Camino a mis orígenes

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Camino a mis orígenes
Leandro Ingrao1
Es maravilloso lo que se puede experimentar viajando, sin importar el tipo de viaje,
porque siempre se viaja en búsqueda de algo, ya sea trabajo, placer, conocimiento
concreto o espiritual. Pero tiene un sentido especial cuando se trata del descubrimiento
de verdades, de nuestra propia existencia, de un epicentro afectivo, del encuentro con
uno mismo.
Todo viaje comienza desde el interior de uno y sale a flote por una insatisfacción,
incertidumbre o curiosidad; en mi caso: la instantánea muerte de mi padre; dejándome
un conocimiento de su persona inconcluso, plagándome de preguntas sin responder,
formando un todo testigo del viaje que les voy a relatar, el viaje a mis orígenes.
El paciente con infarto masivo del miocardio comienza por estar inquieto, angustiado,
aprensivo y se queja de intenso dolor retroesternal. Puede haber palidez, rasgos afilados,
ligera cianosis ungueal; frecuentemente existe diaforesis fría, náuseas, sialorrea y
bronco espasmo. La presión arterial suele ser muy baja. En la etapa aguda del infarto
puede auscultarse frote pericárdico y en su evolución, aparece un soplo sistólico
mesocárdico intenso, lo que sugiere ruptura del septum interventricular y del músculo
papilar con producción de insuficiencia mitral aguda, llevando al paciente a la muerte
repentina; diagnóstico del cardiólogo… pero el corazón de mi padre fue más que una
definición profesional, fue un amante infiel a su vida, como todo amante, peligroso,
seductor, voraz. Mi padre le fue siempre fiel a su corazón y éste lo traicionó, digamos
que fue un amor no correspondido, pero eso no importa, yo sigo admirando su grandeza,
su pasión por las cosas simples y por los afectos. Soy obsecuente a su principal
herencia, el nunca rendirse ante las adversidades de la vida.
Erupcionaron en mí preguntas sobre su persona, sus costumbres, sus menesteres. ¿Qué
es la nacionalidad? ¿Qué son nuestros orígenes? ¿Por qué la vida pega tan duro?
Nacionalidad: "Condición de pertenencia a un Estado por razón de nacimiento o
naturalización". "Vínculo jurídico de una persona con un Estado, que le atribuye la
condición de ciudadano de ese Estado en función del lugar en que ha nacido, de la
nacionalidad de sus padres o del hecho de habérsele concedido la naturalización".
Sinónimos: “ciudadanía, raza, origen, procedencia, naturaleza”.
Origen: “Principio, comienzo, punto temporal del que proviene algo. Lugar de
procedencia”.
Según la Real Academia Española queda clarísimo, pero ¿porque no puedo cambiar
estos conceptos?, quizás vincularlos, o por qué no, fusionarlos.
Son tantas cosas las que quiero compartir que me asalta esta especie de inseguridad en
mis argumentos, me queda sólo la sensación de saber que me queda algo por decir, a
pesar de mis autismos sentimentales. Creo que lo que se expresa escribiendo es muy
difícil volver a reproducirlo hablando, pido perdón, pero entre otras cosas soy humano
y entre otras cosas sufro la debilidad de ser vulnerable a lo que siento...
Embarcado en la laguna de los pensares zarpé un 18 de diciembre de 2007 hacia la
famosa Italia, cargando una valija llena de dudas, anécdotas y esperanzas de encontrar
aquello que buscaba. A las 7:30 a.m. del día siguiente estaba en el frío aeropuerto de
Roma, tiré el ancla por tres días con el fin de reforzar la parte histórica que tanto me
atrapa de mi querida Italia, con la valija a cuestas disfruté de las empedradas calles
pintadas de cultura y de su orgásmico arte culinario.
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Estudiante de la carrera de Contador Público.
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Pero el verdadero viaje todavía no había comenzado, aquel 21 de diciembre, cuando
me subí al boeing 737 rumbo a Palermo me di cuenta que era el fin del principio, me
temblaban las extremidades de solo pensar que era cada vez más tangible el momento
de conocer la tierra de mis orígenes: Sicilia. Empantanado de emociones, desperté de un
sueño y la ventanilla del avión fue como espiar por el ojo de la cerradura de mis
antepasados; el mar excitado al sentir mi llegada molía a golpes a las montañas,
víctimas de un sol que transformaba las nubes en coladores.
