A los Hermanos jesuitas de América Latina: Queridos compañeros en el Señor: Es con mucho gusto que me dirijo a ustedes, participantes del primer seminario Latinoamericano de Hermanos jesuitas reunidos en San Pablo, del 16 al 29 de Julio, y por su intermedio a los demás jesuitas Hermanos en América Latina. Quiero expresarles mi satisfacción con esta iniciativa que quiere ayudar al desarrollo de mi propuesta, surgida con ocasión de la celebración del año Sacerdotal, de reflexionar sobre la vocación del jesuita Hermano dentro del Cuerpo Sacerdotal de la Compañía. Para ustedes será, además, una grata experiencia de formación permanente y un encuentro que fortalecerá los vínculos de amistad más allá de las fronteras de Provincias y Regiones, permitiéndoles compartir experiencias y expectativas, de modo que surjan nuevas iniciativas que den vigor a la formación de los Hermanos y a su servicio en la misión de la Compañía. La Congregación General 34 expresó en el decreto 7 de manera lúcida e inspiradora para nuestros tiempos lo que es la vocación del jesuita Hermano. Ese texto, colocado inmediatamente después del decreto 6 en el que se expresa cuál es la vocación del jesuita Sacerdote, deja sentir que el rol de la vocación del jesuita Hermano en un Cuerpo apostólico Sacerdotal como la Compañía es insustituible. No dudo que la meditación de este texto durante estos días, y aún después del encuentro, será siempre para cada uno de ustedes muy inspirador. Sabemos que una es la misión de Cristo y que, gracias a la acción del Espíritu, la Iglesia está a su servicio contando para ello con una gran variedad de carismas personales y grupales. La Compañía de Jesús, como parte de ella, sirve a la misión del Señor, desde el carisma religioso que la caracteriza y con los dones personales que cada jesuita ha recibido. La esencia de nuestra común vocación, como sacerdotes o como hermanos, está en el seguimiento de Jesús y en la identificación plena con su persona, sus ideas y su estilo de vida en pobreza, castidad y obediencia, tal como Ignacio y sus primeros compañeros, luego de la experiencia de los Ejercicios, lo expresaron en las Constituciones y como la Compañía lo expresa hoy a través de las Normas Complementarias. Sólo que quien es jesuita Hermano en la Compañía conserva su condición laical en la Iglesia y orienta su existencia a encarnar y manifestar la esencia fundamental de la vida religiosa en la Iglesia: la consagración al Señor y a su causa de por vida. Ignacio y sus compañeros aceptaron muy pronto la incorporación de laicos a su grupo fundacional. Efectivamente, cuando los compañeros que venían de París llegaron a Venecia el 6 de enero de 1537, encontraron a Ignacio con el bachiller Hozes y con Diego y Esteban de Eguía. Estos dos hermanos eran navarros, nobles, muy piadosos y parientes de Francisco Javier; retornando de una peregrinación a Jerusalén, se unieron a Ignacio 1, a quien habían conocido en Alcalá, y estaban “determinados a seguir el modo 1 Epistolae P. Laini 34,35. Fontes Narrativi 108 1 de vivir de Íñigo” 2 quien “los admitió en su Compañía” 3. Diego era sacerdote y fue después confesor de San Ignacio. Esteban era laico, viudo y tenía dos hijos. Polanco y Ribadeneira los consideraron como modelo de virtud. Ambos se incorporaron posteriormente a la Compañía, Diego como coadjutor espiritual y Esteban como coadjutor temporal. Este primer laico, que se unió al grupo para seguir hasta la muerte el modo de vida de Ignacio y sus primeros compañeros, sin intención de ordenarse sacerdote, era una persona con gran experiencia del mundo. San Ignacio encomendó a Esteban algunas misiones de responsabilidad y, cuando murió en 1551, lo hizo sepultar junto a Pedro Fabro. Así, en la cripta de la pequeña Iglesia de Ntra. Sra. de la Estrada, quedaron, uno junto a otro, quien fuera el primer sacerdote jesuita y quien fuera presumiblemente el primer Hermano 4: excelente expresión de la naciente Compañía. Esta historia de los tiempos fundacionales de la Compañía, nos hace ver la unidad de nuestra vocación. Todo jesuita vive integrado y apoyado en la fuerza que surge de un grupo de compañeros que, por su unión de ánimos y por la obediencia, se configura como un solo cuerpo apostólico y que Ignacio quiso llamar la mínima Compañía de Jesús. En su interior, el jesuita Hermano vive su vocación ofreciendo un testimonio, explícito y sin distracciones, de lo que es la vocación de todos los jesuitas. Con su vida, encarna la buena noticia de Jesús que señala que todos los seres humanos son hermanos entre sí (Mt., 23: 8) y que no vino a ser servido sino a servir dando la propia vida en rescate de muchos (Mc., 10: 45). Este es, precisamente, el modelo que todos nosotros queremos encarnar. Viviendo este evangélico espíritu de fraternidad y de servicio, la historia de la Compañía nos presenta a muchos jesuitas Hermanos. En su época dieron la mayor gloria a Dios y aún hoy siguen siendo de inspiración para