CIUDADANÍA DE LAS MUJERES EN MÉXICO:PROCESO EN CONSTRUCCIÓN S. L. Ossesa, M. Barquet M. b a Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de México, México, D.F., ossesrivera@yahoo.com.mx b Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer – Colegio de México, México, D.F. mbarquet@colmex.mx 1. INTRODUCCIÓN En el desarrollo histórico de las teorías feministas en relación con la teoría política se han dado valiosos pasos que, en gran medida prefiguran las sociedades contemporáneas, al menos formalmente, libres e igualitarias. Sin embargo, los interrogantes sobre la verdadera inserción de las mujeres en condiciones no sólo diferentes sino todavía subordinadas, oprimidas o explotadas a los sistemas democráticos, siguen esperando explicaciones convincentes y totales. Si bien el asunto del género en conexión con la democracia y en específico con la ciudadanía se ha centrado principalmente en el ámbito práctico y estratégico de la inclusión de las mujeres en las jerarquías de lo público, es vital recentrarse en las ciudadanas en general. Por ello, en este artículo pretendemos indagar sobre los rasgos de una forma de ciudadanía propia de las mujeres, o dicho de otra manera, sobre maneras de ser ciudadanas, orientadas por valores cercanos a lo socialmente atribuido como característica de lo femenino y que esa particular ciudadanía podría ser comprendida en los espacios de debate de las políticas públicas e integrada a los procesos de institucionalización, procesos nodales de la gobernabilidad democrática. 2. VALORES DEMOCRÁTICOS, VIRTUDES PÚBLICAS Los valores democráticos constituyen una cultura que supera el ámbito de la política. En tanto cultura involucra formas de vida que implican la vinculación a instituciones, la adopción de reglas y la apropiación de valores democráticos. En los últimos diez años instituciones públicas y privadas preocupadas por el desarrollo del modelo democrático en el mundo han generado instrumentos con el fin de obtener datos que aporten elementos de análisis para conocer comportamientos, prácticas, percepciones, opiniones, tendencias de cambio entre ciudadanos de regímenes democráticos. En México también se han aplicado instrumentos de este tipo, dentro de los que se destaca La Encuesta de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas - ENCUP de la Segob que constituye la fuente empírica de este trabajo. Hablar de valores implica centrarse en el ámbito de la cultura, y en este caso, nos interesa la cultura política y más específicamente la cultura democrática.Es decir, el sustento ético de una forma de régimen que se fundamenta en determinados valores. Aunque existen controversias al respecto del peso verdadero y la influencia real de los valores en el desarrollo de regímenes democráticos, lo que sí es un consenso es la idea de que la democracia está basada en la libertad y la igualdad. Como lo afirma el filósofo Norbert Bilbeny “La democracia es el testimonio de la primacía de la ética sobre la política, y en ésta de la sabiduría sobre el absurdo o la estupidez”1. En este mismo sentido sustenta Camps su propuesta añadiendo la justicia como imperativo: “La justicia –los derechos de la igualdad y la libertad- es ese telos o fin último hacia el que debería tender la sociedad democrática y no puede reducirse a una cualidad o modo de ser de los individuos”2. Aunque de ninguna manera nos pronunciaríamos por la pertinencia de hablar de distintas éticas o sustento diferencial de la misma para mujeres y hombres bajo consideraciones esencialistas, sí pensamos que éste aparentemente sencillo marco nos acerca a algunas de las prácticas que la cultura ha identificado con comportamientos o habilidades asignadas y reproducidas desde el mundo ciertamente más cercano a las mujeres, desde el que se pueden hacer aportes importantes a la construcción de la ciudadanía en nuestro mundo actual. Es necesario, por tanto, reflexionar sobre las conductas de las mexicanas frente a estos valores necesarios de la democracia. 