que nunca supo de fertilidad. Si estos Juniperus hablaran, podrían contarnos varios capítulos de la historia del mundo, jalonada para ellos por golpes de hacha y crepitar de llamas; devastaciones e incendios en los que sucumbieron los que fueron sus compañeros en un bosque que rara v e z respondería al concepto de tal, pues no es fácil que el aspecto de estas formaciones, tan poco propicias a frondosidades, consintiera calificarlas de nemorosas o selváticas, y y a es harta maravilla que las actuales arideces tuvieran en su día un algo de cubierta arbórea. E n no pocos lugares, las masas de Juniperus, menos castigadas por la destrucción, llegaron a mejorar las condiciones del medio, dando paso a otras formas de bosque, generalmente de Pinus o de Quercus xerófilos, a las que quedaron supeditados. H a y también especies que se encuentran con mayor frecuencia en este plan accesorio o subordinado, que en el de elementos fundamentales de la vegetación climax; pero sea cual fuere el papel que en el conjunto local les corresponda, m u y rara será la especie de Juniperus c u y a presencia no nos hable en algún sentido de rudezas de clima y parquedades de alimento. Este precario vivir, que podemos considerar característico del género, se traduce en un lento desarrollo, al que v a aparejada una especial estructura y consistencia del leño de estas especies, casi todas de extraordinaria longevidad. Tales maderas, engendradas a fuerza de sol y de m u y escasas sustancias del suelo, sin duda tan concentradas y espesas como trabajosamente extraídas por las raíces, son maderas de una gran compacidad y poca dureza, oscura tonalidad en el duramen abundante e impregnadas todas ellas de aceites esenciales y resinas que las hacen intensamente aromáticas e incorruptibles. Por tales propiedades siempre fueron m u y apreciadas las maderas de enebros y sabinas, que desde tiempos remotísimos tuvieron múltiples aplicaciones, considerándose insustituibles para algunas de ellas, llegando a estimarse como maderas preciosas. E s t a es la razón fundamental del ensañamiento con que fueron perseguidas y castigadas por los agentes de la destrucción. A las sabinas, y en especial al Juniperus excelsa, deben ser referidas muchas de las alusiones y citas de maderas olorosas hechas en la Biblia. E n los montes del Líbano, al mismo tiempo que los cedros, se explotaron las sabinas para la construcción del templo de Salomón. N o estará de más anotar a este respecto que es precisamente a estas sabinas a las que los antiguos griegos aplicaban el nombre vulgar de Redros, por lo que no es inverosímil correspondan efectivamente a las sabinas muchas de las citas hechas en los antiguos libros, que luego fueron, por intérpretes y traductores, atribuidas a los cedros. Cabe, pues, en lo posible, que el árbol que hoy tenemos por verdadero cedro, Cedrus Libani Laws., tenga su nombre usurpado a las Cupresá-