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VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO
grandes animales abundaban durante esas épocas terciarias, porque hemos encontrado los restos de gran
número de siglos quizá, acumulados en ciertos lugares;
pero no creo q u e hubiera entonces mayor número de
grandes cuadrúpedos que hay actualmente en el África meridional. E n fin, si queremos dejar establecido en
qué estado se hallaba la vegetación durante aquellas
épocas, examinando la q u e existe actualmente, y viendo sobre todo el estado de cosas en el Cabo de Buena
Esperanza, debemos llegar a la conclusión de que una
vegetación extraordinariamente abundante no constituye una condición indispensable en absoluto.
Sabemos (1) q u e en las regiones del extremo Norte
de la América septentrional, muchos grados más allá
del límite donde el subsuelo está perpetuamente helado a la profundidad de muchos pies, crecen grandes
árboles y existen selvas. E n Siberia (2) se encuentran
también bosques de olmos, abetos, álamos y alerces, a
una latitud (64 ) en q u e la temperatura media del aire
está bajo cero y donde la tierra está tan completamente helada que el cadáver de un animal enterrado se
conserva perfectamente. Estos hechos permiten establecer que, teniendo sólo en cuenta la cantidad de v e getación, los grandes cuadrúpedos de la época terciaria más reciente han p o d i d o v i v i r en la mayor parte
de Europa y de Asia septentrionales, allí donde hoy
en día se encuentran sus restos. N o hablo aquí de la
cantidad de vegetación q u e les es necesaria, porque,
habiéndose producido cambios físicos y desaparecido
esas razas de animales, podemos suponer también que
las especies de plantas han podido cambiar.
Añadiré que tales observaciones se aplican directamente a los animales de la Siberia que han sido encontrados en el hielo en perfecto estado de conservación. La convicción de q u e faltaba absolutamente una
vegetación q u e poseyese todos los caracteres de la tropical para asegurar la subsistencia de tan grandes animales, la imposibilidad de conciliar esta opinión con la
proximidad de los hielos perpetuos, han sido una de
las principales causas de las numerosas teorías imaginadas para explicar que quedaran sepultados en los hielos, luego de revoluciones climatéricas súbitas iy de espantosas catástrofes. S e g ú n eso, no m e hallaría m u y
lejos de suponer que el clima no ha variado desde la
época en que v i v í a n esos animales, h o y sepultados en
los hielos. Sea como fuere, todo lo q u e me propongo
demostrar actualmente es que, en lo que concierne sólo
a la cantidad de alimentos, los antiguos
rinocerontes
hubieran podido subsistir en las estepas de la Siberia
central (las partes septentrionales, probablemente se
encontraban en aquel entonces cubiertas por las aguas),
admitiendo q u e esas estepas estuvieran en aquella época en igual estado que hoy, del mismo modo q u e los
rinocerontes y los elefantes actuales subsisten en los
¡tarros (llanuras) del África meridional.
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(1) Véase Zoológica! Remarks to Capt. Back's
Expedition,
por el doctor Richardson. Este d i c e : «El subsuelo, al Norte
de los 5 6 de latitud N . está perpetuamente helado; el deshielo, en la costa, no penetra más allá de 3 pies, y en Bear
Lake, a los 6 4 de latitud N . , alrededor de 20 pulgadas. El
subsuelo helado no aniquila la vegetación, porque a poca
distancia de la costa crecen en la superficie magníficas selvas.
(2) Véase Humboldt, Fragmentos asiáticos, pág. 3 8 6 ; Barton, Geography of Plants y Malte Bruh. En esta última obra
se dice que el límite extremo del crecimiento de los árboles
en Siberia se encuentra a los 7 0 de latitud.
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V o y a describir ahora las costumbres de las aves
más interesantes y más comunes en las silvestres llanuras de la Patagonia septentrional; me ocuparé ante
todo de la mayor de todas ellas, el avestruz de A m é rica meridional. T o d o el mundo conoce las costumbres
ordinarias del avestruz. Estas aves se alimentan de materias vegetales, como hierbas y raíces; sin embargo,
en Bahía Blanca, he visto m u y a menudo cómo tres o
cuatro de ellos descendían durante la marea baja a orillas del mar y exploraban los grandes montones de
barro, en aquellos momentos en seco, con el objeto,
según dicen los gauchos, de buscar pececitos para comérselos. A u n cuando el avestruz sea por costumbre
m u y tímido, muy desconfiado y m u y solitario; aunque
corre con extremada rapidez, los indios o gauchos,
provistos de sus boleadoras, se apoderan d e ellos fácilmente. Cuando muchos jinetes hacen su aparición dispuestos en semicírculo, los avestruces se turban y no
saben por qué lado escapar; de ordinario prefieren correr contra el v i e n t o ; extienden sus alas al tomar impulso, y semejan un navio que iza sus velas. Cierto
día m u y caluroso, v i entrar a muchos avestruces en un
pantano cubierto de juncos m u y altos; allí permanecieron escondidos hasta que estuve m u y cerca de ellos.
N o es cosa m u y sabida ordinariamente q u e los avestruces se lanzan con facilidad al agua. M r . K i n g me
comunica que en la bahía de San Blas y en Puerto
Valdés, en Patagonia, ha visto a menudo cómo pasaban a nado esas aves de una isla a otra. Se metían en
el agua así que se veían perseguidas en forma que no
les quedara otro lugar de retirada; pero también entran en el agua gustosas, por su v o l u n t a d ; atraviesan
a nado una distancia de unos 200 metros. Cuando nadan, no se v e por encima del agua más que una pequeñísima parte d e su cuerpo; extienden el cuello algo
hacia delante y avanzan m u y lentamente. Por dos
veces he visto atravesar el Santa Cruz a nado por los
avestruces en un lugar donde el río tiene unos 400
metros de ancho y la corriente es muy rápida. E l capitán Sturt ( 1 ) , descendiendo por el Murrumbidge, en
Australia, vio a dos emús nadando.
Los habitantes del país distinguen fácilmente, incluso a gran distancia, el macho de la hembra. E l primero
es más grande y tiene los colores más obscuros (2) y
la cabeza más desarrollada. Sólo el avestruz macho,
según creo, deja oír un grito singular, grave, silbante;
la primera vez que oí ese grito me encontraba en medio de algunos montículos de arena y lo atribuí a algún animal feroz, porque es de tal naturaleza que no
se puede decir de dónde proviene ni de q u é distancia.
Mientras nos hallábamos en Bahía Blanca, durante los
meses de septiembre y de octubre, encontré un gran
número de huevos repartidos por todas partes en la
superficie del suelo. E n muchos casos se les encuentra
aislados aquí y allá; en tal caso los avestruces no los
incuban y los españoles les dan el nombre de huachos; o bien se encuentran reunidos en pequeñas
excavaciones que constituyen el nido. H e tenido ocasión de ver cuatro n i d o s : tres conteniendo veintidós
huevos cada uno y el cuarto veintisiete. E n un solo
día de caza a caballo encontré setenta y cuatro huevos,
(1) Sturt, Travels, vol. II, pág. 74.
(2) U n gaucho me ha asegurado haber visto un día una
variedad tan blanca como la nieve, un avestruz albino, y
añadió que era un a v e magnífica.
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