LAS VÍRGENES PRUDENTES P. Steven Scherrer, MM, ThD www.DailyBiblicalSermons.com Homilía del viernes, 21ª semana del año, 31 de agosto de 2012 1 Cor. 1, 17-25, Sal. 32, Mat. 25, 1-13 “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (Mat. 25, 13). Hoy Jesús nos da el ejemplo de las diez vírgenes, cinco de la cuales son prudentes, y cinco insensatas. Sólo las prudentes estaban listas cuando el esposo vino, y por eso sólo ellas entraron con él a las bodas. Las insensatas no estaban preparadas, y no entraron. Así, pues, debemos estar, siempre preparados y prevenidos, siempre vigilantes y no negligentes en nuestra vida. Debemos vivir siempre así, esperando la venida del Señor a cualquier hora. ¿Pero cómo hacemos esto? El Invitatorio de hoy nos enseña: “Venid, alabemos al Señor; en él es todo nuestro deleite”. Debemos ser como vírgenes prudentes, viviendo así, que no tienen otro deleite en este mundo sino sólo el Señor, y que viven por tanto sólo para él en todo aspecto de su vida. Están sin familia, sin esposo, sin hijos. Son vírgenes, dedicadas sólo al Señor y a su servicio. Son prudentes, y cuando el esposo llegó a medianoche, estaban preparadas con sus lámparas y aceite para recibirlo y entrar con él a las bodas. Esta es la vida renunciante, la vida consagrada, la vida religiosa, vivida sólo para el Señor, una vida de oración, ayuno, amor, y servicio, una vida totalmente dedicada al Señor, siempre preparada para él. Ellas no buscan otro deleite fuera de él y su servicio, y por eso siempre están listas. Este tipo de vida es muy importante en nuestro día. Es una vida que respeta tiempos y lugares sagrados del silencio orante. Es una vida que practica la contemplación en la madrugada, una vida centrada en la eucaristía, la ofrenda del Calvario hecha presente para nosotros y el pan vivo que alimenta nuestro espíritu. Es una vida de ayuno en que comemos sólo lo necesario para sostener la vida, y renunciamos a la comida suculenta para que sólo en el Señor esté todo nuestro deleite. Es una vida de simplicidad, que evita lo extravagante y prefiere lo sencillo, una vida sin adorno, regular, y desprendida de los deleites del mundo. Es una vida de amor centrada en el Señor, alimentada por la oración y la dedicación a él. Es una vida de servicio amoroso de los demás en que usamos nuestros talentos y dones para ayudar y servir a nuestro prójimo, a nuestros hermanos. Es una vida de modestia en que nos vestimos religiosamente en un hábito religioso o en traje clerical como una señal y recuerdo para nosotros mismos y para todos los que nos ven de una vida consagrada a Dios. Es una vida con un corazón indiviso, no dividido por los placeres del mundo, ni por los amores pasajeros. Es una vida en Dios, siempre prevenida, siempre lista para él. Es una vida que entrará con el Señor a las bodas cuando él venga.