Y LA CORRIENTE INSTITUCIONALISTA

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VEBLEN EN SU SESQUINCENTENARIO
(Y LA CORRIENTE INSTITUCIONALISTA)
Alberto José Figueras(UNC)
Hernán Morero(UNC)
RESUMEN
El sesquicentenario de Veblen resulta una buena oportunidad para recordar su pensamiento. El
trabajo recorre las singulares facetas del pensamiento vebleniano con una guía de lectura de
dos de sus obras: "La teoría de la clase ociosa" y la "Teoría de la empresa de negocios". Se
resalta su aguda crítica a todas las escuelas previas (la Clásica, la Neoclásica), incluido el
marxismo, el socialismo en general y hasta las propias líneas historicistas alemanas, que en
cierto modo su pensamiento continuaba. También recorremos rápidamente los distintos
caminos que contribuyó a abrir, como el Institucionalismo Americano, el Neoinstitucionalismo y
el reciente Evolucionismo.
CLASIFICACION JEL: B1, B3
SUMARY
The 150 th. Anniversary of Th. Veblen is a very good opportunity to remember the Veblen’s
thought. The work goes through the Veblen’s singular points of view, with the aid of the
reading guide of two of his principal books: “The Leisure Class” (like a true essay of
sociology) and “Theory of Business Enterprise” (an essay of economy). And, after that, we
walk quickly across the different paths of analysis that were opened by Veblen, such as the
old American Institutionalism (Commons, Mitchell, Ayres, Galbraith), the New Institutionalism
(Coase, North) and the very fresh Evolutionism (Nelson, Winter).
JEL CLASSIFICATION: B1, B3
VEBLEN EN SU SESQUINCENTENARIO
(Y LA CORRIENTE INSTITUCIONALISTA)
Alberto José Figueras (IEF- UNC) y Hernán Morero(UNC)§
(Con la colaboración de Sebastián Álvarez)
“Es constante la tendencia a considerar el nivel pecuniario actual
como punto de partida de un nuevo aumento de riqueza,
y a su vez esto da un nuevo nivel de suficiencia”
Th. Veblen
(Teoría de la clase ociosa, 1899)
Este trabajo se inscribe en un intento de contrapesar la tendencia que hemos
llamado personalmente “versión Bauhaus” de la economía, en razón de ser aquella escuela
la que abrió el minimalismo en el diseño, rechazando expresamente la historia como fuente
de inspiración, y recurriendo sólo a una visión “modernista” y tecnológica en la creencia de
que la historia nada puede enseñar. Como dijimos, el trabajo se inscribe en una línea
perfectamente opuesta: la historia puede enseñarnos, y mucho..., sólo debemos
aproximarnos adecuadamente a ella.
*******
La economía institucional “histórica” es un producto intelectual norteamericano,
surgido de la obra de Thorstein Veblen (1857-1929) y otros, que trabajaron siguiendo su
línea. El término “institucional” se aplicó a esta forma de análisis económico en los primeros
años del siglo XX, a partir del concepto acuñado por el pensador social W. Hamilton
(seguidor de Veblen), en razón de que analiza el sistema económico como parte de un
complejo de instituciones (las cuales conforman la cultura humana y, por tanto, la realidad
social). Bien es cierto que difícilmente puede considerársela una Escuela, sino más bien una
“corriente”, ya que los lazos entre sus “pensadores” son tenues en ideas, preocupaciones y
“prescripciones”.
No se debe concluir que los conceptos institucionalistas fueran completamente
novedosos. En realidad, estudios de carácter “institucionalista” ocupaban un lugar
importante desde mucho antes. Los Clásicos solían utilizar material histórico e institucional
en sus análisis teóricos. Sin embargo, mientras los clásicos y neoclásicos consideraban
tales investigaciones como simples “descripciones”, había otros pensadores que atribuían al
pensamiento institucionalista una importancia de primer plano. Tales los casos de Galliani,
Cantillon y Hume, en pleno siglo XVIII. Por ejemplo, es a las críticas históricoinstitucionalistas de Galliani que se debe el descrédito en que cae, en su momento, el
esquema atemporal de los fisiócratas. En cuanto al Institucionalismo americano, su
desarrollo puede dividirse en tres períodos principales. El primer período, de 1890 a
1925, fue el que Veblen dedicó a poner los cimientos del movimiento institucionalista. El
segundo período abarca desde 1925 hasta 1945, durante esos años un grupo de
institucionalistas, entre los cuales destacaron John R. Commons, Wesley C. Mitchell y John
M. Clark, continuó la tarea de Veblen. El tercer período incluye los años siguientes a
1945, época en la que el trabajo de esta línea ha sido continuado por una nueva generación
de institucionalistas, entre los que destacan Clarence E. Ayres, John K. Galbraith, Robert
Heilbroner, Leon H. Keyserling, Gardiner C. Means y Gerhard Colm (Enciclopedia
Internacional de las Ciencias Sociales, 1975).
§
El Dr. Alberto Figueras se desempeña en el Instituto de Economía y Finanzas de la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba; en tanto el Lic. Hernán Morero en la Escuela de Graduados
de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba.
1
Es necesario aclarar que los adeptos a la teoría institucionalista (Mitchell, Veblen,
etc.) difieren en sus conceptos, así como también en cuanto a sus objetivos, contenido y
metodología. Las cuestiones que preocupan a los institucionalistas son tan diversas, que la
palabra “escuela” se debe emplear aquí no en un sentido estricto, sino más ligero y amplio.
Sin embargo, si bien los institucionalistas se abocan al estudio de una amplia diversidad
temática, siempre le dan importancia al problema de la organización y el control del sistema
económico. Es decir, le dan principal atención a la estructura de poder de la sociedad y al
sistema de creencias (belief system), como factores que, en última instancia, son los
elementos explicativos más importantes de los fenómenos sociales y, naturalmente, de los
económicos. Por decirlo de manera simplificada, todos consideran que la performance
económica es una “función”, inter alia, tanto de la tecnología, como de las instituciones, y
puede decirse que ello hace, en cierto modo, al corazón del paradigma institucionalista
(Samuels, 1987).
Su presencia en las universidades norteamericanas, aunque fuese marginal,
finalmente desembocó en el “neoinstitucionalismo”, que ha entrado a ser rigurosa moda,
desde los años noventa, en Washington; y desde allí se viene imponiendo intelectualmente,
incluso entre aquellos que, en nuestros países periféricos, condenaban esta manera de
“hacer economía”. ¡Cosas de la moda imperial! Moda a la que somos tan afines los
economistas.
I. Origen del institucionalismo histórico: Thorstein Bunde Veblen
El líder del institucionalismo norteamericano fue Veblen, discípulo díscolo de John Bates
Clark (el “creador” de la solución distributiva de la teoría neoclásica, que agota el producto
total remunerando según las productividades marginales, bajo el supuesto de rendimientos
constantes a escala). Nacido Thorstein Bunde Veblen, en 1857, en Cato, Estado de
Wisconsin, de ancestros noruegos, estudió en la Carleton College, una escuela confesional
que le imprimió una serie de convicciones morales en ciertos aspectos (no en todos por
cierto, ya que se vio envuelto más tarde en escándalos “afectivos” con sus alumnas, lo que
le costaría el cargo en Chicago, cuando rondaba los 47 años). Pero su formación económica
la obtuvo en la John Hopkins University, en donde fuera discípulo de Clark. A los 27 años,
se doctoró en Yale; y unos 7 años después se incorporó a Chicago, en donde fue llamado a
organizar el departamento de economía y a ser editor del Journal of Political Economy y
donde permaneció hasta los escandaletes románticos. Tiempo después ocupó cargos en
Standford y en Missouri. Desde 1919, destinó los últimos años de su vida académica a la
radical New School for Social Research, y murió en agosto de 1929, en California, unas
semanas antes del inicio de la Gran Depresión de 1929. Pese a cierta fama al momento de
su muerte, su trayectoria académica es un buen ejemplo del “marginado” por lejanía con el
enfoque académico prevaleciente.
II. Perspectiva general
Contrariamente a otros pensadores “radicalizados”, se interesó menos por las
relaciones sociales y más por los móviles profundos (los cuales definen mentalidades y
conductas). Así, trabajó mayormente por el campo de la psicología social (motivaciones) y
de la sociología económica (cambio social) que por el ámbito propio de la economía (en
donde se concentró en los ciclos económicos).
Se abocó entonces a dos aspectos centrales: las “motivaciones de los
consumidores” y el “cambio social”. En el estudio de las “motivaciones” remarcó, más
que las necesidades básicas, la presencia de la búsqueda de una manifestación de poder,
de status o de estima social (y autoestima individual). Manifestación que, teoriza, es la razón
2
de ser del “consumo ostentoso” (este concepto será retomado luego en la sociología por R.
Merton, P. Bourdieu, y en cierto modo por Jean Braudillard). En cuanto al “cambio”, de
algún modo, en su estudio, intentó incorporar a las ciencias sociales un pensamiento de
rigurosa moda en su tiempo: el darwinismo (recordemos que el mismo A. Marshall realizó un
intento similar). Incluso aplicó a las instituciones económico-sociales, la metáfora de la
“selección natural” (aunque por otro lado, remarcó que sus proposiciones no avalaban un
darwinismo social al estilo de Spencer).
Efectivamente, inspirado en una visión
evolucionista darwiniana, realizó una aproximación multidisciplinaria de la economía,
uniéndola con aspectos sociológicos y antropológicos (siempre con una actitud radical). Así
incorpora en su perspectiva epistemológica la filosofía pragmatista americana,
especialmente de Charles Peirce (1) y de William James (lo cual no deja de ser paradójico,
dada su crítica de la sociedad americana..., cuyos valores, hoy siglo XXI, queda ya
claramente manifestado, se han estructurado desde una visión precisamente pragmatista de
la vida).
Los fenómenos que más interesan a Veblen son las instituciones, entendiendo por
ellas un “conjunto de ideas”(2): estéticas, sociales, religiosas, etc. Es decir, que su
concepto de instituciones no encaja en la actual definición sociológica del término (aunque
esté contenida por ella). Podríamos decir que la institución para Veblen es una manera de
“hacer cosas” (las instituciones tecnológicas) o de “pensar cosas” (las instituciones
ceremoniales”). El centro focal de su obra se encuentra en la explicación del cambio,
digamos en la “evolución”, siendo el cambio tecnológico el motor principal. Pero ya
llegaremos a eso.
Primero apuntemos que fue un crítico del “modus operandi” de la teoría neoclásica
por demasiado estática y deductiva. Negó incluso validez a sus supuestos, base de la
deducción, como el postulado de “conducta racional”. Hasta puso en duda el campo de
estudio del economista: ya no serían las propiedades asignativas de los precios en
condiciones de equilibrio estático sino el impacto desestabilizador de las
transformaciones tecnológicas e incluso de los gustos, junto con el estudio de la
emergencia de un conjunto de instituciones y su efecto en la realidad social.
Veblen adopta, entonces, una perspectiva sicológica más abarcativa (¿sería en esto
un precursor de la economía del comportamiento o incluso de la neuroeconomía?). En su
visión, el hombre actúa más bien instintivamente que reflexivamente, guiado por cuatro
instintos: (a) el instinto natural del trabajo “artesanal” o eficiente(3) (workmanship
instinct) (algo similar había sostenido Smith en su “Teoría de los Sentimientos Morales” y
mucho antes M.T.Ciceron)(4); (b) el instinto de emulación, que es la tendencia a seguir las
conductas sociales del grupo de referencia; (c) el instinto de curiosidad inútil (idle
curiosity), que opera cuando se han cubierto las necesidades básicas. Lo que quiere
significar este extraño calificativo de “inútil” es la inclinación al conocimiento “per se” (esto es
alejado de propósitos utilitaristas, incluida la propia ganancia). El “no trabajo” llevaba
consigo desutilidad, pues Veblen sostenía esa “especie” de realización del hombre en el
trabajo eficaz. (d) el instinto de autoconservación, que es un símil si se quiere del
principio egoísta de la teoría ortodoxa.
1
En el plan metodológico de los institucionalistas se hace uso de la inferencia llamada “abducción”, elaborada por el filósofo
C.S. Peirce. Inferencia que puede conceptualizarse como un empirismo que parte de la causa para remitirse a los efectos.
Suele mencionarse como una forma típica de abducción ( backward induction) a la metáfora.
2
“Las instituciones son, en sustancia, hábitos mentales predominantes con respecto a relaciones y funciones particulares del
individuo y de la comunidad” (Veblen, 1899). Los hábitos mentales predominantes son convenciones y actúan como normas
de comportamiento, lo que queda incluido en la definición sociológica de institucionón, aunque ella sea más amplia. No toda
norma de comportamiento constituye hábitos predominantes de pensamiento (pueden ser producto de la mera coacción), pero
lo contrario sí puede ser cierto (y los hábitos predominantes de pensamiento actuar, de forma coactiva, como una norma).
3
También instinto hacedor o laborioso (o del trabajo bien hecho, como suele figurar en la literatura)
4
En este concepto de la teoría de Veblen, se vislumbra de alguna manera el peso del entorno “eficientista” americano.
3
Entonces, para ir delineando la perspectiva general del pensamiento de Veblen
(figura 1), señalemos que la raíz de las “instituciones”, que tanto le interesaban, está en los
instintos humanos, y el cambio (y los problemas sociales) son un juego entre instituciones.