2.1. LA SOLIDARIDAD Hablar de solidaridad es hablar de reciprocidad, este valor se gesta en una tensión contínua entre los intereses del individuo y la colectividad. Según Camps, se trata de un valor vecino a la justicia, pero que no la constituye. La falta de solidaridad revierte en deficiente vida pública, en capital social mermado, en desconfianza recíproca entre actores sociales y entre gobierno y sociedad. La ley es general la solidaridad, en cambio, atiende a un contrato de cooperación en la producción de voluntad general. Implica el reconocer diferencias (raza, sexo, religión, edad,…), sin abdicar del nosotros. Según los datos arrojados por la ENCUP, más de la mitad de las mujeres mexicanas piensan que la mayoría de personas son solidarias y esto se ve expresado en prácticas como el hecho de haber realizado, en algún momento, acciones como donar dinero a la cruz roja, auxiliar a un desconocido, donar cosas en caso de desastre o participar como voluntario en actividades que benefician la comunidad. En contraste, un bajo porcentaje de mujeres piensa que la mayoría de la gente frecuentemente ayuda a los demás y muy por el contrario, se preocupan sólo por sí mismas. Lo cual repercute en la baja confianza en las demás personas. Son críticas con los demás, muestran desconfianza juzgan el egoísmo ajeno. (Gráfica 1) Gráfica 1 Contradicciones de la participación política de las mexicanas La mayoría de personas Ayuda a los demás 23% La mayoría de las personas son solidarias Sólo se preocupa por sí misma 70% Otras 7% En parte o totalmente de acuerdo 58% Otras respuestas 42% ¿Qué tanto puede confiar en las demás personas? Otros 22% Fuente: Cálculos y gráficos realizados a partir de datos de la ENCUP 2003 Poco y nada 78% Igualmente, las mujeres están de acuerdo con la idea de que si uno no se cuida a sí mismo, la gente se aprovechará y son más las mujeres que los hombres (5 puntos porcentuales) en desacuerdo con la afirmación de que las personas se deben en primer lugar a su comunidad, respuesta que contradice la literatura en el sentido de que las mujeres se ubican en una mayor afección y confianza por los asuntos y actores comunitarios. A este respecto pensamos que la formulación de algunas preguntas en la ENCUP podría estar dando más bien la idea de una normatividad individualista frente a la que las mujeres podrían manifestar un rechazo, como se observa en los ejemplos anteriores, en contraste con preguntas que incorporan una visión más colectiva, como si las personas se deben en primer lugar a su comunidad contestada por 46.4% afirmativamente, o el 57% que dice platicar con sus vecinos y amigos sobre los problemas de la comunidad. Lo dejamos como sugerencia de una posible explicación alternativa. (Gráfica 2). Gráfica 2 Contradicciones de la participación política de las mexicanas Las personas se deben en primer lugar a la comunidad En desacuerdo 46% En parte o totalmente de acuerdo 46% Si uno no se cuida a sí mismo la gente se aprovechará En parte o totalmente de acuerdo 89% Otras respuestas 11% Otras 8% Fuente:Cálculos y gráficos realizados a partir de datos de la ENCUP 2003 Por otra parte, excepto por el hecho de organizarse con otros afectados (37%) o quejarse frente a las autoridades (30%), pocas actividades o reclamos públicos han sido usados por las mujeres, en una forma bastante clara de expresión política de una ciudadana limitada. Sin embargo, en la pregunta sobre si “Después de esperar un año que el gobierno les llevara agua, los habitantes de un pueblo bloquearon la carretera por varios días en protesta ¿aprueba o desaprueba este procedimiento?”, 62% de las mujeres lo aprueban total o parcialmente en proporción mayor a los hombres, lo cual llama la atención sobre la priorización de elementos de participación que son captados por las mujeres como elemento central de su cotidianidad, pero que además son desdeñados en espacios de la política tradicional frente a aspectos que permanecen alejados de la vida diaria de los ciudadanos. Así mismo, quedan interrogantes sobre ámbitos públicos en los que la mujer participa sin concebir como políticos tal vez porque se encuentran ligados a su actividad cotidiana y no se relacionan con el sentido de “exterioridad” con que se asocia la política. En un trabajo coordinado por el IFE, Meyenberg y Flores idetnficaron