SAN JUAN EL BAUTISTA Y LA VIDA EREMÍTICA P. Steven Scherrer, MM, ThD Homilía para la Natividad de san Juan el Bautista, domingo, 24 de junio de 2012 Isa. 49, 1-6, Sal. 138, Hch. 13, 22-26, Lucas 1, 57-66. 80 “Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (Lucas 1, 80). Hoy celebramos a san Juan el Bautista, el gran santo del desierto. vivía en el desierto desde su juventud —“estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (Lucas 1, 80)—, y ya estaba allí cuando la palabra de Dios vino a él, llamándole a ser el precursor del Mesías, para preparar al pueblo para su venida. “Siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lucas 3, 2). Juan vivía una vida solitaria con Dios en el desierto, una vida ascética de la renuncia al mundo y a sus placeres, una vida de oración y ayuno. Donde vivía, cómo se vestía, y su dieta indica esto. “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea” (Mat. 3, 1). “Juan estaba vestido de pelo de camello” (Mat. 3, 4). “¿Qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que tienen vestiduras preciosas y viven en deleites, en los palacios de los reyes están” (Lucas 7, 25). “Y su comida era langostas y miel silvestre” (Mat. 3, 4). De veras, “vino Juan, y ni comía ni bebía” (Mat. 11, 18). “Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?” (Marcos 2, 18). Es claro, pues, que Juan vivía una vida ascética, una vida de oración y ayuno en el desierto. Juan era un profeta, y más que profeta. Era el profeta más grande del Antiguo Testamento, el hombre escogido por Dios para señalar al Mesías y preparar al pueblo por él. Este fue el tipo de hombre que Dios escogió para preparar el camino del Señor —un asceta—. Era un hombre de Dios, una persona completamente dedicada a Dios (Lucas 7, 26-28). Por eso vivía lejos del mundo. Hizo esto sin duda para purificarse de sus pasiones y deseos mundanos, y dirigirlos sólo a Dios. Así, pues, decidió vivir lejos del mundo y su fascinación, atracción, tentación, comida suculenta, ropa delicada, música, entretenimiento, vino, mujeres, distracción, y ruido. Vivía una vida célibe, purificada de otros amores, de amores pasajeros. Vivía sólo para Dios con un corazón completamente indiviso (1 Cor. 7, 32-34). “Todos tenían a Juan como un verdadero profeta” (Marcos 11, 32). Antes de Cristo “entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mat. 11, 11). Dios escogió a un asceta para preparar en el desierto el camino del Señor, para preparar a su pueblo para la venida del Mesías. Un asceta enderezó las sendas del Mesías. Un asceta preparó a su pueblo para él, rellenando todo valle, y bajando todo monte y collado. Enderezó los caminos torcidos, y allanó los caminos ásperos, para que toda carne vea la salvación de Dios (Lucas 3, 4-6). En su misión la Iglesia está enviada por Cristo para evangelizar al mundo. Hace esto al proclamar el evangelio, la buena noticia de la salvación de Dios en Jesucristo. Esta misión al mundo, esta evangelización, incluye también el diálogo interreligioso, que también es “orientado a comunicar la verdad salvadora” (Diálogo y Proclamación, 2). Para dialogar tenemos que saber algo de las otras religiones, sobre todo de las grandes religiones de Asia, el budismo y el hinduismo, para poder sacar de ellos inspiración e ideas para profundizar nuestro propio entendimiento del misterio de Cristo y comunicarlo mejor a los no cristianos. Aunque hay grandes diferencias entre ellos y nosotros en nuestro entendimiento de Dios, todavía podemos aprender mucho de ellos. Como un ensayo de mover en la dirección del diálogo interreligioso, yo quisiera citar un texto clásico del budismo, la Dhammapada, para describir y reflexionar sobre san Juan el Bautista, porque en muchas maneras Juan ejemplifica el ideal del hombre santo descrito en el Dhammapada. Lo que sigue son citaciones de este texto. Uno es el camino que conduce a las riquezas, otro es el camino que conduce al Nirvana (iluminación). Si el Bhikshu [monje], el discípulo de Buda, ha aprendido esto, no anhelará el honor; él buscará la separación del mundo (75) … Un sabio debe dejar el estado oscura (de la vida ordinaria), y seguir el estado iluminado (del Bhikshu [monje]). Después de salir de su casa y aceptar el estado de vida sin casa, debe buscar en su estado del retiro alegría donde no parecía haber alegría. Dejando detrás todos los placeres, y llamando nada su propia posesión, el sabio debe purificarse de toda molestia de la mente” (88) … El hombre … que ha cortado todo vínculo, quitado toda tentación, renunciado a todo deseo, él es el más grande de los hombres (97) … Los bosques son un deleite; donde el mundo no halla deleite, allí el hombre sin pasión hallará deleite, porque no busca los placeres (99) … Los que son libres de todo deseo mundano obtienen Nirvana [iluminación] (126) … No seas amigo del mundo (167) … Ven, mira este mundo resplandeciente, como un carro royal. Los insensatos son sumergidos en ello, pero los sabios no lo tocan (171) … El discípulo que es completamente despertado se deleite sólo en la destrucción de todos los deseos (187) … O Bhikshu [monje], no tengas confianza si todavía no has obtenido la extinción de los deseos (272) … Ser sin pasión es la mejor de las virtudes (273). 2 En fin, el sabio ideal de la Dhammapada es un monje (Bhikshu) o solitario que vive en el bosque, lejos del mundo. Él renuncia a sus placeres y mortifica sus pasiones y deseos por placeres mundanos para ser iluminado (llegar al Nirvana). Él reconoce que los deseos para placer mundano son la fuente de todo sufrimiento, y por eso deja de desear. Y nosotros añadimos a esto que toda esta ascética es para purificar nuestra mente y corazón, para que sean indivisos en nuestro amor por Dios (1 Cor. 7, 32-34). Esto es lo que Juan el Bautista hizo en el desierto. De la misma manera debemos nosotros también prepararnos para el Mesías. Juan, su precursor, nos muestra el camino, cómo prepararnos para Cristo. Y el mismo Jesucristo nos enseñó a amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma, y fuerzas (Marcos 12, 30), servir sólo a un señor (Mat. 6, 24), tener sólo un tesoro (Mat. 6, 19-21), y obtener la perla preciosa —el reino de Dios en nuestro corazón— al renunciar a todo lo demás (Mat. 13, 45-46). Así podemos amar sólo a Dios con un corazón indiviso, un corazón no dividido por otros amores y deseos por placeres mundanos. El camino más radical, más completo, y más directo para hacer esto es la vida de la renuncia al mundo (Lucas 5, 11. 28; 1 Cor. 7, 38. 32-34), es decir, la renuncia a la familia, al matrimonio, casa, propiedad, y todo placer mundano (Mat. 19, 21. 29; Lucas 18, 29-30). San Juan el Bautista, a quien la Iglesia honra hoy, ejemplifica todo esto para mí, para mi imitación, si Dios está llamándome al camino de la perfección (Mat. 19, 21; 1 Cor. 7, 38. 32-34). 3