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EL REINADO DE ISABEL II (1833-­‐1868) PERÍODO DE REGENCIAS (1833-­‐1843) La corta edad de la heredera del trono, Isabel, impuso en 1833 un gobierno de regencia dirigido por su madre, María Cristina. La regente, viuda de Fernando VII, tenía como él firmes ideas absolutistas, pero la necesidad del apoyo liberal contra los carlistas para defender el trono de su hija, la obligaron a nombrar gobiernos cada vez más claramente reformistas. La regencia se inicia con el gobierno de Cea Bermúdez. Bajo su mandato se sustituye la antigua división territorial de España por la actual, en provincias y la institución de los futuros gobernadores civiles, obras ambas de su ministro de Fomento, Javier de Burgos. Pero Cea es un absolutista moderado que no satisface las esperanzas de los liberales, quienes presionan a la reina para un cambio de gobierno. Éste llega en 1834 con el nombramiento del viejo liberal Martínez de la Rosa, ahora muy moderado. El gobierno de De la Rosa elabora el Estatuto Real, consistente en una carta otorgada, extremadamente limitada, que tampoco recibe el apoyo de los sectores claramente liberales. Desde septiembre de 1835 se declara en toda España un amplio movimiento liberal que se concreta en la formación de Juntas, que reclaman la reunión de Cortes, una nueva ley electoral y libertad de imprenta. En 1836, la regente nombra nuevo jefe del gobierno. El cargo es ocupado por Juan Álvarez de Mendizábal, de ideas liberales progresistas, quien inicia un importante programa de reformas en la línea de las reivindicaciones de las Juntas. Con todo, su actuación más conocida y trascendente fue la desamortización eclesiástica, que veremos en el apartado sobre el desarrollo económico del período. María Cristina reacciona contra el reformismo de Mendizábal sustituyéndolo por el muy moderado Istúriz. La política de Istúriz, plenamente identificada con el sector derechista del liberalismo que se estaba configurando, provocó pronto otro movimiento de formación de juntas semejante al de septiembre de 1835. El movimiento, animado por el sector izquierdista del liberalismo (más adelante llamados progresistas), culminó en agosto de 1836 con un motín de sargentos en el Real Sitio de La Granja. Los sublevados reclaman el restablecimiento de un gobierno liberal, a lo que la reina responde con el nombramiento como jefe del gobierno del progresista Calatrava, quien incorpora a Mendizábal a su gabinete. Se reinician las reformas del período anterior y se restaura la Constitución de 1812, en tanto se redacte una nueva, que quedará aprobada en 1837. El texto constitucional de 1837, sin alcanzar las conquistas del de Cádiz, supuso un importante avance sobre el Estatuto Real. A partir de 1838 la reina trata de restablecer una línea moderada, lo que se percibe con la mayor claridad en el gobierno de Evaristo Pérez de Castro, quien impone una interpretación restrictiva de la constitución de 1837. La limitación del poder local frente al central y la restricción del derecho de sufragio, son desde ahora dos de los aspectos que más claramente definen las diferencias entre el sector derechista (moderado) y el izquierdista (progresista) del liberalismo. Las elecciones de fines de 1839 dieron la victoria a las candidaturas progresistas, lo que tuvo como respuesta por el gobierno de Evaristo Pérez de Castro, una nueva ley local que permitía la intervención del poder central en los ayuntamientos y restringía el derecho de voto. La aprobación de esta ley provocó un amplio movimiento de protesta, sobre todo en las áreas urbanas, que vino a agudizar el enfrentamiento entre la regente y el general Espartero, líder de los progresistas (lleno de prestigio tras su reciente victoria en la guerra carlista). Este enfrentamiento acaba con la dimisión de María Cristina. Espartero es nombrado nuevo regente y continúa el programa de reformas. Sin embargo, su carácter autoritario y su nula capacidad de negociación irán restándole apoyos incluso de sus antiguos partidarios. En 1841 establece acuerdos comerciales con Gran Bretaña para favorecer la importación de tejidos de algodón desde aquel país, medida que perjudica gravemente a la industria textil catalana y que provoca la consiguiente respuesta de los barceloneses. Las protestas son contestadas con el bombardeo de la ciudad, colocando a Espartero en una situación cada vez más precaria. Por otra parte el propio progresismo empieza a escindirse en un sector más radical, que apunta ya tendencias democráticas y republicanas. La crisis del progresismo es aprovechada en 1843 por los moderados, que cuentan como líder con otro general: Narváez. Un pronunciamiento de éste en el mismo año conduce finalmente a la caída de Espartero. La reina es proclamada mayor de edad a los catorce años, terminando así el período de regencias e iniciándose el reinado en propiedad con un claro predominio de Narváez y el partido moderado. El Carlismo (1833-­‐1839) Inmediatamente después de la muerte de Fernando VII, su hermano, Carlos María Isidro, refugiado en Portugal, publica el Manifiesto de