652 TODO TIENE PERDON DE DIOS

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«TODO TIENE PERDÓN DE DIOS»
AGALGA-38/12-06-2016/652
DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª lectura (2º Samuel 12,7-10.13): El Señor ha perdonado ya tu pecado.
Salmo (31,1-2.5.7.11): «Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado»
2ª lectura (Gálatas 2,16.19-21): Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley.
Evangelio (Lucas 7,36-8,3): Tu fe te ha salvado, vete en paz.
Cuando nuestra irresponsabilidad, y en ocasiones la mala voluntad, nos lleva a cometer ciertas barbaridades,
cuya consecuencia no habíamos previsto, solemos decir esta expresión: «Esto no tiene perdón de Dios». Tal es el
caso del mal estudiante, que ni siquiera prepara los exámenes, sino que se presenta, como suele decirse, a cuerpo
limpio, o sea sin saber nada, a ver si hay suertecilla. O el del trabajador, que después de muchas fatigas consigue un
puesto de trabajo y falla el primer día porque tenía que celebrar su cumpleaños. O el del desaprensivo, que
aprovecha una invitación en casa de unos amigos para sustraerles una joya. La ligereza del estudiante, la
irresponsabilidad del trabajador, la alevosía del invitado son conductas imperdonables, o sea, «que no tienen perdón
de Dios».
En nuestro tiempo y cada vez más, proliferan conductas y comportamientos irresponsables e imperdonables.
Y es que no siempre medimos las consecuencias de nuestros actos y luego nos quedamos de piedra al enterarnos de
cómo los ven y valoran los otros, los directa o indirectamente afectados.
Tal es el caso que se está produciendo en nuestro tiempo, al hacerse públicas y transparente, las alegrías con
que muchos cargos públicos, valoran todos y cada uno de sus actos en el desempeño de sus funciones, eso sí, con
cargo al erario público, es decir, a costa de los contribuyentes, a los que en contrapartida, se nos cobra por cualquier
servicio por mínimo que sea.
La generosidad con que se aprecian las dietas, los desplazamientos, las distancias, las asistencias, el uso de
coches oficiales… tales noticias, dejan sin aliento a los lectores y oyentes. Pero lo que «no tiene perdón de Dios» y
aquí la frase hecha viene como anillo al dedo, es la conducta incomprensible de los que se apropian de cantidades
desorbitadas, los que se conceden sueldos redondos con el dinero público, quienes se adjudican ventajas
injustificables, los evasores de impuestos, los que depositan millones en paraísos fiscales incontrolables, los que
escatiman el salario de los obreros, quienes encarecen los precios y especulan provocando su escasez, los que
despiden a trabajadores para aumentar el beneficio de empresas que ganan millones, etc., etc., etc.
Hemos escuchado, en la primera lectura, cómo el profeta Natán se presenta a David para afearle su conducta.
Primero le cuenta un cuento, en el que un rico, dueño de cientos de ovejas, pretende la única corderilla de un pobre
para celebrar un banquete con sus amigos y, ante la negativa del pobre, se apodera por la fuerza de la corderilla y mata
al pastor. David monta en cólera y promete ejecutar al autor de tal felonía.
Pero se queda mudo al escuchar a Natán, que le dice: «¡Tú eres ese hombre!». Lo tenías todo, se disputaban
tus favores todas las mujeres de Israel y has ido a poner tus ojos en la mujer de Urías, planeando su muerte para
evitarte complicaciones. David, anonadado, reconoce su pecado y pide perdón al profeta. Y el profeta le contesta, que
Dios le perdona porque es Dios, no un hombre.
El evangelio nos relata otro caso del perdón de Dios. Esta vez se trata de una pecadora que cae a los pies de
Jesús arrepentida y se acoge a su misericordia, sin importarle lo que piensen y digan los que rodean a Jesús en este
momento.
Jesús sabe apreciar su gesto y su coraje y la defiende públicamente, ante las insinuaciones de los comensales,
que piensan mal y murmuran contra ella. Jesús acepta su demostración de arrepentimiento y le concede el perdón de
sus pecados, ante el asombro de todos que no acaban de creer las palabras de perdón de Jesús, y se preguntan quién es,
y cómo se atreve a perdonar, si eso es cosa de Dios.
Jesús quita hierro a las discusiones y comentarios, valorando la actitud de la mujer, que ha tenido fe y
confianza. Su fe es la que la ha salvado. Pero antes de alabar la actitud de la pecadora, pone en solfa la actitud de los
que se tienen por justos y menosprecian a los pecadores. La sencilla parábola con que Jesús sale al paso de los
retorcidos pensamientos del fariseo, son todo una lección para el anfitrión.
Pero, por si no acaba de entenderla del todo, Jesús lo pone en evidencia al recordarle las pocas atenciones que
ha tenido con Él, negándole todas las normas de cortesía a un invitado, precisamente por un falso respeto humano,
para no quedar mal ante los suyos como si fuese amigo del Nazareno.
El perdón de Dios nos reconcilia también con nosotros mismos, y así ya podemos quedarnos en paz. En
cambio, el obstinarnos en nuestro pecado, el no querer reconocer que somos nosotros –tú eres ese hombre- los que de
una u otra manera hemos ofendido al prójimo y a Dios, nos deja en nuestras trece y en nuestra mala conciencia. La
mujer pecadora se fue en paz, no así el fariseo que quedó confundido y descalificado por su falta de arrepentimiento,
por su falta de fe, por su mala fe.
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