La batalla de Salamina narrada en renovado estilo (Realizada el día 29 del mes de Boedromión, o “mes de las Carreras”, del año 296 de la Primera Olimpiada (29 de septiembre de 480 a.C.) Juan Dager Nieto De cómo una batalla puede causar admiración Aunque pueda parecer inane, sobre todo por no tener uno el sentido militar de las cosas en manera alguna, en absoluto, constituyen los relatos de batallas, la lectura de libros sobre las acciones bélicas y las biografías de los grandes mílites, que en el mundo han sido, además de sus actuaciones en el teatro o los teatros de la guerra (eufemismo en boga para significar campo de batalla o de confrontación armada en general) situaciones que atraen poderosamente la atención y la imaginación, y mediante ellas la emoción de miles, de millones de personas, que mediante el libro, la prensa escrita o los medios informativos en general o el cine conocen de ellas, y que colocadas en dicho trance no sabrían qué hacer ante lo tremendo de la barbarie de la guerra. Que un militar ame la guerra en sí y odie al propio tiempo sus calamidades es aún comprensible. Como lo es también que haya habido aquellos que sólo se sentían bien armando o dirigiendo conflictos. Los amantes de la estrategia como arte de la dominación son de otra categoría. Los que están llenos de odio hacia otras etnias a las cuales quieren borrar de la faz de la Tierra, etc., en fin, creo que una clasificación sobre el tema se quedaría corta. Pero que haya personas de mentalidad civilista que comprendan que la guerra es algo muy complejo para dejársela solo a los militares, como dijo Clausewitz, además de ser esto una paradoja, y de que es admirable que dediquen sus ratos de ocio, o bien todo su tiempo como escritores, a describir, ahondar, analizar e historiar hechos o acciones de guerra, parecería a todas luces extraño. Algunas batallas admirables Quién no se emociona, por decirlo de esa manera, con la historia del paso de Aníbal, con sus elefantes, por los Alpes, para acabar con el poder romano en la Segunda Guerra Púnica. O por la intensidad del recuento, sea escrito o fílmico, de la batalla de Dunquerque. O la de Marengau, o distrito, (en alemán <gau>) de Maren, en Suiza, que dio origen al famoso <pollo a la Marengo>. Repitiendo los hechos básicos de una anécdota ya empleada repetidamente en acciones parecidas en relación a que el héroe del momento no tenía “nada, nadita qué comer”, como la viejecilla de las fábula de Pombo y que entonces su recursivo cocinero, que de cualquier cosa preparaba un platillo regio elaboraba uno tan bueno que pasaba a la historia del mundo por ello. O la mítica batalla de Azincourt o la de Rocroi, donde la guardia no se rendiría nunca o la de San Quintín, que hizo que Felipe II construyera el monasterio de El Escorial. (El Autor ha estado allí). ¿Quién no ha soñado con haber podido ver la acción acaecida en las Navas de Tolosa entre islámicos y góticos en España? Y por otra parte se necesita carecer de hipotálamo para dejar de rebullirse en el sillón, cama o hamaca, según sea el caso, al leer en Garcilaso el Inca, la batalla de Jaquijaguana, cerca del Cuzco. O sobre el asedio que puso el general Von Paulus a Stalingrado, que no les impidió a los rusos el estrenar allí, bajo un intenso bombardeo en una sala subterránea la 5ª Sinfonía de Shostakowich, según diapositiva que poseo, en que una anciana rusa aparece bajo la nieve vendiendo los boletos para entrar a la función. ¡Y qué decir de la aparentemente ridículamente denominada “Batalla del Camello” que hizo Alí y que le concedió la victoria decisiva para la creación del Islam, como EstadoUniversal! ¿Fue el sitio de Cartagena una batalla realmente? En todo caso la guazábara o escaramuza de Alonso de Ojeda al entrar en el territorio de los indios Yurbacos fue más dramática. Hay en la historia muchas, miles de acciones de guerra, enfrentamientos, confrontaciones, asaltos, batallas, campañas militares, guerras de 30 años (tuvo ocasión en ella la batalla de Rocroi), la llamada de los Cien Años (en ella ocurrió la batalla de Azincourt), las conflagraciones generalizadas que se llamaron I y II guerras mundiales. La batalla de Midway, la indecisa de Lepanto, en que participó Cervantes, el Manco de Lepanto, la de Iwo Jima, y tantas y cuantas, que sería cosa imposible el sólo mencionarlas en formato de catálogo, aun cuando fuese posible, de tan abundantes como las ha habido en la historia de la humanidad. Pero particularmente hay una que es, digámoslo así, mi preferida, mi recordada, mi mimada, la que de modo imposible, hubiera querido yo presenciar desde un alto, como lo hizo el rey persa Jerjes, invasor de Grecia, y que desde cuando, sin entenderlo bien entonces del todo por estar apenas en el ejercicio de la Secundaria, la oí mencionar de manera tangencial en el curso de Historia Universal por allá en los tiempos lejanos del Bachillerato, y es ella la Batalla de Salamina, (en griego Salamis), en la antigua Grecia.Toda mención que de ella se hace me emociona, sus trucos me maravillan, la astucia empleada de parte y parte me asombra, el coraje en ella desplegado me estimula, el sigilo en ella me seduce, la sensatez de Temístocles me enseña, la <patria antes que todo> de Arístides, llamado el Justo, me conmueve, por deponer ante