Abrantes, reclamando la corona de España y autotitulándose Carlos V, se inicia así el movimiento carlista. Bases ideológicas Quedan resumidas en el lema carlista "Dios, Patria, Rey, Fueros". El movimiento carlista, desde el integrismo católico, defiende una monarquía absoluta y la defensa de los fueros (leyes específicas de ciertos territorios, singularmente el País Vasco y Navarra) abolidos por los liberales. Bases sociales Los dirigentes carlistas proceden esencialmente de la baja nobleza y el bajo clero, esto es, los sectores privilegiados más perjudicados por el liberalismo y cuya escasa capacidad económica les inhabilita para progresar en el nuevo marco social, político y económico. En cuanto a las masas carlistas, proceden de los sectores no privilegiados del antiguo régimen que ven ahora empeorar sus condiciones de vida con el desarrollo capitalista, es decir, los pequeños y medianos campesinos en el campo y los artesanos de las ciudades. Bases geográficas La zona de influencia carlista se corresponde con aquella donde más amplia es su base social, de manera que si hemos señalado que las masas carlistas proceden sobre todo del pequeño y mediano campesinado propietario, comprobaremos que es en la zona donde éste sector predomina (la mitad norte del país) donde más eco encuentran las ideas del carlismo. Además, la defensa de los fueros dará lugar a una fuerte implantación del movimiento en Cataluña y muy especialmente, en el País Vasco y Navarra. La Primera Guerra Carlista La Primera Guerra Carlista se inicia a la muerte de Fernando VII, en 1833. En sus primeros años de desarrollo, las fuerzas carlistas están dirigidas por un militar de extraordinaria capacidad, el general Zumalacárregui, gracias al cual consiguen varias victorias sobre el ejército gubernamental. La muerte de Zumalacárregui en el sitio de Bilbao abrirá una nueva etapa, en la que un sector del carlismo, dirigido por el general Maroto, comienza a plantearse la posibilidad de una paz negociada. Esta se alcanza con el convenio de Vergara, entre Maroto y el general Espartero, en 1839. El acuerdo preveía la incorporación de los oficiales carlistas en el ejército español y el respeto a los fueros vascos (esta condición será incumplida por los gobiernos liberales). Durante al menos un año más, algunas fuerzas carlistas bajo el mando de Cabrera prosiguieron la resistencia a ultranza en la comarca del Maestrazgo. REINADO EN PROPIEDAD (1843-­‐1868) La Década Moderada (1843-­‐1853) Inmediatamente después de la caída de Espartero se suceden gobiernos en los que también participan los progresistas (los cuales habían contribuido, con los moderados, a la caída del general). Pero en mayo de 1844, accede al gobierno otro general: Ramón María de Narváez, que inicia una etapa de exclusivo predominio del moderantismo, sólidamente apoyado en la confianza de la reina. Los años del moderantismo ven la consolidación definitiva del estado liberal en España. Es decir, que el estado liberal español viene de la mano del sector más derechista del liberalismo, lo que le proporcionará unos rasgos específicos, caracterizados por el centralismo, el carácter oligárquico y la consideración de la Administración como médula del Estado. Se configura una organización ministerial, de la que la actual es heredera directa, una administración funcionarial caracterizada por los principios de jerarquización, racionalización y selección de sus miembros (aunque el avance en este terreno será muy lento), quedan definitivamente perfilados los gobernadores civiles como cabezas de la administración provincial, se establece la peseta (subdividida en cuatro reales) y se funda la Guardia Civil, como institución esencialmente defensora del orden liberal y burgués. Las tareas legislativas de los primeros gobiernos moderados se concretan en la redacción y aprobación de un nuevo texto constitucional, el de 1845, una Ley electoral que restringe enormemente el derecho de sufragio, reduciendo a menos de cien mil el número de electores y una Ley municipal que permitía al gobierno nombrar directamente a los alcaldes de los municipios con más de dos mil habitantes. Tras un primer gobierno de Narváez entre 1844 y 1845 sucedió un período de año medio de gobiernos efímeros y la vuelta al poder de Narváez a finales de 1847. Para esas fechas, el régimen moderado se enfrenta con la necesidad de endurecer las medidas represivas contra la oposición progresista, especialmente animada con la oleada revolucionaria que sacude Europa en 1848 y que da al traste con la monarquía francesa de Luís Felipe de Orleans, cuyo modelo habían adoptado los moderados. Las nuevas tendencias políticas de carácter más radical culminan en España con la formación de un partido demócrata, a la izquierda de los progresistas que prefigura ya el futuro republicanismo. El miedo de los moderados a la revolución se va a manifestar en un escoramiento cada vez más claro a la derecha. En 1851 Narváez abandona el gobierno y le sustituye Juan Bravo Murillo, el cual inicia un proyecto de reforma constitucional que en la práctica suponía el abandono del régimen liberal