nuestro servicio. Su aporte fue valioso en campos entre los cuales se pueden mencionar la arquitectura, el arte, la educación, la ciencia y la catequesis. Otros dejaron una huella imborrable por su vivencia de los valores evangélicos: sabiduría, abnegación, servicio desinteresado, alegría en la entrega, capacidad de trabajo, amor por la Compañía y la Iglesia. San Alonso Rodríguez y el Beato Gárate, lo hicieron de modo extremo, siendo reconocidos por su santidad, al igual que aquellos que recibieron la gracia del martirio, entre los cuales se encuentran 15 Hermanos mártires de Brasil y 12 del Japón. Además de estos grandes compañeros hermanos, muchos otros, con su humilde y servicial forma de vivir contribuyeron al buen ser de la Compañía y al buen desarrollo de su misión. En el actual mundo globalizado y en un contexto en el que la misión y la credibilidad de la Iglesia enfrentan numerosos desafíos, la vida de todos los servidores del Evangelio requiere un redoblado empeño de autenticidad. Esto, que nos reta indudablemente a todos, reta en no menor medida a quien ha asumido su vocación como jesuita Hermano; su testimonio evangélico llega a ser incuestionable, además de ofrecer un servicio apostólico de calidad en el que se incluye el espíritu de colaboración con otros en la misión, pues la participación de los laicos en la vida de la Iglesia y en el apostolado es creciente, no sólo en número sino en competencia. 2 id. pág. 188 Polanco, Historia Societatis Iesu, p. 55 4 Ribadeneira señala que la incorporación de Esteban a la Compañía se dio luego de su retorno de Navarra, adonde fue a disponer sus asuntos familiares que le retuvieron varios años. Polanco , en cambio, piensa que su ida a Navarra la hizo como miembro del grupo de Ignacio al que perteneció desde el tiempo de Venecia. 3 2 Por otra parte, los desafíos que la realidad mundial y eclesial presenta a la Compañía piden una mejor y más intensa formación de los Hermanos jesuitas. Siempre que las cualidades personales, las necesidades de la misión y la obediencia en la Compañía lo aconsejen, campos como la ciencia, la educación, las artes, la música, el desarrollo económico, comunitario y social, la ecología, la paz y la reconciliación de los pueblos, entre otros posibles, pueden ser excelentes horizontes de un mejor y un mayor servicio a la misión de Cristo en la Compañía; incluso, hoy también lo pueden ser temáticas anteriormente asignadas a sacerdotes, como la espiritualidad ignaciana y la teología. Como se ve las posibilidades de servicio son inmensas y tan sólo quedan fuera de su horizonte aquellas responsabilidades y tareas estrictamente ligadas al sacramento del orden. En los últimos decenios muchos cambios en esta dirección se han venido suscitando y se han reflejado en la formación del Hermano jesuita y en las tareas apostólicas que les han sido confiadas. Estos cambios han traído gran beneficio para la vida y misión de la Compañía y probablemente sean necesarios otros más; sin embargo, hay algo que no debe cambiar, que debe conservarse esmeradamente y que ha sido el aporte más valioso de esta particular vocación a la Compañía: el empeño por encarnar los valores del Evangelio, siguiendo radicalmente al Señor, como lo hicieran tantísimos hermanos que nos precedieron y que fueron verdaderamente ejemplares. Ha sido siempre en ellos que nuestra vocación religiosa y evangélica se ha manifestado en toda su consistencia y sin complicaciones. Como Hermanos jesuitas en América Latina, aunque conservando un corazón abierto a la misión universal en la Compañía, ustedes están llamados a asumir en ese continente el proyecto apostólico común elaborado por la CPAL. Allí la Compañía quiere ofrecer la esperanza que nace del Evangelio a quienes padecen la cruz de la injusticia y de la exclusión, como a la inmensa cantidad de jóvenes que integran sus naciones, además de contribuir al diálogo entre la fe y las diversas culturas que interactúan en el continente. Estos servicios, la CPAL anhela realizarlos con un hondo espíritu de solidaridad entre Provincias y Regiones, y desde la espiritualidad que nos es propia y que experimentamos como encarnada en la Historia y deseosa de colaborar con el propósito divino de hacer redención. El Señor reta nuestra creatividad apostólica y nuestra capacidad de ser creíbles en la vivencia de nuestra vocación de servicio, como Hermanos o como Sacerdotes. Por ello, se espera de nosotros una renovación en la vivencia de nuestra vocación. Hoy más que nunca hemos de ser hombres centrados en Dios, con honda vida interior, disponibles para la misión universal, capaces de discernimiento, cercanos a los pobres, respetuosos del otro y líderes en la capacidad de animar a otros a la propia entrega y al servicio. Sólo un testimonio de esta naturaleza podrá ser fuente de nuevas vocaciones a la Compañía. En el Señor, P. Adolfo Nicolás, S.J. Prepósito General En la fiesta del Beato José de Anchieta, 9 de junio de 2011. 3