1 LA NUEVA PROVINCIA Bahía Blanca, Por Oscar J. Denovi A los argentinos nos hacen mirar en un espejo deformante que nos devuelve una imagen de lo que no somos. Ese espejo es nuestra historia, que contribuye con otros factores que no trataremos aquí, a modelar una personalidad oficial que poca o ninguna relación guarda con la real. El eterno divorcio argentino entre lo oficial y lo real. Este espejo es la historia, uno de cuyos capítulos es el que corresponde a la Revolución de Mayo, que hace 197 años inició el proceso independentista. De ella extraemos esa imagen monolítica del acontecer patrio (en la que sólo parece haber el disenso entre un tímido conservadorismo de Saavedra y un audaz revolucionarismo de Moreno), donde los patriotas criollos, probos, inteligentes, valientes e intrépidos enfrentan a los realistas españoles, corruptos, medíócres, cobardes y pusilánimes. La primera premisa es que esto es falso en cuanto al origen de los rivales: hubo españoles en el bando patriota y criollos en el realista. Todos los años se repite esta letanía sobre las virtudes de nuestros hombres de mayo y la lucha por la libertad, que dista de la realidad de aquel acontecimiento pasado. No se trata que no haya habido lucha por la libertad ni que no haya habido virtudes; hubo lo uno y lo otro, pero lejos de enfrentar buenos y malos, tuvo cada bando todos los matices, sin perjuicio de la justicia que asistía a la empresa Patria. La Revolución fue una cosa para la burguesía de la ciudad de Buenos Aires, otra para los doctores de levita porteño, (excluyendo al Dr. Campana y a quienes como él, se opusieron a dichos abogados), otra para la aristocracia porteña, la que curiosamente tuvo miembros republicanos en oposición a los doctores liberales volterianos que fueron monárquicos, y otra para los sectores populares porteños y del interior, que se entendieron muchas veces con los aristocráticos como en Buenos Aires, o como en Salta, donde Güemes pertenecía a aquellos pero fue combatido por los de su rango. movimiento popular surge la segunda Junta encabezada por Saavedra. (Consecuente con la deformación de la imagen, llamamos a la gestión de esta segunda, “El Gobierno de la Primera Junta”, lo que tiene una importancia menor, pero es demostrativa de esa deformación). Mientras el primer desplazamiento se trama entre el conjunto de notables vecinos, “La parte sana”, en el segundo hay una activa participación popular que se dirige a los cuarteles, según la costumbre establecida desde la creación de los cuerpos por Líniers, para librar en ellos asambleas donde se discute a viva voz, y se impone la conducta que lleva a Saavedra a asumir la conducción del gobierno, mediante el trámite de la concurrencia a la Sala Capitular del Cabildo para exigir la aprobación de la lista confeccionada en esos cuarteles. Estos cambios no enervan la representación corporativa y la tendencia más marcada en lo político que ya había estado presente en la primera junta formada. La Milicia, el Clero, los Comerciantes son esas corporaciones, el Carlotismo es la tendencia política, que quedan representadas en la segunda junta. El predominio de los comerciantes, al punto de tener una representación en el gobierno, obedece al dominio de la burguesía comercial indudablemente mayoritaria en Buenos Aires, respecto de cualquier otra actividad económica. Esta se había enriquecido enormemente por los beneficios obtenidos por el contrabando largamente ejercido, tanto en orden a la introducción de mercaderías como a la exportación, especialmente de oro y plata, metales que eran traídos subrepticiamente de Perú. También operaba con el comercio legal y, desde luego, fue la beneficiada ambién, junto a los hacendados, de la libertad de comercio decretada por Cisneros en octubre de 1809, y la perjudicada por Liniers por la prohibición impuesta por aquél a las exportaciones en 1808, ante la falta de barcos con bandera española que llegaran a Buenos Aires. y a los ingleses, que promovían esa idea para colocar sus productos la enorme excedencia que producían con sus máquinas. Unido al interés burgués, la doctrina del Despotismo Ilustrado y la acción Jacobina deslumbraba a los doctores porteños. De ahí la coincidencia de intereses e ideas que alimentaban la pretensión de que Buenos Aires dominara e impusiera su visión política. La Revolución debía caer en manos de los porteños, porque de detentarla otros, podía no haber libre comercio, y podía establecerse un régimen donde la tradición de las repúblícas interiores (así se llamaron a sí mismas las ciudades) impidiera .el Gobierno de los iluminados. Esto fue la materia prima que amasó el enfrentamiento entre “abajeños” y “arribeños” que emergió rápidamente de aquella Revolución de Mayo. De aquí partieron las líneas de pensamiento que se traducirán en el “unitarismo” y de allá las líneas de pensamiento del “federalismo”. El significado de aquellos días en que comenzó a tramarse nuestra independencia, no fue unívoco ni sembró una idea rectora de la personalidad social argentina, como se pretende sostener, sino el comienzo de un trabajoso luchar por la emancipación que demandó mucho más tiempo que aquel que se clausura en Ayacucho en 1824, porque el germen de la dominación externa estuvo anidado entre nosotros por mucho tiempo, cabalgando sobre quienes creían que sólo progresaríamos si dejábamos de ser nosotros mismos, para ser como Francia o Inglaterra, según el sueño de los doctores, y el anhelo de los burgueses porteños, quienes no trepidaron en someter la Independencia a la discreción de las potencias europeas. Mayo fue todo esto; la lucha heroica, la inclinación por la República que anidó en el interior y los sectores sociales populares y algunos aristocráticos, la inclinación por la Monarquía atemperada por el parlamento, que entusiasmó a la mesocracia porteña, a los doctores y a la aristocracia saltojujeña; en todos, un sentimiento de Libertad que cada uno midió con su vara y negó que el ajeno pudiera poseer en igual medida. 