EL HERMANO JESUITA: UNA HERMOSA VOCACIÓN. San Ignacio

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EL HERMANO JESUITA: UNA HERMOSA VOCACIÓN.
San Ignacio se encontró, poco tiempo después de la fundación de la Compañía de Jesús,
con que la llamada para ser jesuita no era solo para los que querían ser sa-cerdotes, como
fueron los primeros compañeros que se juntaron alrededor de él en París, sino que el
Espíritu movía también a otras personas que se acercaban y expre-saban su deseo de ser
jesuitas para seguir a Jesús al estilo ignaciano, pero en un modo de vida diferente al
sacerdocio. Así, ya en los tiempos de San Ignacio fueron admiti-dos los primeros
hermanos jesuitas, hombres consagrados por los mismos votos reli-giosos y miembros
plenos de la comunidad religiosa de los jesuitas, dedicados en su misión apostólica a
tareas más propias de la vocación laical, razón por la cual San Ignacio llamó a los Alberto Luna, SJ
hermanos “coadjutores temporales”.
En el tiempo de las Reducciones del Paraguay los hermanos jesuitas tuvieron un papel muy importante en la
organización de la vida de los pueblos guaraníes. Una vez fundadas las reducciones era necesario garantizar la
alimentación, los cultivos, la ganadería, la construcción de vivien-das, el cuidado de la salud, la defensa, etc.
En todo esto los hermanos tuvieron un papel relevante al lado de los sacerdotes, que con esta valiosa ayuda
podían dedicarse mejor a la formación cristiana, a la admi-nistración de los sacramentos y al cuidado espiritual
de la población guaraní.
Se destacaron entre los hermanos jesuitas de las reducciones los grandes arquitectos de imponentes iglesias
como Juan Bautista Prímoli (1673-1747), y José Brassanelli (1658-1728), éste último también un genial
escultor y pintor, ambos dejaron una imborrable huella en el arte de las reducciones. Estas figuras, entre
muchas otras, echan por tierra el prejuicio de que los hermanos son religiosos que, al no tener sufi-cientes
cualidades intelectuales o humanas y al no poder llevar adelante los estudios y exigencias para el sacerdocio,
se quedan en una categoría más baja.
El Padre Peter Hans Kolvenbach, anterior superior general de los jesuitas, decía que sin los herma-nos el
cuerpo de la Compañía no está completo; en la misma línea el Padre Pedro Arrupe decía que la Compañía sin
hermanos sería un cuerpo mutilado. Es que los hermanos son un capital espiritual muy va-lioso para los
jesuitas, porque en ellos, sin la jerarquía y el poder que dan al sacerdote la tradición religio-sa y cultural, se ve
mejor la esencia de la vocación religiosa: consagrarse por puro amor de Dios al servi-cio de su pueblo. Esta es
la riqueza de la vocación del hermano dentro del cuerpo de la Compañía. No se trata de que sean los que
cubren las tareas que los Pa’i no hacen (o no quieren hacer), o de otro tipo de coberturas laborales o sociales,
nada de esto es un capital espiritual ni define el karakú de la presencia de los hermanos como pedazos
nuestros, ñane pehengue.
Los miembros de la familia ignaciana conocemos y apreciamos a nuestros hermanos y sabemos de la riqueza y
del valor de su aporte en las comunidades y en el apostolado de los jesuitas. En este año de las vocaciones
ignacianas, que impulsamos con el lema “Hay un lugar para vos”, seguimos mirando co-mo prioridad la
promoción de las vocaciones jesuitas en el Paraguay, y en este marco venimos a invitar particularmente hoy a
un renovado impulso en la promoción de la vocación del hermano jesuita en nues-tras obras.
El Padre Adolfo Nicolás, en su visita al Paraguay nos decía que, en realidad, todos somos colabora-dores de la
misión que Cristo continua realizando en el mundo de hoy. Cada uno según la medida de la gracia que ha
recibido, ocupando su puesto en el cuerpo, para vivir en esta comunión la plenitud a la que todos estamos
llamados.
San Ignacio de Loyola interceda para que en el futuro surjan numerosas y buenas vocaciones de hermanos
jesuitas paraguayos.
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