LOS RIESGOS DEL TERCER MANDATO DE URIBE Ricardo Vélez Rodríguez Coordenador do Centro de Pesquisas Estratégicas “Paulino Soares de Sousa”, da UFJF Rive2001@gmail.com He sido, a lo largo de los últimos ocho años, un entusiasta defensor del gobierno de Alvaro Uribe Vélez. Porque él tuvo el coraje de interpretar, en su debido momento, el desideratum de la sociedad colombiana, de darle combate sin tregua al narcoterrorismo de las FARC. Los dos gobiernos anteriores a los suyos fueron, como todos sabemos, tremendamente flojos, en términos de hacerle frente a ese flagelo. Pero el actual Presidente tuvo el patriotismo, el coraje y la persistencia necesarios para poner en marcha la política de “seguridad democrática”, que sacó al país del atolladero en que estaba preso, abriendo las puertas para el crecimiento económico sostenido. Y los resultados están ahí: las FARC y los Paramilitares han sido sometidos, a pesar de que aún tengan fuerza para hacerle daños limitados a la sociedad colombiana. Las FARC, con los atentados terroristas localizados, en que se han especializado, como reacción de quien ha sido derrotado en la lucha abierta. Los Paramilitares, con la quiebra limitada de los pactos de desarme, en algunas regiones como Antioquia. Pero tanto la narcoguerrilla como las autodefensas ya no representan un peligro de toma del poder o de balcanización del territorio patrio, como sucedía hace ocho o diez años. Y esto se debe, sin lugar a dudas, al coraje y al espíritu público de ese gran mandatario, Alvaro Uribe Vélez. Alvaro Uribe supo, por otra parte, dinamizar y renovar la gestión del Estado. Sus dos administraciones se han caracterizado por la desburocratización, la agilidad, la transparencia y la eficiencia. Su manera de gobernar de forma descentralizada, visitando sistemáticamente los más remotos municipios colombianos, le han dado a su figura un carácter de gestor nacional pragmático y moderno. No hay duda de que él es el gobernante más popular de la historia colombiana a lo largo del siglo XX y en este comienzo de nuevo milenio. Alvaro Uribe ha respetado las instituciones republicanas, a pesar de los roces que ha tenido con sectores de la Magistratura. Pero está lejos, ciertamente, de ser un gobernante que hace tabula rasa de las tradiciones constitucionales, cosa que no se puede decir, por ejemplo, de Hugo Chávez, que desconoce cada vez más las instituciones que le fueron legadas por doscientos años de historia republicana. Me preocupa la perspectiva del tercer mandato de Uribe. Porque la culminación del proyecto de “seguridad democrática” para Colombia ciertamente sufrirá un frenazo, caso ocurra su tercera ascensión al gobierno del país. No podemos olvidar que elemento esencial de la democracia es la rotatividad en el poder. Considero que la reelección, en términos latinoamericanos, es medida que puede representar una prolongación legítima del tiempo de un mandato presidencial, cuando la opinión pública así lo requiere y este desideratum se consolida en las urnas. Pero la tercera investidura sucesiva en la alta magistratura del Estado es más nociva que positiva, porque compromete el principio de la alternancia en el poder, esencial para que se consolide la “seguridad democrática” de las instituciones republicanas. “Seguridad democrática” no es apenas haber pacificado el país. Es también garantizarles a los colombianos el libre ejercicio de la representación y de la alternancia en el poder, sin las cuales se genera, nuevamente, el desasosiego interno, conduciendo a oscuras perspectivas golpistas. Se justificaría una tercera presencia consecutiva de Uribe en el poder, si Colombia estuviera en guerra, con un enemigo interno (como las FARC), o externo. Pero ese no es el caso. El país está pacificado. El Presidente cuenta con un Partido solidamente estructurado que, ciertamente, le proporcionará a su candidato un clima de gobernabilidad. Y hablando de candidatos, los hay muy buenos: Juan Manuel Santos o el exalcalde de Medellín, Sergio Fajardo. Ambos han dado pruebas de que tienen pulso firme y de que le darán continuidad a la política de “seguridad democrática”. En la historia colombiana, es bueno recordarlo, el problema de las “hegemonías”, liberales o conservadoras, es que han generado inestabilidad y violencia política. Recuerdo lo que escribía José María Samper, en sus memorias políticas, acerca de los problemas causados en la joven república neogranadina por las “hegemonías” liberales o conservadoras, a mediados del siglo XIX: “...Salvador Camacho, antiguo servidor de la patria, estuvo desterrado de la república, únicamente por sus opiniones políticas, a virtud de la inicua ley sobre medidas de seguridad, fruto del exceso de autoridad del partido vencedor en 1841; ley que servía para proscribir a los reos de pensamiento o ideas liberales. Entonces era el partido conservador (aunque sin este nombre, pues simplemente se llamaba ministerial) el que practicaba tan deplorable política, o al menos la dejaba practicar por sus servidores oficiales. Después, mutatis mutandis, hizo lo propio el viejo partido liberal, cuando conquistó el poder; y a su vez, cuando le tocó gobernar, el radical, durante muchos años, estuvo persiguiendo y proscribiendo a obispos, clérigos y conservadores, en nombre de la idea de la doctrina pura y de los principios de progreso...Así ha vivido nuestra noble República democrática, más o menos hasta principios de 1880, gobernada con injusticia o violencia por las pasiones de partido. Pero, tiranía por tiranía, paréceme más odiosa, por su hipocresía o su cinismo, - que los extremos se tocan -, aquella que se ejerce en nombre de la libertad e invocando las doctrinas más aparentemente favorables al derecho” [José Maria Samper, Historia de un alma, Bogotá, 1881]. La historia posterior revela que las hegemonías, conservadoras o liberales, han sido maléficas para la paz y para el buen funcionamiento de las instituciones. La denominada “Hegemonía Conservadora”, que comenzó con Rafael Núñez en 1886 y que se prolongó hasta 1930, dió lugar a muchos sobresaltos en la vida republicana colombiana. Recordemos la “Guerra de los Mil Días” (1899-1902), la pérdida de Panamá (1903), el cierre del Congreso en 1910 y la Matanza de las Bananeras en 28. La “Hegemonía Liberal” (de 30 a 46), dió lugar a la reacción conservadora y a las tentativas golpistas del 36, en las que tuvo papel destacado mi abuelo, el general Amadeo Rodríguez. La vuelta de la “Hegemonía Conservadora”, en 1946, no primó por la tranquilidad; sabemos cómo se enardecieron los ánimos partidistas, clima en el que se produjo el asesinato del candidato liberal más fuerte en 48, Jorge Eliécer Gaitán. Entre 1948 y el 58 tenemos la llamada “violencia”, que no fué otra cosa que una guerra a muerte entre liberales y conservadores, para ver quíen imponía la nueva “Hegemonía”. Este interregno culminó con la única dictadura militar que Colombia conoció en el siglo XX, la protagonizada por Rojas Pinilla, entre 1953 y 1957. El período del “Frente Nacional” garantizó la paz entre los partidos liberal y conservador, gracias a la alternancia en el poder. Vencida la posibilidad de una “Hegemonía narcotraficante” con la derrota de las FARC, el país no puede ver con tranquilidad la aparición de una nueva “Hegemonía”, que ciertamente no sería digna de la hoja de vida de quien hasta ahora se reveló un gran estadista, como lo ha sido Alvaro Uribe Vélez.