el inminente y decisivo peligro de la Patria común la enemistad política que tenía con aquel, el cálculo de los oportunistas en ella demostrado me indigna, la voracidad de los que prefieren el oro a la patria me asquea, y la doblez que muestran en el proceso de la contienda los traidores de toda laya, nos repugnan igualmente. Pero no quiero pasar adelante sin decir cómo fueron los antecedentes de dicha batalla, su desarrollo y sus resultados. La Isla de Salamina. En lo accidentado de la costa de Grecia, Salamina es una isla que tiene al oeste enfrente una península larga que lleva el nombre de Cinosura (la “Cola del Perro”, por su forma), y que con otro accidente geográfico, situado enfrente y al lado de ella en la costa continental de Grecia encierra una gran caleta o tal vez una bahía, llamada igualmente de Salamina. Más al norte del país, donde termina la Tesalia hay un estrecho después del cual está la isla de Eubea, que está situada a lo largo del continente en dirección norte-sur desde la Lócrida en Beocia, y la península del Ática, (de manera algo parecida a aquella en que la isla de Tierrabomba cierra el lado sur-occidental de la bahía de Cartagena de Indias), y que del lado exterior tiene al Mar Egeo. Al noreste de dicha isla de Eubea está localizado el puerto de Artemisio o Artemisión, lugar donde estaba reunida la flota griega. Esta es atacada allí por la armada persa del rey Jerjes y que después de dos combates, señalados en el plano de dicha batalla, que tengo a la vista, por una convención gráfica representada en una estrella mitad blanca y mitad negra, convención que es de obligado uso para señalar que hubo allí una victoria griega, inicialmente, y que después en una segunda batalla dada, días después, se finalizó con otra, esta vez una relativa victoria persa. Conclusión, no fueron estas dos batallas decisivas sino, como se dice, quedaron en tablas Griegos y Persas. ¿Quiénes conformaban la armada griega? Heródoto nos lo detalla: Atenas dio 127 naves, tripuladas por atenienses y gentes de la ciudad de Platea; Corinto aportó 40 naves; los de Megara 20; los de Cálcide, otras 20, prestadas por Atenas a éstos; los de la vecina isla de Egina entregaron 18 naves; los de Sicia concurrieron con 12 naves; los lacedemonios o espartanos sólo 10 (su poder era básicamente terrestre); los de Epidauro contribuían con 8 naves; los de Eretria mandaron 7 naves; 2 naves otorgaron los de Stira; los de Ceo dieron 2 naves y 2 pentecónteras o naves provistas de cinco hileras de remos; los locros opuncios entregaron 7 pentecónteras o galeotas de socorro. En total, pues, los griegos defensores de Grecia (pues otros griegos eran aliados del Persa) eran allí en Artemisión 271, exceptuando las galeotas. El naumarca o almirante de la confederación griega era Euribíades, nombrado por los espartanos, quienes aunque no eran un poder naval dijeron al entrar en la alianza o anfictionía militar que ellos no aceptarían un jefe de la flota ateniense y que si no era un esparciata de entre ellos disolverían la alianza. Por otra parte, los atenienses, que constituían el grueso de la flota en aras de mantener viva la unión resolvieron aceptar. Y lo hicieron porque reflexionaron sobre el hecho de que una desunión doméstica sería peor que una guerra concorde. Por lo menos, hasta cuando se probara que la alianza necesitaba mucho de los espartanos. Los griegos, apostados en Artemisión, vieron que los persas traían muchas naves llenas de tropas y se llenaron de pavor, y quisieron por ello bajar a tierra e internarse en lo más profundo de Grecia. Los de la isla de Eubea, donde está Artemisión al norte, le rogaron al almirante Euríbiades que esperase hasta poder ellos sacar de la isla a sus familias. El espartano respondió negativamente y los eubeos en segunda instancia hablaron con Temístocles, el naumarca ateniense, y pactaron con él darle 30 talentos de plata (un talento equivalía a 34 kilogramos de plata) si daba la batalla naval enfrente de la isla de Eubea. El astuto Temístocles le dio de ese dinero al espartano 5 talentos, diciéndole que se los daba de suyo, si se quedaba allí. Al jefe corintio Adimanto, que era reacio a permanecer allí le mandó 3 talentos de plata a su nave. Y se guardó el resto para sí mismo. A todos les dijo que su ciudad, Atenas, había remitido esa plata. Por otro lado, los Persas, al ver que las naves griegas en Artemisión eran pocas quisieron tomárselas a todas. Con el propósito de que no dieran el aviso a la otra escuadra griega, si se escapaba alguna después de la batalla, de que ya la flota persa estaba allí. Lo que se armaba era atenazar a los Griegos. Se hallaba en el sitio el buzo Scilias, quien quería pasarse a los griegos, sin poder hallar cómo y aprovechó dicha ocasión. Heródoto nos dice que no entendió cómo se pasó Scilias a los griegos, sus contrarios, y yo confieso que lo entiendo menos. La gente decía de él que siendo el mejor buzo nadó hacia ellos buceando 80 estadios. Pero yo tengo para mí, apoyándome en Heródoto, que lo que hizo Scilias fue tomar un barco para llegar a Artemisión. Llegado que hubo Scilias, contó seguidamente a los griegos (en una tarea de inteligencia a favor de estos sus antiguos enemigos, y que en cierto sentido era una traición al bando escogido inicialmente