Las lecciones de la Revolución Industrial

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Las lecciones de la Revolución Industrial
Introducción
Al siglo XVIII se lo conoce como "el siglo de las luces". Semejante bautizo encuentra razón
en el movimiento que invade a Europa en el terreno de las ideas, promoviendo la
modernización y el rechazo a todo lo que representara el Antiguo Régimen.
Las monarquías, a tono con estos nuevos aires, conducen las reformas financieras y
educativas que caracterizan al despotismo ilustrado como sistema de gobierno, para continuar
con el statu quo de dominación clasista y la perpetuación de sus privilegios económicos.
Por su parte, la burguesía, aliada de los cambios que significaban el progreso social, prosigue
minando las bases del régimen monárquico. Con este propósito levanta las banderas del
liberalismo político y económico y abraza como suyo el modelo racional empirista.
Esta atmósfera social, unida a la crisis que se desarrolla hacia la segunda mitad del siglo,
provoca una oleada de movimientos revolucionarios que tiene su más alta expresión en la
Revolución Francesa. El dominio colonial se estremece con la explosión de la rebelión
haitiana, la Guerra de Independencia de las 13 Colonias, y la sublevación de Túpac Amaru en
el Perú. Se asiste al comienzo de la llamada Era Moderna.
En el campo de los avances de la tecnología se produce en el Reino Unido la Revolución
Industrial, que en un contexto socioeconómico favorable e impulsada decisivamente por la
innovación de la máquina de vapor de James Watt (1769) y el telar mecánico de
Cartwright (1783), provoca una transformación renovadora en la industria de la siderurgia y
la textil. Este crecimiento de la industria textil a su vez demanda el desarrollo de los tintes y
acabados que abren el camino de la química industrial, y comprende los años 1760 a 1860.
A partir de este momento una creciente interrelación se establece entre la tecnología y la
ciencia, y en el siglo XVIII toca el cambio de paradigma en el ámbito de la química.
El pensamiento enciclopédico -signo de la época- y la etapa de naciente formación en las
ciencias tal vez explique la inclinación abarcadora de los científicos de la época. Los grandes
matemáticos incursionan con frecuencia en el campo filosófico, se esfuerzan por explicar los
fenómenos en su totalidad, e intentan construir los instrumentos matemáticos requeridos para
la formalización de los experimentos en el campo de la mecánica.
Los primeros trabajos sobre el calor y la energía se desarrollan en este siglo y representan la
base de la penetración en la estructura de la materia y de sus formas de movimiento que se
produce en el XIX.
Bordeando la frontera del interés de físicos y químicos, las ideas iniciales sobre el calor se
corresponden con toda una etapa del desarrollo de las ciencias en que se introducen un
conjunto de varios agentes sustanciales, entre los que se destacan el éter, el calórico y el
flogisto. Estas posiciones, un tanto ingenuas, se basaban en el principio de no introducir la
acción a distancia para explicar los fenómenos físicos, al no disponerse de conceptos y
núcleos teóricos acerca de los campos, de las múltiples formas de energía, de sus
transformaciones, y por otro lado para mantener el principio de las relaciones causa-efecto. La
idea de que el calor era una forma de movimiento de la sustancia ya había sido expresada por
Robert Boyle (1635-1701), entre otros, pero no fue elaborada y completada hasta mediados
del siglo XIX. Predominó desde alrededor de 1787 la concepción expresada por Lavoisier del
carácter sustancial del calor, que llamó a dicha sustancia calórico. Uno de los pioneros en la
construcción de la teoría moderna del calor fue el físico químico escocés Joseph Black
(1728-1799). A él se debe la introducción de los conceptos del calor específico y el calor
latente de vaporización de las sustancias. También descubrió que sustancias diferentes
muestran capacidades caloríficas distintas.
