EXPANDIRSE PARA SOBREVIVIR Entre las causas principales que impulsaron a Alemania y Japón a un enfrentamiento bélico durante la Segunda Guerra Mundial se encontraban el exceso de población, en relación con su territorio, y la grave carencia de recursos naturales imprescindibles para sostener su acelerado desarrollo industrial. 75 años más tarde, los países limítrofes del mar de China (Brunei, Camboya, Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur, Taiwán, Tailandia y Vietnam), temen que esa misma combinación de elementos termine, antes o después, por llevar a Pekín a expandir su espacio vital, poniendo en riesgo el actual delicado equilibrio de la región. Motivos no faltan para ello, pues China debe cubrir sus crecientes necesidades simplemente para garantizar su propia supervivencia como estado y el bienestar mínimo de sus ciudadanos, a los que, de otro modo, podría condenar a una muerte segura por decenas de millones. Las cifras, desde luego, son muy elocuentes. Con la cuarta parte de la población mundial, China apenas dispone del 10% de las tierras cultivables y del 8% de los recursos hídricos del planeta; paralelamente, su dependencia del petróleo no deja de crecer. Escenario que se ve agravado por una galopante desertificación y por una demoledora contaminación de aguas y tierras. A lo que se une una migración interna hacia ciudades masificadas–para 2020, unos 1.000 millones de chinos vivirán en grandes áreas urbanas, infradotadas de servicios sociales, de las cuales 150 ya superan el millón de habitantes y 13 rebasarán los 10 millones) y un incremento del nivel de vida que lleva aparejado un notable aumento del consumo. Con estos datos, es comprensible que los países ribereños perciban que Pekín considera el mar de China su lago particular, una fuente de recursos de todo orden (hidrocarburos, pesca y minerales) -como queda de manifiesto en la pugna por el control de las islas Spratly-, y posible zona de expansión demográfica hacia territorios menos densamente poblados. Pero el mar de China puede no ser el único objetivo del gobierno chino a donde desplazar parte de su población. Ya lo está siendo Rusia oriental, prácticamente deshabitada, extremadamente rica en recursos y agua, y a la que el calentamiento global haría cada vez más atractiva al irse despejando de sus tradicionales hielos, justo al contrario de lo que ocurriría con los campos chinos, a los que el cambio climático terminaría por convertir en eriales. A Australia y Nueva Zelanda también les preocupa una posible avalancha de inmigración china. Pekín incluso ha fijado sus ojos en el Ártico, para lo que se está dotando de adecuada tecnología y rompehielos. No se puede dudar de que a China le gustaría aplicar su principio de “mundo armonioso”, pero la realidad le puede imponer, de modo inexorable, tomar otros derroteros.