por él, el de los persas) que estos últimos darían un rodeo a la isla de Eubea para poder atenazarlos. Primera batalla naval de Artemisión Los griegos de Artemisión (recordar que es del gato la noche) en la oscuridad levaron anclas para enfrentar a las naves que pretendidamente iban a encerrarlos. Pero al ver que nadie venía contra ellos acometieron a la escuadra persa, en el sitio de Afetas, para demostrarles cómo combatían los griegos en el mar. Los soldados de Jerjes manifestaron: ¡Qué insensatos estos griegos, que nos atacan con tan pocas galeras!, y se aprestaron al combate con sus numerosos barcos, ventajosos también en velocidad. Y los encerraron, despreciándolos. Pero allí saltó la liebre, los jonios (griegos étnicos al servicio mercenario del persa Jerjes) se recordaron de que eran griegos también, y acabaron condoliéndose de sus hermanos de raza. Pero no obstante eso apostaron entre ellos a ver quién abordaba de primero a una de las galeras áticas, esperando ganar así el galardón o premio de parte del rey persa, pues tenían en mucho respeto la fama que como combatientes navales tenían los atenienses. La orden ateniense fue dirigir la proa al enemigo y la de unir las popas de los barcos en círculo, y embestir (recordar que estaban rodeados). Hicieron los atenienses presa de 30 naves persas y capturaron al hermano de uno de los reyes confederados de los persas. Allí ganó la palma del triunfo Licomedes. Cuando vino la noche, se separaron las dos armadas, la de los griegos tornaron al puerto de Artemisión, y por su parte la de los persas se dirigieron a Afetas, muy golpeados. Primer round para Grecia. Era verano, y un temporal lluvioso se desató durante toda esa noche, los Persas pensaban, funestamente, en que habían tenido, en primer momento, un naufragio en Pelio, después la batalla presentada la habían perdido, pues llevaron la peor parte, y ahora, por último, se les venía encima este temporal. Y el pavor sobrecogió sus almas toda la noche. Pero para la flota que circunnavegaba la isla de Eubea las cosas resultaron aún peor, ya que se fue a pique en su totalidad en un punto denominado Cela. Con la llegada del día en Afetas descansaban los Persas del día y de la noche anterior. A los griegos les llegó un refuerzo de 53 galeras más, que la ciudad de Atenas les enviaba. Allí se enteraron del naufragio de la segunda flota persa. Animados por esta buena nueva para ellos, los griegos atacaron a las otras naves persas en Cilicia y averiándolas se devolvieron seguidamente a su puerto de Artemisión. Las Termópilas Al tercer día los Persas atacaron de primeros, avergonzados. Por la parte de tierra se dio la batalla de las Termópilas (“Puertas calientes”, llamadas así por las emanaciones de azufre caliente en las cercanías) en donde el rey espartano Leónidas cerraba el paso con 1.400 hoplitas a los Persas, de los cuales 300 eran espartanos. Estos fueron derrotados al ser atacados por la retaguardia, debido a la traición del desertor Efialtes que señaló otro paso oculto a los Persas. Segunda batalla naval en Artemisión Mientras tanto, el rey persa Jerjes atacó otra vez a la flota griega, que había permanecido en Artemisión. Los Persas estaban en formación de media luna para cerrar a los griegos, quienes les salieron al encuentro para dar una batalla en que quedaron tablas. Los mejores marinos de Jerjes fueron esta vez los egipcios. Del lado griego se lució el hijo de Alcibíades el Ateniense, quien como hacían los ricos, a instancias de la ley, fletó a sus costas una nave con 200 hombres (en aquella guerra también hubo un <impuesto de guerra>). Por sus pérdidas, los griegos pensaron en huir al interior del país. La espía que tenían los griegos en Polias, con un barco listo para avisar al ejército de tierra que defendía las Termópilas en el supuesto caso de que la Armada griega perdiese alguna batalla naval, tenía una correspondiente cerca del rey Leónidas, para que este avisase a la Armada, a su vez, de alguna eventual derrota en tierra. Muerte de Leónidas en las Termópilas Y llegó la infausta noticia: “El basileus Leónidas y sus hombres han muerto todos, ¡los Persas pasaron el desfiladero! (por otro paso, como hemos dicho, lo obviaron), un coro de llanto, semejante a los compuestos por Esquilo en sus obras, o como aquel fragmento de Sófocles que dice: <Muchas fuerzas poderosas laten...> se elevó en el aire caliginoso proveniente de la gente de la Armada griega, los hombres pensaron inmediatamente en sus madres, en sus mujeres y en sus hijos, en las ovejas que daban la leche, el queso y la lana, y en los amados bosques de olivos, que los proveían de las aceitunas, carne vegetal. La Hélade (el <País del Aceite>) caía en manos del Persa. El gobierno del Demos estaba en peligro. Y comenzó la retirada, los atenienses al último. El naumarca Temístocles, con sus naves más céleres, iba recorriendo los puntos donde se hacía aguada y dejaba escritos mensajes en las piedras que estaban cerca de aquellas, diciendo: <<Jonios, no combatáis contra nosotros, pues somos el mismo pueblo. Si no podéis retiraros del ejército del Persa, por lo menos abandonad el mar y decid a la gente de Caria lo mismo. Vosotros sois nuestros descendientes, pues vuestras ciudades fueron fundadas por nuestros antepasados! El Persa nos