El comportamiento humano está comandado, en distinta medida según el caso y tipo de
institución, por los tipos de instintos que hemos sintetizado y se manifiesta, dependiendo del
proceso socio-histórico que haya transcurrido, en determinados hábitos. Los hábitos
conforman colectivamente, digamos se cristalizan en las instituciones. Las cuales aparecen
para apoyar un conjunto determinado de circunstancias materiales. Este conjunto de
circunstancias materiales se apoya en las instituciones vigentes y, al mismo tiempo, las
limita, formando hábitos de pensamiento predominantes y las preconcepciones embebidas
en las instituciones. Es decir, las instituciones en un sentido amplio y una determinada
cosmovisión del mundo aparecen para apoyar un conjunto de circunstancias materiales y, a
través de la formación de propensiones colectivas o patrones sociales de comportamiento
afectan y conducen la conducta individual.
Entonces, son los instintos, por un lado, y las propensiones colectivas, por otro, en
cierto modo los determinantes del comportamiento individual, que no se presume
optimizador, sino ruticinado, a través de hábitos. Pero asimismo, y esto es lo fundamental de
su esquema conceptual, las instituciones que forman esas propensiones colectivas son
afectadas, son formadas por la conducta de los individuos. Estructura y agencia se codeterminan, co-evolucionan.
Figura 1: Esquema general de análisis en el pensamiento de Veblen
III. Posición crítica a las premisas clásicas y neoclásicas
Las criticas de Veblen al marginalismo y a las premisas clásicas pueden encontrarse
englobadas en cuatro de sus artículos: “Why is economics not an evolutionary science?”
(1898, QJE), “The preconceptions of economic science” (1899, QJE), “Professor Clark’s
economics” (1906, QJE), y “The limitations of marginal utility” (1909, JPE). Thornstein
Veblen considera indistintamente a clásicos y neoclásicos, una costumbre de plumas como
Keynes o Marx, de considerar todo lo escrito inmediatamente antes como “clásico”. A fines
expositivos y sin, a nuestro modo de ver, afectación esencial del corazón de la idea,
englobaremos éstas como criticas a la economía ortodoxa, y las sintetizaremos en los
cuatro incisos siguientes.
4
‰
Existencia de leyes naturales o mano invisible a la cual respondan los
fenómenos sociales
Veblen sostiene que tras la idea de un precio de equilibrio se esconde la idea de que
el mismo es un designio de orden natural. Considera esta idea de un orden natural como
“una tontería superficial”. Piensa que creer en la existencia de un orden natural es
determinista y que, por el contrario, los estadios finales del desarrollo social no pueden
predecirse con exactitud. Un institucionalista muy posterior a Veblen, decía sobre él:
“Veblen sustituyó con una gran grandilocuencia la ansiosa búsqueda de seguridad
que siguió al pesimismo de Ricardo. Ricardo había previsto un sino desagradable
para la mayoría de la humanidad. Sus seguidores esperaron contra toda esperanza
que ello no sucediera. Veblen se situó por encima de la discusión. La suerte humana
era algo con lo que no quiso identificarse, aunque sólo fuese por adoptar una
postura. Pero también expuso claramente su criterio de que cuantos hablasen de
progreso eran en su mayoría idiotas o impostores” (Galbraith 1958).
En otras palabras, no hay fines predeterminados y mucho menos positivos. Ello da
pauta, en las palabras de Galbraith, del carácter no determinista del pensamiento de
Veblen. Efectivamente, sostiene que nada prueba que la humanidad avance hacia algo o
acorde a algo, y es por ello que critica a los historicistas, por buscar leyes del desarrollo de
las economías, más bien por creer en la existencia de estas leyes (la misma critica que le
hace a Marx).
‰
Ubicuidad del móvil egoísta (hedonismo)
En otras palabras, Veblen criticaba a la economía ortodoxa por basarse en una
deficiente psicología. Veblen consideraba que los seres humanos se guían por instintos y a
través de hábitos, donde uno de esos instintos es el egoísmo. Considera al lugar que ha
adquirido el hedonismo en la disciplina como una forma “elusiva” por parte de los
economistas de estudiar la complejidad de los móviles humanos fundamentales. En esto se
diferencia de Marx, que consideraba que el hedonismo se adaptaba al móvil burgués, en
cambio, Veblen acusa el uso del supuesto a cierta pereza intelectual. Es decir que sostiene
que se trata de una forma ingeniosa de barrer bajo la alfombra el estudio de los móviles
humanos.
Veblen no critica el uso del supuesto del móvil del egoísmo para al análisis de la
realidad social, sino a la importancia excesiva (a su ubicuidad en el análisis) que le ha dado
la economía ortodoxa. En consecuencia, Veblen trabaja con una multiplicidad de móviles
humanos, como hemos dicho: el móvil de la emulación, el workmanship instinct, la idle
curiosity y el instinto de autoconservación (símil del de egoísmo) o depredador. Según el tipo
y el foco del análisis, el teórico enfatizará más en uno o en otro.
‰
Concepción autómata del hombre
Veblen sostiene que la economía ortodoxa concibe al hombre como un juguete
pasivo sujeto a fuerzas exteriores, al ser calculador instantáneo de dolores y placeres.
Fuerzas que lo dejan inerte y no lo alteran, sino que el individuo, tan sólo, reacciona a las
alteraciones del ambiente. Así, en su artículo “The preconceptions of economic science”
sostenía:
“Con arreglo a la concepción hedonística, el hombre es un calculador general de
placeres y fatigas que (…) oscila bajo el impulso de diversos estímulos que lo
5
desplazan un poco por todas partes, pero lo dejan intacto. No tiene pasado ni
futuro” (Veblen 1899).
De este modo, Veblen señala una importante limitación de la economía ortodoxa que
es considerar al hombre como sujeto a-histórico. Ni la historia lo cambia, ni él puede cambiar
la historia. Se trata de un calculado aislamiento de su contexto socio-histórico. El individuo
tan sólo reacciona como un autómata a cambios paramétricos en el ambiente.
‰
Deficiente concepción del cambio
Veblen sostiene que la economía ortodoxa tiene una visión primitiva del cambio, por
basarse en “analogías mecánicas”. La explicación ortodoxa, implícita en un análisis de
estática comparativa ordinario, es que los desplazamientos ocurren debido a fuerzas
exógenas y el análisis ocurre con aplicación de la cláusula protectora ceteris paribus. Por
tanto, ese cambio constante de los parámetros no permitiría conocer el punto final de
equilibrio en los análisis de estática comparativa, y hacerlo conmesurable con el estado de
equilibrio inicial. Veblen sostiene que, incluso bajo la cláusula ceteris paribus, los fenómenos
sociales no tienden al reposo, sino que poseen una dinámica continua (están en un
constante cambio). Desde su perspectiva, la economía ortodoxa tenía una visión simplista y
no explicativa del cambio (sino, cuanto mucho, de sus efectos) y, por su parte, prefirió
analizar el cambio en el sistema social como la co-evolución entre instituciones y hábitos,
como pasaremos a reseñar en la sección siguiente.
IV. Interacción entre ceremonia y tecnología: el cambio
Veblen presentó una explicación evolutiva basada en “instituciones”
cambiantes. Como hemos dicho, consideraba que la teoría ortodoxa presentaba una visión
primitiva del cambio por basarse en analogías mecánicas en lugar de evolutivas. Desde su
perspectiva, el cambio social, institucional y económico, emerge de la coevolución,
codeterminación, o afectación recíproca entre instituciones, que poseen, asimismo, su
propia dinámica (ver figura 2). Así, identificó para analizar el capitalismo de principios del
siglo pasado, como dijimos, dos clases de “instituciones”: tecnológicas y ceremoniales. Sus
raíces, las de ambas, están en los instintos, sólo que en las primeras prima el instinto del
trabajo mientras que en las segundas prima el instinto de emulación, bajo la forma
pecuniaria. Uno de sus aportes teóricos principales fue la dicotomía ceremonial versus
instrumental. Según Veblen, aunque toda sociedad depende de herramientas y habilidades
para el proceso vital, hay una estructura que confiere un "status" distinto a cada miembro de
la sociedad y que se opone a los aspectos instrumentales (tecnológicos) antes
mencionados. De ahí nace la dicotomía: en cierto modo, lo ceremonial está relacionado
con el pasado; mientas la vertiente instrumental es juzgada por su capacidad para
adaptarse al imperativo tecnológico al que se enfrenta la sociedad y su capacidad para
controlar las consecuencias futuras (esto sería luego profundizado por C. Ayers)(5).
5
La dicotomía de Veblen es una variante especializada de la teoría instrumental del valor de J.Dewey, con quien Veblen
coincidiera en la Universidad de Chicago.
6
Figura 2: El cambio social como coevolución entre instituciones
Las “instituciones tecnológicas” (o como él también las llama “proceso de la
máquina”, instituciones productivas, industriales o, sencillamente, que sirven al interés
económico no valorativo) incluyen los inventos, los métodos de producción, de organización,
etc. Son la fuerza dinámica de la sociedad (ya que la tecnología, al cambiar, se desacopla
con otros aspectos sociales), en tanto que el conjunto de “instituciones ceremoniales”
(derechos de propiedad, estructuras sociales, instituciones financieras, etc.) tiende a ser el
resultado relativamente “estático” de una tecnología dada.
Pero las instituciones ceremoniales no son sólo producto de la tecnología, sino
que, a su vez, la influyen, obstaculizándola o estimulándola. Ahora bien, esta interrelación
biunívoca sólo puede mantenerse “corto tiempo”, pues a largo plazo, la tecnología es
dinámica, con independencia de los obstáculos “ceremoniales”, y dicta el proceso. A
decir verdad, pareciera que este mecanismo hoy tiene plena vigencia, ya que la tecnología
presenta como una “independencia en su carrera”. Las instituciones tecnológicas son
comandadas por los técnicos, los obreros, los ingenieros. En definitiva, los vinculados al
proceso productivo (recuerda en esto a los “industriales” de Saint Simon), en quienes
predomina el “instinto del trabajo bien hecho”. Las instituciones ceremoniales son
conducidas por accionistas, financistas y empresarios, en quienes predomina el “instinto de
emulación pecuniaria”, buscando la ganancia sin reparar en la productividad (o el bienestar).
Además, Veblen señala la presencia de “preconcepciones”, como algo diferente de
los instintos y formadas por las instituciones. Vienen a ser una de las formas en que las
estructuras sociales moldean y condicionan el accionar individual. Así, las instituciones
sociales (los hábitos de pensamiento) dan un lugar a un conjunto de preconcepciones
sobre la realidad y a un conjunto de propensiones sociales de comportamiento. Son,
entonces, tanto los instintos como las propensiones sociales y las preconcepciones, los
determinantes de la conducta humana individual. De esta manera la institución de una clase
ociosa y de la propiedad privada, como institución socialmente aceptada en tanto posibilita
7
la distinción valorativa entre las personas, moldean un conjunto de preconcepciones y
propensiones acerca de los hábitos de consumo individuales(6).
Por último, si bien se puede establecer un paralelismo entre las instituciones
tecnológicas y las fuerzas productivas de Marx, así como entre las instituciones
ceremoniales y las relaciones de producción del marxismo, en Veblen se remarca la
interinfluencia (no así en Marx); como venimos señalando en el párrafo anterior, las
instituciones ceremoniales pueden (y de hecho Veblen considera que lo hacen) obstruir el
proceso de desarrollo de las instituciones tecnológicas (o fuerzas productivas, en Marx).
Además, la perspectiva del cambio en Marx es determinista, a partir de las causas
“eficientes” (las contradicciones y las leyes del movimiento capitalista) y la causa final (el
desarrollo del modo de producción y la instauración del socialismo); mientras que en Veblen
la visión del cambio es evolucionista (cuasibiológica) y no mecánica (como en Marx)(7),
lo cual conduce a eludir (en Veblen) la definición de situaciones futuras predeterminadas.
V. El sistema económico de Veblen
El sistema vebleniano puede ser caracterizado como una forma atenuada de
darwinismo social(8), como bien se afirma en la literatura, una especie de cuerpo teórico en
el cual se le otorga primacía a las fuerzas de la herencia y al medioambiente sobre la
racionalidad. Este es precisamente un concepto darwiniano: el escaso (si alguno) control
racional que los sujetos pueden ejercer sobre el proceso de cambio (¿Implicaría esto que la
tecnología misma es un proceso autónomo, “incontrolable”, como puede observarse a
diario?). Veblen atacó aquellas visiones del cambio cultural que ponían énfasis en la
actividad intelectual humana como elemento dinamizador. También despreció las teorías
que reconocían cierto carácter inevitable en el devenir del proceso de cambio.
Contradiciéndose a sí mismo, no obstante, elaboró una cuidada teoría del cambio
económico, que no sólo pretendía explicar el proceso en sí, sino asimismo delinear los
caminos que podría tomar el capitalismo en la historia(9).
El fundamento de la teoría vebleniana del cambio económico es su teoría de la
naturaleza humana, que a su vez recibió influencias del conductismo y las doctrinas de
William James. Para Veblen, paradójicamente, la humanidad mantiene una conducta dirigida
hacia un fin: los hombres buscan siempre hacer algo en particular y hacerlo “bien”. La idea
choca contra las críticas de Veblen a la Economía Clásica por haber adoptado ésta una
interpretación teleológica del comportamiento económico, ya que él mismo parece partir de
la naturaleza teleológica de la conducta humana para explicar su teoría del cambio
económico.
Una de las tesis de Veblen es la idea de que coexisten dos tipos de instituciones
o “hábitos de pensamiento”: las anticuadas, que mantienen la organización tradicional de
la vida económica; y las nuevas, que tienden a socavar los viejos modelos de organización
económica y por lo tanto conducen a cambios. A su vez, estas nuevas instituciones
6
Las preconcepciones están siempre, pero se destacan en un “estadio” particular de la tecnología. Así, el consumo opulento y
el ocio vacuo son preconcepciones que están siempre presentes, pero que se ponen de manifiesto en la actual etapa
tecnológica (incluso acallando el ocio vacuo al instinto de trabajo).