y una vuelta al modelo del Estatuto Real. El proyecto de Bravo Murillo levantó fuertes protestas, no sólo en los sectores de la izquierda (progresistas y demócratas), sino incluso entre las filas de los moderados. La crisis del partido gobernante propició nuevamente una crisis del régimen que se resuelve con un nuevo pronunciamiento militar, en 1854. El Bienio Progresista (1854-­‐1856) La sublevación de un sector del ejército, dirigido por el moderado O`Donnell, fracasó inicialmente en Vicálvaro. Pero la persistencia de la sublevación militar, junto con la publicación de un Manifiesto del Manzanares (redactado por el joven político moderado Antonio Cánovas del Castillo), a modo de programa político tan genérico que podía ser aceptado por los progresistas, dio lugar a un nuevo movimiento de juntas en todo el territorio español. Incapaz de reconducir la situación a través del partido moderado, la reina llama a formar gobierno al progresista general Espartero. El bienio progresista fue fruto de la colaboración de sectores políticos muy diversos, ello unido a su corta duración impidió que fraguasen cambios económicos o políticos profundos. Sin embargo se afrontó la tarea de redactar una nueva constitución, la de 1856, no promulgada, y se adoptaron medidas económicas de gran trascendencia que se estudiarán en su lugar: la desamortización civil, llevada a cabo por Madoz, la Ley de Ferrocarriles y la Ley de Sociedades Anónimas de Crédito. Rápidamente, el régimen del bienio vuelve a inclinarse hacia la derecha, debido tanto a la presión ejercida desde abajo (primeros pasos del movimiento obrero que se manifiestan por ejemplo en la convocatoria de la primera huelga general, en Barcelona, en agosto de 1855) como a las inclinaciones de la reina, quien llama al poder primero a O´Donnell y rápidamente después, a Narváez, en octubre de 1856. Vuelta al moderantismo y Unión Liberal (1856-­‐1868) En estos años es la confianza de la reina la que únicamente explica los cambios ministeriales y en junio de 1858, esta confianza queda depositada nuevamente en O´Donnell, quien va a intentar una nueva fórmula para dar estabilidad política al régimen. Leopoldo O´Donnell funda un nuevo grupo político: el Centro Parlamentario, que pronto pasó a llamarse Unión Liberal, el cual integraba a figuras clásicas tanto del moderantismo como del progresismo. Se trataba de aglutinar todas las tendencias para sostener un gobierno flexible y lo suficientemente estable para dar solidez al régimen. No obstante los viejos partidos moderado (con Narváez y González Bravo) y progresista (con Espartero y Olózaga) permanecieron activos, calificando a quienes se marcharon con O´Donnell de "resellados". La bonanza económica, la manipulación sistemática de los resultados electorales (obra del Ministro de Gobernación José Posada Herrera) y el desarrollo de una política exterior de prestigio, son los rasgos más destacados del período de gobierno de la Unión Liberal. Por lo que respecta a esta última, las pretensiones de O´Donnell chocaron con la realidad de una España ya totalmente subordinada a los intereses y juegos geopolíticos de las grandes potencias y con la incapacidad material del país para dar culminación a una auténtica política imperialista. No obstante, se sucedieron intervenciones en África (1859-­‐60); América, con las intervenciones en México (1861-­‐
62) y contra Perú, Ecuador y Chile (1863-­‐66), así como la reincorporación de Santo Domingo a la Corona Española (1861); e incluso en Asia, con el envío de una expedición a Cochinchina entre 1857 y 1863. Durante casi cinco años, la Unión Liberal de O´Donnell consiguió realmente dar una cierta estabilidad política al país, pero al final del período, la descomposición interna del partido comenzó a dar como resultado nuevamente la sucesión de gobiernos efímeros y carentes de respaldo político. La crisis volvió a intentar resolverla la reina depositando su confianza en políticos moderados, pero la desaparición física de algunas de las figuras más sólidas que habían sostenido el régimen (el propio O´Donnell en 1867 y Narváez en 1868) contribuyeron a deteriorar el clima político. Al tiempo que se reducía la base política de la monarquía, se desarrollaba con cada vez mayor fuerza un movimiento de vagas tendencias democráticas y claro rechazo al régimen isabelino. La crisis agrícola y financiera, con sus repercusiones sobre los sectores más humildes de la población, estimularon un clima social de protesta y rechazo global al gobierno y a la reina. La incapacidad de esta para resolver la crisis le privaron del apoyo de los grupos políticos tradicionalmente a su lado (progresistas y unionistas se unen a los demócratas). Todo el movimiento se concretó en el Pacto de Ostende, por el que la oposición se ponía de acuerdo en un programa unitario basado en la elección de una Asamblea Constituyente elegida mediante sufragio universal. En septiembre de 1868, los generales Prim y Serrano y el almirante Topete, se pronuncian en Cádiz dando el primer paso de la "Revolución Gloriosa" 
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