Joseph Black estudiaba la descomposición térmica de la piedra caliza cuando advirtió que se
formaba cal y se liberaba un gas. Llamó su atención que la cal producida en esta reacción,
expuesta al aire regeneraba la caliza. Era la primera vez que se tenía una clara evidencia
acerca de la reversibilidad de un proceso químico y por otra parte se ponía de manifiesto que
el aire debía contener el gas que luego se fijaba a la cal para "devolver" la caliza. Pero la
concepción del aire como elemento inerte impedía penetrar en la esencia del proceso. Nuevos
resultados de Black, al abordar la combustión de una vela en un recipiente cerrado serían otra
vez malinterpretados. Fue comprobado que se liberaba el mismo gas que en la
descomposición de la caliza, y que si este gas era colectado en un recipiente, en la atmósfera
resultante tampoco se lograba reiniciar el proceso de combustión de la vela.
Se siembra la semilla que posteriormente resultará en la Revolución Industrial. El entender el
concepto de calor sirvió de andamiaje para que apareciera la máquina a vapor. La aplicación
de esta fuente de energía realmente transformó el sistema de trabajo imperante en el siglo
XVIII. El vapor sería la gran fuerza motriz de ese siglo. Se inventaron máquinas textiles cada
vez más precisas, hasta que James Watt inventó su célebre máquina de vapor en 1765, que fue
patentada en 1769. Este invento permitió que a finales del siglo XVIII se fabricaran los
primeros telares accionados por vapor, que eliminaron una gran cantidad de mano de obra. El
invento y desarrollo del motor a vapor reemplazó a la energía muscular proveniente del
hombre y las fuerzas del agua y el viento, con lo cual el trabajo manual pasó a convertirse en
mecánico.
Las primeras manifestaciones de la Revolución Industrial y el nacimiento del régimen fabril
tienen sus orígenes en la máquina textil. La primera máquina para hilar algodón fue lograda
por James Hargreaves, carpintero-tejedor de Blackburn. Durante los años 1764-1767 inventó
un torno o maquinaria simple, movida a mano, por medio de la cual una mujer podía hilar, al
principio seis o siete, pero después hasta ocho hilos a la vez. Por otro lado, el pedal del torno
dio a Watt el modelo para transformar el movimiento alternativo en rotativo en una máquina
de vapor. En la misma época, Richard Arkwright, barbero y confeccionador de pelucas de la
ciudad de Preston, construyó en 1768 el "bastidor". Era una máquina hiladora movida por una
rueda que era impulsada por una corriente de agua y que producía un hilo más resistente que
la de Hargreaves. La tercera máquina para hilar algodón fue la de Samuel Crompton, un
tejedor de Bolton. El inventor de la primera máquina para tejer algodón fue el clérigo y poeta
inglés Edmund Cartwright, quien en 1784, diseñó un telar provisto de una lanzadera
automática, movido por una energía proporcionada por caballos, ruedas hidráulicas o bien
máquinas a vapor. Pero fue la industria de la seda la que estuvo asociada a un paso muy
importante en la mecanización de los telares. Joseph Marie Jacquard, mecánico e inventor
francés, hijo de un tejedor, trabajó con su padre desde la niñez en una hilandería de seda y
trató de mejorar el telar, automatizándolo.
Apoyado por Napoleón Bonaparte, presentó en 1805 el famoso telar de Jacquard, máquina
que permitía fabricar telas con hilos de distintos colores e intrincados dibujos mediante el
uso de tarjetas perforadas, y que podía ser manejada por un solo operario. La nueva
máquina fue acogida con hostilidad por los tejedores, que quemaron muchas y atacaron al
autor, pero finalmente se impuso. En 1819, el gobierno francés concedió a Jacquard una
medalla de oro y la Legión de Honor.
En la imagen siguiente se observa un telar de Jacquard y cómo se fabricaban las tarjetas
perforadas, base de su funcionamiento.
Con la llegada del siglo XIX, el desarrollo de la química orgánica de síntesis permitió un gran
desarrollo de la industria textil a partir de las anilinas que William Henry Perkins fabricó en
1856. Con el correr de los años se idearon nuevos procedimientos para que permitieron
generar otros colorantes de amplio uso.