través de la generación de un indicador, que las mujeres manifiestan actitudes democráticas a niveles más altos que los hombres en espacios que se encuentran fuera del ámbito político, y esto es aún más significativo si se tiene en cuenta que en estos espacios los valores están más asociados a prácticas cotidianas, mientras que en el espacio político se hace mayor referencia a “valores democráticos, en tanto que valores proclamados, esto es, como prescripciones normativas, no necesariamente internalizadas”3. Tal como lo expresamos antes, la falta solidaridad afecta directamente aspectos claves de la construcción democrática como la generación de capital social y los lazos de confianza que determinan la relación entre los actores sociales y de ellos con el gobierno. Putnam define el capital social “como un conjunto de asociaciones horizontales, como el tejido de redes de compromiso cívico y el conjunto de normas a él asociadas que afectan la productividad social de la comunidad”4. En esta perspectiva, también se revela otra arista problemática, la del debate de los espacios público y privado, en tanto implican connotaciones e imponen límites a las condiciones de posibilidad de la inserción de las mujeres en el campo de lo teóricamente concebido como político. A la pregunta de si alguna vez ha formado parte de cierta organización, las de tipo religioso (28.5% frente a 24.2% de hombres) y las relacionadas con la vida del entorno inmediato como organizaciones de vecinos, colonos o condóminos (22.9% para hombres y 16.6% para las mujeres) son las que tienen mayor respuesta afirmativa. Mientras que las que se ubican en la esfera de lo público-político como los sindicatos o los partidos políticos tan sólo llegan al 9% y 9.6% respectivamente en el caso de las mujeres, en proporción aún menor que el ya de por sí bajo 22% y 15.4% de los hombres. Estos datos nos remiten a un déficit de participación muy asociado a la percepción de dificultad para organizarse de ciudadanas y ciudadanos. La participación se vincula directamente a la relación de la mujer con los espacios más próximos a su vida cotidiana y esto a su vez, se traduce en los niveles de confianza que ellas tienen en actores e instituciones. Las mujeres confían más en maestros, iglesia y médicos, calificados mayoritariamente en el rango de 8 a 10 (en escala de 1 a 10), que en los partidos políticos, la policía y los sindicatos cuyos picos se encuentran en el rango de 5 a 7. Consistente con lo que venimos expresando, su confianza sube en aspectos más relacionados con la vida diaria y el bienestar de la familia -“sus” obligaciones- como la educación y la salud. En este aspecto cabe destacar que, al igual que los hombres, las mujeres muestran más afección hacia las organizaciones de salud y educación del sector público que en las del sector privado. No obstante, predominan los ámbitos “estrechos” de confianza (p.e., la familia), que no son precisamente los espacios privilegiados de la democracia, en contraste con una percepción pesimista o crítica frente al gobierno y las demás personas, bases de la gobernabilidad democrática y el capital social. 2.2. LA RESPONSABILIDAD Este tema, indudablemente, refiere al compromiso y la responsabilidad con el conocimiento y ejercicio de derechos pero también de las obligaciones que como ciudadanas/os estaríamos comprometidos a defender pero también a exigir de los demás. Sólo el ser libre puede ser responsable; de otra manera estaría simplemente cumpliendo con ordenamientos impuestos. En este aspecto, se nota una firme convicción de que la responsabilidad es parte fundamental de la construcción democrática. Para el 48.2% de las mujeres ser ciudadana significa tener derechos y obligaciones, por sobre opciones como el poder votar o tener mayoría de edad (aunque son más mujeres que hombres en la opción “mecánica” de votar). Así mismo, es alto el porcentaje de mujeres que responde sí y sí en parte, a la pregunta de si a la gente le toca o no hacer algo respecto a los problemas que trata de resolver el gobierno. Los derechos implican correlatos de responsabilidades y esta exigencia de responsabilidades supone, a su