JUEVES, 20 SEPTIEMBRE 2007 JULIÀ GUILLAMON Catalán básico E n una de esas carteleras del metro paralelas a las escaleras mecánicas veo un cartel del Ayuntamiento de Barcelona, el Consorci de Normalització Lingüística y la Generalitat de Catalunya que anuncia Cursos Básicos Gratuitos de Catalán. La campaña parece dirigida, sobre todo, a los inmigrantes: en el recuadro de color azul verdoso de la propaganda municipal aparece la leyenda Barcelona t'ensenya català, con la traducción al castellano, inglés, francés, ruso, chino y árabe. La imagen presenta a tres personajes: un tendero de los de antes, con guardapolvo, una señora jubilada, que lleva en la mano una pieza de fruta, y un chaval, con una pelota de baloncesto y una camiseta que luce en el pecho una gran C. Sobre la fotografía, una serie de rótulos con palabras que designan objetos y vituallas: alls, tomàquets, taronges, pilota, botiguer, caixa, vorera y cistell. Los gráficos para la enseñanza de lenguas no tienen por qué reproducir la realidad. Uno empieza a aprender alemán y en la primera lección los protagonistas van al restaurante y piden un wiener schnitzel. Es una convención: pueden pasar años antes de que el alumno del método Deutsch 2000 seleccione el plato preferido de Herr Fuchs. Aun así, la fotografía da que pensar. Se supone que, además de anunciar los cursos, el cartel debe transmitir la idea de que, incluso en Barcelona, el catalán es una herramienta de socialización y que hablarlo representa una ventaja. La imagen del tendero y la señora que compra naranjas provoca más bien, a mi modo de ver, la impresión contraria. En Crónicas marcianas, Ray Bradbury cuenta la historia de un terrícola, Tomás Gómez, que circula por una carretera construida por marcianos. Entra en un pueblo muerto, se deja envolver por el silencio y a los cinco minutos oye un ruido. Aparece un ser extraño montado en una máquina de color verde jade. “Vaig a un festival que hi ha al canal, prop de les Muntanyes Eniall –dice el fantasmagórico Muhe Ca”. “Què dius, ara? –le responde Tomás–. Aquesta ciutat és morta fa milers d'anys. Hi ¿QUIÉN SE ha pedregots pels carrers i aquells catomará en serio el nals són buits”. “Els carrers són catalán presentado nets i els canals són plens de vi d'espícomo la lengua gol –replica el marciano–. Que no del colmado? veus les llums del carnaval? Hi ha barques bellíssimes, gràcils com dones. I dones bellíssimes, gràcils com barques. Ara hi vaig, al festival: surarem per les aigües tota la nit, cantarem, beurem, farem l'amor. No veus el que et dic?” Tomás Gómez le explica: “Vaig a la Ciutat Verda. És la nova colònia que hem construït, prop de la carretera d'Illinois. A cops de martell, hem aixecat dos dels poblets més bonics que mai hagis vist. Avui n'inaugurem un. Vindran un parell de coets de la terra. Ens hi duen les mullers i les amigues. Hi haurà ballaruga de la bona i whisky...” Hace un año que los terrícolas llegaron a Marte, pero para Muhe Ca la Tierra no es más que un punto lejano en el firmamento. Siente frío, la carretera y la luz le parecen extrañas. “Per un moment, he tingut la sensació de ser l'últim home viu d'aquest món”. Imagino un encuentro en la calle de al lado. Mientras me dirijo a comprar naranjas con un cesto, Tomás Gómez llega con la camiseta de la selección de fútbol de Ecuador y dos bolsas de plástico del Mercadona. Qué rabia me da. Hay miles de personas en Catalunya que consideran una prioridad enseñar catalán a los inmigrantes. Pero ¿quién puede tomarse en serio los anuncios del Consorci de Normalització Lingüística que presentan el catalán como la lengua del colmado?c LA VANGUARDIA 37 C U L T U R A El autor y su obra GIORDANO Melodrama histórico, enriquecido n El estreno (1896) de Andrea Chénier en la Scala de Milán –en el que, por cierto, el papel de Maddalena lo interpretó la catalana Avelina Carrera– fue un éxito absoluto. Aquel mismo año se estrenó en Nueva York y sólo dos años después inauguró la temporada del Liceu, con decorados de Maurici Vilomara y Francesc Soler i Rovirosa, tras triunfar en otros muchos países y escenarios. La popularidad de Andrea Chénier fue –y es– muy considerable entre los buenos aficionados a la ópera italiana. Su autor, Umberto Giordano, tenía sólo 29 años. Andrea Chénier fue escrita para agradar. Para ello, Giordano soltó el lastre del verismo más turbador –el genuino de Cavalleria rusticana de Mascagni, de Mala vita! del mismo Giordano o de Il tabarro de Puccini– y se orientó hacia el acreditado drama histórico