En otro polo del trabajo científico europeo, en Suecia, donde con algún retraso se había
fundado en 1710, en Upsala, la Sociedad Real de las Ciencias, el desarrollo de la minería y la
mineralogía condicionó el surgimiento de una escuela de químicos que a lo largo de este siglo
realizó numerosos aportes en el análisis de minerales, en la comprensión y gobierno de los
procesos de su reducción, enterrando definitivamente el ideal alquimista de transformar
metales nobles en oro. Entre 1730 y 1782 se reportan los descubrimientos del cobalto, níquel,
manganeso, wolframio, titanio y molibdeno. En poco más de cincuenta años se superaría el
número de metales descubiertos en más de seis siglos de infructuosa búsqueda alquimista.
Con el paso del tiempo, estos metales se emplearían en la fabricación de materiales
estratégicos para el avance tecnológico.
Dada la importancia práctica de los procesos de combustión es comprensible que las primeras
propuestas teóricas estuvieran enfiladas a explicar lo que acontecía durante la quema de los
combustibles. No es posible olvidar que en la Europa de la segunda mitad del siglo XVII la
industria metalúrgica experimenta cierta expansión, y este desarrollo implicaba un costo
energético que se sustentó en la tala de los bosques europeos. Resulta sorprendente sin
embargo que fueran tempranamente emparentados las reacciones de combustión y el
enmohecimiento que sufrían los metales.
En el siglo XVIII, la obtención de los gases y el estudio de sus propiedades es fundamental y
sirve como andamiaje en el desarrollo de la fisiología, la medicina, etcétera. Los experimentos
de Cavendish, Black y Priestley tienen un denominador común: pretenden penetrar en la
comprensión cualitativa de los fenómenos que estudian, y al hacerlo despliegan una enorme
imaginación y creatividad. Así, Henry Cavendish (1731-1810), al investigar con particular
atención la reacción del ácido clorhídrico con hierro, observó que se recogía un gas invisible
que burbujeaba, y que era inflamable e inodoro: estaba describiendo al hidrógeno. Al lanzar
esta hipótesis se basó en dos de sus propiedades: era el gas más ligero de los conocidos y
presentaba una alta inflamabilidad. A Cavendish corresponde el mérito de haber determinado
algunas constantes físicas que permitieron diferenciar objetivamente unos gases de otros. Este
científico preparó o sintetizó agua pura a partir de sus elementos. Lavoisier invirtió el
proceso. Descompuso o analizó el agua pura en sus dos elementos constituyentes, mediante el
desarrollo tecnológico de su época.
Son también importantes los experimentos que demostrarían el vínculo profundo entre
combustión y respiración. Estos resultados fueron alcanzados por el químico y físico inglés J.
Priestley (1738-1804) en la década de los setenta del siglo XVIII. En primer lugar, comprobó
que en una atmósfera compuesta por el gas liberado en la combustión de una vela podía vivir
una planta. Y algo más sorprendente aún, demostró que el aire residual, que quedaba después
de largas horas de permanencia de una planta en su seno resultaba vivificante, pues en él un
ratón se mostraba especialmente activo y juguetón. Al mismo tiempo observó que en este aire
modificado por la acción de las plantas los materiales ardían con más facilidad. Desde otro
ángulo, los resultados de Priestley fueron los primeros indicios de que plantas y animales
formaban un equilibrio químico que hacía respirable la atmósfera de la Tierra. La enorme
significación de este equilibrio ha sido lentamente comprendida por la humanidad.
La reversibilidad del proceso químico fue ya apuntada por Black al estudiar la
descomposición de la caliza, y en el verano de 1774 una sólida evidencia a favor de esta
tendencia fue obtenida por Priestley cuando comprobó que el sólido formado durante la
reacción del aire con el mercurio, al calentarse, regeneraba el mercurio y se liberaba un gas
que podía colectarse por desplazamiento del agua y que mostraba las cualidades
correspondientes al conocido aire vivificante. Es este experimento es el causante de la
polémica histórica alrededor del descubrimiento del oxígeno.