El momento esperado había llegado, me encontraba en suelo siciliano, opté por
recorrer Palermo, con la valija un poco más liviana, solo un poco; me alojé en el hotel
Regina, que para encontrarlo fue como ver una mancha color maceta, en la maceta. Pero
ni los látigos de mi cansancio me impidieron conocer la ciudad, alquilé un Fiat “Panda”
color azul, una especie de mini utilitario, y es ahí cuando todo se convirtió en una parte
de mí, éramos uno solo; el viaje, Sicilia, el auto y su ventanilla haciendo las veces de
mis ojos.
Palermo es como una Rosario europea, con sus universidades, su vida nocturna, su
belleza, sus miserias, su pasión por el fútbol, y hasta me atrevería a decir su gente. Un
día y medio fue suficiente para conocerla, el paso por la isla (Sicilia) se materializaba
cada vez más, el mapa me indicaba que la visita por esta isla tan bonita sería con forma
de U.
El próximo destino fue Trapani - Erice, tomando la autopista A29 hacia el oeste de
la isla, son unos 110 kilómetros. La ventanilla del auto no paraba de mostrarme
frondosas colinas verdes con cortes grisáceos, que bailaban al compás del mar, el sol me
daba una cálida bienvenida, cortando un poco el duro invierno que asomaba sus
primeros suspiros. De tanto en tanto, dichas colinas me abrían túneles para pasar por
dentro de ellas y sentir su aroma neutral; de repente, las nubes empezaron a masificarse
y luego de una curva pronunciada comencé a ver como la ciudad se extendía en una
sutil franja citadina, acompañada de un intenso mar. Había llegado a Trapani, una
ciudad triste, encerrada en si misma, denotando una belleza oculta que se dejaba ver
ante mis vidrios, provista de una mixtura arquitectónica de lo más extraña que combina
estilos románicos, barrocos, árabes, normandos y españoles.
Mis 13 años de lengua italiana se daban a entender a la perfección, motivo de una
sensación dispersa que comenzó a pegotearse, me asesoré con un clásico carnicero en la
esquina de Via Livio Bassi y Via Pasanetto. Efectivamente, Erice, el pueblo vecino,
quedaba tomando la ruta provincial trepando el monte San Giuliano, puerta de ingreso
a su conocimiento. Una pequeñez de 8.880 habitantes que no se sabe donde están y una
altura de 751 metros sobre el nivel del mar, se dejaba ver entremezclada con esa bruma,
que poco a poco se convirtió en neblina.
La leyenda cuenta que fue Erice, hijo de Afrodita, el que fundó la ciudad erigiendo un
templo dedicado a la madre. Construida mirando hacia arriba, desgastada de tantas
batallas contra los Galos, se mantiene impune de su misterio, acarreando una joven
historia desde el año 415 a.c.
La neblina se tornó peligrosamente insoportable, el frío comenzó a acechar, mis ansias
por conocer los parientes jamás vistos me subieron al auto y el Fiat “Panda” emprendió
su viaje al punto clave, al núcleo, el camino hacia Agrigento. Tomando la ruta
provincial SS115, bordeando el paradigmático mar Mediterráneo, son unos 180
kilómetros de un verde esmeralda, pixelado con escala de grises y marrones, para llegar
a Agrigento.
Pasando por otras rutas y autopistas, dejando atrás pueblos abandonados, castillos en
ruinas y bastos cultivos de vid, llegué a la capital de la provincia que lleva el mismo
nombre. La antigua Akragas, fundada el 582 a.c. sobre una meseta en la época de oro
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griega (hoy la ciudad de Agrigento), con una paradisíaca vista al mar Mediterráneo en la
costa suroeste de Sicilia. Se paró frente a mí, me invitó a conocerla y me contó su
historia tan rica como sus vinos, de raza greco-romana conserva su ambigüedad
paisajística a la perfección, transitar en suelos y templos construidos en el siglo V a.c. te
transporta en el tiempo, te minimiza de tal manera que te sentís no más que una piedra.
Abunda el estilo dórico, el color arena y una humedad que penetra en la historia misma.
Conmueve el solo pensar que esos santuarios fueron testigos del tránsito del paganismo
al cristianismo, de rituales orgiásticos, de batallas, colonizaciones y vejaciones;
acabando con la virginidad de una historia partícipe de la cuna de la civilización.
