EL MURO DE SILENCIO QUE HAY QUE DERRIBAR Pierre Sané Secretario General de Amnistía Internacional 15 de abril de 1997 La noche en que José Luis Cabezas fue esposado, abaleado e incinerado, sus victimarios pudieron actuar sin trabas. Muchos en Argentina dudan de que algún día se llegue a saber si José Luis Cabezas fue otro periodista más en la lista de víctimas de violaciones de derechos humanos en Latinoamérica. Pero ese día debería llegar. Los argentinos tienen derecho a saberlo. Noticias de nuevas violaciones de los derechos humanos, desde homicidios políticos a desapariciones forzadas, llegan diariamente a Amnistía Internacional desde distintas partes del mundo. Entre los factores que contribuyen a esta sórdida realidad figura prominentemente el fenómeno de la impunidad: mientras los agentes de la represión sepan que pueden secuestrar, torturar y asesinar a sus víctimas sin temor a ser descubiertos o castigados, no habrá esperanza de romper el círculo vicioso de la violencia. En el mundo de hoy se cometen abusos muy graves en países con gobiernos democráticamente elegidos, con instituciones y compromisos internacionales expresos en el ámbito de los derechos humanos. El abismo entre los compromisos y la práctica sólo se puede salvar si se investigan adecuadamente todos los casos no resueltos de violaciones de derechos humanos y se lleva a los responsables ante la justicia. Las víctimas, sus familiares y la sociedad en general tienen un interés primordial en conocer la verdad. El enjuiciamiento de los responsables no es sólo importante para el caso individual en cuestión, sino porque transmite claramente el mensaje de que las violaciones de los derechos humanos no se toleran y de que se hará rendir cuentas de sus actos a los responsables. Cuando se permite que los agentes de la policía o los miembros de las fuerzas de seguridad cometan crímenes impunemente, se fomenta una actitud de desprecio por la vida y la ley. En Latinoamérica, algunos gobiernos y sectores de las fuerzas de seguridad utilizan, para neutralizar las críticas, la táctica de anunciar una investigación que posteriormente no lleva a ninguna parte. Esos anuncios se hacen a veces de buena fe, pero una investigación que no produce resultados puede transformarse en una barrera insalvable cuando se trata de descubrir la verdad. En el caso de Argentina, por ejemplo, han transcurrido ya 21 años desde que comenzó la pesadilla de las “desapariciones”, pero la mayoría de las familias afectadas todavía siguen a oscuras sobre la suerte que corrieron sus seres queridos. La legislación en vigor ha escudado de la justicia a los autores de las violaciones de derechos humanos que se cometieron durante el régimen militar. Amnistía Internacional se ha dirigido repetidas veces a las autoridades en nombre de los miles de personas “desaparecidas”, subrayando el derecho innegable de los 2 familiares a exigir investigaciones exhaustivas e imparciales y la importancia de que se establezca la verdad de lo ocurrido. Pero incluso cuando se realizan investigaciones y se inician actuaciones judiciales, los resultados son magros porque las instituciones encargadas de administrar justicia suelen ser débiles e ineficaces, y susceptibles, a menudo, a presiones de otros sectores del gobierno o de las fuerzas de seguridad. No es raro que los fiscales y jueces que, haciendo gala de excepcional valor, llevan adelante las investigaciones, acaben muertos o en el exilio, víctimas de la falta de voluntad o de capacidad de los gobiernos para protegerlos de las amenazas de los acusados –que generalmente son miembros de sus propias fuerzas de seguridad. Amnistía Internacional ve con especial preocupación que no hayan cesado en Argentina las amenazas, los actos de hostigamiento, las detenciones arbitrarias y la tortura de los defensores de los derechos humanos a manos de agentes del Estado. Los defensores de los derechos humanos –periodistas, personalidades académicas, sacerdotes, líderes campesinos, familiares de las víctimas y muchos otros– son fuentes vitales de información sobre la realidad de lo que pasa en un país; son ellos quienes alertan a las organizaciones no gubernamentales internacionales y a los medios de comunicación, ayudando a derribar el muro de