Cruz ridiculiza no sólo la figura del Don Juan, sino también la del
majo, de quienes destaca con un claro afán de burla el deseo de demostrar su
masculinidad mediante la violencia.
En la escena IX Manolo, mediante un doble sentido que provoca la hilaridad del
lector o espectador, expresa su deseo de permanecer soltero para tener libertad en el
amor: …que tengo aborrecidas las esposas / dempués que conocí lo que sujetan. Es
la actitud masculina característica del majo, cuyas relaciones amorosas son mucho
más libres y directas que las de los nobles y los burgueses (por oposición al cortejo).
El autor parodia en diversas ocasiones el concepto del honor que se defiende con la
espada del siglo de Oro:
Es un asunto de honra. (Escena IX)
No
es
quien
del
honor
y sabré… (Escena X)
mi
leyes
las
no
amigo
respeta,
Por último, hallamos características de la figura de la maja en la figura de La
Remilgada, que a pesar de recibir ese nombre en la escena X expresa que renuncia al
pudor con tal de lograr sus objetivos amorosos, es decir, expresa abiertamente sus
sentimientos (mostrándose además como una mujer violenta):
…
no
se
malogre
mi
gusto
por
un
poco
de
vergüenza,
que
sólo
es
aprensión,
y
sepan
cuantos
aquí
se
hallan
que
por
ti
estoy
muerta
y
que
te
he
de
matar
o
de
matarme
si vuelves a mirar la Potajera.
La Potajera tiene en la obra un final que parodia la figura de la petimetra: …a
llamar al doctor me voy derecha / y a meterme en la cama bien mullida, / que me
quiero morir con convenencia.
3. Sátira Segunda a Arnesto de JOVELLANOS (1787)
Desde el principio de esta sátira, que trata la mala educación de la nobleza,
hallamos una crítica a la figura del noble que adopta los modales del majo,
destacando sobre todo sus modales rudos, su falta de cultura, su aspecto descuidado y
sucio, sus compañías poco recomendables para un miembro de su clase social
(prostitutas, criados, rufianes, celestinas, limpiadoras), su afición por manifestaciones
culturales vulgares como son los toros y las tonadilleras (cita a toreros de la época
como Romero y Costillares y a tonadilleras como la Guerrero, la Cartuja y María
Ladvenant), sus principios que desmienten la nobleza moral que se suele otorgar a los
nobles (la mentira, el engaño, la trampa, el alcoholismo…), su falta de escrúpulos al
estar con mujeres por dinero, su afición a los placeres sexuales, su gusto por los
objetos de lujo provenientes de Italia, su dilapidación de la hacienda familiar, su
asistencia a todos los eventos sociales (teatro, toros, el Prado), su afición por el
juego…
Nunca pasó del B-A ba. (verso 52)
Nada sabe. (v. 58)
Haráte
larga
de
memoria,
Guerrero
y
y
de
la
la
Cartuja
malograda,
de
la
divina
Ladvenant
(…)
…
te
dirá
qué
año,
qué
ingenio,
qué
ocasión
dio
a
los
chorizos
eterno
nombre,
y
cuántas
cuchilladas,
dadas
de
día
en
día,
tan
pujantes,
sobre el triste polaco los mantiene. (versos 78- 89)
…ésta
es
su
ciencia.
Debiósela
a
cocheros
y
dueñas,
fregonas,
truhanes
y
otros
de su niñez perennes compañeros… (versos 90-96)
(…)
lacayos,
bichos
beber, mentir, trampear… (verso 116)
vio
de
mil
bellas
las
ilustres
cifras,
nobles,
plebeyas,
majas
y
señoras
(…)
y
en
fin,
a
aquellas
que
en
nocturnas
zambras,
al
son
del
cuerno
congregadas
dieron
fama
a
la
Unión
que
de
una
imbécil
Temis
toleró el celo y castigó la envidia (versos 140- 154)
(…)
a
dos
por
tres
la
escandalosa
que
treinta
años
de
afanes
y
de
costó
a
su
padre.