Dos años antes en Estocolmo, el químico sueco C. Scheele (1742-1786) logró aislar el mismo
componente que Prietsley, y lo bautizó con más propiedad aire incendiario, para destacar que
en su seno ardía vivamente una vela y una astilla incandescente rápidamente se inflamaba. Sin
embargo, no publicó sus investigaciones hasta 1777, en un libro de sugerente título Tratado
químico sobre el aire y el fuego. En este libro describe los procedimientos para determinar la
composición del aire, que según demuestra está constituido por "fluidos ligeros de dos
géneros". Por primera vez está apuntando la existencia de los dos principales componentes del
aire: el nitrógeno y el oxígeno. Se venía derrumbando la noción del aire como algo elemental
e inerte.
Cuando en 1774 Priestley viaja a París y revela a Lavoisier su descubrimiento sobre el aire,
pasan a trabajar juntos en los experimentos con el óxido de mercurio, y en 1775 aísla el aire
"puro". En estos momentos desarrolla la concepción de que en toda combustión transcurre
una destrucción del aire "puro", y el peso del cuerpo que ardió se incrementa exactamente en
la misma cantidad del aire absorbido. Rompe así Lavoisier con toda visión flogista de la
combustión, y la nueva comprensión de los fenómenos químicos se asienta en los resultados
de introducir la balanza para medir las masas de las sustancias que participan en las
reacciones.
Intentemos resumir los hechos experimentales conocidos en la época: cuando metales como
estaño y plomo se calientan en un recipiente cerrado que contiene aire se observa el aumento
del peso del "calcinado" y la constancia del peso del sistema total, al tiempo que se crea un
vacío parcial en el interior del recipiente y sólo aproximadamente una quinta parte del
volumen del aire se consume.
La interpretación que da Lavoisier a estos hechos es bien distinta de la de sus colegas
británicos. Los metales no liberan gas al calcinarse sino que se combinan con un elemento
componente del aire que se corresponde con el aire "puro", y de ahí su incremento en peso. A
partir de entonces nombra este nuevo elemento gaseoso como oxígeno.
Al componente gaseoso residual de la combustión correspondiente a las cuatro quintas partes
en volumen del aire, caracterizado por su relativa inercia química (el aire flogistizado de
Black) lo denomina azoe. Y por último, al enigmático gas inflamable de Cavendish que es
capaz (según comprobó experimentalmente en 1783) de arder produciendo vapores que
condensan en forma de gotas de agua, lo llama hidrógeno.
En 1789, casi coincidiendo con la Revolución Francesa, Lavoisier publicó su Tratado
Elemental de Química, en el que expone el método cuantitativo para interpretar las reacciones
químicas y propone el primer sistema de nomenclatura para los compuestos químicos, del que
aún perdura su carácter binominal. Se está asistiendo al nacimiento de un nuevo paradigma
como coronación de un proceso revolucionario en el campo de las ideas. El siglo no cerraría
sus puertas sin que un representante de la Escuela francesa, Joseph L. Proust (1754-1826),
por el camino del empleo sistemático de la balanza, descubriera que las sustancias se
combinan para formar un compuesto en proporciones fijas de masas, la llamada ley de las
proporciones definidas. Quedaba demostrado que, de un polo al otro del planeta, los
compuestos químicos presentan idéntica composición.
La química del siglo XVIII representa un proceso revolucionario al debutar como ciencia
experimental asentada en el tratamiento cuantitativo de los resultados.
El siglo XIX traería un nuevo paradigma para el universo físico, el electromagnetismo. Otra
vez los más célebres matemáticos aportarían el instrumental para operar con las magnitudes
físicas y no pocas veces contribuirían de forma decisiva en la construcción de los
significados; la química iniciaría un vertiginoso ascenso, en particular hacia la segunda mitad
del siglo, en la síntesis de nuevos materiales que superarían, en cierto sentido, a los productos
naturales. Este segundo período es denominado Nueva Revolución Industrial o Segunda
Revolución Industrial, y se caracteriza por la aplicación de la tecnología a todos los aspectos
de la existencia humana.