vez, compromisos e identidades claros que nos remiten a la necesidad de respuestas proactivas frente a problemáticas públicas y/o comunes. Al indagar sobre la frecuencia con que se platica con vecinos y amigos sobre problemas que atañen a la comunidad, el 18.4% de las mujeres responde que frecuentemente con respecto a un 26% de los hombres. Y a la pregunta sobre si existe algún problema en la comunidad que interese ayudar a resolver el 50% de las mujeres responden afirmativamente, frente al 57% de los hombres. A pesar de ser un dato positivo, se advierte una diferencia de más de 7 puntos porcentuales entre hombres y mujeres. Además, podría leerse como una inconsistencia la relación de estas respuestas con las que se brindan a la petición que se hace en la encuesta de identificar un problema de la comunidad que pueda solucionarse con ayuda de los ciudadanos. Aquí, llama la atención el NS/NC de quienes ignoran los problemas de su comunidad para cuya resolución podrían organizarse (46% mujeres y 39.8% hombres). Se trata de las paradojas de los valores y actitudes democráticas que son similares entre hombres y mujeres, pero al tiempo develan particularidades que ameritan ser estudiadas y explicadas en función de las pequeñas pero consistentes distancias de opinión y acción. Las mujeres mexicanas piensan... 81% que a la gente le toca hacer algo sobre los ...pero... problemas que trata de resolver el gobierno 49.5% que en su comunidad hay un problema ...pero... que le interesa resolver Fuente: ENCUP 2003 57% que los ciudadanos pueden influir poco o nada en las decisiones del gobierno 79.2% nunca o sólo algunas veces platica sobre los problemas de su comunidad con los vecinos. La responsabilidad tiene que ver irremediablemente con la autonomía del individuo así como con su capacidad de comprometerse consigo mismo y sobretodo con otros, lo cual implica hacerse cargo de sus acciones. “Esa relación de compromiso, de expectativas o exigencias hace que la responsabilidad sea una actitud esencialmente dialógica. Finalmente, sólo son autónomos aquellos seres que son capaces de valerse por sí mismos a ciertos efectos, que pueden tomar decisiones, que ostentan un cierto poder y, en consecuencia, algún tipo de autoridad”5. De esta manera, podemos entender en esta conexión, que Camps llama dialógica, una sustentación del sentido de la legalidad como una forma de responsabilidad. La legalidad implica autoridad y compromiso en una actitud dialógica que permita la asunción de normas que formalizan, o institucionalizan, para decirlo en términos de gobernabilidad, la interacción del gobierno con la sociedad. Un buen gobierno ha de tener respaldo en esa forma de responsabilidad que conocemos como legalidad y se resume en el respeto a la ley por parte de los ciudadanos, en la credibilidad que surge del compromiso mutuo. Sin embargo, en México el 60% tanto de los hombres como de las mujeres consideran que las leyes se aplican para el beneficio de unos cuantos, de unos cuantos con poder. En la pregunta: “¿En su experiencia, las leyes en México se usan: para buscar la justicia, como pretexto para cometer arbitrariedades, para defender los intereses de la sociedad, para defender los intereses de la gente con poder?” se completa la imagen anterior, con los datos de un 52 y 53% de mujeres y hombres respectivamente, que tienen una mirada negativa sobre la aplicación de las leyes en tanto, favorecen arbitrariedades y defienden los intereses de la gente con poder, frente a un 39 y 40% de una percepción positiva. En este caso, las mujeres duplican el NS de los hombres. Frente a la ley que parece injusta las mujeres presentan una actitud de mayor aceptación: “obedecer” (24.6%) y un alto NS (casi 8%), mientras que los hombres manifiestan actitudes más proactivas, en el sentido de obedecer la ley pero intentar cambiarla o ampararse. En este punto, los hombres tendrían una actitud aparentemente de mayor responsabilidad y compromiso frente a las mujeres que parecen privilegiar en este caso la autoridad como valor. De nuevo, sobre la sugerencia de Victoria Camps de “cambiar de signo” aquellas virtudes confiscadas por la subordinación