Parroquia Ntra. Sra. de Lourdes. Salamanca. 2015 Domingo 6º del tiempo ordinario B. Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,40-45. 40En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. 41Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero: queda limpio. 42La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. 43El lo despidió, encargándole severamente: 44No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés. 45Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes. LAS OTRAS LECTURAS: Levítico 13,1-2.44-46 “¡Impuro,impuro!”. Sal 146,1-2. 3-4. 5-6: “Tú eres mi refugio”. Corintios 9,16-19. 22-23 “ “Todo en nombre de Dios”. “Seguid mi ejemplo como yo el de Cristo”. Para entender mejor Literalmente el texto de este domingo dice que se le acerca a Jesús un leproso. En la época de Jesús se consideraba como lepra a cualquier enfermedad de la piel medianamente visible: la lepra propiamente dicha, eccema, psoriasis, o cualquier enfermedad de la piel. El pobre “leproso” cargaba, por el hecho de serlo, con tres grandes dificultades que lo convertían en un marginado y un excluido por excelencia: 1.- La enfermedad en sí: molesta, desagradable, crónica, dolorosa y, en algunos casos, mortal. 2.- La expulsión de la familia y de la comunidad por motivos de contagio. Se obligaba a los enfermos de lepra a vivir fuera de las aldeas con algún cencerro o elemento sonante que indicara desde lejos su presencia para que nadie “sano” se acercara. 3.- La impureza ritual y religiosa que no le permitía rendir culto a Dios. La declaración de impureza ritual consideraba la lepra fruto del pecado. Por algún trasfondo religioso muy primitivo asociado a la superstición, se identificaba automática y fácilmente enfermedad-pecado como contrapuesto a salud-santidad. En definitiva el “leproso” se sentía rechazado por Dios, por su familia y por la comunidad. En este evangelio un enfermo de lepra se arrodilla ante Jesús y le dice que él sabe que puede sanarlo. Con humildad le pregunta si quiere hacerlo. El enfermo reconoce su impureza y, al mismo tiempo, la incapacidad humana y el poder de Dios. El Señor movido por su compasión extiende la mano y toca al enfermo diciéndole que queda sano. Es increíble que Jesús toque al leproso rompiendo todas las prescripciones de la ley (cfr. Cap. 13 del Lv. Primera lectura). Jesús deja que un impuro llegue hasta Él. El Señor “toca” al “intocable” y legalmente queda contaminado: “de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”, como los marginados. Es interesante constatar que Jesús envíe al leproso a los sacerdotes para ratificar la sanación. Con la misma autoridad que lo curó ahora lo envía para presentarse ante las autoridades religiosas como ordena la Ley. De esta forma el Señor manifiesta dos cosas: en primer lugar que tiene poder de curar a los enfermos incluso a los más “repugnantes”; y en segundo lugar que perciban cómo envía al leproso curado al sacerdote para que quede libre de la terrible exclusión a la que estaba sometido. A la luz de todo el relato podemos ver con claridad que, más que el milagro de curación en sí, lo que a Jesús le interesa, y el evangelista marca con claridad, es el cambio de situación religiosa de aquel que era considerado impuro. El leproso representa en definitiva a la humanidad alejada de Dios y en situación de impureza. “No se lo digas a nadie”: Puede llamar la atención la insistencia de Jesús, en este y en otros relatos de milagro relatados en Marcos, con respecto a la orden que da de no contar a nadie lo que ha sucedido. Esta “cuestión” ha sido llamada por los estudiosos de la Biblia como “secreto mesiánico”. Tiene por objeto dejar en claro qué tipo de mesianismo Jesús encarna: no se trata de un mesías político-social de tipo terreno que viene a liberar al pueblo del poder romano sino del mesías escatológico que viene a liberar al pueblo de todos los males. El mesianismo de Jesús no será de tipo glorioso, ni vendrá a restaurar la dinastía davídica nuevamente en la tierra; el mesianismo de Jesús es un mesianismo “sufriente” que pasa necesariamente por la cruz y el anonadamiento. Nos preguntamos: 1.- ¿Ante nuestras dificultades, acudimos con fe y confianza a Jesús como el leproso? 2.- ¿Reconocemos nuestras lepras que nos hacen sentir mal y nos apartan de Dios, de los demás y de la sociedad? 3.- ¿Qué implican para mí hoy las palabras de Jesús: ¡Sí quiero! ¡Queda sano!? 4.- ¿Me dejo “sanar”, “purificar”, “limpiar” por Jesús? 5.- ¿Cuento a mis amigos que Jesús me ha sanado una y mil veces a lo largo de mi vida? Oración En verdad es justo darte gracias, y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, en todos los momentos y circunstancias de la vida, en la salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor. Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado. Amén (Prefacio común VIII Buen samaritano) Señor tu puedes sanarme… Señor tu puede curarme… Señor tu puedes limpiarme… Señor tu puedes purificarme…