La segunda revolución fue precedida por tres acontecimientos de enorme trascendencia: el
proceso Bessemer para producir acero, inventado en 1856; el perfeccionamiento de la
dínamo, aproximadamente en 1873, y la invención del motor de combustión interna, en
1876.
La industrialización y el capitalismo se asientan en las sociedades occidentales, iniciándose
primeramente en Inglaterra, para expandirse luego, durante la segunda mitad del siglo XIX a
Francia, Bélgica, Suiza y Estados Unidos. Este cambio necesitaba de fuertes sumas de capital,
que se obtuvieron por el aumento de la masa monetaria y el desarrollo de la banca. Los
bancos comenzaron a emitir papel moneda con la obligación de tener una reserva de oro y
plata. Las entidades bancarias, entonces, comenzaron a controlar el capital junto con las
industrias, ya que estas últimas necesitaban de créditos para funcionar. Con todos los cambios
económicos la sociedad estamental se transformó en una sociedad de clases. La aristocracia y
el clero, que basaban su poder en la tradición y en la posesión de tierras, comenzaron a
compartir su exclusivo lugar con un grupo más numeroso que controlaría las actividades
económicas: la industria, el comercio, la banca, en definitiva, con todo el mundo de la
producción. La burguesía, formada por banqueros, industriales, comerciantes y altos
funcionarios, se transformó en la clase dominante. La pequeña burguesía o clase media estaba
constituida por pequeños comerciantes, industriales y propietarios modestos. Los campesinos
y obreros formarían las clases populares. Ambos grupos continúan sometidos, sin
posibilidades de surgir y duramente explotados.
No sería hasta mediados del próximo siglo XIX que nuevos resultados experimentales
permitirían la edificación de un cuerpo teórico acerca del calor, como energía en tránsito. No
obstante, los experimentos llevados a cabo por Benjamín Thompson (conocido como conde
de Rumford) a fines de este propio siglo demostraron que el trabajo mecánico podía producir
calor, lo cual dio por resultado la identificación del calor como una forma de energía y
condujo al desarrollo de la ley de conservación de la energía.
La Revolución Industrial es un período histórico en el que se registró un proceso de honda
transformación en los métodos de producción, comunicación y transporte.
Resultados de la Revolución Industrial
Hasta comienzos del siglo XIX Europa era un continente agrícola, no preparado para afrontar
una rápida industrialización, ni para enfrentarse a sus consecuencias negativas. Fábricas
insalubres e inseguras, exceso de horas de trabajo, niños obreros, explotación de la mujer,
bajos salarios, viviendas miserables, cesantía, condiciones en que se desarrolló en sus
comienzos la nueva era, fueron considerados los "siete pecados capitales de la Revolución
Industrial".
Las ciudades crecieron desordenadamente a fin de dar cabida a la gente que emigraba de los
campos y se instalaba allí para trabajar en las fábricas. La mayor parte de las calles no tenían
pavimento, y la luz, el agua y los alimentos eran escasos. Las viviendas se amontonaban en
estrechos y malolientes callejones, y cada barrio era un basural. No fue extraño, entonces, que
bajo tan tristes condiciones la tuberculosis y las epidemias hicieran estragos en los barrios
populares. Hombres, mujeres y niños trabajaban de 12 a 15 horas cada día, en locales
insalubres y con escaso salario. Algunas fábricas empleaban a niños huérfanos, menores de 14
años.
Avances tecnológicos en la época contemporánea
La época contemporánea está marcada por un sinfín de avances tecnológicos que han sido
tanto beneficiosos como dañinos para el hombre. Entre los siglos XIX, XX y comienzos del
XXI, la tecnología ha sido capaz de satisfacer la gran mayoría de las necesidades del ser
humano, además de contribuir a crear una civilización y una cultura. Sin embargo, a esos
enormes beneficios sólo han podido acceder algunos sectores, lo que generó diferencias
sociales y económicas en todo el mundo. Colateralmente, el período antes señalado ha
generado innumerables problemas y daños irreversibles en el ecosistema, como el daño en la
capa de ozono, la contaminación ambiental, la destrucción de millones de hectáreas de
bosques y el exterminio de flora y fauna.