odia porque en el pasado nosotros os defendimos (evidentemente, la Hélade acudió a defender a las ciudades jonias -en Turquía actual- para protegerlas del rey Darío, padre de Jerjes, años atrás). En el entretanto un barco llevó la noticia a los Persas de que los griegos se retiraban de Artemisión. Y los Persas entonces acudieron allí, atacando seguidamente todas las aldeas marítimas que encontraron a su paso. Escultura de Leónidas I en Esparta, con la inscripción <MOLON LABE>. Jerjes desembarca en las Termópilas El rey Jerjes mandó sepultar los muertos que tuvo su ejército en las Termópilas (Heródoto los calcula en 20.000) en fosas comunes, allí abiertas con ese fin, pero con la oculta intención de que los marineros propios al bajar de las cóncavas naves no pudieran observar la horrible mortandad que los griegos les habían causado. Fue como un circo, un espectáculo -dice Heródoto- toda la marinería de la flota persa bajó al sitio de las Termópilas a contemplar el espectáculo: Jerjes dejó tan sólo 1.000 cadáveres de sus propios soldados, caídos allí y acullá, y en cambio, ordenadamente, como en exhibición, aparecían, para ser mostrados, 4.000 griegos (este dato se contradice con otro que dice que el rey Leónidas tenía a su cargo en esa acción sólo 1.400 hombres, pero puede referirse -tácitamente- a que se quedaron sólo esos para contener a los Persas durante los diez días siguientes, realmente los contuvieron sólo dos días, mientras el grueso del ejército griego se retiraba. En otro lugar del teatro de las actividades bélicas unos aventureros (a río revuelto ganancia de pescadores) de la Arcadia se presentaron al Gran Persa, y le dijeron al ser preguntados por el rey qué cosa hacían en esos momentos los griegos: “Que celebraban los Juegos Olímpicos” -fue la respuesta-. Jerjes preguntó seguidamente qué cuál era el premio a los que ganaban en ellos y oyó como respuesta que una guirnalda de olivo. Y se preguntaban irónicos los cortesanos que estaban al lado del rey, ¿quiénes son estos griegos, que reciben una corona de olivo y no de oro? Pero Jerjes los miró de mal modo y se contuvieron en la burla. Después del daño inferido en las Termópilas, los Tesalios dijeron a los de Focea: “Ahora nos llegó el tiempo de desquitarnos del daño que nos habéis hecho en el pasado, dadnos por eso en compensación 50 talentos de plata y no os dañaremos a nuestra vez. Pues hay que saber que los Focenses eran los únicos que no ayudaban a los Persas, sólo por no estar del lado de los Tesalios, que sí eran aliados de aquellos, a quienes odiaban. Pero los focenses respondieron que ni un centavo les darían. Y que por otro lado ellos no serían traidores a Grecia. Al llegar el ejército persa, los de Focea se subieron al Monte Parnaso cuya cima era amplia y podía acogerlos. Los persas llegaron entonces a Panope donde el mayor cuerpo de su ejército se dirigió contra Atenas atravesando Beocia (patria de Hesíodo) aliada de Jerjes. Saquearon el templo de Delfos, aún más rico que Jerjes, particularmente porque Creso había entregado grandes riquezas al templo. Pero el oráculo de Delfos había dicho que no tocasen ninguna riqueza, pensaron en enterrarlas para salvarlas los griegos, diciendo que el dios protegería el tesoro. Y los de Delfos se huyeron a buscar refugio todos, menos 60 hombres que se quedaron allí con el Pitoniso del oráculo. Inscripción bilingüe de Jerjes I, en Persépolis Prodigios a favor de los Griegos Y allí entra a jugar la fantasía: Según Heródoto, al acercarse los Persas se vieron varios prodigios: unas armas sagradas se salieron del templo por sí mismas pues estaba prohibido tocarlas por mortal alguno; una tormenta de rayos cayó sobre los Persas, se desgajaron dos riscos del Monte Parnaso y aplastaron a muchos persas y se levantó una algarabía dentro del Templo. Ante aquello los bárbaros se asustaron y los griegos de Delfos bajaron del Monte Parnaso y practicaron una carnicería entre ellos. La armada griega se refugia en Salamina desde Artemisión Entretanto, la armada naval griega que salió de Artemisión a petición de los atenienses vino a refugiarse en Salamina. La idea era estar cerca de Atenas para sacar del Ática a las mujeres e hijos de los atenienses pero también para que los jefes deliberaran qué hacer. Los espartanos que defendían Beocia del persa no lo hicieron como se suponía sino que se atrincheraron en el Istmo de Corinto, puerta de entrada de su tierra y sólo pensaban en sí mismos. ¿Quiénes formaban la flota griega del Peloponeso? Atenas recibió a sus hombres y se dio la voz: “que cada ciudadano salve como pueda a sus hijos y familia”, fue el pregón del bando dado. Se dirigieron a toda vela a unirse con su otra armada en Salamina. Allí se reunieron todas las armadas griegas. Había ahora allí más naves aún. Y el número mayor era el de las atenienses. Los lacedemonios dieron 16 galeras; los corintios las mismas que en Artemisión; los sicionios 15; los epidaurios 10; los trecenios 5; los herminonenses 3. Todos ellos eran de origen dórico y macedonio menos los dos últimos. Era la flota del Peloponeso. Los atenienses aportaban 180 naves, número superior a todos. Los de Platea se habían retirado para salvar a su gente; los de Megara, dispusieron de tantas naves como en Artemisión. Los ampraciotas dieron 7 