31 – Historia de la Iglesia

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31 – Historia de la Iglesia
SAN ESTEBAN DE HUNGRÍA
Finalmente, también en Hungría se esparcen
los primeros gérmenes de la fe. El gran
apóstol es san Esteban (997-1038). Durante
todo el tiempo que dura su reinado hace lo
indecible para conseguir la conversión de
sus súbditos. En Hungría surgen diez episcopados, numerosos monasterios, grandiosos hospitales, escuelas, hospicios... La
corona de san Esteban se convertirá en el
símbolo de la cristianísima nación húngara.
MUERTE DE OTON
23 de enero de 1002. El invierno sopla gélidamente contra las murallas del castillo de
Paternó. Un adolescente está en agonía.
«¡Santo... Padre, no me abandonéis!» El
joven emperador tiembla. Después su corazón calla. La mano del Papa le acaricia su
cara ya fría, de cuya frente la muerte ha
robado demasiado pronto la corona. «¡Habrías llegado a ser un gran emperador,
Otón! ¡Descansa en paz...!»
Con Benedicto VIII sube a la sede pontificia
uno de los papas más ilustres, que corona
emperador a Enrique II. La aparición de los
turcos y los continuos desórdenes le obligan
a hablar claramente al emperador: «¡Promulga una paz general tratando con los
reyes de Francia y Borgoña! ¡Europa debe
unirse para luchar contra los sarracenos!»
Enrique II está de acuerdo. Pero desgraciadamente, muere poco después.
HILDEBRANDO
Por el contrarío, Roma está en ruinas. Los
palacios, las iglesias, las basílicas se están
cayendo poco a poco. Las torres de los
feudatarios son las únicas que muestran
todavía su grandeza. Los peregrinos sufren
continuos asaltos por bandas de ladrones.
Gobierna la Iglesia Gregorio VI. A su lado,
está como secretario, Hildebrando de Saona,
un hombre destinado a devolver la fuerza y
la grandeza al papado.
Aconsejado por Hildebrando, el Papa se
dedica personalmente a bloquear a cuantos
atenten a la seguridad pública. Es como un
soldado más. Son años tristes los que ven al
«representante de Cristo» ocuparse de problemas que tocan a la justicia humana. Pero
ya está cerca el día en que el papado abandonará el yugo del imperio, iniciando la
«lucha contra las investiduras», uno de los
capítulos más interesantes de la historia de
la Iglesia.
LA TRUEGA DE DIOS
En la parte meridional de Francia los obispos, para frenar las violencias y las venganzas personales que ensangrientan ciudades y
campos, crean la «Tregua de Dios». Establecen un determinado período de tiempo
(desde la noche del miércoles hasta la mañana del lunes) durante el cual los cristianos
deben renunciar a cualquier clase de hostilidad. De este modo se protege a los humildes
y a los indefensos.
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¿Cuál será la reacción del emperador? La
verdad es que no siente demasiadas simpatías por la Iglesia. Un año antes ya había
pasado por alto la petición del Papa que le
invitaba a tomar las armas para liberar a
Jerusalén del yugo árabe. Esta había sido la
primera idea de una Cruzada. Por desgracia
quedó en mero proyecto a pesar de que varíos reyes se hallaban de parte del Papa y le
habían jurado fidelidad y obediencia.
LA LUCHA CONTRA LAS INVESTIDURAS
La Iglesia afronta ahora la difícil «lucha
contra las investiduras». ¿Por qué? Desde
los tiempos de Carlomagno los emperadores
otorgaban cargos civiles a los obispos, mediante una ceremonia llamada precisamente
«investidura». Con ella se les concedía el
«cetro» o el «estandarte». Sin embargo,
pasando el tiempo, los emperadores se acostumbraron a nombrar obispos sin consultar
al Papa, dándoles el «pectoral» y el «anillo», símbolos del poder espiritual.
LA DIETA DE WORMS
Enrique IV arde de ira contra el Papa. Con
el mayor descaro reúne una dieta en Worms
durante el mes de enero del año 1076. «Como emperador, tengo el derecho de elegir a
todos los obispos, incluso al de Roma. Así
pues, destituyo de su poder a Gregorio VII,
cuya conducta no me ha gustado». Se trata
de una ofensa sin precedentes. Es más: el
emperador envía sin más un legado a Roma
para que el decreto de su deposición sea
entregado personalmente al Papa. Pero el
indómito pontífice se prepara muy bien ante
el nuevo problema.
La Providencia suscitó el hombre que había
de saber enfrentarse con el peligro: Hildebrando de Saona, elegido Papa en el año
1073 con el nombre de Gregorio VII Era
monje del monasterio de Cluny, verdadero
foco de luz evangélica en el mundo medieval. Y allí, en la soledad del claustro, había
concebido la reforma que arrancaría la jerarquía eclesiástica de los maléficos influjos
de la política imperial.
Por estos años impera Enrique IV, un joven
prepotente y violento. El Papa toma clara
posición frente a él, durante la cuaresma del
año 1075, cuando declara: «Prohibimos a
los obispos, sacerdotes y abades que reciban
cualquier investidura de oficios sagrados
por personas no eclesiásticas y prohibimos a
los condes, duques, reyes y emperadores
que concedan en el futuro semejantes investiduras. En ambos casos, la pena será de
excomunión, es decir, la expulsión de la
Iglesia».
Gregorio VII convoca inmediatamente un
concilio ecuménico en el Laterano para
discutir los problemas de la Iglesia. Ante el
legado imperial de Enrique IV, los obispos
reaccionan con extrema decisión. Gregorio
VII por su parte, lanza la excomunión contra el emperador, declarándole depuesto del
trono y anulando el juramento de fidelidad
que le habían ofrecido todos los súbditos. El
golpe es terrible. Todo el imperio tiembla.
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