Un catálogo colectivas de neurosis El microrrelato siempre me ha generado cierta alarma. Aunque conozco varias joyas de la narrativa brevísima, la mayoría de las veces he quedado con una sensación de estafa tras enfrentarme con ella. Lo peor es la dificultad de definición: ¿qué es exactamente un microrrelato?, ¿en qué momento deja de serlo?, ¿se mide en líneas, en párrafos, en oraciones? Por lo general, prefiero renunciar a la nomenclatura y proceder con el mismo criterio que al leer relatos convencionales: espero, sencillamente, que el texto me cuente algo. No se trata tanto de que los personajes alcancen tal nivel de profundidad o de que haya un giro sorprendente al final; lo que importa es que haya una razón para considerar al texto como narrativo. En su defecto caemos en el terreno del aforismo o de la simple frase sin sentido, muchas veces cultivada con la excusa del microrrelato. A leer Plancton, debut literario de Sergio Arroyo, podría haber prescindido de la categoría, pero el texto de contraportada, a cargo de Laura Flores, inicia precisamente definiendo el libro como un compendio de microrrelatos. Así, es imposible no hacerse a esa idea. El libro se compone de cuatro secciones, todas con más de diez relatos (la tercera incluso supera los veinte). Tras una primera lectura, al repasar el índice son muy pocas las tramas que recuerdo, por lo que me veo obligado a releer al menos algunos fragmentos para recordar de qué iban las narraciones. De la primera sección, titulada “La Sagrada Familia”, resalta la fijación con diversas obsesiones humanas, tales como la dificultad para aceptar la muerte de un ser querido, la incapacidad de oponerse a la desgracia y la siempre perdida lucha contra la soledad; “Usos horarios”, “Diversiones de la soledad”, “Recuerdos de mi última cara” y “Las confesiones de Agustín” son relatos que indagan en situaciones límite que recuerdan la fragilidad no solo de la vida humana, sino también la de su entorno social y psicológico. Un hombre cualquiera atropellado un día cualquiera, una mujer que al recibir un reloj como regalo comienza realmente a envejecer y perder noción de la realidad, un tipo que decide confesar que tiene una amante cuando su llave parece no abrir la cerradura de su casa… son personajes tan comunes viviendo situaciones tan comunes que no parecen literarios, pero Arroyo los convierte en tales con su prosa directa y a ratos desentendida. La segunda sección, “Juegos florales”, está llena de personajes patéticos en una u otra medida: un anciano que se aferra a su pasado como atracción de feria, una mujer acostumbrada a los piropos que se obsesiona con no haber recibido uno por su cabello, un oficinista que provoca el caos en su trabajo por romper con las normas del uniforme, un hombre fascinado por un extraño ritual urbano que, por unos segundos, lo saca de su rutina… cada cuento es un mini estudio de personaje que nos brinda un vistazo a una vida marcada por el absurdo existencial, que de hecho parece tomar sentido únicamente durante el breve lapso en que es narrada. “Un demonio de la soledad”, la sección más extensa del libro, gira precisamente en torno al tema de la soledad, pero materializada en un elemento omnipresente en el día a día de muchísimas personas: el teléfono celular. Este enfoque es a la vez una virtud y un defecto, pues si bien resulta creativa la manera en que las narraciones indagan en cómo las personas se aíslan por el uso del aparato, tras unos cuantos relatos la temática se torna repetitiva. Máxime considerando que se trata de veintidós relatos y en todos aparece el tema de la comunicación telefónica, ya sea con el elemento del celular o con alguna otra variante. Con todo, el catálogo de personajes que Arroyo presenta en esa sección es tan cautivador como escalofriante: personas que llaman a números desconocidos con la esperanza de que nadie les conteste, que se compran celulares de juguete para de alguna manera sumarse a la masa de usuarios, que siguen llamando al número de su primera pareja para sentirse aún en esa época ya perdida, que se afanan por contestar incluso cuando un accidente de tránsito los acaba de dejar destrozados… es el afán por autenticar la existencia a través de la tecnología, de manifestarnos y estar ahí siempre que nos “necesiten”, de dar la cara y estar disponibles incluso cuando no podemos o no debemos. Por último, “Historia universal del microrrelato” es la sección más original de las cuatro. Los textos aquí se vuelven metanarrativos, metaliterarios, e incluyen fábulas, ejemplos, cuentos de hadas, cuadros, greguerías y hasta un microrrelato subtitulado como tal. Vemos ornitorrincos, reyes, diosas y hombres invisibles protagonizando todo tipo de situaciones, así como algunas situaciones insólitas (el cuento que cierra el volumen es un buen ejemplo) que no dejaran indiferente a quien lea. Desde un tipo que empapela la ciudad con carteles ofreciendo empleos falsos hasta una joven que sale de la ducha solo para encontrarse a su familia masacrada, los sucesos aquí no tienen más asidero que el de su propia lógica interna, por lo general indescifrable gracias a que el texto no deja mucho tiempo para reaccionar. El libro de Arroyo, como muchos compendios de textos breves, tiene la particularidad, que juega tanto a su favor como en su contra, de ser volátil: al no pasar más de unos cuantos segundos con cada texto, es posible que su impacto se diluya tras una primera lectura. No obstante, no son pocos los textos que resultan memorables ya sea por la originalidad de su resolución, por su insólita temática o por lo familiar que pueden resultar las actitudes obsesivas y alienantes de sus personajes. Usando y abusando de ciertos elementos, Plancton resulta una lectura amena y transparente, pero no por eso menos analítica y crítica de la realidad en que vivimos. Cuento: Plancton. Autor: Sergio Arroyo. Editorial: EUNED. Calificación: **** Por Juan Pablo Morales Trigueros jppmorales@gmail.com/Ilustración: Hector Gamboa.