naves; los leucadios 3 fue lo que aportaron, estos últimos eran de origen dórico. Los isleños estaban representados así: de la isla de Egina 30 galeras; los de Calcidia eran 20; Eretria aportaba 7; estos eran jonios de origen. Los de Ceo, con el mismo número de Artemisión estuvieron representados; los de Naos dieron 4 naves; los de Stira llevaron el mismo número que en Artemisión; los de Citno 1; otros pueblos ayudaron, a saber: serifios, sifnios, melios, que no le dieron al Persa, en signo de vasallaje, un poco de tierra y agua. En un gran total eran 378 naves. Deliberación dubitativa griega en Salamina Reunidos en Salamina los generales griegos confederados deliberaron. Euríbiades, el estratiota espartano, pidió opinión sobre cuál lugar sería, a juicio del generalato, el mejor para dar batalla al Persa. Atenas había caído días antes. La mayoría contestó que en el Peloponeso. Que en Salamina no, en todo caso, porque si eran vencidos quedarían allí sitiados en aquella isla, sin poder recibir socorro, que en cambio, era de la opinión, de que en el Istmo de Corinto o del Peloponeso se haría la batalla con más posibilidades de éxito para los Griegos. Y que en caso de derrota, podían juntarse con su gente. A propósito del Canal del Istmo de Corinto en 2002 Incidentalmente, Cayo Suetonio Tranquilo nos da en su semblanza sobre Cayo Julio César, contenida en el aparte XLIV de su obra <Los Doce Césares>, la noticia de que el político y general romano tenía en mente el plan de abrir el Istmo de Corinto, este Canal de Corinto sólo fue practicado entre los años 1883 y 1893, (ya a finales del siglo diecinueve de nuestra era), con una longitud de 6.300 metros y 8 metros de profundidad para unir el Mar Adriático y el Mar Jónico con el Mar Egeo). Jerjes toma la ciudad de Atenas Mientras, llegó la noticia de que el Persa estaba ya en el Ática y entraba en Atenas destruyéndolo todo. En cuatro meses el Persa logró su objetivo: el tomar a Atenas. Los que no huyeron, pocos, se encerraron en la muralla de madera de Atenas. El oráculo había respondido que se protegieran con una “muralla de madera” pero no entendieron al oráculo sino después de culminada la batalla en victoria cuando se hizo evidente que la “muralla de madera” a que se refería el pitoniso era la flota. Los atenienses resistieron (los Pisistrátidas les pedían que se rindieran con capitulaciones). Hipías, el hijo de Pisístrato, había sido expulsado de Atenas por el cargo de tiranía y después de derrocado, se fue a excitar a la guerra contra los atenienses, sus compatriotas, en la Corte del rey persa Jerjes. Como antes narrábamos en el caso de las Termópilas, también un paso oculto permitió que los Persas entraran en la sitiada Atenas por el lado de una muralla que era muy alta y se suponía inexpugnable y por esa razón fue desprovista de guardia. Al llegar los Persas algunos defensores desesperados se tiraron muralla abajo suicidándose y otros buscaron refugio en lugar sagrado entrando al templo de Minerva, donde fueron degollados todos. ¡Ohimé Athinai! ¡Pobre Atenas! Hubo un gran alboroto al llegar la noticia a los griegos acantonados en Salamina: ¡Atenas ha caído! Algunos tomaron sus naves y se fueron; otros acordaron batallar en el Istmo. Temístocles se opone a la batalla naval en el Istmo de Corinto y propone la isla de Salamina como teatro de la misma. Temístocles preguntó qué se había decidido y oyó como respuesta que en el Istmo corintio se daría la batalla naval. Y un paisano suyo que estaba a su lado le dijo que la Patria acabaría si era así. Cada uno se iría a su ciudad. Y le recomendó entonces Temístocles a su compatriota que fuera al general Euríbiades y le dijera que recapacitara, que no moviera de allí la flota. Sin chistar, Temístocles va acto seguido directo a la nave del almirante Euríbiades y subiendo a bordo le dijo a éste tantas cosas que el Almirante bajó a tierra y llamó a los generales a Consejo. Temístocles les rogó a cada uno en particular que no zarparan de Salamina. Que huir era una cobardía insistió. Que el general tenía en su mano la salud de Grecia, que le oyera, que diera la batalla allí mismo. Y le dijo: “Si la das en el Istmo del Peloponeso o de Corinto, estarás en la mar abierta y con oleaje, y nuestras naves son más pesadas que las del enemigo además de que tenemos menos. Aun si vencemos, perderemos Salamina, Megara y Egina (todas estas ciudades importantes, la segunda en tierra firme y la primera y la tercera islas). Entonces el ejército de tierra persa -continuó Temístocles de manera vehemente- se unirá con su flota. En cambio aquí en Salamina, en primer lugar, como es el paso estrecho, podremos bloquearlo al enemigo fácilmente con muy pocas naves, y además cerrar o enfrentar muchas naves. Lo angosto del Estrecho nos conviene y al enemigo le conviene la anchura del mar abierto. Además, en Salamina tenemos asiladas a nuestras familias. Desde aquí defenderás y cubrirás el istmo del Peloponeso del mismo modo que si dieses la batalla allí pues está cerca y no cometerás el error de guiar a los enemigos al Peloponeso. Si ganamos, como espero, ya victoriosos en el mar, lograremos con esto que los Persas no pasen el Istmo ni vayan más allá del territorio del Ática, sino que los desbandaremos y huirán en desorden y tendremos