7
Bien es cierto que los evolucionistas miran la concepción marxista del sistema económico también como “evolucionista”, en el
sentido de ve el sistema económico como un “cuerpo” en constante cambio, a través de la dinámica de las fuerzas productivas
y las relaciones de producción. Sin embargo, esto en Marx es mecánico y no biológico, y así lo entiende el propio Veblen en
su crítica a Marx.
8
Algunos autores lo consideran un evolucionismo lamarckiano, antes que darwinista.
9
Veblen definió etapas históricas en su análisis. Distinguió el mundo prehistórico (“estado salvaje”) y el histórico (“sociedad
rapaz”). En esta última etapa, apuntó a su vez dos épocas: la “barbarie” (en la cual predomina el saqueo y la guerra como
principales y más lucrativas actividades) y la “edad pecuniaria”, que abarca todo el tiempo posterior al medioevo, cuando la
actividad belicosa se torna comparativamente menos lucrativa. Distingue dentro de este período pecuniario dos subperíodos:
la era “artesanal” (hasta el siglo XVIII) y la era de la “máquina” (desde fines del XVIII hasta hoy) (“The instinct of workmanship
and the state of the industrial arts”, N.York, 1914)
8
resultan de nuevas formas de actividad productiva, que son producto del cambio
tecnológico:
“La situación de hoy define las instituciones de mañana (...). Las instituciones, es
decir los hábitos de pensamiento, bajo cuya guía los hombres viven, son en este
sentido recibidas de tiempos pasados, más o menos remotos, pero en cualquier caso
han sido elaboradas y recibidas del pasado” (Veblen, 1899).
El cambio tecnológico surge como el verdadero factor dinamizador del sistema.
Es un fenómeno social independiente de la voluntad o acción humana, por lo que puede ser
considerado como exógeno. Veblen llamó “proceso mecánico” (machine process) a este
cambio tecnológico, e identificó a cinco actores principales que jugaban un papel importante
para la comprensión del mismo. Estos son los propietarios ausentes, los hombres de
negocios, los técnicos (alguna bibliografía, los llama “ingenieros”), los trabajadores, y los
campeones de los principios arcaicos de conducta (champions of the archaic principles of
conduct). Por último, el marco institucional de una sociedad es producto de las
interrelaciones (presentes y pasadas) entre instituciones tecnológicas y ceremoniales.
Quizás un aspecto muy destacable, por lo singular y agudo, es su perspectiva de que
los valores que primaban en el mundo comercial americano alcanzaban, ya por
entonces, la propia vida académica norteamericana (desde el gerenciamiento hasta la
docencia, sin olvidar la investigación). Estas aristas, presentadas en “Higher learning in
America” (de 1918), pueden apreciarse hoy en toda su dimensión en los centenares de
cursos de posgraduación, que proliferan como hongos en bosque húmedo, más como un
inmenso negocio que como un canal social de formación rigurosa (con pocas aunque
honrosas excepciones).
VI. Teoría de la clase ociosa (10)
En su trabajo, de 1899, “Teoría de la Clase Ociosa” (TCO), que le lanzara a la fama,
realiza un estudio detallado de las prácticas de consumo, la formación de los gustos y su
relación con la emergencia de determinadas instituciones sociales como la propiedad
privada y una clase ociosa. Allí es donde plantea la idea de que no siempre se compra
mayor cantidad a precios menores. Lo contrario también puede ser cierto “por emulación”.
Esta idea llevó a Harvey Leibenstein, en un artículo de 1950, a incorporar en el análisis
microeconómico convencional el “efecto Veblen” (caracterizado por el hecho de que
algunos consumidores, ante descensos del precio de bien, reduzcan la demanda). Es como
que el precio “manifiesto” del bien ingresara en la función de demanda neoclásica tradicional
como un determinante, provocando desplazamientos.
Veblen en su obra TCO, persigue estudiar la emergencia y posterior aceptación
social de la institución de una clase ociosa y de la propiedad privada. Más precisamente,
“(…) estudiar el lugar y valor de la clase ociosa como factor económico en la vida moderna
(…)” (TCO, Prefacio)(11). En ese sentido, lo que Veblen llamó la institución de una clase
ociosa, impacta como factor económico, en el delineamiento de las características de los
patrones y hábitos de consumo, no sólo de una clase, sino ya de toda una sociedad.
Entonces, Veblen acaba por desarrollar una teoría del consumo basada en el instinto
“destructivo” de emulación o distinción valorativa y el “constructivo” de trabajo eficaz o
10
En la elaboración de este capítulo, contamos con la colaboración del Lic. Sebastián Alvarez, a quien agradecemos
profundamente por su participación.
11
Es importante aclarar que, como bien afirma Fernández López, la TCO no hace referencia a “quienes no hacen nada con su
tiempo, sino a quienes sólo hacen cosas destinadas a marcar su status en la sociedad, sin que ello represente ningún aporte a
la creación de bienes útiles” (Suplemento Cash, Página 12, 2005).
9
laboriosidad útil (12) que contrasta con la visión autómata del consumidor que impera en la
economía ortodoxa, bajo el supuesto de comportamiento optimizador de la utilidad en
condiciones de previsión perfecta (13). Para ello, Veblen estudia cómo a lo largo de la
historia de la humanidad han surgido diversos elementos de distinción valorativa de clase
junto con la distinción valorativa entre tareas (industriales y no industriales, tales como la
guerra o el gobierno).
Es así mediante un recurrente diálogo intertemporal que Veblen logra hacer
interactuar el presente con el pasado, reflotando no sólo los orígenes de la clase ociosa,
sino también la evolución y dinámica de sus hábitos y conductas. En este proceso de
análisis del presente con un ojo permanentemente situado en el pasado, Veblen deja
entrever una serie de etapas históricas. Estas etapas reflejan los distintos estadios culturales
y espirituales por los cuales ha transitado la sociedad occidental hasta llegar a su incipiente
expresión industrial de fines del siglo XIX. Son justamente estas diferencias entre los perfiles
psicológicos de los individuos en los diferentes momentos del tiempo, y no las diferencias
mecánicas o materiales, las que permiten identificar y caracterizar cada una de las etapas
de la humanidad.
Se encuentra así una etapa primigenia, original de la raza humana, correspondiente
al estadio más bajo de desarrollo cultural de las comunidades. Este estado de “salvajismo
primitivo” está caracterizado por la ausencia de jerarquías económicas, donde la propiedad
no es el rasgo dominante del espíritu humano. Esta fase es la de mayor duración relativa y
es por ello que ha forjado muchos hábitos que aún se conservan arraigados, según Veblen,
en los comportamientos de los hombres en nuestros días.
La etapa posterior corresponde al período de la vida o cultura bárbara (14). En esta
etapa, la humanidad transita por dos fases consecutivas: una primera, que corresponde al
estadio predatorio, donde domina un estado del espíritu habitualmente belicoso y donde el
egoísmo se torna la nota dominante; y subsiguientemente, una fase avanzada de la cultura
bárbara: la etapa cuasi-pacífica, cuyo trazo característico es la observancia formal de paz y
orden y una excesiva coerción y antagonismo de clases que es caracterizada ya por los
métodos industriales modernos.
Finalmente, se arriba a la cultura industrial o pecuniaria moderna, donde las
formas de distinción valorativa asumen el rasgo pecuniario y las relaciones humanas
adquieren métodos “pacíficos” de distinción. Si bien el germen de la clase ociosa y de la
propiedad privada se halla en el estadio primitivo de la cultura bárbara, es en esta etapa
moderna, de cultura pecuniaria cuando la clase ociosa alcanza su máxima expresión y
donde se consuma la institución de la propiedad privada.
12
Es decir Veblen considera que el individuo es un actor que, en la persecución de un fin “(…) tiene gusto por el trabajo eficaz
y disgusto por el esfuerzo fútil (…) un sentido del mérito de la utilidad (serviceability) o eficiencia y del desmerito de lo futil (…)”
(TCO, I) Ello constituye lo que llamó el instinto del trabajo eficaz o ‘workmanship instint’.
13
Veblen considera la teoría ortodoxa del consumidor inválida por tres razones: i) considerar preferencias dadas a los
individuos, es decir la exogeneidad –en el análisis– de las preferencias, ii) considerar que todo gasto genera una satisfacción
independiente de la satisfacción de los otros individuos, iii) considerar que la satisfacción que genera el consumo de un gasto
es independiente de la satisfacción que podría haber provocado cualquier otro. Atendiendo a estas falencias, procura estudiar
la emergencia de los hábitos de consumo, la formación de los gustos, su significación económica y su relación con la
emergencia de determinadas instituciones como la propiedad privada y una clase ociosa. En esto combina elementos
provenientes de la sociología, antropología, psicología y la economía en una teoría del consumo por emulación
(pecuniaria).
14
Hay que señalar aquí que lo que caracteriza el paso de una etapa a otra, no es la existencia, frecuencia o intensidad de los
actos de barbarie y conflictos entre los pueblos, sino que es la institución de una disposición mental belicosa; es decir, la
existencia de un perfil psicológico preponderantemente predatorio o guerrero en los individuos . Éste es el “carácter o espíritu
social” de la época.
10
En la Introducción (Capítulo I) a su obra, Veblen sostiene que la primera forma de
propiedad nace bajo la forma de hazañas y trofeos de guerras durante los estadios
culturales primitivos. Así, de la incautación de mujeres como trofeo de guerra, como forma
de poner en evidencia la fortaleza y como manera de mostrar ostensiblemente un resultado
perdurable de las hazañas, surge la primera forma de propiedad. La propiedad nació, desde
la perspectiva de Veblen, para poder hacer visible la distinción valorativa entre las personas
y los grupos.
Para Veblen la reputación o prestigio de una persona se determina en función de
patrones o estándares sociales con relación a los niveles de proezas o hazañas individuales
conseguidos. Son éstas las señales a partir de las cuales se cataloga y estima socialmente
a una persona. Así, mientras en las etapas bárbaras primitivas los trofeos que
representaban las hazañas guerreras predatorias eran los exponentes convencionales
de prepotencia y éxito, en las sociedades industriales sucede que la acumulación de
bienes se vuelve la señal más importante y eficaz de proeza individual. De esta forma,
la fuerza pecuniaria es la base sobre la que reposa la buena reputación; la propiedad
comienza a volverse progresivamente el sostén convencional de la honorabilidad y estima
social.
Es en el Capítulo II, Emulación Pecuniaria, dónde Veblen señala cómo a medida
que la actividad industrial va desplazando a la actividad predadora, la acumulación de
riqueza y la posesión de cosas va reemplazando a la de las personas como base
convencional de la reputación de clase y estima individual(15). Ello ocurre, en parte, porque
el alcance y la frecuencia de las oportunidades para distinguirse sobre la base de la
eficiencia depredadora se van haciendo cada vez menores, y en parte, porque las
oportunidades para distinguirse a través de una agresión industrial y de acumular propiedad
por métodos cuasi-pacíficos aumenta considerablemente(16). Así, la adquisición pacífica de
bienes se instituye como base convencional de la reputación, y la propiedad privada aparece
con total claridad, junto con la institución de la clase ociosa. De hecho, tal como se insinuara
anteriormente, Veblen considera que “(…) la aparición de una clase ociosa coincide con el
comienzo de la propiedad (…)” (TCO, II).
Veblen señala que en los estadios superiores de la cultura bárbara que caracterizan
a la Europa feudal y al Japón feudal, ya la institución aparece perfectamente desarrollada.
La distinción de clases es clara y su importancia económica yace en la distinción de
tareas de cada clase. Las clases altas están exentas de toda ocupación “laboriosa” y se le
reservan las tareas que se consideran honoríficas (como la guerra o el gobierno). Las clases
inferiores están excluidas hasta de las actividades subsidiarias de ellas (como el cuidado de
armas) y su ocupación exclusiva es el trabajo manual, digamos todo lo relacionado a
consecución de los medios de vida.
Si bien la diferenciación en el consumo como distinción valorativa se remonta a la
fase inicial de la etapa predadora, el consumo especializado de bienes como fortaleza
pecuniaria es un desarrollo posterior. Veblen considera que su utilidad como demostración
de riqueza y fortaleza pecuniaria es un fenómeno eminentemente moderno. Ello es así
porque la lucha pecuniaria ocurre y tiene sentido sólo cuando hay un excedente por el cual
15
Así lo que habitualmente llamamos economía de mercado (o capitalismo, en el vocabulario marxista) resulta ser una
“cultura pecuniaria”, en donde desaparece el “instinto de trabajo” (o de laboriosidad) y se va hacia una “cultura” del derroche
ostensible, por vía del ocio y el consumo opulento, como instituciones socialmente aceptadas.
16
Tal como sostiene el autor, esto no implica que ya no se obtenga estima por otras señales más directas de proeza, ni que la
agresión predatoria o las hazañas guerreras dejen de tener aprobación y admiración social, sino que “las oportunidades de
distinción por medio de la directa manifestación de fuerza superior son cada vez menos posibles y frecuentes (...) crecen en
número y posibilidad las oportunidades para la agresión industrial y para la acumulación de la propiedad por los métodos cuasipacíficos de la industria nómada” (TCO, II).
11
luchar, lo que se hace extensible con el advenimiento del capitalismo y la modernidad. El
móvil de la distinción valorativa subyace esencialmente al consumo(17), porque:
“(…) si, como se supone a veces, el incentivo para la acumulación fuese la
necesidad de subsistir o de comodidad física, sería concebible que en algún
momento futuro con el aumento de la eficiencia se pudiera satisfacer el conjunto de
necesidades económicas de la comunidad; pero como la lucha es sustancialmente
una carrera en pos de la reputación basada en la comparación valorativa, no es
posible alcanzar definitivamente ese punto” (TCO, II).