Pero el núcleo de mis orígenes estaba tan solo a 20 kilómetros, después de 2 días en la
antigua Agrigento, tomé la ruta SS 189 camino a la cuna de mis ancestros: Santa
Elisabetta, el pueblo natal de mi padre. Una vez más, la ventanilla, testigo ocular de
mis ojos, me mostraba ahora este minúsculo pueblo de 2.500 habitantes, cuyo gentilicio
es “Sabittises”. Doblando a la derecha de la entrada principal al pueblo, por la calle
Cinquecento, a cien metros de la pizzería Le Tre Árabe, me esperaba ansiosa una cálida
casa de rejas negras, de material blanco y tejas rojas, elevada en una pequeña colina se
posaba orgullosa frente al pueblo.
Para un mejor entendimiento es oportuno fotografiar una parte de mi árbol
genealógico, con los participantes de mi histología:
Mis abuelos: Don Alfonso Ingrao, casado con Anna Miliotto. Sus hijos: Francesca,
Rita, Esteban, José y Estanislao (mi padre). El Primo de mi abuelo: Don Giuseppe
Cassá, alias Pepe. Sus hijos: Enzo y Giovanni, alias Gianni.
El punto de encuentro fue en la casa de Giovanni, el hijo de Pepe, el único médico
clínico del pueblo; eran las 20:15 horas y allí me esperaban Él, su esposa Ana y
Giuseppe (con su boina que formaba parte de él, a tal punto que sin ella no era nadie);
un saludo como si fuesen mis tíos y el tradicional doble beso, rompieron el hielo que me
inmutaba. Pepe es un valiente hombrecito de 90 años que desde que llegué me trató
como un nieto directo, junto a Gianni no hicieron más que ratificar todos los relatos que
mi abuelo y mi padre habían implantado en mi cerebro.
Allá por 1940 mi abuelo Alfonso, perseguido por la barbarie de la mafia siciliana y la
imputabilidad de la Guerra, fue obligado a tocar fondo y exiliado hacia nuevos
horizontes en búsqueda de un bienestar para su tesoro más preciado, su familia.
El destino quiso que caiga en Argentina, más precisamente en Rosario; afrontando
todo tipo de obstáculos, peleó a muerte trabajos forzosos para poder alimentar a sus
seres queridos a pesar de los 11.124 kilómetros que los separaban, pero en Santa
Elisabetta se encontraba Pepe, el hermano por elección de mi abuelo. Aquel que se
encargó de ser tan padre de Enzo y Gianni, como de todos mis tíos y mi padre; así como
se lo ve, un sastre viudo de muy joven, triste por inercia, pequeño, cansado, soñador.
Perdido por perdido, Don Alfonso siguió remando contra la corriente inmigratoria que
lo acechaba, con sus olas de incomprensión y sus demás dificultades; hasta que un día
ganó por cansancio a las vayas de la injusticia y logró traer a Argentina a toda su
familia, para cuidarlos, educarlos y convertirlos en hombres y mujeres de bien, en
trabajadores galardonados con honores, en profesionales fabricantes de calzado, meras
costumbres italianas, en Argentina…
Pasamos Noche Buena y Navidad con 0 grados y 90 % de humedad, sensación que no
impidió disfrutar de dos gestos inconmensurables: Dejarme dormir en la casa donde
vivieron mis bisabuelos, una cálida residencia en un 2º piso entrando por una cortada de
60 cm. de ancho, atravesada por infinidad de sogas portando ropa lavada de la vecindad;
casa que Pepe conserva en perfecto estado, de la cual tuvo que marcharse por los
impedimentos de su vejez, según él, la causal de su austeridad de palabras. El otro
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gesto; llevarme a recorrer el pueblo y presentarme ante los vecinos y demás parientes,
contando mi historia, como un espejo derretido en el tiempo de aquella situación vivida
por mi abuelo en 1962 y por mi padre en el año 1978, cuando retornaron a su pueblo a
ver como estaban todos. Fue indescriptible lo que sentí al ver a esos vecinos
mostrándome el banco de la plaza donde se sentaban mi abuelo y mi padre los
domingos a las cinco de la tarde, como si conservaran un trozo del habano que se fumó
el Che Guevara después de dar el discurso en la Asamblea General de las Américas.