así la ventaja de que las ciudades de Megara, Egina y Salamina, nos queden además de libres, intactas, en donde el Oráculo nos ha predicho que seremos otra vez superiores en las armas. El buen éxito es fruto de un buen consejo porque “ni Dios hace la prosperidad de aquello que no nace de la prudente deliberación”. El corintio Adamanto, después de lo anterior, agravió a Temístocles diciéndole que él ya no tenía patria (como se recordará Atenas había sido conquistada días antes), pero Temístocles le ripostó que con sus 200 naves Atenas era más ciudad que ninguna otra. E insistió con el almirante: “Euríbiades, atiende bien, si te quedas aquí (en Salamina) serás la salud de Grecia, de otro modo (si sales de aquí al mar abierto) serás la ruina de Grecia. Y echando el resto -como al póker- añadió: “Si no haces la batalla aquí en Salamina los atenienses sacaremos a nuestras familias de aquí y nos iremos a Italia, a Siris, que es nuestra hace ya mucho tiempo. Al irnos con nuestra flota lloráreis al recordar lo que digo”. Porque es de saberse que la flota sin los Atenienses era poca cosa. Euríbiades, impresionado por lo que Temístocles le dijo antes, decidió dar la batalla allí mismo en Salamina y dio la orden en ese sentido. Comenzó a prepararse, pues, la flota para ello. Vino el día (los debates eran nocturnos) y con el sol se sintió un terremaremoto, y oraron, llamaron a los Eácidas y fueron a la vecina isla de Egina a traerlos juntos con Eaco. El niño-dios Iaaco anuncia el triunfo a los Griegos Un refugiado griego, entre los Persas, dijo que a una gran polvareda que se vio siguió un canto religioso, llamado la <Oda Iacco>, (era justamente el día 20 de boedromeón o sea el 20 se septiembre la fecha fija para pasear la estatua del niño-dios Iacchos, hijo de Zeus de los espacios subterráneos y de Perséfone. Uno que allí estaba que no sabía preguntó qué era ese canto y el griego le dijo: “Una maldición caerá sobre el Persa. La ayuda divina vendrá a los griegos y el rey persa estará en peligro si esa ayuda es dirigida al Peloponeso, pero si en cambio el apoyo de los dioses se encamina a Salamina entonces peligrará la flota persa. Lo que has oído es la fiesta ateniense anual dedicada a la Madre y a su Niña (Deméter y Proserpina), en la cual cualquier griego puede ser cofrade o miembro y lo que oyes es lo mismo que con su cantar hacen, la <oda Iacco>”. Y una nube de presagio tal como en la mitología se representa en la literatura griega el poder de los dioses se dirigió rauda con el viento a la isla de Salamina a posarse sobre el ejército Griego, por lo que supieron que Jerjes perdería la batalla naval allí. Los Persas desembarcan y vienen desde las Termópilas a Atenas <cum ferrum et igne> En el entretanto, los Persas bajaban, innumerables, desde las Termópilas, y después de tomar a Atenas a sangre y fuego habían conseguido llegar al puerto de esta, Falero, y hasta allí llegó el mismo rey Jerjes para hablarle a la marinería y medir sus sentimientos (lo que llaman “tomarle el pulso a la opinión pública”). Sentado en un Monte en lo alto, contemplando el mar, el rey Jerjes escuchó decir en deliberación a la reina Artemisia (única mujer en la confederación persa) que no entrase en batalla, pues los griegos les eran superiores en el mar. ¿Para qué exponerse -decía- a una batalla naval? ¿No eres ya el dueño de Atenas? ¿No fue ese –acaso- el motivo de tu expedición? ¿No sois ya el dueño de toda Grecia? Al no presentarles batalla el ejército griego se dispersará hacia sus respectivas ciudades. Temo que si con tanta precipitación les dais la batalla naval serán deshechas vuestras tropas de mar y el ejército de tierra no sabrá qué hacer. A Jerjes le gustó la opinión de Artemisia ( Heródoto lo muestra al rey Jerjes siempre de manera indecisa o bien confuso, pero es de imaginar que lo que ocurre es que lo que dice un rey no es materia que el enemigo sepa y además dicho Historiador nunca lo vio y menos escuchó directamente a Jerjes). No obstante la orden de ir a Salamina fue dada y los Persas se formaron lentamente para dar la batalla cuando finalizaba ese día. Un tal Sicimno fue en su barco a los persas y les dijo que los atenienses estaban huyendo y añadió que no perdiesen la oportunidad de acabar con ellos. El Persa ordenó invadir la isla Psitalea a medio camino entre Salamina y el continente. A la media noche ordenó que el ala de la armada persa del oeste se alargara para rodear a la isla de Salamina y que las naves cerca de Ceo y de la península de Cinosura (Cola de Perro) ocuparan el estrecho hasta Muniquia. Querían coger a los griegos como ratones. Querían desquitarse de los daños recibidos en Artemisión. Por otro lado los jefes griegos seguían altercando, pero no sabían que ya los Persas los tenían cercados. Resulta bueno el truco de Temístocles En eso estaban cuando llega Arístides el Justo, uno de los diez dirigentes griegos de la guerra y llamó a su adversario político, Temístocles, y le dijo que no era esa hora de enemistades; que los Persas cercaban el lugar y que se lo dijera a los demás griegos. Pero Temístocles le respondió: <Díselo tú que lo has visto. Los Persas hicieron eso porque precisamente yo se los sugerí a través del ayo de mis hijos>, le añadió. <Lo hice para obligar a los griegos a dar la batalla