PUPILOS EN SUS PUPILAS “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co 3: 18). Estar cara-a-cara con alguien no es lo mismo que la mirada soslayada y virtual que se puede sostener a través de un aparato tecnológico; mirar a Jesús no es lo mismo que sentirse mirado por él. Una canción reciente de Santiago Benavides nos relata ¿cómo es la mirada de Jesús? En su letra, se vislumbra una contra-cultura cristiana acerca de cómo Jesús no ve sólo la vanidad, opulencia o pecado en alguien, sino la historia que hay detrás de un pecador que tanto ama, al punto de dar su vida por él. Me pregunto entonces: ¿cómo nos ve Jesús en nuestro diario caminar? Los ojos de Jesús dan brillo a nuestros ojos; su mirada penetra hasta lo más hondo de nuestras mentes y corazones para ver con ternura y mansedumbre el paso a paso de nuestro andar. Esto denota una mudanza acerca de nuestro ver cotidiano. En Jesús, nuestra mirada pasa por el lente divino de sus pupilas; es decir, el haz luminoso que sale de su iris nos proporciona luz abundante para enfocar la mirada hacía lo que a él le agrada y a nosotros dignifica; la luz que emerge de sus ojos abre diametralmente nuestras pupilas para poder ver a través de su mirada. Ya lo diría el gran poeta Antonio Machado en sus Proverbios y Cantares dedicados a Ortega y Gasset: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”; análogamente, los ojos que vemos no son ojos por lo que vemos, son ojos porque Él (Jesús) nos ve. Mirar a cara descubierta al Señor implica dejarnos mirar por él, permitir que su ver traspase lo más hondo de nuestros pensamientos y emociones y dejar que su misericordia nos “transforme de gloria en gloria en su misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). De qué otro modo podemos mirar sino a través de sus pupilas; así como – fisiológicamente- nuestras pupilas se dilatan o contraen ante los estímulos de la luz, Jesús dilata nuestras pupilas espirituales para ver, en la penumbra de nuestra soledad, que no estamos solos; él está en nosotros para sostenernos en su infinita gracia; pero a su vez, Jesús contrae nuestras pupilas cuando, a veces, nos dejamos encandilar por los en-seres materiales y cedemos a la resistible tentación de consumir lo que no conviene. Recuerden: No todo entra por los ojos. Somos pupilos vistos por sus pupilas; esto es, vemos con los ojos de sus ojos; o sea, los ojos de su Palabra; no vemos para consumir, vemos para escuchar (estudiar) lo que cada día tiene para revelarnos en su mirada-hablada. Jesús corrige nuestra mirada de la miopía de la ingenuidad, la hipermetropía de la mundanalidad y el estrabismo (bizcos) de ver y caminar en dos mundos. Leer para escuchar o ver para caminar, es lo que permite alinear nuestra mirada-a-su-mirada; ese es nuestro único anhelo: que él irradie nuestro pupilar para observar a plena claridad su total voluntad y poder decir junto con Machado: “los ojos porque suspiras, sábelo bien, los ojos en que te miras son ojos porque te ven”; ojos tiernos que nos da vigor y vitalidad a nuestro diario mirar-caminar. Con amor en Cristo Luis Guillermo Jaramillo E UCU-Popayán. Referencias La Biblia (1960). Versión Reina Valera. Bogotá: Sociedades Bíblicas Unidas. Machado A (1990) Antología Apócrifa. Buenos Aires: Callao.