¡Oh,
cuánto
tus
de
perlas
y
oro
recamados
dieron
en
la
cazuela,
el
Prado
y
los
de escándalo y envidia! (versos 172-179)…
diote
buena
ayuno
jubones,
(…)
tendidos
Sin embargo Jovellanos, a partir del verso 198, critica negativamente también la
figura del petimetre, aludiendo a la contradicción existente entre su atuendo lujoso y
su interior mezquino:
¿Será
más
digno,
Arnesto,
un
alfeñique
perfumado
de noble traje y ruines pensamientos?
de
tu
y
gracia
lindo,
De esta figura resalta su corrupción en París y Roma, sus vicios importados, su
locuacidad extrema, su extraña lengua (llena de galicismos), su tufo de colonia, sus
visitas de incógnito a los burdeles, su llamativo coche, su peregrinaje por todos los
lugares de reunión social, sus costumbres desordenadas que acortarán su vida, su
afición a hacer visitas, su cínica soltería que le llevará a la soledad en su vejez o el
trato despegado que da a su mujer si se casa…
Todo esto lleva a Jovellanos a preguntar: ¿Y éste es un noble, Arnesto? (…) / ¿De
qué sirve / la clase ilustre, una alta descendencia, / sin la virtud? (…) ¿Es ésta la
defensa de Castilla? Y a desear, furioso: Venga la humilde plebe en irrupción y
usurpe / lustre, nobleza, títulos y honores (…) / No haya clases ni estados.
A continuación señalaremos las relaciones que observamos entre los usos
amorosos que hemos descrito tanto en la obra de Carmen Martín Gaite como en
algunas obras literarias del siglo XVIII y algunos grabados y cuadros de la época
realizados por Goya y, por ello, sobradamente conocidos.
1. Grabado (Duquesa de Alba y Goya) titulado ¿Quién más rendido?
Un hombre corteja a una dama con mantilla, vestida de maja, que parece por la
expresión de desdén su rostro y la inclinación de su cuerpo (alejándose del
pretendiente) estar haciéndose de valer. Probablemente la actitud de la dama es
fingida y responde al juego del cortejo.
El hombre está inclinado hacia ella, en un intento de besarle la mano, y se ha
quitado el sombrero en señal de respeto.
Detrás de ellos a la izquierda se ve a otras mujeres observando lo que sucede entre
el pretendiente y la dama, en un claro gesto de cotilleo. Tras ellos a la derecha hay
unos amantes que cuchichean con sus rostros situados muy próximos, en actitud
amorosa.
2. Grabado titulado No hay quien más desate.
Representa a una mujer y un hombre con las cinturas unidas entre sí por una
cuerda que les da varias vueltas y que puede simbolizar los lazos del matrimonio. Sin
embargo, sus cuerpos están separados debido a la acción de un ave de rapiña violenta
que agarra a la mujer de los cabellos agrediéndola. Tal vez el ave simbolice el
cortejo, moda que acababa por dividir a los matrimonios, ocasionando peleas entre
ellos. También podría representar la pobreza, ya que la mujer parece ir modestamente
vestida aunque en la época se daba el lujo en el vestir. Podría estar indicando que
cuando el marido no tiene ya dinero para facilitar sus caprichos caros a la dama la
unión entre ellos se disuelve (se trataría, así pues, de un amor interesado), en cuyo
caso el ave de rapiña simbolizaría la pobreza o la ruina económica.
3. Grabado Volaverunt.
La duquesa de Alba aparece representada como una petimetra, con un aspecto muy
cuidado. Está volando, probablemente debido a que su ego está muy hinchado. Hay
tres toreros a sus pies, en una clara actitud de sumisión a sus caprichos y adoración.
Sin embargo, la duquesa no los mira: su vista se dirige a las alturas.
4. Grabado titulado ¡Linda maestra!
Una bruja vuela en su escoba junto con una mujer a la que parece estar iniciando
en su arte. Sobre ellas vuela un búho, elemento que suele simbolizar la sabiduría.
Probablemente la bruja esté iniciando a la mujer en los usos amorosos o sexuales, tal
y como podrían indicar la escoba (quizá símbolo fálico) y la postura de la mujer, con
las piernas abiertas.
5. Grabado titulado Hasta la muerte.
La duquesa de Osuna, anciana ya, se arregla el cabello y el tocado ante su joven
criadas y dos caballeros jóvenes que la contempla y que tal vez acudan a su aposento
para tratar de conquistar a la criada. Uno podría ser el peluquero y otro el cortejo si
no fuera por la avanzada edad de la duquesa.
El grabado inspira un sentimiento de lástima porque nos hace percibir la
decadencia de esta mujer que resulta un tanto grotesca en su vano intento de parecer
hermosa hasta la muerte (su rostro y su físico demuestran su vejez).
6. La maja desnuda de Goya
La duquesa de Alba permanece tumbada, desnuda, en una especie de sofá o diván
en una postura impúdica. Mira directamente a los ojos de quien observa el cuadro:
parece sentirse cómoda a pesar de que la estén mirando. Lleva el cabello suelto sobre
los hombros y su rostro parece estar maquillado. Muestra una actitud un tanto
descarada característica de las majas.