Si la forma más efectiva para lograr la estima social (y la autoestima) es mantener (y
elevar) un nivel de consumo de cierto tipo, el ser humano se embarca en la carrera
pecuniaria ya que siente agrado de alcanzar su objetivo: lograr la estima social y
personal(18). Por otro lado, como el hombre también tiene cierta propensión al trabajo
valorable, a la vez que desagrado por el trabajo inútil (o fracasado), esta resulta otra razón
que lo lleva a embarcarse en este proceso de emulación pecuniaria (o de persecución del
éxito). Así, el hombre:
“(…) tiende más y más a modelarse como esfuerzo para superar a los demás en los
resultados (…). El éxito relativo, medido por una comparación favorable con los
demás, se convierte en el fin del esfuerzo que se acepta como legítimo y, por tanto,
la repugnancia por la futilidad se coliga en buena parte con el incentivo de la
emulación. Viene a acentuar la lucha por la respetabilidad pecuniaria al extender a
todo fracaso (…), una nota de desaprobación” (TCO, II).
El esfuerzo encaminado a lograr un fin, deviene, en una primera instancia, en un
esfuerzo por lograr la acumulación de bienes. Lo que luego, en los estadios del capitalismo
de principios del siglo pasado, se manifiesta en el esfuerzo por sostener determinados
estándares de consumo, y emular la conducta de la clase superior.
En su Capítulo III, Ocio Ostensible, Veblen desarrolla su idea de que, al ser
deshonroso el trabajo, en el sentido de tarea manual, es contraparte en la consecución de la
estima, la ostentación de un conjunto de hábitos “ociosos”. De esta forma, los hábitos
decorosos, como los modales, son formas de manifestación del ocio, en tanto exteriorizan la
disposición del tiempo libre suficiente como para poder perfeccionarse en ellos. Con
respecto al ocio, Veblen remarca que “(…) como aquí se emplea, no comporta indolencia o
quietud. Significa pasar el tiempo sin hacer nada productivo: [sea] 1) por un sentido de la
indignidad del trabajo, y 2) como demostración de una capacidad pecuniaria que permite
una vida de ociosidad” (TCO, III)(19).
17
Si bien Veblen sostiene que “la propiedad surgió y se tornó una institución humana sin relación con el mínimo de
subsistencia” y que su “ incentivo dominante desde el comienzo fue la distinción odiosa ligada a la riqueza” (TCO, II), ello no
quiere decir que “(…) no haya otros incentivos para la adquisición y acumulación que este deseo de superar en situación
pecuniaria y conseguir así la estima (…) de los semejantes. El deseo de una mayor comodidad y seguridad frente a la
necesidad está presente en todos y cada uno de los estadios (…) en una sociedad moderna; aunque el nivel de suficiencia en
estos aspectos está afectado, a su vez, en gran medida por el hábito de la emulación pecuniaria. En gran parte esta emulación
modela los métodos y selecciona los objetos de gasto para la comodidad personal y la vida respetable.” (TCO, II).
18
La necesidad de subsistencia y el aumento del confort físico puede ser un incentivo poderoso y omnipresente de adquisición
para las clases pobres, pero no para las clases de mayor prestigio social. No obstante ello, el deseo de riqueza, al igual que el
instinto de comparación valorativa, por su propia naturaleza, nunca se extingue en ningún individuo, cualquiera sea su clase
social.
19
En otras palabras, el tiempo de ocio, es decir, aquel empleado en actividades no productivas, responde primeramente, a un
sentimiento de indignidad del trabajo productivo y, en segundo lugar, a la necesidad de demostrar la capacidad pecuniaria de
vivir una vida inactiva.
12
Por lo demás, el ocio debe ser puesto de manifiesto, a través de prácticas formales y
ceremoniales, como los modales y la buena educación. Estas prácticas cumplen la función
de hacer manifiesto que se ha dispuesto el tiempo para cultivarlas, por la posición pecuniaria
de la persona. Conjuntamente surge la necesidad creciente de que personas allegadas
dispongan también de una vida de ocio; tal es el caso del personal doméstico y los criados.
Ellos serán los encargados de practicar el llamado ocio vicario, es decir, aquel ocio
necesario al que están obligados ciertas personas independientes y libres, pero que no
atiende su propio confort físico sino el de quien sirven. El ocio vicario constituye en sí mismo
un acto de consumo conspicuo de servicios ajenos(20). Por otro lado, el ocio ostensible, es
decir, aquellos “comportamientos ociosos” (v.gr.: los modales en la mesa) moldean pautas
de consumo conspicuo (v.gr.: el uso de más de media docena de cubiertos por comensal),
que deben ostentar, asimismo, grados de derroche.
En su Capítulo IV, Consumo Ostensible, Veblen profundiza y repasa la evolución
tanto de las instituciones del ocio conspicuo, como del consumo conspicuo, a lo largo de las
distintas etapas de evolución de la humanidad. En este capítulo puntualiza a qué se refiere
con ‘derroche’ haciendo la salvedad de que:
“En el lenguaje de la vida cotidiana la palabra lleva consigo una resonancia
condenatoria. [Sin embargo] Lo utilizamos aquí a falta de una expresión mejor que
describa adecuadamente el mismo grupo de móviles y fenómenos (…). A la luz de la
teoría económica el gasto en cuestión no es ni más ni menos legítimo que ningún
otro. Se lo llama aquí ‘derroche’ porque ese gasto no sirve a la vida humana ni al
bienestar humano en su conjunto, no porque sea un derroche o una desviación del
esfuerzo o el gasto, considerado desde el punto de vista del consumidor individual
(…)”. Y continua líneas abajo: “Cualquiera sea la forma de gasto que escoja el
consumidor o cualquiera sea la finalidad que persiga al hacer esa elección, es útil
para él por virtud de su preferencia. (…), el uso de la palabra ‘derroche’, como
término técnico, no implica ninguna condena de los motivos o de los fines
perseguidos por el consumidor bajo este canon de gasto ostensible” (TCO, IV).
Surge así el consumo como otro instrumento de distinción valorativa entre los
individuos. Tanto ocio como consumo conspicuo representan medios equivalentes e
igualmente eficaces para demostrar la posesión de riqueza (potencialidad pecuniaria). La
utilidad de ambos para el fin de la buena reputación radica en el elemento de derroche como
esencia común: en un caso es derroche de tiempo y esfuerzo y, en el otro, de bienes. La
elección entre uno u otro dependerá de las tendencias y caracteres propios de cada
comunidad. Así, mientras en la etapa cuasi-pacífica el ocio era el elemento principal, en la
etapa moderna actual la tendencia va en dirección de aumentar el consumo más que el ocio
ostensible.
De esta forma llega al Capítulo V, El Nivel Pecuniario de Vida, donde desarrolla la
manera en que los cánones que regulan la reputación determinan los gustos dentro de una
sociedad. En este capítulo y el siguiente se encuentra el epicentro del desarrollo de toda la
obra.
Por un lado, la estimación social e individual viene determinada por el tipo (y nivel)
de gasto que se puede alcanzar. Está, entonces, determinada por el nivel de consumo que
se puede lograr: “el tipo de gastos aceptado en la comunidad o en la clase a que pertenece
20
Veblen considera que se constituye de este modo una nueva clase ociosa subsidiaria o derivada, cuya función es el ocio
vicario a favor y provecho de la respetabilidad de la clase ociosa principal o legítima: “el consumo y el ocio de tales personas
representan una inversión que hace el señor o patrón con la finalidad de aumentar su reputación” (TCO, IV).
13
una persona determina en parte cuál ha de ser su nivel de vida.” (TCO, V). El ser humano
incorpora esta manera de valorarse así mismo directamente a través de la contemplación
del esquema general de la vida en que está inserto, pero también “de modo indirecto
mediante la insistencia popular en la necesidad de conformarse a la escala aceptada de
gastos como canon de regularidad, bajo pena de la desestimación y el ostracismo. Aceptar y
practicar el nivel de vida que está en boga, es a la vez agradable y útil” (TCO, V). De esta
manera, se incorpora este modo de existencia como natural y, así, “para la mayoría del
pueblo de toda comunidad moderna, el fundamento próximo del gasto (…) no es tanto un
esfuerzo consciente por destacarse en lo costoso de su consumo ostensible como un
deseo de vivir al nivel convencional de decoro (…)” (TCO, V).
Se desata, así, una carrera, una lucha “pecuniaria” por la estima propia sobre la base
del consumo. El consumo debe ponerse de manifiesto como indicador de capacidad de
pago, de acomodarse en la sociedad, donde además la ostentación del ocio es una
demostración de la fortaleza pecuniaria. Es decir, que el efecto de la carrera pecuniaria “(…)
sobre el consumo consiste en hacer que éste se concentre en las direcciones que son más
visibles para los observadores cuya opinión se busca (...)” (TCO, V). Pero como, asimismo,
pasa a ser la base de la estima propia, el consumo debe hacer ostensible el derroche
insumido en el mismo, hasta en la más estricta privacidad. Lo ostensible es una
característica de la mercancía y no, necesariamente, un sustrato de opulencia del
consumidor. De esta manera, todo acto de consumo exige que el mismo presente, en
mayor o menor medida, algún elemento de derroche ostensible como aspecto
decoroso u honorífico.
El consumo es la base tanto de la estima social, como de la individual y “una vez que
el individuo ha formado el hábito de buscar expresión dentro de una línea determinada de
gasto honorífico (…) no abandona tal gasto habitual sino con la máxima repugnancia” (TCO,
V). Sin embargo, se es proclive a que cualquier aumento en el ingreso se dirija a un
incremento del consumo en la dirección que se considere de mayor valoración. Es decir, “es
mucho más difícil retroceder de una escala de gastos una vez adoptada, que ampliar la
escala acostumbrada como respuesta a un aumento de la riqueza” (TCO, V). La razón de
ello radica en el hecho de que los patrones de consumo, por naturaleza, son hábitos; por lo
que la dificultad de abandonar un patrón ya establecido consiste en la dificultad de quebrar
un hábito ya formado.
El individuo tiene cierta propensión emulativa que “en una comunidad industrial (…)
se expresa en forma de emulación pecuniaria y, por lo que se refiere a las comunidades
civilizadas occidentales de hoy, esto equivale a decir que se expresa en alguna forma de
derroche ostensible” (TCO, V). Esta emulación pecuniaria se manifiesta en la intención y
práctica de imitar las clases sociales que están por encima de la propia, así:
“(…) el patrón de gastos que guía generalmente nuestros esfuerzos no es el gasto
medio ordinario ya alcanzado; es un ideal de consumo que está fuera de nuestro
alcance(…), o que exige algún esfuerzo para poder alcanzarlo” (TCO, V) y “toda
clase (…) trata de emular a la clase situada por encima de ella en la escala social
(…), ello quiere decir que nuestro patrón de decoro en materia de gastos, como en
los demás aspectos donde interviene la emulación, lo establece el uso de quienes se
encuentran inmediatamente por encima de nosotros en punto a reputación” (TCO, V).
La dinámica propia de superación personal y ascenso social provoca que todo
individuo desee arribar permanentemente al nivel de consumo de la clase inmediata superior
a la suya, para luego, una vez alcanzado, procurar una aún más alta, y así sucesivamente
14
(carrera pecuniaria). Es de esta forma como el patrón de consumo de una clase se
encuentra influenciado por el de la clase inmediata superior, siendo así como finalmente los
gustos y el consumo de toda la sociedad responden a los patrones que establece la clase
que se encuentra en la cúspide del escalafón social. Es desde esa posición que la clase
ociosa esparce los cánones convencionales de consumo y de respetabilidad hacia el resto
de la sociedad.
De modo tal que los usos y los hábitos mentales de la clase ociosa rica, definirían los
cánones de reputación, decoro y patrones de consumo. Patrones que las clases inferiores
pretenden imitar, como grupos de referencias(21), difundiéndose de esta manera a todo el
tejido social, lo cual se potencia a partir del desarrollo de los medios de comunicación.
Es decir, en definitiva, Veblen distingue dos tareas y, con ellas, dos grupos o
clases: la pecuniaria (o que sirve al interés económico valorativo) y la industriosa (o
que sirve al interés económico no valorativo). Elabora pues una teoría de estratificación
social, al presentar una clasificación jerárquica. Define una clase ociosa, designando de tal
modo un grupo o estrato que se configura como clase alta, que “está consuetudinariamente
exenta o excluida de las ocupaciones industriosas y se reserva para determinadas tareas a
las que se adscribe un cierto grado de prestigio (…) y que es expresión económica de su
mayor rango”. La clase ociosa es la pecuniaria, a la que asigna un carácter parasitario, con
fines pecuniarios y no productivos. Es esta clase la que, a su vez, determina los estándares
de lo que es decoroso a nivel social, los estándares de estima social, determinando al fin los
patrones de consumo del resto de la pirámide social, dada la propensión a la emulación (o
“efecto demostración”).
Esta idea, del “efecto demostración” de una clase, y el impacto que puede tener la
misma sobre la formación de los gustos de las clases subalternas ya estaba presente de
alguna manera en la obra de Cantillón. Asimismo, Veblen incorpora el “efecto
demostración”, por así decirlo, entre países: el consumo de la clase ociosa de un país es
condicionada por el ejemplo de la clase ociosa de otro. Así, por ejemplo, a principios del
siglo pasado Veblen reflexionaba que “(…) en los Estados Unidos los gustos de la clase
ociosa están formados en cierta medida sobre los usos y hábitos que prevalecen o que se
cree prevalecen en la clase ociosa de la Gran Bretaña” (TCO, VI). Abre así la teorización
sobre los grupos de referencia, que han sido de gran aplicación en Mercadotecnia
(modelo sicológico-social de Veblen), ya que la experiencia señala que los sectores
sociales más bajos tienden a imitar el “estilo de consumo” de los más altos. A este
fenómeno Veblen lo denominó “conspicuous consumption” (consumo demostrativo o
manifiesto), que debe manifestarse hacia el medio social.