aquí>. Y así, fue Arístides con la noticia a los jefes griegos pero ellos seguían discutiendo al saber la noticia. De Leno llegó una nave confirmando la noticia. Con esta nave los griegos redondearon el número 379, y con otra que llegó de Lemnos tuvieron 380 en total. Al salir la flota griega de la bahía de Salamina los Persas les enfilaron la proa pero los griegos alzaron los remos, o bien remando atrás, huían del abordaje y de popa se acercaban a la playa, en ese momento el capitán ateniense Aminias Paleneo esforzando la remada clavó el espolón de su nave en la panza de una nave persa y allí enseguida los otros griegos arremetieron contra el Persa. El destrozo causado a los Persas fue grande, cada griego se mantenía en su puesto y en su lugar, mientras que los Persas no terminaban aún su formación de combate y allí llegó a ellos el desconcierto. En el capítulo 87 Heródoto confiesa que no está muy bien informado de cuánto se esforzó cada griego y cada persa. Celebró la acción de la reina Artemisia, quien huía, y decidió acosada, hacer una maniobra que consistió en atacar a otra nave persa (de un su enemigo personal un tal Demasátimo), y los atenienses creyeron o bien que era una nave griega o que Artemisia desertaba del Persa. Y así con esa estratagema la reina pudo huir. El rey persa Jerjes que estaba en el Monte Egaleo mirando el desarrollo de la batalla dijo que la reina Artemisia era muy valiente por haber hundido una nave griega, pero dudoso aún preguntaba si se trataba realmente de ella y fue respondido por uno que estaba a su lado que sí, que él conocía bien cuál era la insignia de la nave de la reina. Jerjes dijo entonces: “A mí los hombres se me vuelven mujeres, y las mujeres hoy se me hacen hombres”. (<Si non è vero è ben trovato>, N. del A.) Muchos persas y medos murieron, lo mismo que sus aliados. Pocos griegos, en cambio, murieron, pues sabían nadar y alcanzaron la playa de Salamina nadando. La flota persa es derrotada en Salamina Si alguna nave se les iba al fondo, los que no habían perecido en la acción se iban nadando a Salamina. Entre los Persas las naves más avanzadas comenzaron a huir y así murieron muchos porque los que estaban en la retaguardia, queriendo que el rey Jerjes, los viera también, -ya hemos dicho que estaba el Rey en lo alto de un monte viendo el encuentro bélico-, maniobraban y chocaban con las que iban adelante. De una flota de 350 barcos los Persas perdieron 200, mientras que los Griegos sufrieron la pérdida de 40 barcos. Los Bárbaros que pudieron escapar huyendo, llegaron al puerto de Falero para ampararse con el ejército de tierra. En esta batalla naval fueron tenidos por los que mejor pelearon de todos los Griegos los eginetas, y después de ellos los atenienses. De los comandantes, los que se llevaron la palma fueron Polícrito, el de Egina, y dos atenienses, Eumeses, el anagirasio, y Aminias el Paleneo, quien perseguía a la nave de Artemisia sin saber que ella iba en esa nave, pues de haberlo sabido a fe que no la dejara sin antes apresarla o ser apresado por ella, porque la orden que se les había dado a los trierarcos o capitanes de galera de Atenas, era que se les prometía un premio de 10.000 dracmas si alguno la cogía viva a la reina, no pudiendo sufrir el orgullo ateniense el que una mujer militara contra Atenas. Pero ella se les escapó con la treta empleada, ya dicha, que igual que otros como ella fueron a refugiarse al puerto de Falero. Algunos Griegos se burlan de Adimanto, pero Heródoto da las dos versiones de lo sucedido Una anécdota tragicómica -si no fuese al mismo tiempo más trágica que cómica- inserta en el relato de la Batalla es la referente a un tal Adimanto, de quien dicen los atenienses que al empezar la batalla se llenó de pavor y escapó a todo trapo acompañado de su gente, los de Corinto. Tanto huyó que ya iba -dice Heródoto con cierta sorna mal veladapor el Templo de Minerva la Scirada (de Scira), donde se les hizo encontradiza una chalupa por una maravillosa providencia, sin dejarse ver quien la guiaba, la cual se fue acercando a los Corintios, que nada sabían de lo que pasaba en la Armada naval griega; de donde dedujeron que el suceso era portentoso o mágico, -de lo <real maravilloso> de Carpentier, propio de la literatura de los descubrimientos o de las navegaciones-. Dicen -pues- que llegándose a las naves les habló así:- “Bien haces, Adimanto; tú virando de bordo te apresuras a huir, escapando con tu escuadra y vendiendo a los demás Griegos. Sábete, pues, que ellos están ganando ahora mismo de sus enemigos, los Persas, una completa victoria, tal cual ni siquiera soñaban desear”. Y como Adimanto no les creyese le decían añadiéndole: “Estamos listos a ser tomados como rehenes e incluso morir si no es verdad que los Griegos han vencido en Salamina”. Con esto Adimanto volvió la proa para volver donde estaban los Griegos llegando cuando la acción ya terminaba. Pero los Corintios -y en esto es justo Heródoto dando la otra versión en elemental derecho a la defensa- para responder a semejante irrisión decían que no fue así, que ellos se hallaban entre los primeros en la dicha batalla naval, y a su favor lo atestiguaban así los demás entre los Griegos. En medio de la confusión y el trastorno causado por la derrota de Salamina obró como