Pero los beneficios son incuestionables. La tecnología, con sus aportes, ha permitido el
aumento y masificación en la producción de bienes materiales y de servicios.
Las máquinas fabricadas en las épocas anteriores se perfeccionaron a tal punto que los costos
productivos han bajado considerablemente; las máquinas han permitido producir el doble de
bienes en un menor tiempo y con un mínimo de esfuerzo, abaratar costos y permitir que los
trabajadores puedan tener más tiempo libre.
Un área que ha experimentado el desarrollo más notable es la medicina. Gracias a sus
modernos métodos de diagnóstico, y al descubrimiento y elaboración de nuevos fármacos y
terapias, se han erradicado del planeta enfermedades mortales, y la esperanza de vida es
mayor que en ningún otro momento.
El mayor logro de este tiempo es sin lugar a dudas el vertiginoso desarrollo que experimentó
la astronáutica, que llevó al hombre al espacio.
La época contemporánea le ha brindado al hombre una mejor calidad de vida, una
alimentación más equilibrada, abrigo, vivienda, salud y educación. Sin embargo, hay un
enorme grupo de personas que aún hoy en pleno siglo XXI no pueden cubrir las más mínimas
necesidades para poder subsistir.
La energía
Sin lugar a dudas, la energía es esencial para nuestras vidas. La ausencia de ella impediría la
realización de muchas de las actividades cotidianas como calefaccionar casas y edificios o
calentar los alimentos. Además sería imposible producir la gran cantidad de productos que
fabrican diversas empresas (alimenticias, metalúrgicas, etcétera).
Es así como la energía producida por los combustibles se ha transformado en el motor de las
industrias, empresas, vehículos terrestres, aéreos y marítimos. La electricidad por su parte
ilumina todo a nuestro alrededor, hace que funcionen los electrodomésticos y cientos de
artefactos modernos como computadores, fax, impresoras, fotocopiadoras, etcétera.
El hombre en un principio utilizó su propia fuerza para proveerse de alimentos, fabricar
herramientas y trasladarse de un lugar a otro. Luego descubrió el fuego, con el cual se calentó
por las noches y en las estaciones frías, se defendió de los animales, se iluminó, cocinó sus
alimentos y fundió metales para fabricar herramientas.
La leña fue hasta el siglo XIX la principal fuente de energía utilizada por el hombre. Hoy el
consumo energético del hombre se basa en el uso de combustibles fósiles como el petróleo y
el carbón, que constituyen energía solar almacenada. Sin embargo, su explotación, aparte de
tener efectos nocivos para el ambiente, resulta cada vez más costosa. Es por eso que tanto
economistas, industriales como gobiernos han destinado recursos materiales y humanos para
investigar el desarrollo de fuentes alternativas de energía (como la energía eólica o solar
utilizada en innumerables aplicaciones) de menor costo y con un mínimo impacto ambiental.
En Francia, por ejemplo, hace más de 30 años se construyó una central eléctrica mareomotriz,
que emplea la energía de las mareas en la producción de electricidad.
Como decíamos antes, la energía solar tiene diversas aplicaciones. Sin embargo, el costo de
implementación es muy alto. Hoy naves, satélites y módulos espaciales hacen uso de paneles
de conversión de energía solar en electricidad para su funcionamiento. Las aplicaciones
domésticas de esta energía se ven en calculadoras, relojes, cocinas, hornos, secadoras de fruta,
madera, duchas, calefones y algunos artículos en miniatura.
Otra fuente de energía es la denominada energía nuclear, originada por la liberación de
energía de los núcleos de los átomos al ser partidos (fisión) o al ser unidos (fusión). Su
implementación es costosa y no se encuentra totalmente desarrollada. Además, los riesgos que
supone para su operación masiva han impulsado a diversas organizaciones a oponerse a su
uso. Basta con recordar la tragedia de la central nuclear de Chernobil, en 1986.