En su Capitulo VI, Cánones Pecuniarios de Gusto, cierra la idea que viene
desarrollando de que la característica saliente del capitalismo moderno es el derroche, por la
vía del consumo y el ocio conspicuo, en el afán de emulación pecuniaria.
En este capítulo, Veblen señala que se redimensiona lo que el individuo se
representa como la utilidad de las mercancías y comienza a percibirla atada
indisolublemente a los elementos de distinción de valoración social (o distinción) que poseen
los bienes. Ahora, no sólo es necesario que una mercancía se adapte a su utilidad directa,
sino que para ser seleccionado en el mercado debe poseer otras cualidades que sirvan a
fines de distinción valorativa, de esta forma, “(…) en su selección de mercancías útiles en el
21
De hecho, en el capítulo siguiente plantea claramente la idea de grupos de referencia entre países, señalando que las clases
ricas de distintos países se imita entre sí: “(…) en los Estados Unidos los gustos de la clase ociosa están formados en cierta
medida sobre los usos y hábitos que prevalecen o que se cree prevalecen en la clase ociosa de la Gran Bretaña.” (TCO, VI).
15
mercado al por menor, los compradores se guían más por el acabado y la presentación de
las mercancías, que por cualquier marca sustancial de utilidad” (TCO, VI). Los aspectos
conspicuos de los bienes se entremezclan, así, con los relacionados a la utilidad y, a veces,
percibidos como un atributo de belleza o de sofisticación de los mismos, cuando en realidad
sirven meramente a una distinción valorativa entre personas.
A la larga, para que el consumidor pueda aceptar el consumo de un bien, éste debe
mostrar ostensiblemente el elemento honorífico:
“resulta de ello que los productores de artículos de consumo dirigen sus esfuerzos a
la producción de mercancías que satisfagan esta demanda del elemento honorífico
(…) dado que también ellos están dominados por el mismo patrón de valor de los
bienes (…)” (TCO, VI). Por ende, “las mercancías, para poderse vender, tienen que
ostentar signos visibles de que se ha empleado alguna cantidad apreciable de
trabajo en darles los signos del gasto decoroso, además de la necesaria para darles
eficacia para el uso material a que debe servir” (TCO, VI).
Esto no significa que existan bienes superfluos y bienes útiles; tal como sostiene
Veblen, “un artículo puede ser útil y superfluo al mismo tiempo, y su utilidad para el
consumidor puede contar de utilidad y superfluidad en las más variadas proporciones (...) los
bienes consumibles, y hasta los productivos, generalmente revelan los dos elementos
combinados” (TCO, IV)(22). Es así como para muchos bienes, el principio del gasto
conspicuo se erige como regla y norma rectora de su consumo y producción. De tal
modo, gran parte de los productos van componiendo su demanda en función de la moda
vigente y del prestigio que se les atribuye, mas que del servicio o la utilidad real que presten.
Consecuentemente, el aspecto conspicuo de las mercancías en la sociedad
moderna, es prácticamente inseparable e ineludible:
“(…) no hay en la actualidad mercancía alguna que no tenga en grado mayor o
menor ese elemento honorífico. [Más aún,] cualquier consumidor que (…) se
empeñase en eliminar de lo que consume todo elemento honorífico o de
derroche, se encontraría en la imposibilidad de satisfacer sus necesidades más
nimias en el mercado moderno” (TCO, VI).
En el Capítulo VIII, La exención de tareas industriales y el conservadurismo,
Veblen desarrolla su concepto de instituciones, de cambio de las instituciones, de
resistencia y procesos selectivos. Aparece por primera vez su distinción entre instituciones
tecnológicas (aquí llamadas “industriales o productivas”) e instituciones ceremoniales (aquí
llamadas “adquisitivas, pecuniarias o instituciones que sirven al interés económico
valorativo”). En este capítulo se halla buena parte de su vena evolucionista de corte
darwiniano (o si se quiere, lamarckiano).
En el Capítulo IX, La conservación de rasgos arcaicos, Veblen esboza la manera
en que las instituciones erigen, y al mismo tiempo seleccionan, hábitos de comportamiento y
de pensamiento. Así, define la evolución social como:
22
De esta forma, el consumo de un bien buscará satisfacer dos necesidades esencialmente diferentes: su componente
estrictamente útil irá a saciar las necesidades “físicas”, mientras que su elemento superfluo o conspicuo hará lo propio con las
llamadas necesidades “espirituales” o “superiores”.
16
“(…) un proceso de adaptación selectiva de temperamento y hábitos mentales
bajo la presión de las circunstancias materiales de la vida en común. La
adaptación de los hábitos mentales constituye el desarrollo de las instituciones”.
Y complementa la idea sosteniendo lo siguiente: “No sólo han cambiado los hábitos
de los hombres con las cambiantes exigencias de la situación, sino que esas exigencias han
producido también un cambio correlativo en la naturaleza humana” (TCO, IX). Es decir, el
hombre no es, como en la economía ortodoxa, socialmente inmutable. No obstante, existen
fuerzas que demoran y obstaculizan el cambio: tal es el rol de la clase ociosa. Veblen define
a la clase ociosa como la “clase conservadora”, por cuanto por su baja exposición a las
presiones económicas (que explican el cambio) y su interés material en dejar las cosas tal
como están, favorecen “la perpetuación del desajuste de instituciones que hoy existe e
incluso una reversión a un esquema general de la vida algo más arcaico” (TCO, VIII) (23).
Veblen dedica el resto de sus capítulos a analizar distintas prácticas y
comportamientos habituales de la clase ociosa, cuyos fundamentos reposan en actitudes y
temperamentos heredados del pasado. Así, el autor desarrollará de qué forma a su modo de
ver costumbres tales como el patriotismo, la práctica del duelo, los juegos de azar (creencia
en la suerte), etc. son en el fondo manifestaciones de temperamentos propios de las fases
iniciales de desarrollo de la humanidad; concluyendo que estos rasgos arcaicos no hacen
más que disminuir la eficiencia de la industria moderna.
Sobre esta vasta base conceptual Veblen lleva adelante estudios sobre la evolución
de los hábitos de consumo en vestimenta (Capítulo VII, El vestido como expresión de la
cultura pecuniaria), las modas, el servicio doméstico, el juego (Capítulo XI, La creencia
en la suerte); el consumos y las prácticas relacionadas a actitudes belicosas y deportivas
(Capítulo X, Supervivencias modernas de la proeza) y la educación superior como signo
de distinción valorativa (Capítulo XIV, El saber superior como expresión de la cultura
pecuniaria). Matizando, en el penúltimo capítulo de la obra, el Capítulo XIII, Supervivencia
del interés no valorativo, Veblen repasa aquellas actitudes no depredadoras, de tipo no
valorativo que han sobrevivido al advenimiento del capitalismo moderno.
VII. Teoría de la empresa de negocios y teoría de las crisis
Su teoría más específicamente económica es la teoría de las crisis. Desde el punto
de vista económico, el progreso de la tecnología es una fuerza “peligrosa”, ya que al
tornar obsoleto lo existente (maquinarias y procesos), deteriora el valor del capital
previo, creando depresiones. Aparecen pues los ciclos económicos. Al igual que Marx,
Veblen considera que los ciclos económicos son endógenos a la “cultura pecuniaria” (al
capitalismo), al sistema económico moderno. Los conflictos son más agudos, y el resultado
de estos conflictos se hallan analizados en sus obras “The Theory of Business Enterprise”
(1904) y “Absentee ownership” (de 1923, según algunos su obra más relevante).
Fundamentalmente en su obra “Teoría de la empresa de negocios” (TEN) se halla su
teoría de las crisis, a la cual precede el análisis de “(…) la naturaleza, causas, utilidad y
ulteriores tendencias de la empresa de negocios (…)” (TEN, prefacio).
Centra su análisis en dos aspectos del sistema industrial moderno: el proceso
mecánico y la empresa de negocios. En primer lugar, señala que el sistema industrial
23
“La función de la clase ociosa en la evolución social consiste en retardar el movimiento y en conservar lo anticuado” (TCO,
VIII).
17
moderno adquiere la disposición de un gran “proceso mecánico” (Instituciones
Tecnológicas), centrado en la máquina, donde “(…) los materiales se modifican a sí mismos
con la ayuda del aparato” (TEN, Capítulo II), y dónde todos los procesos industriales son
fuertemente interdependientes. Es decir, dónde el conjunto de ramas industriales se
interrelacionan de tal manera que en la consecución de un determinado nivel de producto,
dependen del ajuste con un gran conjunto de otras ramas productivas. Así, “(…) el concierto
total de las operaciones industriales debe ser considerado como un proceso mecánico,
constituido por procesos parciales entrelazados (…) [, es decir,] un complejo de
subprocesos, equilibrados más o menos cuidadosamente” (TEN, II).
Así, el proceso mecánico presenta dos características generales bien definidas: i) la
necesidad de ajustes entre todos los subprocesos o ramas de la industria; y ii) un
requerimiento de precisión cuantitativa que exige la uniformidad y completa estandarización
de las herramientas y de las unidades de medida, aspecto éste que caracteriza la
producción en masa.
Veblen analiza extendidamente en su Capítulo II, “El proceso mecánico”, el
alcance de la estandarización sobre las herramientas, materiales, los servicios y los
productos terminados. Sin embargo, a los fines de su aporte a la teoría de las crisis, es más
importante el primer elemento del proceso mecánico: la necesidad de ajustes entre
subprocesos. Como dijimos, el sistema industrial está compuesto por una serie de ramas
productivas interdependientes y “en virtud de esta concatenación de procesos, el moderno
sistema industrial reviste, en general, el carácter de un amplio y equilibrado proceso
mecánico” (TEN, II). De este modo, por sus características, “para lograr un eficiente
funcionamiento de este proceso industrial total, los distintos subprocesos que lo constituyen
deben funcionar, a lo largo del mismo, con la debida coordinación” (TEN, II). Mientras más
complejo sea el sistema industrial, más necesarios serán los ajustes intersticiales y más
profundas serán las dificultades derivadas de un desajuste.
Cuando ocurre un desajuste entre procesos de distintas ramas industriales, este
desajuste se expande al resto de ramas. Señala Veblen:
“cualquier alteración en algún punto determinado del proceso en virtud de la cual
una rama de la industria quedara sin poder cumplir su función en el trabajo total del
sistema, inmediatamente afectará las ramas cercanas o conexas que la preceden o
la siguen en el desarrollo del proceso, y se transmitirá, a través de la
desorganización de las mismas, a las partes más remotas del sistema” (TEN, II).
Estos desfasajes productivos requieren un mecanismo de ajuste y, en el capitalismo
moderno, Veblen señala que “el equilibrio de las relaciones en el funcionamiento de las
diversas unidades industriales se mantiene o restablece, se ajusta y reajusta, por medio de
las transacciones comerciales (…)” (TEN, II). El proceso de ajuste se guía, entonces, por
principios comerciales y es reducible siempre a términos pecuniarios: “es en ese momento
cuando el hombre de negocios aparece como factor decisivo en el proceso industrial” (TEN,
II). De esta forma, los ajustes “(…) constituyen obligaciones y transacciones de índole
pecuniario (…) del hombre de negocios depende la realización o el fracaso de los ajustes
corrientes de la industria” (TEN, II).
El segundo aspecto saliente del sistema “pecuniario” o sistema industrial moderno, lo
constituyen los hábitos que hacen a las decisiones de inversión y el hecho de que la misma
tenga un fin de lucro. Aquí es donde entra en el análisis la empresa de negocios y sus
hábitos de comportamiento. Ello es analizado en el Capítulo III, la Empresa de Negocios,
donde Veblen deja claro que las transacciones comerciales que llevan adelante los hombres
de negocio (y podrían coordinar los distintos eslabones del proceso mecánico) se guían por
fines pecuniarios (la obtención de ganancias), en lugar de fines de “eficiencia productiva”,
18
desde el punto de vista del sistema industrial todo: “el objeto de los negocios es el beneficio
pecuniario” (TEN, III).
Es más, la finalidad del hombre de negocios, es obtener una ganancia diferencial, y
para ello, un desajuste del proceso mecánico genera la oportunidad de obtener ventajas
diferenciales en algunas ramas, en desmedro de otras. Es decir, que los hombres de
negocio, desde la perspectiva de Veblen, tienen, de hecho, por la naturaleza del sistema
capitalista, incentivos para generar desajustes en el proceso mecánico. Así “una alteración
del equilibrio en cualquier punto significa una ventaja (o desventaja) diferencial para uno o
más propietarios de los subprocesos en que se ha producido dicha alteración (…)” (TEN, III).
De esta forma, las “perturbaciones” al funcionamiento del proceso mecánico son endógenas
al sistema y se trasmiten a través de las relaciones comerciales.
Los hábitos de comportamiento de los hombres de negocios hacen a parte de las
instituciones ceremoniales y se guían por distintos móviles que los que predominan en las
instituciones tecnológicas (y que caracterizan al proceso mecánico). Los hombres de
negocios no están interesados en mantener ininterrumpidamente el proceso industrial, sino
que “el fin es el beneficio pecuniario, y los medios, la perturbación del sistema industrial (…)”
y “sus ganancias (o sus pérdidas) están relacionadas con la magnitud de las perturbaciones
que se producen, más bien que con las relaciones que guardan con el bienestar de la
comunidad” (TEN, III). De esta forma las Instituciones Ceremoniales obstruyen el proceso
mecánico.