Dándome una tarde libre, para ser los ojos de mi padre por un tiempo, salí
nuevamente, pero esta vez solo, a inmortalizar el pueblo en 80 fotos. Momento sublime,
para guardar en la caja fuerte ochenta sentimientos diferentes.
El intercambio de culturas me pareció fascinante y eso me ayudó, a pesar de tanto
sentimiento por atar, a terminar de comprender a mi padre; esas costumbres particulares
que no entendía, esa efervescencia, esa pasión, esa tenacidad, esa terquedad, esas ansias
de libertad, esa humildad…Sí, así fue, con todo lo que ello implica finalicé un tema por
demás de importante, el conocimiento definitivo de mi padre.
Gianni y su esposa pusieron fin a mi visita con unas pastas al dente inmersas en una
salsa roja, furiosa en su pimienta, y un rugido de copas de vino para celebrar semejante
encuentro, el de dos mundos, el de un salto en el tiempo. Al salir de la casa de Gianni,
se me acercó Pepe muy sonriente y me dio una porción de tierra siciliana para
acompañar a mi padre en su tumba, para culminar con un descanso en paz, definitivo,
como marco final de lo que fue Estanislao Ingrao, una mezcla de tierra italiana y
argentina; actitud que significó un sello de honor y muestra de que los afectos no se
corrompen con el tiempo, ni con la distancia, ni con el avance de las generaciones…
Sumergido en un océano de lágrimas me fui, sin más que saludar afectuosamente y
por siempre. Los vidrios del auto subían como pasando a la página siguiente de este
fascinante libro que no era más que mi simple vida. Para sellar tamaña experiencia,
luego de unos kilómetros me detuve a un costado del camino a escribir una carta final
para leerla en la misa que haríamos, a mi regreso, por la muerte de mi padre; palabras
que solamente describieron el final del entendimiento, la gratitud y la felicidad colmada
de tristeza.
Pisando el acelerador, me quedaban 140 kilómetros para escuchar mi música, disfrutar
de semejante regalo de mis antepasados y callar la escarcha de mis penas. Tomé
entonces la ruta SS115 a la par del Mediterráneo hacia mi siguiente destino en Sicilia:
Ragusa, la capital de la provincia homónima, al sureste de la isla, construida sobre una
colina de piedra caliza entre dos valles, San Leonardo y Santa Domenica. El barroco
tardío refleja las ruinas de una conquista exitosa, vaya que los griegos fueron poderosos,
no se puede pensar en otra cosa. Solemnes iglesias, comerciantes que han perdido el
tacto en otra vida y feligreses dispuestos a venerar su conciencia.
Un pálido 29 de diciembre me propuse continuar con mi camino para conocer
Siracusa, la prima hermana de Ragusa, tan solo a 25 kilómetros la pude encontrar.
Barroca a simple vista, más rica en cultura que su prima, colonia griega fundada en 734
a.c. por Arquías, con un hipnótico anfiteatro preparado para 15000 personas que te deja
perplejo. Con lagos, playas y reservas ecológicas que la rejuvenecen, con el aditamento
del puente Umberto I que te tele-transporta a la Isola Ortigia, otra mini ciudad a su
costado, por la calle Giacomo te conduce al Castello Maniace, un fuerte construido en el
año 1038 que te corta la respiración, te hace creer Kirk Douglas en “Espartaco”.
Provisto de piedras rosas y blancas te suma adrenalina y te invita a conocer su faro,
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rodeado por donde mires de un mar Mediterráneo cada vez más turquesa, pendiente de
cómo lo maquille el sol.
Cumplir un sueño que se tiene desde pequeño sobrepasa los límites de cualquier acto
imaginativo, corrompe impune a cualquier palabra; hacer un suspiro bien hondo con
parches de silencio es la mejor forma de describirlo, de sentirlo, ¿para qué más?
Así fue como el 30 de diciembre de 2007, después de una ruta SS114 tan lluviosa que
no me dejó ver nada a través de mis retinas con alzacristales, empañadas en su
cansancio, me digné solamente a conducir. A las 13 horas estaba instalado en el hotel
Villa Chiara de Taormina, la penúltima ciudad de la isla, el trazo de la U iba llegando a
su fin. Dejando de lado mis sentimientos por un momento, es mi obligación reconocer
que Taormina es la ciudad más linda de Sicilia; se encuentra a media altura, entre
Giardini Naxos (a orillas del mar) y por encima en la cúspide de la colina,
custodiándola, aparece Castelmola (un castillo empedrado tenido de gris). Formando así
una única ciudad, para mí gusto, que rebalsa simpatía, estrechez, calidez y soberbia. La
ciudad se presenta con un centro comercial de calles plácidas, otoñales, con escaleras
que la atraviesan como espadas, y un anfiteatro que te eriza la piel.