romántico, protagonizado, aquí, por el poeta francés André Chénier, que fue realmente guillotinado el 25 de julio de 1794. La vieja fórmula funcionó porque Giordano la enriqueció con algunas aportaciones veristas: un argumento –situado en plena Revolución Francesa– tratado con una sensibilidad contemporánea capaz de mostrar la crueldad pero también la justicia del proceso revolucionario, una música escrita al servicio del drama con una capacidad descriptiva brillante y, aún, tercer factor, una pasión amorosa –el aspecto más convencional del argumento– que resulta emocionante porqué las voces la expresan con la contundencia de arriesgados agudos que son “como perlas engarzadas en la totalidad de la partitura” según escribió M.-J. Bertran, el historiador del Liceu y crítico entonces de La Vanguardia, en su crónica del estreno barcelonés. RAMON PLA I ARXÉ ‘Andrea Chénier’ abre la temporada del Liceu tras 22 años de ausencia JORDI BELVER Carlos Álvarez, Deborah Voigt, Pinchas Steinberg y José Cura, ayer en el Liceu MARINO RODRÍGUEZ BARCELONA. – La temporada operística del Gran Teatre del Liceu se abre el próximo martes, día 25, con una producción alquilada, procedente del Nuevo Teatro Nacional de Tokio, de Andrea Chénier, de Umberto Giordano. Popular título del gran repertorio antaño, es una obra bastante menos programada en los últimos tiempos y si el Liceu solía escenificarla cada cuatro o seis años, ahora hacía 22 que no la presentaba. La producción se ofrecerá en 14 ocasiones hasta el 17 de octubre con un triple reparto. El primero lo encabezan tres grandes figuras internacionales: el tenor argentino José Cura, que ha hecho del papel de Andrea Chénier uno de sus caballos de batalla desde hace diez años (“más batalla que caballo”, ironiza), la soprano estadounidense Deborah Voigt, que debuta en el papel de Maddalena de Coigny, y el barítono malagueño Carlos Álva- Once montajes El Gran Teatre del Liceu ofrece esta temporada once montajes operísticos (dos con dos piezas breves) y una versión de concierto (La valquiria, con Plácido Domingo). Regresan al teatro de la Rambla La Fura dels Baus (Castillo de Barbazul y Diario de un desaparecido) y Comediants (Cenerentola). Se reponen la Aida de Mestres Cabanes y el Don Giovanni de Bieito, y se estrena en España Muerte en Venecia, de Britten. Dos obritas de Balada, Elektra, Lucrezia Borgia, Tannhäuser y Luisa Miller completan la lista. Entre las voces: Gruberová, Podles, Bros, D'Arcangelo, DiDonato, Polaski, Seiffert, Keenlyside, Dalayman... rez, que encarna a Carlo Gérard. La dirección musical la asume el reputado Pinchas Steinberg, en su primer trabajo en el nuevo Liceu, quien no duda en afirmar que desde el punto de vista musical “Giordano no tiene nada que ver con el verismo, en contra de lo que se suele decir. Es un autor sui géneris, particular, heredero de Verdi y sin relación alguna con Puccini”. El veterano director israelí tuvo entre sus maestros a un amigo del propio Giordano, que le contó una jugosa anécdota: “Me dijo que tras el estreno en la Scala el compositor exclamó: ‘¡pero que he hecho!’ refiriéndose a la orquestación de la obra. Y lo cierto es que si se toca la obra como pide la partitura sonaría como una sinfonía. No se escucharía a los cantantes, pues la orquesta está muy por encima de ellos. Es imprescindible que el director modifique esa relación de fuerzas y cree la atmósfera sonora en la que los cantantes puedan lucirse”. José Cura añade al respecto que “como en todas las obras hiperorquestadas, los cantantes estamos en manos de los directores y los hay que no entienden que una ópera no es una sinfonía, sino que es principalmente canto. El astro argentino –aplaudido ya en el Liceu en Sansón y Dalila, El Corsario y Otello– afirma también que la obra “tiene tesituras muy duras para los cantantes, es quizá por eso que ahora se programa poco”. El montaje de la obra que se presenta en el Liceu está concebido por el francés Philippe Arlaud, que debuta aquí tras una larga carrera en los más destacados teatros. Con fama de esteticista, Arlaud afirma que ha buscado “resolver el problema de montar una obra basada en hechos y personajes históricos de un periodo tan convulso como la Revolución Francesa, dando a cada acto un colorido particular” –que recuerda a pinturas de Fragonard, Watteau, Delacroix, Goya o Caspar David Friedrich–, y usando un vestuario “neohistórico” y una escenografía “metafórica” inspirada “en el objeto emblema del llamado periodo del terror: la guillotina”.c