La medicina
El rápido desarrollo tecnológico de la medicina, en las últimas décadas, ha permitido la
creación de diversos sistemas para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Junto con
esto se han creado nuevos fármacos, nuevas técnicas y métodos quirúrgicos.
Durante el transcurso del siglo XIX la medicina se vio favorecida por muchos
descubrimientos que permitieron importantes avances en el diagnóstico de enfermedades. En
1819, el médico francés René Théophile Hyacinthe Laënnec inventó el fonendoscopio, el
instrumento más usado por los médicos en la actualidad. Thomas Addison descubrió el
trastorno de las glándulas adrenales conocido como enfermedad de Addison; Richard Bright
diagnosticó la nefritis o enfermedad de Bright; Tomas Hodgkin describió enfermedad de
Hodgkin que afecta al sistema linfático; el cirujano y paleontólogo James Parkinson
describió la enfermedad de Parkinson; y el médico irlandés Robert Jaes Graves diagnosticó
el bocio exoftálmico. Charles Darwin expone su teoría de la evolución, Gregor Mendel
realiza experimentos que estimularon los estudios sobre genética humana y herencia. Louis
Pasteur demostró la teoría de los gérmenes como causantes de enfermedades y desarrolló
vacunas contra varias enfermedades, incluida la rabia.
En poco tiempo las investigaciones permitieron aislar las causas y desarrollar terapias para
enfermedades como la difteria, la tuberculosis, la lepra y la peste.
La cirugía se benefició significativamente con la teoría de los gérmenes. Es así como el
cirujano inglés Joseph Lister propuso la utilización del ácido carbólico como agente
antiséptico. El resultado fue el descenso de la mortalidad por infección de las heridas y la
implementación de la esterilización del instrumental médico. Se entró a la era de la cirugía
antiséptica.
Otro gran avance de este período fue el descubrimiento de los anestésicos. En 1850, en casi
todos los países se empleaba la anestesia quirúrgica con éter o cloroformo.
Los rayos X constituyen un salto sorprendente para la medicina. Fueron descubiertos de
manera accidental por el físico alemán Wilhelm Conrad Roentgen. Después, los físicos
franceses Pierre y Marie Curie dieron con el radio.
En 1900, el médico, cirujano y bacteriólogo Walter Reed y sus colaboradores trabajaron con
la idea del biólogo cubano Carlos Juan Finlay, demostrando que el mosquito era el vector de
la fiebre amarilla.
Los logros alcanzados durante el siglo XX permitieron la prolongar de la vida humana. La
ciencia, la tecnología y la abnegada labor de científicos de todo el mundo han logrado vencer
muchas enfermedades infecciosas gracias a las vacunas, los antibióticos y la mejoría de las
condiciones de vida.
Fundamental es el conocimiento adquirido durante el siglo XX sobre la transmisión de los
caracteres hereditarios. El avance se realizó en la década del cuarenta cuando Oswald
Theodore Avery y sus colaboradores del Instituto Rockefeller mostraron que algunos
caracteres podían pasar desde una bacteria a otra a través de una sustancia denominada ácido
desoxirribonucleico, ADN. Luego, en 1953, el físico inglés Francis Harry Compton Crack
y el biólogo estadounidense James Dewey Watson propusieron una estructura química del
ADN que explicaba cómo se transportaba la información genética, y el bioquímico
estadounidense Har Gobind Khorana fue el primero en emplear estos hallazgos para
sintetizar un gen en 1970. Estas aplicaciones han permitido desarrollar disciplinas como la
ingeniería genética o clonación génica.
