EL SACRIFICIO DE LA CRUZ. A pesar de las muchas veces que el Señor Jesús enseñó a sus discípulos acerca de la necesidad de su sacrificio; de que sería rechazado por esa generación, y que le escarnecerían, y le azotarían, y que sería crucificado; sin embargo ellos no lo pudieron comprender ni aceptar hasta después de la resurrección del Señor. Pero el sacrificio de Jesús estaba escrito y cuando ello ocurrió, solamente se estaban cumpliendo las profecías acerca del Mesías. Veremos algunas de ellas para reconocer el propósito de Dios predestinado desde antes de la creación del mundo. Ya en los días de Abraham, cuando Dios le pide el sacrificio de Isaac para probar la fe de Abraham, entonces ya había un sustituto para librar de la muerte a la descendencia de este patriarca. Dijo Isaac a su padre: “He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.” (Gn.22:7b-8) Aunque Abraham hablaba de aquella situación puntual, sus palabras eran inspiradas por Dios para anunciar un hecho mucho mayor que habría de acontecer. También tenemos unas palabras tan descriptivas en el libro de los salmos, que anticipaban los sufrimientos del Mesías de una forma muy detallada. “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes.” (Sal.22:14-18) Así, poco a poco se iban uniendo las palabras para revelar lo que acontecería a la vida del Hijo de Dios, hasta llegar a la profecía de Isaías que entrega mayor luz sobre su sacrificio: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.” (Is.53:47) Ante todas estas profecías, cuando se manifestó el Señor Jesús, el profeta Juan el Bautista dijo de él: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Jn.1:29) Este es el cumplimiento de las profecías; este es aquel Cordero provisto por Dios para la salvación de cada primogénito de la descendencia de Abraham. Una vez manifestado el Señor Jesús y haciendo su obra, muchos le seguían por causa de los milagros y sanidades que hacía, y entonces les hace un llamamiento muy fuerte y decisivo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.” (Lc.9:23-24) Ante este llamamiento, muchos son los que quedaron en el camino, muchos son los que se conforman con seguirle de lejos; pero aquellos que verdaderamente anhelan estar con él, le siguen, saliendo de este mundo por el paso que es la cruz: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gá.2:20) “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.” (Gá.6:14) La cruz o el sacrificio del Cordero es nuestra pascua; es el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, por tanto todo aquel que quiere seguir al Señor, debe pasar por la cruz, para morir a esta vida corruptible y terrenal, y resucitar juntamente con Cristo a una nueva vida, celestial, incorruptible, y eterna. “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.” (1Co.5:7) “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2Co.5:17) La nueva creación que Dios ha prometido es perfecta e incorruptible, libre de todo pecado y maldad, por lo que estar en Cristo es salvación y liberación de todo lo terrenal, de todo lo corruptible y temporal. El camino señalado por el Padre, es la cruz de nuestro Señor Jesucristo; no por obras humanas, sino que muriendo juntamente con él para resucitar también juntamente con Cristo a esta nueva creación. Notaremos que la palabra no da lugar a dudas cuando declara quienes son de Cristo. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Gá.5:24) Este era el propósito de la ley, mostrarle al hombre su estado de esclavitud, su inclinación al pecado; y guiarlo al Salvador, señalarle que la única salida era acudiendo a quién le puede librar del pecado por medio del sacrificio de la cruz. “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.” (Ro.7:24-25ª) Dios ha provisto el Cordero para el holocausto, ha cumplido su promesa. Este mensaje de la cruz no es recibido por muchos, mas bien, las grandes mayorías prefieren solo identificarse con Cristo, pero sin compromiso, sin renuncia, y buscando solo las cosas temporales. Por lo que el mensaje de la cruz ha venido a ser una separación entre los que creen verdaderamente y los incrédulos. “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es a nosotros, es poder de Dios.” (1Co.1:18) Debemos apreciar que los que se pierden, son los que oyendo la palabra, no la reciben. No se refiere a los que ignoran el mensaje, sino a los que lo consideran una locura. Tenemos al conocido joven rico, que a pesar de guardar los mandamientos y desear la vida eterna, cuando oyó el mensaje de la cruz, lo rechazó. “Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.” (Mr.10:21-22) Esta decisión del joven rico es mucho más frecuente de lo que se piensa; son muchos los que rechazan el mensaje de la cruz y así lo testifica el apóstol Pablo: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de dónde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;…” (Fi.3:18-20) Por lo que no basta con congregarse, ni con cantar, ni orar, ni hacer muchas cosas. Si no caminamos con Cristo hasta el calvario, si no renunciamos a esta vida terrenal, entonces no puede haber resurrección, ni nueva creación, ni salvación. Podemos pensar equivocadamente que estamos siguiendo a Jesús, pero para que esto sea verdadero, es necesario saber cuál es el camino, por dónde hay que transitar. Esto también le ocurrió a los discípulos: “Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn.14:5-6) Jesús es el camino, hay que transitar en su palabra, seguir sus mandamientos; y veremos que aun los apóstoles no se hallaron preparados para recibir el mensaje de la cruz. A pesar de la sinceridad de sus corazones, y de los deseos de estar siempre con el Señor, al enfrentar la cruz, no pudieron permanecer fieles al Señor Jesús. He aquí, un pasaje conmovedor sobre la experiencia de Pedro. “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.” (Jn.13:36-38) Pedro amaba al Señor Jesús, sus palabras eran verdaderas, pero él no se había enfrentado a la muerte, no estaba consciente del significado de la cruz, y no podía seguir al Señor en este paso. Pero una vez restaurado, Pedro sí estuvo dispuesto a todo por la verdad que está en Cristo. No volvió a tener temor de identificarse con Jesús, y fue encarcelado, azotado, y al fin martirizado; ya había experimentado que la cruz es el paso de esta vida, a la vida eterna y a la gloria. Pastor Adolfo Espinoza