El síndrome Pinocho Lic. Vivian Saade “Aunque digan la verdad, los mentirosos no serán creídos” Marco Tulio Cicerón Existen casos en que los niños mienten con frecuencia, y los padres reaccionan de diferentes maneras: castigándolos, ignorándolos con el argumento de que “son niños y ya se les pasará”, confrontándolos o dudando de ellos constantemente. La realidad es que se debe analizar cuáles son las razones que los llevan a mentir y a repetir esta conducta; indagar y resolver las causas será la mejor manera de cambiar esa mala costumbre. Hasta los seis años los niños raramente distinguen entre la fantasía y la realidad, por lo que hablan mucho sobre amigos imaginarios, toman el rol de algún personaje ficticio y realmente creen que pueden tener poderes, o se molestan si les decimos que lo que piensan no es realidad. Sin embargo entre los siete y ocho años de edad, dependiendo de su madurez, los niños empiezan a distinguir perfectamente a la fantasía de la realidad y además, son conscientes de que mentir es algo “malo”. A esta edad, ocultar la verdad es ya un acto voluntario. En general, cuando repetimos alguna conducta o la adoptamos como costumbre, es porque consciente o inconscientemente obtenemos ventajas gracias a ella. Por lo tanto, si notamos que el recurso de la mentira se vuelve repetitiva en los niños o jóvenes es importante cuestionarnos por qué lo hacen, qué ventajas están obteniendo con esa conducta y, en función de las respuestas buscar la mejor solución. A veces, los niños y jóvenes ocultan la verdad porque es una manera de evadirse de la realidad. Cuando los eventos que están viviendo no son los más agradables o no se sienten a gusto con algunos de ellos, prefieren inventarse una vida que sí les gustaría llevar, por ejemplo: dicen que son los mejores goleadores porque no los dejan jugar en el colegio, o comentan que están invitados a una fiesta esperando que con eso los lleguen a invitar. La solución sería reforzar su autoestima y ayudarles a integrar correctamente su mundo, ya sea haciéndoles ver que lo que dicen es lo que les gustaría que pasara pero de momento todavía no es, o incluso exagerar en forma de broma lo que dicen que son y hacerles notar que nos damos cuenta de que no están diciendo la verdad. Otra razón por la que pueden llegar a mentir es para evadir “castigos”, culpando a otros de sus errores o faltas para evitar asumir su responsabilidad. En ocasiones los hijos sienten miedo ante la posible reacción de sus padres. En estos casos tendríamos que preguntarnos si el estilo educativo que tenemos es muy estricto o si los castigos o consecuencias que implementamos son muy fuertes, y tal vez por eso nuestro hijo culpa a otros como solución. Lo que sugiero es enfocar más la educación de los hijos en los aspectos positivos que en los errores (recordarles y reconocerles constantemente cuando hacen cosas bien o tienen buenas conductas) y evitar así la falta de confianza en los padres. Hay que entender también que en las faltas hay una escala de valores: no es lo mismo mentir sobre el número de dulces que se comió, que mentir sobre quién ha roto la ventana. También se debe transmitir al niño la idea de que se valora su sinceridad y en este sentido, no será igual el castigo ante un acto “confesado” que ante uno tapado con mentiras. 1 Puede ser que, como mencioné anteriormente, hayamos notado que nuestro hijo miente pero no le demos importancia. Esto fomenta que siga haciéndolo ya que “no pasa nada cuando miento”. Para saber si un niño miente debemos fijarnos en su manera de contar las cosas, es decir: si es natural o parece tenso, si hay contradicciones, si la historia parece creíble o no, y si dudamos más, podemos tomar en cuenta las versiones de otras personas (profesores, compañeros). En ocasiones los padres mienten para zafarse de compromisos o incluso al hablar con los hijos. Ellos también deberán evitar mentir habitualmente, ya que la estrategia más efectiva para la educación es el ejemplo. 2