Una Buena Noticia para la semana SUMMA Aldapeta Nº 124 Asterako berri ona El modo de amar Algunos interpretan el me voy a pescar de Pedro como un “no sigo ya más con esto, vuelvo a mi tarea anterior”. Y sus compañeros parecen también dispuestos a dejar de esperar: Vamos también nosotros contigo. Jesús les había dicho que iban a ser “pescadores de hombres”, ellos le habían seguido y él había resucitado. Parecía pues que las cosas seguían su camino. Pero estaban desconcertados, cansados de esperar. A veces hay que saber dar tiempo al tiempo sin impacientarse, tener, eso sí, el corazón abierto y la mirada atenta, pero sin precipitarse de manera alocada. La vuelta a su tarea tampoco se les había dado bien: aquella noche no cogieron nada. Jesús echa una mano primero de una manera discreta, sin darse a conocer. Sin embargo, el que es sensible, aquel discípulo que Jesús tanto quería, sabe descubrir la acción de Dios y agradecerla: “Es el Señor”. El Señor no suele dar todo hecho. La persona tiene que espabilarse, no esperar simplemente que le llueva del cielo todo lo que necesita. Tiene que poner sus recursos, los peces que ha pescado siguiendo la inspiración del Señor y empleando su propio esfuerzo. Hay que combinar las dos cosas. Todo no termina con llenar la red de peces. Hay que compartirlos, hacer que sirvan para una comunidad humana mejor, transformada por el empeño al unísono de Dios y el hombre. Tres veces pregunta Jesús a Pedro a ver si le ama. En la conversación, hay un matiz semántico que ayuda a ver el realismo del amor por el que pregunta Jesús. En griego, hay dos verbos para expresar el amor: “agapao” y “fileo”. El primero – “ágape” - es un amor desinteresado, que no se basa en la necesidad que se tiene del otro, que no se guía por un provecho personal. El segundo – “filía” – tiene connotaciones de obtención de una satisfacción personal, de algún tipo de utilidad. Las dos primeras veces que pregunta Jesús a Simón a ver si le ama, emplea el verbo “agapao” (¿me quieres con un amor como el mío?). Pedro responde: “Tú sabes que te quiero” con el verbo “fileo”. Es decir, Pedro le dice que sí, pero que su modo de amarlo es solo así. La tercera vez Jesús le pregunta: Pedro, ¿me quieres?, pero utilizando esta vez el verbo “fileo”, es decir, rebaja la intensidad, baja el listón. Pedro repite que sí, que Él lo sabe, pero que su amor llega hasta donde llega. “Jesús ama con amor de ‘agapé’, y reta a Pedro y nos reta a nosotros a que amemos como él nos ama; pero es comprensivo y al final acepta el tipo de amor que Pedro y nosotros podemos ofrecer”, concluye J. A. García. El mismo autor invita a la lucidez, sin miedo al modo del propio amor: “¿Quién no ha descubierto una y mil veces en su interior que incluso en las cosas buenas que hace se esconden procesos sutiles de autobúsqueda, de ansia de estima, prestigio, alabanza, etc.? … Más que la pureza, lo nuestro es la mezcla. Pues bien, no deberíamos tener miedo a vernos así”. Empezar por ser honestos con nosotros mismos nos ayudará a aceptar la comprensión de Jesús, a no ser ciegamente intransigentes con el amor. Ignacio Otaño SM Emailgelio 124 del 10 abril 2016 – Tercer domingo de Pascua Una Buena Noticia para la semana SUMMA Aldapeta Nº 124 Asterako berri ona LA RED REPLETA DE PECES (Jn 21, 1-19) En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar”. Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo”. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No”. Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor”. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger”. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Vamos, almorzad”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si le quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras”. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme”.