Extraño fue terminar el año solo, añorando a los que deje atrás, acariciado por
lágrimas que moldeaban mi cara, brindando vasos de penas con desconocidos que
aceleraban el trayecto de la copa hacia mi boca. Me sentí tan admirado, fue cuando
decidí interactuar con humanos, era una pareja de Genova que se alojaba en Taormina
para pasar fin de año; juntos construimos una rica conversación, como prueba de que los
kilómetros recorridos fueron gestores de una nueva historia, digna de contar a mi
mismo.
Quedaba el último paso, los últimos 45 kilómetros que ponían fin a la U, trazando el
camino recorrido con la birome así se veía en el mapa. La odisea estaba completa, la
visita a la isla culminaba con Messina. Poco tengo para contar de esta ciudad, solo
destacar su inmenso puerto y sus avenidas; más aún cuando tuve que dejar una parte de
mí, era el fin del viaje en auto. Un 2 de enero de 2008 tomé fuerzas y entregué el Fiat
Panda que había alquilado; era mi coraza azul metalizada y ya no estaba, no tenía más
sus vidrios protectores de aquello que no quería ver.
Otra página se asomaba, más bien otro capítulo, era hora de ponerme el traje de turista
y empezar a disfrutar más. Mi mirada se iba a ver reflejada en la ventanilla de un
peculiar viaje en tren, un tren que se monta en un ferry, atraviesa las aguas del estrecho
de Messina y desembarca en Calabria, despachando a dicho tren como por cinta
transportadora de Ford y golpeándome fuerte en el pecho para que reaccione, mi paso
por Sicilia había quedado atrás. Como dije antes comenzaba otro viaje, uno más
placentero, más banal, tan presumido que quizás lo relate en otra oportunidad, quizás en
otra vida, solo vale comentar mi ruta: Florencia – Pisa – Cinque Terre – Milán –
Venecia; Italia estaba completa de punta a punta.
Analizando muy adentro mío esta relación esotérica y mutualista con una Isla llamada
Sicilia, puedo dilucidar que este viaje, observado a través de una simple ventanilla de un
simple auto, me dio fuerzas para cambiar el concepto de nacionalidad, la cual deduje
como una sensación de pertenencia dada por los orígenes. Podemos ser residentes de
una ciudad, ciudadanos de una Nación, patriotas si se quiere; pero la verdadera
nacionalidad es la que se lleva bien adentro, es la que heredamos de nuestros
antepasados, la sentimental. Así como nuestros orígenes son un conjunto de elementos
compuesto por la familia (en todo su eje temporal), la tierra natal y su cultura; formando
un estado propio, un sistema integrado. Fundamentados en la hipótesis de la vivencia, es
irrefutable como estos dos conceptos (origen y nacionalidad) se funden entre sí.
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De más no esta decir que esta experiencia me hizo crecer como persona, pero me
convirtió en ciudadano de un lugar al cual no se cómo llegar, vacío que a veces me
abduce; de todos modos me hizo partícipe de una paz interior que no he sabido
canalizar.
Al regresar comprendí que el valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino
en la intensidad con que se viven. Por eso existen momentos inolvidables, como éste
viaje.
Para qué poner sal a mis heridas si al fin y al cabo, la verdadera eternidad es la de las
personas que siguen acá y te llevan en el corazón, te recuerdan y te transmiten a sus
generaciones.
Con el viaje aprendí que la vida es corta pero ancha, que para encontrarse primero
hay que perderse, y comprobé que cada uno responde a esto con su propia historia.
Todo lo que pretendo plasmar cobra sentido por si solo; es así como este viaje
apareció, fue y será como la vida misma lo es, “un destino inevitable”, es así como
necesitamos buscar y conocer nuestra historia. Es así como esa necesidad se convierte
en demanda, para la cual, tuve que huir de mí mismo, enfrentándome a una nueva
realidad, que me permitió volver a mí mismo y darle un sentido nuevo a mi existencia…
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