histórica de la mujer, cabría preguntarse si esto se trata de un déficit o mejor de una capacidad de la mujer para actuar de forma más responsable ante la ley. 2.3.LA TOLERANCIA Virtud indiscutible de la democracia que implica hoy en día, sin lugar a dudas, libertad de conciencia y de expresión, libertad de pensamiento y sentimiento, de gustos y fines, libertad de reunión y asociación, el respeto a los demás, a la pluralidad y la igualdad, a creencias y opiniones ajenas. La tolerancia es un signo de estos tiempos, evidencia de la heterogeneidad posmoderna. En la época de las comunicaciones es lógico que el pluralismo se acentúe y que la tolerancia se consolide y se acreciente, dice Camps, pero ¿lo podemos constatar en nuestras ciudadanas y ciudadanos?.Si nos remitimos a la respuesta ante la posibilidad de permitir salir en un medio masivo a alguien que piensa diferente, se trata de una situación alarmante: el 47% de las mujeres y el 41% de los hombres se encuentran en desacuerdo con que alguien que piensa distinto salga en televisión. Los obvios límites de la democracia –como sistema imperfecto o en posible perfeccionamiento permanente- pueden llevarnos a pensar en condiciones de tolerancia parcial, uno de cuyos casos sería la razonable intolerancia frente a lo concebido como injusto o erróneo. Pero en este punto el factor ético es determinante, pues quién y cómo se determinan los límites de lo correcto, lo verdadero, lo justo. Es aquí donde el debate de las virtudes cívicas debe tomar relevancia. Por otra parte, en el caso de permitir la intervención en política de diversos actores sociales como muestra de tolerancia, las mujeres se muestran mayoritariamente reacias a la participación de los sacerdotes y de los militares en política, siendo que ambas categorías de sujetos son los más apreciados por ellas, en la convicción, posiblemente, de que el espacio de la política no es el adecuado para los sujetos sociales más apreciados. Uno de los planteamientos interesantes a los que aquí se alude se refiere a la libertad de conciencia y de estilos de vida, como consecuencia inmediata de las teorías modernas sobre la tolerancia. Y a esto sí parecen responder las mujeres encuestadas, a pesar del conservadurismo con el que por lo general son calificadas. Esto se evidencia en su proclividad a que grupos como las propias mujeres, los jóvenes, y los indígenas participen en política, lo que habla de una tendencia favorable a la inclusión. No obstante, llama la atención la existencia de un 15% de las encuestadas que no están de acuerdo con que las propias mujeres participen en política. De nuevo, surge la pregunta de a qué tipo valoración responde esta paradoja, quizás una explicación puede encontrarse en el factor volitivo que prioriza otro tipo de opciones más acordes con los valores de las mujeres frente a la hostilidad o la exigencia de los espacios políticos. V. Camps identifica la paradoja y afirma “... hoy por hoy parece indiscutible: que la mujer no ambiciona el poder con mayúscula, el político. Lo acepta si se lo ofrecen, pero se resiste a buscarlo. Por lo menos, no lo busca con la insistencia y el tesón con que lo hace su contrincante masculino. ¿Por qué razón? Por una suerte de escepticismo y hastío respecto a las ventajas de todo aquello que exige “dedicación exclusiva” o que demanda una cierta voluntad de servicio. Porque quien tiene algún poder ha de renunciar a muchas otras cosas, y las mujeres no acaban de estar dispuestas a ello”6. BIBLIOGRAFÍA CITADA 1. N. Bilbeny, Democracia para la diversidad, Editorial Ariel, Barcelona, 1999, pp. 36 2. V. Camps, Virtudes públicas, Espasa-Calpe, Madrid, 1990, pp. 31 3. Y. Meyenberg y J. Flores, Encuesta Nacional Ciudadanos y cultura de la democracia. Reglas instituciones y valores de la democracia, México IFE- IISUNAM, 2000, p.p. 12. 4. R. Putnam en Rabotnikof, Nora, “La caracterización de la sociedad civil: Perspectiva de los bancos multilaterales de desarrollo”, Perfiles Latinoamericanos 15, FLACSO, México, 1999, pp. 27-46 5. V. Camps, Virtudes públicas, Espasa-Calpe, Madrid, 1990, pp. 66 6. V. Camps, Virtudes públicas, Espasa-Calpe, Madrid, 1990, pp. 104