2 De todo ello -y sobre todo del jacobinismo y el despotismo ilustrado de los doctores porteños y de sus aliados, la burguesía librecambista cegada por el enriquecimiento obtenido mediante el contrabando y la creencia en el progreso por el comercio emergió la anarquía que asoló el país desde los primeros momentos revolucionarios hasta el advenimiento de Rosas, diecinueve años después. La lucha entre Alvear y San Martín, las intrigas palaciegas y diplomáticas para no declarar la Independencia, la intención de coronar un monarca europeo -después del intento carlotista, que fue un episodio independiente y distinto-, el intento de obtener un protectorado británico por Alvear y Rivadavia, la guerra civil desatada a poco de iniciada la Revolución en la Banda Oriental y el trato dado a Artigas, que más tarde se extendería a otras partes de la geografía contra otros caudillos, entorpecieron el proceso emancipador y provocaron el desmembramiento del virreynato. : e: ¡ : Los hechos del 22 al 25 en Buenos Aires, que fue la chispa iniciadora del Proceso Revolucionario, tienen toda la apariencia de una conspiración que se precipita a hacer cosas para evitar que el proceso caiga en otras manos. Sugestivo es, en ese sentido, que un año antes, en Chuquisaca, algunos de los mismos protagonistas operaron exactamente al revés que en mayo de 1810. 86<. Pero, más claramente surge esta apariencia en los sucesos que se producen entre el 22 y el 25 de mayo. Elegida la primera Junta encabezada por Cisneros, con Saavedra, Inchaurregui y Sola como componentes, una pueblada produce su renuncia, y de ese Por otra parte, por la idea que creció con los Borbones, entre otros factores, el comercio fue concebido como factor de progreso, y esta idea ganó adeptos en Europa y América, alentada por la difusión de cierto bienestar entre los numerosos comerciantes de aquí y allá, océano de por medio. Sumado el hecho de la Revolución Industrial en Inglaterra, que promovió el crecimiento del comercio en forma no conocida hasta entonces, la idea prendía y ganaba adeptos. En Buenos Aires, ese crecimiento de la actividad comercial también inspiraba una confianza ilimitada. Los comerciantes obtenían grandes ganancias, y la visión de una creciente prosperidad futura, clausuraba cualquier otra alternativa. Otra perspectiva tenía el interior. Allí, el comercio solo podía crecer, en relación con el tamaño de los mercados locales. La riqueza reposaba en la producción y su colocación en otros puntos del virreynato, particularmente aquella del Norte, cuya diversidad era mucho más grande, y cuyas necesidades requerían un mayor flujo de mercaderías para su venta, que se verían disminuidas por la importación de la ciudad de Buenos Aires. La actividad comercial de Buenos Aires, introductora de mercaderías de contrabando y benefi· ciada por las sucesivas liberaciones comerciales de fines del siglo XVIII, perjudicaba la colocación de los productos del interior, al quitarle parcialmente esos mercados de colocación de su producción. El Libre Comercio, que era bandera de la Revolución, sólo podía serlo de Buenos Aires. Favorecía a esos comerciantes Con su gloria, la Revolución naciente encerraba en sí el germen de la discordia argentina, el enfrentamiento entre el interés nacional y popular, y el de los que creyeron que una constelación de ideas por sí aseguraba el progreso, y no trepidaron en imponerlas a sangre y fuego contra todo lo que se le oponía o creían se le oponían. Trágicamente, aquel drama sólo comenzaba, y esto también era parte de la gloriosa Revolución, que lo era, pero no por esto, sino por el nacimiento de una nueva Nación sobre la tradición formada en la vieja, ansiosa de Libertad, pero no de Libertad Burguesa ni de progreso teórico, sino de Libertad y progreso para “Los Pueblos”. Como un estigma, aquella lucha continúa en nuestros días, así como se prolongó durante todo el siglo XIX y el XX. Eso a contribuido a la visión deformada que de Mayo tenemos. Lo peor es que así tenemos en parte, la visión deformada de la Patria. Por ello es posible nuestra suerte de ajenidad, patente en esa fatídica frase “en este país de……….” tan frecuente entre los nacidos de esta tierra. Es que debemos abordar la verdad de la historia, y no la versión adocenada con la que se ha domesticado al pueblo argentino, desde la escuela por la historia oficial. Desde la Revolución de Mayo, hasta la guerra de Malvinas, todo se ha falsificado en mayor o menor medida para hacernos maleables a los intereses de las oligarquías, de Mayo de 1810, o de cualquier momento del 2007. Por Oscar J. C. Denovi