Béatrice et Bénédict: S Estreno en México in otra razón más fuerte que la pobreza imaginativa, el establishment operístico de México ha favorecido hasta la saciedad y el asco a las Bohème, Butterfly, Tosca, Carmen o Traviata, descuidando a decenas de obras del repertorio que debían haberse estrenado o reestrenado ya. Afortunadamente, la Orquesta Sinfónica de Minería ha incluido en su programación del verano de 2014 a Béatrice et Bénédict, ópera de Héctor Berlioz basada en la comedia de Shakespeare Much Ado About Nothing (Mucho ruido y pocas nueces). A los 152 años de su estreno en Baden, Alemania, Béatrice et Bénédict (1862), la última de las tres óperas de Héctor Berlioz (1803-1869) y última de su producción, se estrenó apenas el 9 de agosto de 2014 en la Ciudad de México. Curiosamente, la fecha del estreno mexicano coincidió con el de Baden: 9 de agosto y en sábado. De la compleja obra teatral, Berlioz sólo tomó a dos personajes, en torno a los cuales hace girar la muy simple y simplificada acción de hora y media. Béatrice y Bénédict —quienes detestan la institución matrimonial y también disputan entre ellos— descubren que se aman sin saberlo y acaban casándose. Eso es todo: una insípida glorificación del matrimonio. Berlioz era un hombre de un notable sentido dramático: todas sus obras orquestales y vocales están atravesadas por el drama, pero son obras que piden a gritos un escenario que no se les concede. Berlioz fue un frustrado hombre de teatro: luchó toda su vida contra la incomprensión del conservador público francés y sólo Rusia y Alemania le hicieron justicia a su genio. Sin recuperarse nunca del fracaso parisino de su primera ópera, Benvenuto Cellini (1838), sólo compuso dos óperas más: la tardía y genial Les troyens (1859-1862) y Béatrice et Bénédict, su canto del cisne, aunque su poema dramático La damnation de Faust (1846) suele representarse como ópera y sigue siendo el mejor homenaje que la música le ha hecho al personaje de Goethe. El trato infrecuente y frustrado de Berlioz con la ópera determinó que Béatrice et Bénédict fuera una comedia desarticulada y mal estructurada. La ópera resulta demasiado corta para lo que pretende narrar. No hay un proceso de transformación en los personajes, de modo que el paso del odio al amor en ellos resulta psicológicamente inexplicable y falso: todo se explica arbitrariamente. Los personajes secundarios, Claudio, Hero, Úrsula, Somarone, están desperdiciados dramáticamente y resultan puramente decorativos. Pero la obra vale la pena por tres momentos de gran música: los diez minutos finales de la primera parte: el mágico dúo ‘Nuit paisible et sereine’ de Héro y Ursule, donde están los perfumes de la noche y que nos recuerda el otro, bellísimo, de Dido y Eneas de Les troyens; el aria de Béatrice ‘Non! Que viens-je d’entendre?... Je l’aime donc?’, y el trío de Héro, Ursule y Béatrice ‘Je vais d’un coeur aimant’. La mayor parte de la obra es aburrida pero esa media hora —aria, dúo y trío— nos muestra un Berlioz en estado de gracia. La Sala Nezahualcóyotl se presta sólo a medias para una escenificación teatral. La puesta en escena de Sergio Vela estuvo a medio camino entre la ópera-concierto y la representación operística, con la orquesta al fondo, el coro a un lado y los personajes actuando a espaldas del director. Afortunadamente, no hubo desacuerdos musicales entre los dos planos. El éxito teatral de la obra dependía del desempeño actoral de los cantantes que, en términos generales, lo hicieron bien. No entendí las poses, fotográficas o no, de Ursule (Ginger Costa-Jackson). Lo más chocante fue la intervención, como septiembre-octubre 2014 Béatrice et Bénédict en la Sala Nezahualcóyotl Foto: Ana Lourdes Herrera Léonato, de Luis Artagnan, sin ninguna gracia actoral, y diciendo los diálogos de Berlioz —nada graciosos además— en castellano. No funciona el hecho de que los textos cantados estén en francés y los parlamentos en castellano: el salto es tan brusco que nos hace salirnos de la obra. Mejor habría sido conservar los textos hablados en francés y traducirlos, como todo, en la pantalla de supertítulos. Adecuado y homogéneo el equipo de cantantes: la mezzo Michèle Bogdanowicz como Béatrice, quien estuvo muy bien en su larga y difícil aria y en su trío; el tenor Ernesto Ramírez como Bénédict, para quien, desgraciadamente, Berlioz no escribió páginas muy afortunadas; la soprano Leticia de Altamirano como Héro, quien tiene tres números de lucimiento: su aria de coloratura ‘Il me revient fidéle’, su bello dúo con su ama Béatrice y su gran trío con Ursule y Béatrice: espléndida en sus tres participaciones. Las intervenciones del barítono Josué Cerón como Claudio, y de los bajos JacquesGreg Belobo como Somarone y Óscar Velázquez como Don Pedro son tan cortas en tiempo real y teatral, que sólo conviene mencionarlas. El coro de aficionados EnHarmonia Vocalis, dirigido por Fernando Menéndez, dio una agradable sorpresa, mostrándose como un coro afinado, flexible, desenvuelto, lúdico. Y claro, lo mejor del concierto, la muy buena Orquesta Sinfónica de Minería, bajo la eficiente batuta de su titular, Carlos Miguel Prieto, transmitiéndonos un Berlioz comme il faut: romántico, caprichoso, sin ritmos cuadrados, de una riqueza orquestal complicada y sabia, con efectos inesperados de color y sonoridad. La escena se tomó la libertad de introducir sombreros charros al comienzo de la segunda parte porque a Berlioz se le ocurrió incluir un solo de trompetas que tiene un inconfundible sabor de mariachis. Fue de lo más divertido: la sección de trompetas tocando con sombreros charros. o por Vladimiro Rivas Iturralde pro ópera