Sin embargo, en la búsqueda de ganancias, los hombres de negocio también llevan
adelante prácticas colusorias según su conveniencia. Ésta práctica, desde la perspectiva de
Veblen, favorece la coordinación de los distintos subprocesos del sistema industrial,
eliminando los elementos pecuniarios en los ajustes intersticiales. Entonces, los hombres de
negocio, por un lado, obstruyen el desenvolvimiento del proceso mecánico y, por otro,
promueven un mejor desarrollo del mismo. Sin embargo, Veblen considera que las fuerzas
inhibitorias son más fuertes y que, en realidad, el tiempo que transcurre hasta que se
materialice una concentración económica se trata de un retardo del avance de la industria.
Pero, al hombre de negocios “(…) debe atribuírsele tanto el retardo como el adelanto” (TEN,
III).
Sobre esta base, en el Capítulo VII, La Teoría del Bienestar Moderno, delinea los
aspectos salientes de su teoría de las crisis y los ciclos. Como afirma Hutchison, para
Veblen la causa central está en la organización moderna, orientada por el “lucro” (y no por
las necesidades), por las razones expuestas y por cierto desfasaje temporal en la valoración
financiera de los activos que sirven de garantía a los préstamos de las empresas. Así
Veblen escribe que en la “cultura pecuniaria”, “(…) las depresiones y recuperaciones no son
resultados de accidentes como la pérdida de una cosecha. Se originan en el curso normal
de los negocios, y tanto la depresión como la prosperidad se hallan unidas en cierta medida”
(TEN, VII). Estas fluctuaciones se deben al desajuste (inflación o deflación) excesiva de los
valores de capital con la capacidad real de generar ingresos de los activos físicos que esos
valores representan (“valores de la industria”). Es así que la caída de los beneficios por
debajo de los esperados inicia la depresión al profundizar la puja preexistente vía reducción
competitiva de precios.
Un período de auge, caracterizado por una ola alcista de los precios, “se origina en
alguna combinación especifica de circunstancias, y se desarrolla, a partir de cierto
desequilibrio favorable, en el curso de los negocios” (TEN, VII), cierta euforia o audacia
especulativa en la comunidad comercial o debido a una demanda elevada por parte del
gobierno con el objeto de crear ganancias diferenciales (v.gr.: el gasto en defensa). Durante
este período, la toma de créditos es extendida, pero lo más importante es que la valoración
financiera de los activos de capital de la empresa que pueden ofrecerse en garantía están
19
“inflados” por los niveles actuales de precios: “el sistema de relaciones de crédito existente
en ese momento se ha desarrollado sobre la base de una capacidad de ganancia,
transitoriamente acrecentada por una ola de ventajas diferenciales en los precios” (TEN,
VII).
Las crisis son consecuencia de esa carencia de correspondencia financiera (“capital
de negocios”), de esa “capitalización” excesiva (como la llama Veblen) que es esencial y
finalmente de base sicológica. Así, Veblen sostenía que:
“(…) una vez que esta ola [alcista] ha desaparecido, aun en el caso de que todavía
los precios se mantengan más alto en todas partes, la ventaja diferencial habrá
dejado de existir para la mayoría de las empresas. Las distintas ramas de industrias
(…) han ido alcanzando, sucesivamente, ventajas diferenciales en los precios, lo que
les ha producido, por lo general, una excesiva capitalización, y ha dejado a muchas
de ellas con un conjunto de obligaciones desproporcionado con su posterior
capacidad de ganancia” (TEN, VII).
Una vez alcanzada esta situación, “(…) lo único que se necesita para provocar una
catástrofe general es que algún acreedor importante descubra que la actual capacidad de
ganancia de su deudor probablemente no garantice la capitalización sobre la que se basado
su garantía” (TEN, VII). Luego, como “la secuencia de relaciones crediticias en una época
de prosperidad esta infinitamente ramificada a través de la comunidad comercial”, a través
de ella se propaga la crisis.
Pero Veblen no creía en un movimiento ondulante continuo de la actividad
económica. Para él la tendencia histórica es descendente; y resultaría más y más difícil
salir de la depresión. Sostuvo que, incluso en un caso donde los precios de los productos
estén estables, excluyendo, de este modo, “perturbaciones extrañas”, la industria mecánica
está en un proceso de cambio continuo que opera progresivamente en el sentido de la
depresión. Es así que “el estado de artes industriales (…) no se concibe más como
estacionario (…) no es posible sostener ninguna teoría estática de las artes industriales o de
la prosperidad de los negocios” y “los procesos mecánicos, cada vez más eficaces,
producen los instrumentos mecánicos y los materiales (…) a un menor costo”. Esto genera
una “(…) permanente ventaja diferencial” y “el costo de producción de los bienes de capital
(…) disminuye constante y progresivamente” (TEN, VII). Cada nueva empresa que entre al
mercado puede hacerlo con ventajas diferenciales, debido a los menores costos y el nivel de
precios competitivos disminuye y, como en el caso anterior, las empresas anteriores “no
producirán ingresos proporcionados con la primitiva capitalización aceptada” (TEN, VII). La
propia eficiencia del proceso mecánico genera la discrepancia entre el costo y la
capitalización, y la tendencia a la depresión es crónica, en tanto los hombres de negocio se
muevan por los mismos móviles y continúen ocupando el rol centran que ocupan.
Veblen caracteriza la fase de declinación del ciclo como una fase de sobreproducción
o subconsumo (como Malthus, Sismondi o Keynes), que se acentuaba según conductas
ahorradoras (Ekelund y Hébert, 1992). Sin embargo, con sobreproducción no se refiere al
aspecto material del proceso mecánico, sino al pecuniario, es decir “(…) hay un exceso de
bienes o de medios para producirlos, por encima de lo conveniente desde el punto de vista
pecuniario, y sobre los cuales hay una efectiva demanda a precios que compensarán el
costo de producción de los bienes y dejarán (…) beneficio (…). Se trata de una cuestión
de precios y de ganancias” (TEN, III).
Por último, en la teoría de Veblen, los factores que pueden atenuar las crisis son la
creación de coaliciones comerciales o trusts de empresas, la emisión monetaria y la
extensión del crédito, o bien un flujo continuo y creciente de gasto improductivo que
mantenga en tendencia alcista los precios (en gasto militar, por ejemplo). Desde su
20
perspectiva, aunque una monopolización total del sistema productivo parece ser la única
manera de escapar totalmente de la tendencia crónica hacia la depresión, subsistirá “la
fricción competitiva entre los capitales comerciales reunidos, por una parte, y los
trabajadores unidos, por la otra” (TEN, VII), y la monopolización total no podrá alcanzarse,
como exigiría el proceso mecánico.
En suma, lo que Veblen demuestra a lo largo de toda esta obra y una de sus
principales tesis, es que “el ejercicio de la libre contratación y de las otras facultades
inherentes al derecho natural de la propiedad [subyacentes al comportamiento de la
empresa de negocios] son incompatibles con la moderna tecnología mecánica. La
discrecionalidad en los negocios se concentra por necesidad en otras manos (…)” (TEN,
VII). En ello descansa, fundamentalmente, su teoría de las crisis y de los ciclos. Su
preocupación por los ciclos será continuada por W. C. Mitchell. También dio el puntapié
inicial a la moderna “teoría de la captura” de G. Stigler (en 1971, con Theory of economic
regulation) con su idea de que los hombres de negocios intentarán “capturar” el aparato
regulador del gobierno (que debería jugar como un “poder compensador gubernamental”)
(Ekelund y Hébert 1992). Su preocupación en esta línea será continuada en lo inmediato por
J. R. Commons.
VIII. Cuatro palabras sobre el institucionalismo americano: Commons, Mitchell, Ayres y
Galbraith
En este acápite presentaremos sucintamente
institucionalistas de la segunda y tercera generación.
el pensamiento de los principales
La ley positiva como “institución económica”: John Roger Commons (18621945). Nació en Ohio, como Veblen concurrió a la John Hopkins, y luego trabajó en la
Universidad de Wisconsin entre 1904 y 1932. Sus exposiciones teóricas fueron más bien
confusas, y como dice K.Boulding sus voluminosos estudios eran incomprensibles para
muchos economistas, pese a la importancia y originalidad de algunos aportes.
‰
Uno de sus ejes de tratamiento fue lo que puede llamarse la “acción colectiva” y su
encauzamiento por vía de las “instituciones”. Pero ¿qué es para Commons una
institución? Una institución es “la acción colectiva en el control, la liberación y la expansión
de la acción individual” (Commons en “Legal foundations of Capitalism”, de 1924). Es decir
que las instituciones son la vía o el mecanismo por el cual la “acción colectiva” limita los
actos de los individuos, evitando el conflicto. Debe señalarse que ese control colectivo
puede provenir de instituciones existentes como el Estado; o bien puede surgir de hábitos y
costumbres no organizadas.
Commons insistió en el derecho y los tribunales como elementos compulsivos del
sistema económico, y vio en las sentencias de los jueces (en especial, de la suprema Corte)
las reglas que guían las transacciones de los agentes (que son las unidades económicas
básicas). Sus ideas, a este respecto, sobreviven en los estudios sobre regulaciones
gubernamentales (Ekelund y Hebert, 1992). Llegó a sostener, como dice Seligman, que “las
preferencias colectivas en economía se manifiestan en los tribunales”, y el Tribunal Superior
es la “principal facultad de economía de Estados Unidos”. A su vez, el mismo autor afirma
que Commons contribuyó “a la comprensión del movimiento obrero americano”
Commons siguió a Veblen en su idea de la importancia de las instituciones
(aunque su definición de las mismas no concuerda con la de su mentor) y en la visión
evolucionista de esas instituciones. Pero Commons fue más allá de la mera crítica, e intentó
“transformar la economía institucional en un programa para la reforma social (principalmente
21
legislativa)”. De hecho, trabajó con tal fin con el gobernador de Wisconsin, Robert La Follette
(Ekelund y Hebert, 1992).
El componente cuantitativo: Wesley Clair Mitchell (1874-1948). Fue un pionero
en los estudios empíricos del ciclo económico. Estudio en Chicago, donde fue profesor entre
1922 y 1940; también en Columbia entre 1913 y 1944, y en California entre 1903 y 1913.
Mitchell, aunque aparentemente alejado de Veblen dado su enfoque cuantitativo,
coincidía con él en dos puntos centrales: (a) el rechazo al supuesto de que las preferencias
resulten ser un dato; (b) la coincidencia en una visión evolucionista y “totalizadora” de la
sociedad, lo que conduce a sostener la complejidad de los fenómenos económicos y, por
ende, la “invalidez” de teorías sencillas.
‰
Enfatizó la necesidad de vincular el desarrollo de una hipótesis y su confrontación
empírica. Fue un pionero de esta forma de operar con su propia tesis doctoral, “Historia del
dólar”(1903), en donde ya demuestra también su inclinación por el estudio del “stock”
monetario.
Sin embargo, la fama de Mitchell, y su herencia, se sustentan en un aspecto poco
vinculado al Institucionalismo histórico: su vocación por la medida de ciertos fenómenos
económicos, como el ciclo. Es más, en su principal obra, “Business Cycles”, de 1913,
analizó auges y depresiones en la “economía pecuniaria” de EEUU hasta el pánico de 1907,
en base a datos reconstruidos de numerosas variables, principalmente la “oferta
monetaria”(que consideraba central). Siguiendo ideas de Clement Juglar (1819-1905),
desarrolló la noción de ciclo endógeno (o autogenerado), en la que la depresión es
producida por la propia prosperidad.
Su enfoque, más alejado que el promedio de los profesionales de entonces del mero
argumento conceptual, es justificado por él mismo en su discurso presidencial de 1925, en la
AEA (American Economic Association), citando a Marshall (a su vez citado por Pigou, en
“Memoria de Marshall”), cuando afirmó “el análisis cualitativo ha realizado ya la mayor parte
de la tarea”. Quizás Marshall haya tenido razón, y esto explicaría porque hoy más que
pensadores en economía se desarrollan y multiplican técnicos calculistas.
En Mitchell esa forma “totalizadora” de ver la sociedad, implica sostener que la
evolución en que cree (al igual que Veblen) no es posible de ser representada en un
solo indicador. Es menester una batería. Es así que, junto a Arthur Burns (1904-1987)
estableció el método de medición del ciclo del National Bureau of Economic Research
(NBER), el famosísimo centro privado de investigaciones económicas que sigue, aún hoy
después de más de 80 años, brindando importantes investigaciones; y al cual Mitchell
contribuyera a fundar en 1920, y que dirigiera desde esa fecha hasta 1945. La mencionada
medición del ciclo, se sustenta en la idea de que existen “indicadores líderes” y también
“indicadores retrasados”. Método que se halla expuesto detalladamente en su obra de
1946, en coautoría con Burns, “Midiendo los ciclos económicos”. Es hoy una forma de
medición extendida ampliamente por el mundo; aunque, como dice De Pablo, no se la cite
expresamente. En lo personal, creemos que por ser ya un patrimonio común de la profesión.
El trabajo de Mitchell no ha sido siempre valorado desde lo teórico, sin embargo ha
merecido elogiso en ese plano de pensadores distantes del institucionalismo, tal como
Milton Friedman (en su artículo recordatorio, “W. Mitchell as a theorist”, JPE, dic.1950).
La tecnología como valor “supremo”: Clarence Edwin Ayres (1891-1972).