el mejor entre los Griegos, Arístides el Justo, hijo de Lisímaco, aquel ilustre varón, porque tomando bajo su comando buena parte de la infantería apostada en las costas de la Isla de Salamina y desembarcándola en la cercana isla de Psitalea, pasó a cuchillo a todos los Persas que allí halló”. Desocupados ya los Griegos de la batalla y retirados los destrozos y fragmentos de las naves, al ir a Salamina se preparaban para un segundo combate, convencidos de que el rey utilizaría las naves que le quedaban para entrar nuevamente en batalla. En cuanto a los restos del naufragio el viento Céfiro o del oeste impelió y sacó una gran parte de ellos a la orilla de la Península del Ática llamada Colíada. Y así se cumplió lo dicho por el oráculo de Bacis y de Museo, acerca de esta batalla naval lo mismo que el preferido por Lisístrato, adivino ateniense, en relación a que los fragmentos de las naves irían a tal sitio años después de que lo habían predicho, no habiendo sido entendido por nadie en el momento en que lo dijo el Oráculo: “El remo aturdirá a la hembra Colíada”. Jerjes piensa en regresarse a Persia Al observar Jerjes semejante pérdida temió que sus aliados, los Jonios, sugiriesen a los Griegos que pasasen al Helesponto o de que estos últimos lo pensasen por iniciativa propia y le cortasen el puente de barcas que los fenicios le construyeron allí. Y temeroso de perecer cogido así en Europa resolvió huir. Pero ocultando su pensamiento mandó a los fenicios le construyesen hacia Salamina un terraplén y junto a él mandó unir en fila unas urcas fenicias, que le sirvieran de puente y de baluarte como si se dispusiera a continuar la guerra y dar una segunda batalla naval. Viéndoles los otros ocupados en estas obras creían todos que el recursivo Jerjes se preparaba para guerrear muy firmemente. Mardonio -su cuñado y lugarteniente- fue el único que, teniendo muy conocido su modo de pensar, entendió qué era lo que planeaba. Al mismo tiempo que hacía esto el rey Jerjes, envió a los Persas un correo noticiándoles de la derrota sufrida. Heródoto habla entonces del maravilloso sistema de postas de los Persas -recuerda al que Garcilaso de la Vega el Inca describe en su Historia General del Perú y en su obra Comentarios Reales el que usaban los Incas en el Perú con los <chasquis>, corredores de a pie, mientras que el Persa denominaba, según Heródoto, Angareyo, el sistema de postas que ellos practicaban de a caballo. Al enviar Jerjes un correo avisando que había tomado Atenas los Persas llenos de alegría habían adornado sus calles con arrayán y las habían perfumado con aromas, además de que habían celebrado sacrificios y fiestas. Pero con el aviso de la derrota de los Persas en Salamina se perturbaron y rasgaron sus vestiduras, ¿habrán tomado de allí los Hebreos esa costumbre o era práctica general en Oriente? gritando a grito herido y culpando al general Mardonio, llenos de miedo de perder al rey Jerjes, hasta cuando el Rey, ya en su Palacio en Persépolis, los consoló con su presencia. Se ha considerado que Jerjes es el mismo rey a quien en la Biblia llaman Asuero, en aquel episodio de Ester. Consejos a Jerjes de parte de su cuñado y segundo, el general Mardonio Viendo Mardonio que a Jerjes le había dolido mucho la pérdida de la batalla de Salamina, sospechaba que el rey quería huir de Atenas. Y consciente Mardonio de que había sido él quien había proyectado la campaña contra Grecia y que sería castigado por eso, convencido de que debía jugarse el todo por el todo en aquella empresa siguiendo la guerra hasta vencer o si no morir en el empeño, llevado de sus altos pensamientos dijo al rey Jerjes: “No déis por perdido todo con esta desgracia, como si fuese una derrota definitiva, que la guerra no depende de la pérdida de 4 maderos sino del valor de los soldados y de los caballos. De todos los que se felicitan de haberte causado un daño mortal ninguno saltando de sus buques se atreverá a haceros frente pues los que ya lo intentaron pagaron caro su temeridad. Vayamos contra el Peloponeso y si deseáis dejarlo es tu decisión; lo importante es no dejar decaer el ánimo pues a los Griegos no les queda escape alguno sino ser tus esclavos pagando así el daño que nos han causado, analízalo y verás que es así: “De los Persas no debéis avergonzarte pues han hecho todo lo debido, han sido los responsables de esto los fenicios, los chipriotas, los cilicios, los que han demostrado ser unos cobardes. Si aceptas esto, vuelve a vuestra Casa y Corte con el grueso del ejército que yo aquí me quedaré con 300.000 hombres -Heródoto cita la increíble (imposible) cifra de 2.641.610 soldados para el ejército de Jerjes- para someter a toda la Hélade a tu imperio”. Colofón Como colofón de esta extensa historia diremos finalmente que el rey Jerjes es asesinado al volver a su país en Persépolis, su ciudad capital, por el capitán de la guardia de palacio en 465 a. C. Mardonio, su cuñado y lugarteniente, falleció al año siguiente de la batalla de Salamina en la batalla terrestre de Platea en 479 a. C. Uno de los hechos históricos más claros en la globalización de las culturas en épocas pasadas fueron, sin duda, las contiendas denominadas Guerras Médicas y la posterior revirada de los Helenos sobre Persia con Alejandro III el Magno. Abril de 2002.