7. Retrato de la Duquesa Cayetana de Alba
La duquesa de Alba lleva un lujoso vestido blanco con un ribete dorado en el bajo
y detalles rojos conjuntados que hacen juego con el lazo en forma de flor que adorna
sus cabellos. En el brazo izquierdo lleva un brazalete de oro con camafeos y una
pulsera de oro. Asimimo sus orejas están adornadas con unos pendientes de oro en
forma de aro. Su mano derecha está extendida y parece señalar algo con el dedo
índice. A sus pies se halla un perro de lanas.
La vestimenta de la duquesa es cuidada y muestra el gusto por el lujo de las
aristócratas de la época.
8. Cuadro que representa a Manuel Godoy en campaña
Manuel Godoy aparece sentado en un escaño en plena campaña militar. Va vestido
de uniforme como exigen las circunstancias. En su pechera luce condecoraciones.
Con su mano derecha sujeta un papel que está leyendo y a su izquierda descansa,
sobre el escaño, la espada; tal vez esto quiera indicar que no es un hombre de acción
directa en el campo de batalla sino un estratega. El cuidado de su atuendo y su
postura muestran a un hombre elegante y refinado como exigían las modas de la
época en el caso de un miembro de la clase social alta. Entre sus piernas mantiene un
bastón (que simboliza el mando), lo cual podría remitir a su relación amorosa con la
reina, que acrecentó su poder.
9. Cuadro que representa a dos mujeres en el balcón
Representa dos mujeres sentadas ante una barandilla. Puede tratarse de un balcón o
de un palco. La mujer de la derecha lleva un abanico en la mano, aspecto que
comentaremos más adelante con respecto al retrato de la reina Maria Luisa de Parma.
Tras ellas, en segundo plano y aparentemente embozados, se encuentran dos
hombres (uno de pie y otro sentado) con largas patillas, capas bastas y aspecto rudo
que parecen ser majos (o ir vestidos de majos).
Las damas llevan vestidos muy escotados: esto, unido al hecho de que estén
acompañadas por dos hombres que bien podrían ser sus cortejos, nos hace pensar que
podría tratarse de mujeres desenvueltas, esto es, educadas en unos modos no
tradicionales que surgieron en el siglo XVIII que implicaban la falta de pudor y una
relación muy directa con los hombres.
10. Retrato de la Duquesa de Alba vestida de maja
La duquesa aparece vestida a la moda de la época, esto es, imitando el vestido
popular pero con tejidos ricos. En esta ocasión el vestido es negro, si bien los detalles
son rojos como en el cuadro anterior. Lleva también fajín, prenda característica del
vestuario de las majas.
Tras ella aparece un fondo campestre muy característico de los retratos de esta
época.
11. Retrato de la reina Maria Luisa de Parma vestida de maja.
La reina sujeta con la mano derecha un abanico, moda que se impuso en el siglo
XVIII y que favorecía el cortejo, puesto que permitía las confesiones a escondidas.
Viste de maja, lo que era criticado por los moralistas de la época porque implicaba
una imitación de los modelos del pueblo llano que consideraban indigna de la clase
nobiliaria.
Su rostro está envejecido, tal vez por la vida disipada que llevó, que la hizo
merecedora del desprecio del pueblo y la impopularidad. Quizá Goya la retrató así
por fidelidad a la duquesa de Alba, su amante, de quien Maria Luisa de Parma era
enemiga.
El escote del vestido sería impensable en una reina del siglo XVII: es una moda del
siglo XVIII que se importó de Versalles y que presupone una mayor libertad de la
mujer.
Como conclusión podemos deducir, tras el análisis de estos textos literarios y
algunos elementos pictóricos, que los usos amorosos y sociales del siglo XVIII se
reflejaron en todas las artes de un modo muy explícito. Se expresan en ellas
significados por medio de símbolos sobradamente conocidos por el espectador, por lo
que se puede entender que estas informaciones eran compartidas por la sociedad. El
cortejo y las modas relacionadas con él, así pues, tuvieron en nuestro país una
importancia y un seguimiento mucho mayores de lo que habitualmente se afirma.
Actualmente el profesor Ricardo Rodrigo Mancho, de la Universidad de Valencia,
está estudiando estos aspectos en profundidad.
© Noelia Gómez Jarque 2007
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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Permitido el uso sin fines comerciales
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