Posiblemente
haya sido el primero en asumir
personalmente el apelativo de
“institucionalista”. Efectivamente, se propuso desarrollar la “economía institucional”, un
término que había acuñado Walton Hamilton (con quien trabajó en Amherst), y que
involucraba de una manera difusa la corriente que emergía desde Veblen. Ayres estudió en
‰
22
Brown y en Chicago. Luego, sustentado en esa “difusa” titulación que entregan los “estudios
de grado” en las universidades norteamericanas, enseñó filosofía desde los 26 a los 40 años
en Chicago, Amherst (donde conoció a Hamilton, un seguidor de Veblen) y en Reed; luego,
en 1930, pasó a la Universidad de Texas como profesor de economía, y la convirtió en la
sede de la “Escuela Institucionalista” en EEUU, hasta su retiro en 1968.
Su pensamiento fue profundamente influido por Veblen y por el enfoque pragmáticoinstrumentalista del pedagogo y filósofo John Dewey (1859-1952), (que tenía una
perspectiva evolucionista social, como Veblen, con origen en el darwinismo; y también en el
pragmatismo estadounidense de William James, 1842-1910). Es interesante apuntar que
para Ayres las economías son sistemas que derivan de “formas de comportamiento de raíz
cultural”, que se denominan instituciones. Es decir que para Ayres, las instituciones son
formas de comportamiento (en parte coincide con Veblen).
Fue un “determinista tecnológico”, ya que sostenía que la tecnología era un valor
absoluto hacia el que la sociedad tenía que gravitar (Ekelund y Hébert, 1992). Habla de un
“proceso vital” (o supervivencia de la especie humana), y entonces introduce su concepto de
“valor” y contrasta los “valores institucionales” con los “tecnológicos”, señalando que el
criterio para juzgarlos “verdaderos” o “falsos” (diríamos nosotros, “buenos” o “malos”) es su
“contribución al proceso vital” (o supervivencia). Esta visión, seudomoralista, es típica del
pragmatismo filosófico norteamericano (representado por James), y su particular criterio de
verdad (“verdadero” es lo útil). Con este punto de vista se oponía a su propia visión de
cuando escribiera, aún en su rol como filósofo, su primer libro “Science: the false Messiah”.
La opulencia indecorosa, John Kenneth Galbraith (nació en Canadá en 1908 y
falleció recientemente, en 2006). Con estudios en agricultura en Ontario y economía agrícola
en Berkeley, enseñó en Harvard desde 1949 hasta mediados de los noventa. Luego de
trabajar durante la guerra en controles de precios, en 1952 lanzó su primer best-seller
“American Capitalism”. Es en esta obra donde introduce la idea del “poder
compensador” (noción que ya había presentado, en cierto modo, F. von Wieser de la
Escuela Austríaca en 1914), al que ve como un proceso (a lo Veblen), que surge como
respuesta a la concentración de poder económico (p.ej. los sindicatos frente a las grandes
empresas; o las asociaciones de consumidores versus los oligopolios). A su vez, también
señala que la ausencia del poder compensador (o su falla) justifica la intervención estatal
para reestablecer un cierto equilibrio, ante la inexistencia de la competencia marshalliana
(ya que sostiene que los hechos la niegan).
‰
También argumenta que las condiciones tecnológicas son esenciales para
comprender la sociedad económica moderna, ya que su desarrollo exige cada vez mayores
volúmenes de inversión. Esto implica un alto riesgo, por lo que las empresas intentan
“manipular” su entorno, p. ej. por vía de la publicidad.
Esta es la punta del ovillo que da pie a su otra obra famosa, “La sociedad
opulenta” (1958). Allí sostiene lo de “opulencia privada, suciedad pública”, dada la gran
cantidad de desechos que genera nuestra civilización (en especial, la estadounidense) en
pos del consumismo. Además, como señalan Ekelund y Hebert (1992), remarca que la
rebelión de los jóvenes se explica porque “sus ídolos son los dudosos héroes de la televisión
y las películas, y no los docentes de las escuelas”. Lo cual también es fruto de la
tecnología.
Galbraith, sin dudas, ha sido un crítico robusto y agudo; y ha tenido pluma ágil para
plasmar numerosas hipótesis socioeconómicas, como los ejemplos enumerados; pero ha
sufrido las críticas de sus colegas, muchas de ellas justificadas, por evitar toda contrastación
de sus hipótesis, y a menudo caer en el “populismo” tan “à la mode” entre la burguesía
23
“liberal demócrata” de la costa este de EEUU, muy buena para criticar injusticias y muy mala
para repararlas.
IX.
El Neoinstitucionalismo
Así es como, pese a su notorio declive después de los años 30, el Institucionalismo
americano sobrevivió en el país del norte, aunque fuera como una curiosidad que se
enseñaba en los centros educativos en razón de ser, por entonces, la única corriente de raíz
norteamericana. Pero desde los años setenta y ochenta, se ha producido una suerte de
rebrote, “mutante”, del institucionalismo, que se adentró en una ampliación del enfoque
ortodoxo tradicional. Uno de los claros reconocimientos a este nuevo intento de sumar
factores antes no considerados fue el Premio Nobel, otorgado a Ronald Coase en 1991...,
pero por un artículo publicado 54 años antes, en 1937, en donde remarcaba el papel de los
costos de transacción en su teoría de la empresa y de los costos sociales. Como se lee en
los considerandos del Nobel, éste se le otorga por “el descubrimiento y sistematización de
los costes de transacción y su implicación en el funcionamiento de las instituciones
económicas”. Apenas dos años más tarde, se dio otro reconocimiento a la nueva corriente,
que comenzaba a ser “mirada” por los economistas teóricos cuantitativos, que habían
siempre despreciado estos aspectos sociales del análisis. Así llega el Premio Nobel a
Douglas North, en 1993, por sus estudios acerca del gran papel de las instituciones en los
fenómenos del crecimiento, Al igual que Coase, reafirma la importancia de los costos de
transacción, que el enfoque neoclásico consideraba nulos.
Esta valoración internacional, vía dos Premio Nobel, hizo recapacitar a los
economistas acerca de la presencia de autores que venían sosteniendo la importancia de
las instituciones, como los derechos de propiedad, tales como Armen Alchian (a fines de
los años 50), el mencionado Coase y aún George Stigler (Premio Nobel 1982, por sus
“investigaciones de las estructuras industriales, funcionamiento de los mercados; y causas y
efectos de la regulación pública”)
Ahora bien, esta nueva corriente institucionalista, no obstante su enfoque, (común a
los institucionalistas históricos) de considerar a las instituciones como variables endógenas
(y no exógenas, como los neoclásicos tradicionales24) que importan al definir los incentivos
vigentes y los comportamientos de los sujetos, la concepción subyacente en sus conceptos
se aproxima más a la Escuela Austríaca que a la de Thornstein Veblen o el resto de
institucionalistas originales (25).
En primer lugar, sostienen que los agentes buscan su propio interés (incluso Con
“comportamiento oportunista”) manteniendo un criterio de racionalidad optimizadora (o bien,
racionalidad limitada). Esto es, por un lado, el neoinstitucionalismo no se hace eco de la
crítica fundamental de Veblen a la concepción cerradamente hedonista de la naturaleza
humana en la economía ortodoxa, y, por otro lado, continúa tomando al individuo como
dado, es decir, con intereses, propósitos y preferencias dadas e independientes de las
instituciones. En cambio, el “viejo”(26) institucionalismo sostiene que las instituciones afectan
24
Aunque, “lo que North ha hecho es hacer exógenas una parte de la estructura institucional de la sociedad (las instituciones
de consenso) para explicar la estabilidad o el cambio de otra parte de esa estructura (instituciones concretas” ) (Rutherford;
1989).
25
De hecho, algunos autores (Hodgson, 1994) sostienen que el neoinstitucionalismo posee un “ala ortodoxa”, enraizada en la
economía neoclásica, y un “ala heterodoxa”, que incluiría a la economía autríaca que reconoce en su análisis la importancia de
los problemas de información en la toma de decisiones humana del mundo real, y que se abstiene de recurrir a modelos de
equilibrio para abordar los procesos económicos.
26
Vale aquí una aclaración del economista austríaco Rutherfort (1989): “el término viejo no debe ser tomado aquí implicando
que la tradición concernida [el institucionalismo original] haya dejado de tener vida”; sino más bien, para distinguirlo de la nueva
corriente más bien ortodoxa.
24
el comportamiento individual, no solamente en términos de restricciones de elecciones y de
información presentada a los agentes, sino también, y fundamentalmente, afectando las
preferencias de los mismos y moldeando su propia individualidad(27).
En segundo lugar, propugnan como los ortodoxos, austríacos especialmente, un
individualismo metodológico, que analiza el comportamiento de las “unidades sociales”
(las distintas organizaciones) partiendo de las acciones de sus miembros individuales(28).
En tercer lugar, dentro del neoinstitucionalismo es común la presunción de que el
desarrollo institucional y la evolución social tienden a la eficiencia económica (Rutherford,
1989), mientras que los economistas institucionalistas en su versión original no podrían
sostener a priori tal aseveración.
Por último, los neoinstitucionalistas mantienen una concepción de equilibrio y
mecanicista de los procesos sociales, mientras que los institucionalistas comprenden los
procesos económicos y sociales con una visión más bien organicista y evolucionista.
Es decir que mientras el Institucionalimo histórico surge como una oposición a la
Escuela Neoclásica (en su metodología, concepción de la realidad social, opiniones y
recomendaciones de política), el Neoinstitucionalismo emerge dentro mismo de la
corriente principal (aunque con influencias de la escuela neoclásica heterodoxa ya
mencionada, la Escuela Austríaca).
Pero también registran similitudes. En primer lugar, ambas se presentan en un marco
de cuestionamiento al método de la ciencia económica (en especial, a su
descontextualización), aunque el neoinstitucionalismo mantenga aspectos esenciales de la
metodología ortodoxa. En segundo lugar, ambas líneas del Institucionalismo pretenden una
interpretación de la realidad social más acabada, con mayor presencia de las aristas
sociológicas, si se quiere, y además no enfatizan la capacidad de predicción al grado del
“instrumentalismo” (versión científica de la filosofía pragmática) de Friedman (aunque el
“viejo” institucionalismo se acerque más a aquellas aristas que el rebrote ortodoxo). En
tercer lugar, y derivado de la similitud anterior, ambas remarcan la importancia de las
instituciones como factores o elementos condicionantes del accionar de los sujetos (y los
grupos sociales).
Este nuevo institucionalismo ha fructificado en su acercamiento entre economía y
derecho, en estudios como los de Richard Posner y Oliver Williamson (aunque sus puntos
de vista sean encontrados), como puede leerse en el libro de Furubotn y Richter, “The New
Institucional Economics”, compilación de artículos, editado en 1991. Este Institucionalismo
“modernizado” ha entrado de rigurosa moda en nuestros países periféricos, y nadie que se
precie puede dejar de sostener que “lo importante para el crecimiento son las
instituciones”. Argumento que ya subyaciera en Adam Smith y que fuera piadosamente
olvidado por la línea que se autoconsideraba más técnica en economía. De tal modo ganan
fama los artículos de Dani Rodrik en los cuales se enfatiza “la primacía de las instituciones”.
27
De hecho, La teoría de la clase ociosa, es una obra que dedica un gran esfuerzo a explicar la manera en que las
instituciones sociales condicionan las preferencias, y más precisamente, aquellas vinculadas a los hábitos de consumo.
Mientras las preferencias y la tecnología son variables endógenas para los institucionalistas originales, lo son exógenas para el
rebrote ortodoxo. La endogeneidad de las preferencias ha sido un tema persistente en el viejo institucionalismo y no solamente
en Veblen (Que ha sido desarrollado, por ejemplo, por Commons en relación a su análisis de las instituciones y las
transacciones, por Mitchell en su análisis del comportamiento del consumidor y el desarrollo de una economía monetaria,
extensamente por Veblen, e incluso, en los escritos de Galbraith y su insistencia en la “maleabilidad” de los gustos por la
industria y en su critica a la idea de soberanía del consumidor (Hodgson; 1994)).
28
Por su parte, los institucionalistas originales ostentan una metodología más bien holista aunque, como hemos podido
apreciar del análisis de Veblen, no descuida el nivel micro en el análisis (por su tratamiento de los instintos y las motivaciones
individuales). En este punto, los neoinstitucionalistas están mucho más cerca de los austríacos, y totalmente dentro de la
economía ortodoxa.
25
Sin embargo, como escribe Jeffrey Sachs, intentando poner un poco más de equilibrio en la
perspectiva “las instituciones son importantes, pero no para todo” (Sachs, 2003).
Es decir, hemos pasado de un desprecio olímpico por los factores socioestructurales,
ya que se los consideraba propios de un análisis sociológico (del cual incluso se hablaba
despectivamente, como he tenido oportunidad de vivir y sufrir), a una devoción explicativa
por vía de las llamadas “instituciones”, aunque sin definir muy claramente o concordar
acerca de qué cosa queremos señalar con tal concepto. En ese sentido es bueno recordar
que, desde el ángulo de la sociología económica (que sí cuenta con una definición de
“institución”) la “moneda” y los “mercados”, también son instituciones. Sería muy útil
entonces, que se acotara el concepto en vez de vagar en una cierta ambigüedad, que nos
impide saber si nos referimos a los “contratos” y a los “derechos de propiedad”, a “todo el
marco legal”, a los “aspectos políticos”, etc.
X. Evolucionismo moderno y su conexión con el Institucionalismo
Veblen planteó explícitamente en su artículo titulado: “¿Por qué no es la economía
una ciencia evolucionista?” (1898) la pertinencia de las analogías biológicas en la disciplina.
En las últimas décadas ha tomado forma un paradigma que lleva está idea en su propia
denominación: la Economía Evolucionista.