Los microscopios quirúrgicos han permitido una extraordinaria precisión en la cirugía. Las
prótesis, los trasplantes de órganos vitales, los antibióticos sulfamidas, el descubrimiento
sorprendente de la penicilina por parte de Alexander Fleming, el tratamiento de la
tuberculosis, las vacunas que previenen la fiebre tifoidea, la viruela, la difteria, el tétanos, la
hepatitis B, herpes simple, varicela, malaria, son sólo alguno de los ejemplos de los enormes
logros de la medicina durante el siglo XX.
Otros
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El riñón artificial (1942) : Willen Johan Kolff dio a conocer en un aparato para
diálisis. Permite a los pacientes que sufren insuficiencia renal crónica filtrar y limpiar
su sangre.
Desfibrilador (1947) : el norteamericano Paul Zoll construyó un aparato de corriente
alterna para restablecer el ritmo cardíaco.
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Ecografía, diagnóstico por ultrasonido (1947) : el norteamericano Douglas Howry
inició en 1947 una investigación para aplicar ultrasonidos en el estudio de los tejidos
blandos humanos.
Se inventa el marcapasos (1952) : n 1952 el doctor norteamericano Paul Zoll
implantó un marcapasos en el pecho de un paciente con problemas de arritmia
cardíaca.
Los primeros trasplantes (1954) : el primer transplante con éxito fue realizado por
un equipo quirúrgico de Boston (EE.UU.) en 1954. El 3 de diciembre de 1967 el
doctor sudafricano Christian N. Barnard realizó la primera operación de trasplante
cardíaco.
La vacuna contra la poliomielitis (1954) : Jonas Edward Salk trabajaba en una
vacuna contra la gripe en la década de 1940, investigación que llevó a él y a sus
colegas a desarrollar una vacuna contra la polio en 1952. Tras ser probada con éxito en
todo el mundo en 1954, la vacuna fue distribuida en los Estados Unidos.
Nuevas técnicas quirúrgicas: criocirugía (Irving Cooper, 1960); utilización del
microscopio en cirugía (1963).
Resumen
R. J. Forbes, un historiador clásico de la tecnología, afirma que "la invención de la máquina
a vapor es el factor central en la revolución industrial", seguido de la introducción de nuevos
móviles principales y por el principal móvil removible, bajo el que "el poder de la máquina
de vapor podía ser creada donde fuera necesario y con la extensión deseada". Y aunque
Mokyr insiste en el carácter multifacético de la Revolución Industrial, también cree que "las
protestas de algunos historiadores económicos no tienen lugar, la máquina a vapor es
todavía ampliamente vista como la quintaesencia de la invención de la Revolución
Industrial". La electricidad era la fuerza central en la segunda revolución, a pesar de otros
extraordinarios descubrimientos en química, acero, la máquina de combustión interna,
telegrafía y telefonía. Y es que sólo a través de la generación y distribución eléctrica todos los
otros campos podían desarrollar sus aplicaciones y conectarse entre sí. Un caso puntual es el
del telégrafo eléctrico, que primero fue usado experimentalmente en los 1790 y difundido
desde 1837, pudiendo convertirse en una red de comunicación y conectando al mundo en gran
escala sólo cuando se difundió la electricidad. El uso difundido de la electricidad desde los
1870 en adelante cambió el transporte, la telegrafía, la iluminación y el trabajo en las fábricas.
De hecho, mientras las fábricas habían sido asociadas con la primera Revolución Industrial,
por casi un siglo no usaron principalmente la máquina de vapor que fue ampliamente utilizada
en los talleres; las grandes fábricas seguían usando las mejoradas fuentes hidráulicas. Fue la
máquina eléctrica la que hizo posible e indujo la organización a gran escala del trabajo en la
fábrica industrial.
De esta forma, al actuar en corazón de todos los procesos -esto es, el poder necesario para
producir, distribuir y comunicar- las dos Revoluciones Industriales se difundieron a través de
todo el sistema económico y permearon la materia social. Fuentes de energía económicas,
accesibles y móviles se extendieron y aumentaron el poder del cuerpo humano, creando la
base material para la continuación histórica de un movimiento similar hacia la expansión de la
mente humana.
Fuente: http://www.educ.ar
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