silencio que levantan los gobiernos culpables. Nuestra organización ha expresado reiteradamente cuánto le preocupa el creciente número de abusos contra los defensores de los derechos humanos en América. En febrero nos dirigimos al presidente Carlos Menem en relación con la alarmante ola de atentados contra periodistas que se viene registrando en Argentina desde 1992. Según todas las indicaciones, se trata de periodistas que han criticado a las autoridades en el curso de su labor, o que simplemente han hecho investigaciones. La información de que se dispone sobre estos ataques apunta a la posible participación o aquiescencia de agentes de la policía o miembros de las fuerzas de seguridad. El 17 de febrero dirigimos una comunicación escrita al presidente Menem para resaltar la importancia de que las autoridades federales tomasen las medidas necesarias para garantizar una investigación pronta, exhaustiva e imparcial del asesinato de José Luis Cabezas y de las amenazas proferidas contra el periodista de radio y televisión Santo Biasatti. También pedimos que se hicieran públicos los métodos y resultados de las investigaciones y que se pusiera a los responsables a disposición judicial. Señalamos asimismo en nuestra carta que, pese a su bienvenido anuncio, en 1993, en el sentido de que se encomendaría la investigación de las denuncias a un procurador general especial, y a la intención expresa de las autoridades de brindar protección a algunos de los periodistas amenazados, la mayoría de los casos –incluyendo el del asesinato del periodista Mario Bonino en 1993– quedan por aclarar, y ni siquiera se conoce el resultado o el estatus de las investigaciones. Si se ha de poner fin a los abusos que cometen los encargados de hacer cumplir la ley en Latinoamérica, es necesario que los gobiernos de la región cumplan con ciertas responsabilidades fundamentales: 3 Primeramente, deben realizarse investigaciones exhaustivas de las denuncias sobre violaciones de derechos humanos. Las investigaciones deben tener como objetivo dirimir responsabilidades individuales y proporcionar a las víctimas, sus familiares y la sociedad en general una relación completa de los hechos. Las investigaciones deben correr a cargo de instituciones imparciales, independientes de las fuerzas de seguridad, a quienes se debe dotar de los recursos y facultades necesarios para desempeñar su labor. Los resultados finales de estas investigaciones deben hacerse públicos. En segundo lugar, los responsables de violaciones de derechos humanos, sin distinción, deben ser llevados ante la justicia, ya se trate de miembros de las fuerzas de seguridad o de grupos paramilitares semioficiales. Los acusados de delitos contra los derechos humanos deben ser sometidos a juicio, y sus juicios deben culminar con un fallo inequívoco de inocencia o culpabilidad. Amnistía Internacional no adopta postura alguna respecto del tipo de condena que se debe dictar en estos casos –siempre y cuando no se imponga la pena de muerte–, pero desea puntualizar que la aplicación sistemática de penas leves en casos de violaciones de derechos humanos desacredita al proceso judicial y no es conducente a la prevención de futuras violaciones. No podrá promoverse el respeto por el Estado de derecho mientras los juicios no se lleven a cabo de plena conformidad con las normas reconocidas internacionalmente. Finalmente, las leyes de amnistía que impiden que la verdad salga a la luz y que los responsables rindan cuentas ante la ley son inaceptables, las promulguen los gobiernos autores de las violaciones o sus sucesores. Es posible que el interés de la reconciliación nacional después de un periodo de violencia y confusión pueda servirse mediante indultos posteriores a la declaración de culpabilidad: Amnistía Internacional no toma postura alguna al respecto, pero sí insiste en que se revele la verdad y se complete el proceso judicial. La protección de los derechos humanos requiere acción, no palabras. Cuando se permite que los autores de abusos claramente prohibidos por la ley queden impunes, se contribuye a perpetuar esos delitos. En cambio, cuando se pone a los responsables en manos de la justicia, la sociedad recibe el mensaje inequívoco de que tales abusos no se tolerarán más. FIN.../