A grandes rasgos, el pensamiento evolucionista es el esfuerzo por conceptualizar la
forma en que se da el cambio en los fenómenos sociales, más que en sus efectos como se
deriva de los análisis ortodoxos del tipo de estática comparativa. En ese sentido, el
pensamiento evolucionista ha estado presente en la disciplina desde la propia escuela
fisiócrata, pasando por la clásica y el pensamiento de Marx (29), Schumpeter y hasta llegar al
conjunto de enfoques heterodoxos modernos que conciben a la economía como un
fenómeno dinámico.
De hecho, con anterioridad a la PGM la economía evolucionista se identificaba con la
Escuela Institucionalista Americana derivada de los escritos de la Escuela Histórica
Alemana, y que hacía frecuentes referencias a aspectos biológicos. Veblen intentó
desarrollar una teoría socioeconómica de la evolución, basada en los principios
evolucionistas de herencia, variación y selección, donde las unidades de herencia, mutación
y selección en la esfera social son los instintos, hábitos e instituciones. La realidad social,
las instituciones, los individuos, las preferencias individuales y el entorno socio económico
están en un proceso de continuo cambio, a medida que la sociedad adquiere nuevos
conocimientos o desarrolla nuevas ideas y conceptos. A diferencia de Marx, para Veblen el
proceso de evolución histórica de la sociedad es indeterminado, con marchas y
contramarchas, múltiples forcejeos y movimientos laterales como consecuencia de la
voluntad humana.
De este modo, Veblen fue uno de los pioneros de las analogías evolutivas dentro de
la disciplina. Ocho años más tarde Alfred Marshall publica sus Principios donde, a diferencia
de sus contemporáneos como Jevons y Walras, alzará la voz a favor de las analogías
biológicas, señalando en ediciones posteriores que “la Meca de los economistas puede
descansar más en la biología económica más que en la [mecánica newtoniana o] dinámica
económica”. Sin embargo se ha argumentado que la invocación de la analogía biológica
hecha por Marshall fue parcial e incompleta, por un lado; y mucho más inspirada en las
ideas de Herbert Spencer más que en las de Charles Darwin, por otro. Algunos autores
sostienen que la biología económica de Marshall fue más prometedora que substancial.
29
Incluso se sostiene que la mayor parte de la economía marxista es evolucionista, dado que define al capitalismo como un
sistema dinámico evolutivo en constante cambio (López, 1996).
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Marshall comienza con un análisis de equilibrio de tipo estático donde la analogía mecánica
es adoptada explícitamente, procurando abordar un análisis dinámico (evolucionista) más
adelante. Empresa que nunca pudo alcanzar y que no fue continuada por sus seguidores
(Hodgson, G.; 1995; Gil Freixa, S., et al; 2002).
Incluso la tradición institucionalista más arraigada en el pensamiento de Veblen ha
hecho muy pocas aplicaciones de los desarrollos de la biología luego de 1920. Hodgson
(1995) sostiene que las analogías biológicas se volvieron altamente impopulares entre los
científicos sociales del período de entre guerras, en parte, como reacción al ‘darwinismo
social’ y, en parte, debido a la monstruosa aplicación de resultados atribuidos a la ciencia
biológica en las ciencias sociales bajo el fascismo. Así, el desprestigio de las analogías
biológicas se llevó consigo el desarrollo del pensamiento evolucionista en economía, hasta
su reemergencia tres décadas más adelante.
La revitalización de las analogías biológicas de pos guerra en economía se
suele atribuir a Armen Alchian (1950) y su famoso uso de la metáfora de selección
natural. Este artículo de Alchian estimuló una importante controversia alrededor de la
aplicación del pensamiento evolucionista a la economía, donde se destaca la participación
de Edith Penrose (1952). Luego de esta fugaz controversia, la exploración de la metáfora
biológica fue seguida por un reducido grupo de economistas (Hodgson, G.; 1995).
La moderna economía evolucionista ha cobrado impulso a partir de la obra de Nelson
y Winter, An Evolutionary Theory of Economic Change (1982), y a partir de allí se expande
en un conjunto de autores de diverso tipo. Si bien se autoproclama un enfoque de raíz
schumpeteriana, posee algunos rasgos en los cuales el institucionalismo se prolonga en
ella, y que vamos a intentar reseñar muy escuetamente.
En primer lugar, el evolucionismo moderno apoya su análisis microeconómico
en los supuestos de racionalidad limitada y de comportamiento ‘rutinizado’. Es decir,
los evolucionistas consideran que las empresas (y también los consumidores) se comportan
siguiendo hábitos y rutinas. Como hemos visto, el supuesto de comportamiento por hábitos
es característico de la economía institucionalista. Si bien los evolucionistas toman otro foco
de análisis, centrado en el estudio de la firma (los procesos de innovación y mutación de la
empresa, en lugar de las prácticas enraizadas en los móviles pecuniarios), comparten la
concepción institucionalista histórica de que los agentes económicos no son
autómatas optimizadores con racionalidad ilimitada.
En segundo lugar, tanto el evolucionismo como el institucionalismo conciben al
capitalismo como un organismo en constante cambio. La visión evolucionista rechaza,
al igual que Veblen, los análisis de estática comparativa que caracterizan a la economía del
equilibrio. Ambos conciben al cambio y al desarrollo como resultante una coevolución entre
instituciones. De hecho, uno de los marcos conceptuales que los evolucionistas han
desarrollado para estudiar el desarrollo económico de las naciones es el “Sistema Nacional
de Innovación”. Algunos de los autores enrolados en este enfoque reconocen como
antecedente la obra de Friedrich List (1841), el Sistema Nacional de Economía Política, y se
reconocen en cierta medida como herederos del pensamiento institucionalista y la obra de
Veblen (Lundvall 1992, Johnson 1992).
Sin embargo, en algunos aspectos estos enfoques difieren. La visión evolucionista de
los ciclos del capitalismo (Perez 1985), a diferencia del enfoque de Veblen, centra su
análisis en la emergencia de paradigmas tecno-económicos. Los ciclos largos son producto
de la falta de complementariedad del sistema socio institucional con las características del
paradigma tecno-económico dominante. En tanto si el sistema socio institucional se adecua
a los requerimientos del paradigma tecno-económico imperante, se sucede una ola de
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prosperidad. La naturaleza de los ciclos es aprehendida de una manera distinta en el
pensamiento de Veblen, tal como lo hemos presentado ya páginas atrás.
De esta forma, el evolucionismo moderno toma (con mayor o menor grado de
conciencia) algunos de los principios básicos del institucionalismo y se distancia en la
manera de llevar adelante algunos estudios, o bien el foco del análisis, que es el cambio
tecnológico y la innovación en el caso del evolucionismo. Lo cierto que es gran parte de la
obra de Veblen y el resto de los institucionalistas está viva, en cierta medida y de
determinada forma, en la labor de los evolucionistas.
XI. Palabras de cierre
El sesquicentenario del nacimiento de Veblen ha sido un buen pretexto para revisar
su pensamiento, y las grandes líneas que le sucedieron. Su particular personalidad se
manifestó en su actitud, contestataria hasta el exceso. Si se quiere, fue esa (y no el
consumo) su forma de ostentación (la manera de hacerse notar). Su artículo “Why is
Economics not an Evolutionary Science?”, de 1898, puede ser considerado el texto fundador
de su obra, y a la vez del pensamiento Institucionalista Americano. Sus obras se destacaron
por su extensión y originalidad, mereciendo citarse las ya mencionadas “Theory of the
Leisure Class” (1899), “The Theory of Business Enterprise” (1904), “Absentee Ownership”
(1923), y además “The Place of Science in Modern Civilisation and other Essays” (de 1919,
un compendio de diversos artículos que, según Roll, es una de las mejores fuentes sobre el
pensamiento de Veblen).
Uno de los aportes principales de Veblen (en especial para la sociología, o la
psicología social) es su teoría de los hábitos de consumo a partir de la idea de emulación
pecuniaria y la búsqueda de la estima social, llegando a una teoría del consumo manifiesto o
demostrativo y del ocio ostensible. Por otro lado, sus aportes a la economía consisten
principalmente en una crítica del contenido y del método, combinado con lo que
pretendía ser una condena de las premisas, a su entender falsas de la Economía Clásica y
Neoclásica. Ambas, en su perspectiva, eran idénticas en esencia, condenando su “religión
del progreso”. Para él no siempre se avanza hacia la perfección moral, o a un progreso
material, bien puede haber retornos a la barbarie (inclinándose pesimistamente por esta
posibilidad hacia el fin de su vida, y en esto fue, en cierto modo, un precursor del
postmodernismo). Además, les criticó su postulado de que el hombre tenga cómo móvil
exclusivo su interés personal y que mire siempre el trabajo como implicando una desutilidad.
Por otra parte, negó la pertinencia del concepto de equilibrio, considerando que la
economía debe ser analizada como un “proceso” (esto es, como un sistema en
transformación permanente). En tal sentido puede decirse que en Veblen la sociedad tiene
un factor explicativo predominante, exagerando hasta podríamos decir único: el factor
tecnológico(30).
Pero n sólo atacó la línea principal, también fue su blanco a la Escuela Histórica, a
la cual le reprochó el buscar las leyes del desarrollo histórico, ya que cree que no
existen tales leyes. En Marx, como un clásico aunque heterodoxo, vio un adepto a la
“religión del progreso”, lo cual criticó, ya que entiende que nada obliga a tener fe en
un perfeccionamiento continuo de la humanidad. Sin embargo, igual que el marxismo,
Veblen verá en el Estado un instrumento de los grandes capitales. Pero para Veblen el gran
error en el análisis socialista reside en la suposición de que su movimiento responde
a ideales proletarios. Desde su visión, no existe tal ideal. Para Veblen, el conflicto
fundamental del capitalismo no era el que existía entre los obreros y los capitalistas (en el
30
Otros autores han remarcado otros factores: el biológico (Malthus, Spencer), el psicológico (G.Tarde), el geográfico (Ratzel,
Le Play) o el económico (Smith, Marx).
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sentido marxista) sino el que oponía el impulso productivo al impulso de ganancia (o
pecuniario), y éste es propulsado y reforzado durante la modernidad, por la clase ociosa. La
línea divisoria debe buscarse no entre los que tienen y los que no tienen, sino entre los que
trabajan en la “industria” (donde se recluta la militancia socialista) y los que realizan
ocupaciones “pecuniarias”. Los protagonistas de la industria son los ingenieros, los
inventores y los obreros calificados, y muy detrás, la clase obrera industrial. Para él son los
intelectuales principalmente quienes en actitud elitista buscan y propugnan el
socialismo antes que el mismo proletariado (quizás, agreguemos nosotros, por que
pretenden la conducción de la sociedad, o de la historia, al estilo de los “filósofos” de
que hablara Platón y criticara Popper). Otro aspecto destacable que lo aleja del
socialismo es su perspectiva marcadamente pesimista del proceso histórico social.
En cuanto a la corriente institucionalista histórica (Commons, Mitchell, Ayres,
Galbraith) “continúa”, en cierto modo, las líneas abiertas por Veblen, en especial en lo que
hace a sus críticas metodológicas. Sin duda que la práctica neoclásica de considerar el
marco institucional como un dato exógeno es muy útil cuando se pretenden aislar ciertas
relaciones, que se entienden como las más relevantes. Sin embargo, como apuntan los
institucionalistas, el hecho de descontextualizar el análisis para remitirse preferentemente a
formalizaciones matemáticas y cuantificaciones, resulta muy “elegante” pero al mismo
tiempo erróneo y peligroso al afirmar el método deductivo, ignorando la importancia de las
instituciones sociales y sus cambios.
Las instituciones tienen importancia porque el hombre obra siempre como miembro
de grupos; y además estas instituciones sancionan y premian el comportamiento (de
individuos y grupos). Precisamente este factor es el que la escuela neoclásica desatendió.
Es aquí donde cabe resaltar una debilidad de la corriente: dado que las instituciones
abarcan toda la vida social, los aspectos bajo los cuales los institucionalistas trataron
de comprender la vida económica son muy variados, y por lo tanto, debido a la
diversidad de aspectos a examinar, es muy comprensible que no desarrollen un
método uniforme (Stavenhagen, 1959).
Desde el punto de vista institucionalista, lo que en definitiva proporciona una
dirección a la economía no es el sistema de precios sino el sistema de valores (de la
cultura de la que forma parte). El sendero y profundidad que siga la actividad
económica no saldrá del marco que permita su propio sistema cultural de valores.
John K. Galbraith llama la atención sobre este problema de los valores al opinar que
nuestra sociedad opulenta padece un desequilibrio social, ya que producimos demasiados
bienes privados y pocos bienes públicos. Clarence E. Ayres, por el contrario, basado en su
“teoría tecnológica del valor”, defiende la actual “forma industrial de vida” por entender que,
contribuye a través de la ciencia y la técnica al “proceso vital” (o sea, a la supervivencia) al
desplazar los valores “ceremoniales” por valores prácticos (Enciclopedia Internacional de las
Ciencias Sociales; 1975).
Por último, es interesante destacar que el mismísimo concepto de “institución”
no necesariamente concuerda entre los distintos autores, (y menos aún con el
“neoinstitucionalismo”,), dejando en el plano de lo ambiguo aquello que se entiende por
institución. Como parámetro del problema señalemos que en el Dictionary of Economics (de
Ed. Rutledge, Londres, 1992, pag. 135), bajo la entrada “economic institutions”, se nos dan
cinco acepciones distintas. Podría decirse entonces que, en cierto modo, esta línea de
pensamiento se encuentra a mitad de camino entre una “Escuela” y una “Corriente”,
ya que sus exponentes tienen grandes discrepancias conceptuales (incluso absolutamente
contrapuestas) y se desarrollan en direcciones bien distintas, pero con una común
preocupación por aspectos no contemplados en la economía tradicional.
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Bibliografía
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